viernes, 29 de octubre de 2010

Pensar la vida, pensar la muerte

Día de muertos, día de los recuerdos vivos, se van aquellos a quienes amamos y que nos amaron; nunca se van en cambio las memorias de nuestro corazón. En él viven quienes por ser recordados no morirán jamás.


Luto y alegría, tragedia y diversión, sentimientos de temor ante la muerte reflejados en la burla, el juego, en la convivencia con ella. Día de muertos, día de reflexión y meditación, encuentro con la certeza de que algún día también nosotros tenemos que morir, reflejo seguro e inevitable que aceptamos y muchas veces preferimos.

Jugamos a vivir, sabiendo que tendremos que morir. Vivir es ir muriendo cada día, porque cuando nacemos nuestro reloj biológico comienza su marcha hacia el final. Le tenemos miedo a la muerte porque desconocemos qué misterio esconde detrás de su oscuro manto.

Cuando llegue el día del encuentro con la muerte cerrarán nuestro ataúd y el silencio abrazará nuestra alma. Cuando todo haya terminado, la única luz que alumbrará nuestra vida serán las obras que dejamos, el bien que en esta vida realizamos y los frutos que en nuestro entorno logramos plantar.

El 2 de noviembre recordamos que nadie muere del todo, sobre todo cuando dejamos ancladas en la tierra la amistad, el espíritu de servicio, la bondad, sonrisas y amor. Para quienes nos alegramos el día de muertos, la muerte nunca se alzará victoriosa pues le ganamos la partida al dejar lo mejor de nosotros en los seres que servimos, ayudamos y amamos.

Día de muertos, día de reflexión y meditación, para pensar en la muerte y poder disfrutar de la vida. El cristiano no le puede tener miedo a la oscuridad de la muerte, pues ha depositado su fe en Cristo, que es antorcha de amor y de esperanza la cual alumbrará nuestra vida hacia la eternidad. Y mientras llega ese momento continuemos nuestra convivencia con ella, manifestemos nuestra espera a través del arte y el folklore, sin freno de imaginación o respeto por el luto que debiera tenerse; juguemos con los “entierros”, figuritas de cartón vestidas de papel negro con cabeza de garbanzo que sostienen pequeños ataúdes y que nos recuerdan aquel refrán que dice: Sólo el que carga la caja, sabe lo que pesa el muerto. Gocemos con los geniales grabados del maestro José Guadalupe Posada, que reanima a la muerte interpretando los sentimientos populares y convirtiendo en “calavera” lo mismo al presidente que al torero o al catrín.

Día de muertos, día de los recuerdos vivos, se van aquellos a quienes amamos y que nos amaron; nunca se van en cambio las memorias de nuestro corazón. En él viven quienes por ser recordados no morirán jamás.

No dejemos que la tradición muera, sigamos celebrando nuestra conciencia común, continuemos preparando la mesa de la ofrenda donde lo sagrado y lo profano se conjugan y donde se alimenta la fe en la vida después de la muerte y en la comunión con los difuntos: aquellos a quienes un día amamos o que bien esperaron nuestro amor.

Postre

Angelus, el órgano oficial de la Arquidiócesis de Puebla, prescindió del connotado Padre Nacho González Molina. ¿Por qué? “Con motivo del año de Don Juan de Palafox, vamos a reestructurar el contenido del periódico, por lo que dispondremos del espacio en el que hasta la fecha con tanta generosidad usted colaborado”, justifica el sacerdote Sergio Valdivia, director de la publicación católica. Es una desafortunada decisión, sinceramente lo único valía la pena leer.

viernes, 22 de octubre de 2010

Un generoso servicio de amor

En el lenguaje tradicional se habla de las misiones, en plural, y de los misioneros que cumplen en ellas un mandato específico. Los misioneros iluminan el principio de que toda la Iglesia es misionera y lo encarnan personalmente. Según el Concilio, las misiones son “las iniciativas particulares con las que los heraldos del Evangelio, enviados por la Iglesia, yendo por todo el mundo, cumplen la tarea de predicar el Evangelio y de implantar la misma Iglesia entre los pueblos o grupos que todavía no creen en Cristo” (Ad Gentes 6).

Las misiones se abren en los territorios en los que la Iglesia “no ha arraigado todavía” y en los pueblos “cuya cultura no ha sido influenciada aún por el Evangelio” (Redemptoris Missio n. 34). Estas actividades no sólo contribuyen a establecer estructuras y una jerarquía eclesial, sino que además colaboran en la formación de comunidades de vida cristiana mediante el anuncio de la Palabra de Dios y la administración de los Sacramentos. Por desgracia, en tiempos recientes, no han faltado las incomprensiones sobre la actividad misionera y el valor de las misiones. Partiendo del vínculo que durante un período determinado, por motivos histórico contingentes, se estableció entre la actividad misionera y la colonización política, se ha querido deducir que la paulatina desaparición del fenómeno histórico de las colonias debía tener como consecuencia la desaparición simultánea de las misiones.

La actividad misionera específica sigue siendo irrenunciable y ha de llevarse a cabo en los territorios en los que la Iglesia no ha sido fundada aún o en aquellos en los que el número de cristianos en muy exiguo. Es por eso que en la relación entre la actividad misionera y la política colonizadora de algunos países, hay que analizar con seriedad y mirada limpia los datos del hecho, de los que se deduce que, si en algún caso la coincidencia pudo haber llevado a comportamientos reprobables por parte de misioneros en la referencia a las naciones de procedencia o en la colaboración con los poderes locales, de los que no siempre era fácil prescindir, sin embargo la actividad evangelizadora considerada en su conjunto se ha distinguido siempre por un objetivo muy diferente del de las potencias terrenas: promover la dignidad personal de los hombres evangelizados haciéndoles acceder a la filiación divina, que Cristo conquistó para cada uno de los hombres y que se comunica a los fieles en el bautismo. De hecho, esto ha favorecido el progreso de esos pueblos hacia la libertad y su desarrollo, incluso en el plano económico-social.

Hoy, como ayer, las misiones no responden a miras de poder e intereses humanos, ni se inspiran en el orgullo de una superioridad cultural y social. Por el contrario, es un servicio humilde de amor hacia quienes no han recibido la luz y la vida de Cristo en el ámbito de la Iglesia, que él puso para la salvación del mundo entero. Aun existen situaciones en las que la actividad misionera debe limitarse a una presencia discreta, porque no puede desarrollarse en estructuras visiblemente organizadas y operativas. Quizá, precisamente en esos casos, los misioneros representan aún más claramente los ideales del rabí de Galilea para predicar el Evangelio y constituir por doquier comunidades de salvación.

La misión porta el misterio de la cruz, que comporta a veces, como la historia ilustra ampliamente, la espera silenciosa y confiada de la luz de la Pascua.

Postre

Nos unimos al júbilo de los chilenos por los extraordinarios esfuerzos que se hicieron para rescatar a los 33 mineros atrapados, desde el 5 de agosto de este año, en el yacimiento de san José en el poblado de Copiapó y que vieron nuevamente la luz el pasado 14 de octubre. Me viene a la mente el desastre minero de Pasta de Conchos, Coahuila, ocurrida el 19 de febrero de 2006, tragedia del cual no se conocen con precisión las causas. Algunos se anticipan a señalar que ambos eventos no tienen punto de comparación, desde el punto de vista geológico. Sin embargo, los chilenos se dieron a la tarea de rescatar, a como diera lugar, a sus trabajadores... El gobierno de Vicente Fox, que le tocó vivir la referida contingencia, no atendió la recomendación de la Comisión Nacional de Derechos Humanos para rescatar a los mineros, vivos o muertos.

viernes, 15 de octubre de 2010

De Amozoc, los frenos y las espuelas americanas

El artesano de mañana
va al taller a trabajar
sus espuelas a forjar.
Lo primero que se oye del yunque
es el sonoro golpeteo
cuando el hierro al rojo vivo,
el forjador lo acompaña
de tupido martilleo.

Un pintor dibujó unas espuelas de su imaginación,
porque las más bonitas
son las hechas en Amozoc.
Fragmento del Himno a Amozoc. Félix Serrano


La velocidad del tren disminuía a medida que se aproximaba a la estación, el largo viaje emprendido por Les García desde su natal Nevada en 1945 estaba llegando a su destino final. Por la ventana del vagón el norteamericano escudriñaba la bóveda celeste, faltaban algunas horas para que las estrellas cubrieran el firmamento y las nubes empezaban a teñirse de ocre. También observaba los llanos y las singulares casitas de tejas y adobes, el paisaje rural Amozoc, un pueblo reconocido por sus alfareros y metalisteros.

El ferrocarril se detiene, un comité de bienvenida integrado por vendedores de tacos, tortas, tamales y enchiladas; mercaderes de aguas frescas, golosinas y cigarros; artesanos que ofertan alcancías, jarritos y maceteros de barro reciben a los pasajeros recién llegados. El pasajero extranjero desciende del carro, avanza unos cuantos metros y un grupo le ofrece una gama de hebillas, ganchos, frenos y espuelas, los revisa con detenimiento mientras repasa en su mente las imágenes que días antes viera en la ciudad de México. Pregunta por el paradero de Roberto Aldaco, uno de los connotados maestros herreros cuya vida y la de nueve hombres daría un giro inesperado.

Tras recorrer algunas calles del pueblo Les encuentra la casa-taller del maestro Roberto, el anfitrión, además de recibir merecidos elogios por su trabajo, una atractiva oferta de trabajo legal en Estados Unidos lo sorprende, además la invitación es abierta para un grupo deseoso de aprender la manufactura de frenos y espuelas texanas.

Con la promesa de encontrarse nuevamente en el taller de Les García, en aquel entonces ubicado en Salinas, California, éste regresa con el cometido cumplido, en tanto Roberto busca a los candidatos idóneos y tramita los documentos para el viaje. Finalmente constituye un grupo de nueve personas integradas por el mismo Roberto y su hermano Francisco, sus hijos Gonzalo y Rubén, los hermanos Austreberto y Neftalí Castañeda Bonilla, además Joaquín Rojas, Ignacio Rojas y Rubén Flores.

Tras un viaje largo e incómodo los maestros metalisteros llegaron a California, sin mayores dificultades aprendieron a fabricar frenos y espuelas texanas. Este trabajo, aunque es similar al mexicano, es diferente tanto en su elaboración como en el material que se ocupa: acero inoxidable.

Cumplido el tiempo de estancia [1], el grupo regresó a su tierra natal para manufacturar las piezas en un taller creado por Les García bajo la supervisión del maestro Neftalí Castañeda. Sin embargo, no todos los que retornaron de California aceptaron afanarse con el lozano perito, muchos de ellos decidieron trabajar por su cuenta. Quienes ingresaron a la factoría, no solo se beneficiaron con aprender el novel oficio, también tuvieron la oportunidad de viajar, no solo a California, a Reno, en el estado de Nevada para instruirse en lo referente al control de calidad.

Medio siglo después

A lo largo de la carretera federal Puebla-Tehuacán, en lo que corresponde a la zona urbana de Amozoc, compiten muchos comercios que expenden artículos para la charrería, las vitrinas tratan de llamar la atención del cliente conocedor de estos artefactos: tejas para fustes y chapetones para las cabalgaduras, espuelas y botonaduras para los trajes charros, arneses, hebillas para cinturón, cuchillos, cachas para pistolas, plegaderas, estribos e incluso pequeños objetos de adorno femenino como arracadas, pulseras, broches, prendedores y aretes en forma de espuelas.

Sí, estos productos, delicada y celosamente fabricados, son los que le han dado fama a este municipio de nuestro estado, sin embargo, llamó mi atención que al catálogo de artesanías se sumara la elaboración de frenos y espuelas texanas por lo que visité el taller de Felicidad Castañeda Anaya, hija de Neftalí Castañeda Bonilla.

Llego a la casa-taller de la familia Castañeda unos minutos después de las cinco de la tarde, un grupo de cuatro maestros entregan sus piezas terminadas a Jesús Castañeda Moreno, uno de los administradores del negocio familiar “Spur & Art”. Esperanza Moreno, hija del cronista amozoquense Dagoberto Moreno López me recibe y comenta que para la elaboración de los frenos y las espuelas americanas no hay forjado, el sistema de elaboración es diferente al mexicano [2]. Me muestra con orgullo algunas piezas y aclara que no se venden en México, su mercado meta es netamente norteamericano.

Tras recibirme me muestra el taller, uno de los trabajadores se afana en la elaboración de un freno. Quedo sorprendido porque el área de trabajo no requiere mayores dimensiones, tan solo una sólida base para el torno y la habilidad del maestro para tallar, cortar, pulir y soldar la pieza.

Mi anfitriona me explica que para fabricar una espuela se corta la lámina bajo un modelo que el cliente solicite ya sea por catálogo o envía por fax un modelo nuevo diseñado por él mismo, con este referente el maestro elabora la pieza. “Se afina la forma y se prepara el taladro en donde va el castillejo; se mete el brocador para formar la caja de la espuela, se coloca el castillejo que se remacha y se solda, después las rebabas se pulen con un esmeril y se agregan las grapas para los botones, posteriormente se blanquea con estaño para soldar la placa con plata. Para quitar las impurezas se aplica pulidor. Enseguida se hace el grabado, de acuerdo al dibujo solicitado por el usuario. Finalmente se remachan chapetas, botones y pasador de rodaja con lo que queda terminada la espuela.”

Concluida la explicación mi anfitriona nuevamente me pide que la acompañe a su casa para presentarme a su prima Felicidad Castañeda Anaya, quien además de lo ya referido, añade que en frenos y espuelas americanas hay muchos modelos, dependiendo de cada cliente. “Los ganaderos americanos prefieren que las piezas se fabriquen en acero, aunque también se fabrican en hierro. Los que se elaboran en acero llevan la plata soldada, los de hierro se fabrican de manera tradicional, con la plata incrustada y pavón azul, verde y café. En un tiempo se utilizó el acero ‘monet’, por su elevado costo se experimentó con acero ‘inconet’ que era más económico, solo que resultó muy duro, después se probó con otros materiales hasta llegar al acero inoxidable, materia prima que se ocupa a la fecha.”

Felicidad Castañeda con satisfacción comparte que no sólo se dedican a fabricar estos productos, también elaboran trofeos para los torneos americanos de rodeo, además reparan frenos y espuelas, generalmente piezas que se elaboraron en su propio taller. Incluso me mostró uno de tantos frenos que están en espera de ser compuestos. “Con observarlas nos damos cuenta del ritmo de trabajo de los granjeros norteamericanos. Ellos compran muchas piezas, no para tenerlas de colección o recuerdo, allá son muy útiles y al ganado lo tratan muy bien, tanto en la alimentación como en el equipamiento de espuelas y frenos, es su fuente de ingresos y lo cuidan con esmero. En México no se le da tanta importancia porque los ganaderos del país son pocos, la charrería es lo que más predomina, por eso Amozoc es famoso, fabrica tanto para el mercado nacional, el americano y sé que otros talleres exportan a España, Argentina y Australia, naciones de tradición ganadera, esporádicamente a Japón, Italia y Alemania.”

La hija de Neftalí refiere que los chinos sorprendentemente han incursionado en la fabricación y exportación de frenos y espuelas. “En un principio sus piezas eran de mala calidad y como buenos ‘copiantes’ ahora compiten en calidad y precio, sin embargo, difícilmente contenderán contra una histórica tradición, difícilmente este arte desaparecerá si lo preservamos.”

Antes de concluir la plática Felicidad me muestra algunas piezas de su colección particular de espuelas, desde lo singular hasta raras. Le pregunto por el origen, algunas son de Argentina, España y México, las que tuve oportunidad de apreciar, la mayoría inspiran una época completamente diferente a la nuestra. Incluso guarda una espuela que confeccionó para El Zorro, personaje de la película que se rodó en Tlaxcala y los productores de la película le solicitaron algunas piezas. En aquel instante puedo tocar y observar los vestigios sin una vitrina de por medio ya que mi anfitriona tiene la intención de montar un museo en Amozoc, una iniciativa muy interesante y una muestra del esplendor artesanal de este municipio.

[1] Dagoberto Sosa en su libro “Amozoc, leyenda, arte y tradición” menciona que los maestros que se embarcaron a California permanecieron aproximadamente un año. Felicidad Castañeda mencionó durante la conversación que la estancia del grupo encabezado por Roberto Aldaco duró 5 años.

[2] La elaboración de la espuela mexicana inicia con un proceso de fundición o forja, y se continúa limándolas y lijándolas finamente. Luego se realiza el dibujo con un rayador, diseño que será excavado o vaciado a cincel y cuyo hueco será embutido por una delgada laminilla de oro o de plata o de ambos metales, que se ajusta perfectamente a la cavidad. Para que la laminilla se fije en su lugar se van golpeando los bordes de la cavidad, que se irán cerrando sujetando la laminilla. Complementan la obra los grabados a buril que irán contrastando con el brillo del azul pavonado característico de estas piezas.

lunes, 11 de octubre de 2010

Revivir el campo

Sin temor a equivocarme cualquiera de los partidos que estuviera en el poder habría hecho lo mismo que nuestro presidente para afrontar la crisis alimentaria: Un plan emergente para garantizar el abasto de alimentos (a lo mucho un par de años). Y es que no es posible que a estas alturas del partido seamos tan necios para no aprender las duras lecciones que nos dejaron las medidas populacheras de antaño y que nuevamente se vuelven a aplicar: subsidios, financiamientos y el rígido control de precios.

Recientemente la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) propuso a los países emergentes implementar algunas políticas públicas para contrarrestar la crisis alimentaria, entre ellas, relanzar la agricultura como una de las actividades productivas.

Reactivar el campo y modernizarlo no se limita a ofrecer créditos para adquirir tractores, trilladoras, goteros para riego o fertilizantes, tampoco conseguir gravámenes para los combustibles. Es darle un mejor tratamiento al agua y a la tierra (reforestar para que no muera a causa de la erosión y la basura) para conseguir buenas cosechas con el cultivo de varios productos y no depender de uno solo. Modernizar al campo también significa restaurar las instituciones que ofrecen apoyo técnico y social, más no mantener el esquema de dar dádivas cada mes que en nada resuelve la situación, lo aconsejable es enseñarles a trabajar a los agricultores más pobres para que sean autosuficientes con otro tipo de recursos, no necesariamente los monetarios con los cuales están mal acostumbrados.

Si no se apuesta por esta u otras alternativas, en el corto plazo nos convertiremos en un país importador de alimentos, incapaz de crecer en ingresos per cápita y en niveles de vida. Incluso con el riesgo de perder la soberanía alimentaria y la capacidad de alimentar a la población de acuerdo con los estándares nutrimentales. El peligro es real y la escasez ya la padecen más de 50 millones de mexicanos.

lunes, 4 de octubre de 2010

Réquiem al cántico de las criaturas

Conocemos la forma y el fondo del problema, sabemos qué debemos hacer para revertir los daños ocasionados a la naturaleza, contamos con los medios para heredar un mundo mejor a nuestros hijos. Sin embargo, no alcanzo a entender actitudes de escepticismo e indiferencia para rescatar y preservar, al menos, el espacio que nos corresponde tanto en la urbe como en el entorno rural.

De qué sirve destinar costosas campañas de concientización si de todos modos vivimos rodeados por ríos pestilentes, barrancas llenas de escombros y desperdicios, áreas verdes en deplorables condiciones, arterias viales bloqueadas de basura visual y chimeneas rodantes.

De qué sirven las promesas de campaña para crear parques, jardines y bosques si se privilegia la construcción de fraccionamientos y centros comerciales porque son más redituables o para justificar el crecimiento voraz de la metrópoli.

De qué sirven las convocatorias para reforestar si los ciudadanos apenas responden al llamado y la milicia, en el mejor de los casos, hace ese trabajo.

De qué sirve colocar contenedores para separar la basura si la seguimos mezclando a diestra y siniestra.

¿Qué hace falta para que los esfuerzos destinados a rescatar, cuidar y crear nuevas áreas verdes sean tarea permanente y no flor de un día? Los ciudadanos están mal acostumbrados a que papá gobierno les haga todo el trabajo y las organizaciones ambientalistas sean las únicas que se afanen con la ecología. Ganamos todos si se promueven descuentos en ciertos impuestos u otorgan incentivos a comercios, unidades habitacionales, industrias y escuelas para mantener sus calles limpias y arboladas todos los días, por mantener índices bajos en el consumo de agua y energía eléctrica cada bimestre, por cuidar y crear espacios abiertos anualmente, por incluir en los programas de estudio desde el nivel básico hasta el universitario la materia de Ecología... Para que ésta y otras propuestas funcionen hace falta una férrea voluntad de cambio, sobre todo, que estén libres de posiciones políticas. ¿Acaso será muy difícil?

De seguir este estado de cosas, no habrá más cántico del Hermano Sol y sí un réquiem por la Creación que versaría más o menos de esta manera:

Alabada seas hermana basura porque, además de deteriorar el paisaje, tus emulsiones degradan el aire y marchitan la tierra.

Alabado seas hermano smog porque envenenas el aire que respiramos y contribuyes al efecto invernadero.

Alabada seas hermana agua sucia porque aniquilas los ríos y los mares limpios así como a los seres que viven en ella.

Alabado seas hermano cemento y hermano asfalto porque impiden que el agua de lluvia se filtre al subsuelo y renueve los mantos acuíferos.

Alabado seas hermano poste y hermano cable porque las aves se posan en ti y nunca más se refugian en las arboladas.

Alabada seas hermana indiferencia, porque destruyes lo que Dios hizo en siete días.

sábado, 2 de octubre de 2010

El huipil de Cuetzalan, una prenda de orgullo y dignidad indígena

La verdadera importancia del 4 de octubre, en la tierra de los Quetzales, no radica en los puestos de una exposición ganadera, agrícola o industrial que no existe, mucho menos en los juegos mecánicos o de video que constituyen meramente en entretenimientos infantiles. Lo valioso de la feria es la remembranza tradicional, el bello recuerdo de una raza que las injusticias y el tiempo no han podido extinguir.
Casa de la Cultura de Cuetzalan.

Cuetzalan ha dejado de ser un municipio más de la serranía poblana, es uno de los 36 pueblos mágicos de nuestro país, indiscutiblemente un sitio de interés tanto para el turismo nacional como extranjero por la oferta de sus atractivos. Mi curiosidad va más allá del convite de las actividades ecoturísticas y los pabellones de ropa y guisos de la región estratégicamente emplazados para complacer el gusto de los visitantes en vísperas de las fiestas del 4 de octubre. Una docena de mujeres, que si bien se mira, forman parte del comité de bienvenida, ofrecen sus artículos a los recién llegados: blusas y camisas bordadas, morralitos, pulseras, aretes, collares y huipiles. Este último artículo llama mi atención porque esta prenda, que generalmente la conocemos como un vestido fresco y varía su confección de acuerdo a la región geográfica de nuestro país, es una blusa triangular bordada desde las más sencillas hasta las más complejas figuras, tanto en hilo como en seda y en la gama de colores.

De Cuetzalan para el mundo

“Esta prenda es única de la región, solo se confecciona en estas tierras”, señala categórico Alejandro Huerta Carrillo, funcionario de la Casa de la Cultura de Cuetzalan, y quien mejor para explicarme sobre el huipil que Francisca Rivera Pérez, experta en la elaboración de este atuendo. “Ella es la mejor, ha estado en Londres, Toronto y París en diversas exposiciones y conferencias, también en la Ciudad de México colaborando para el Fondo Nacional para el Fomento de las Artesanías (FONART). Muchos medios de comunicación la han buscado para entrevistarla y realizar reportajes sobre la elaboración del huipil”, comenta con entusiasmo mi anfitrión.

Imaginaba llegar a la casa de doña Francisca observándola trabajar en su telar, sin embargo, Alejandro Huerta me condujo al mercado de artesanías, que se ubica a un par de calles de la plaza principal y frente al recinto cultural cuetzalteco. El tianguis es un sencillo conjunto de locales donde los artesanos trabajan y venden sus productos, en uno de ellos está mi anfitriona atendiendo a unos clientes quienes para mi regocijo adquirieron algunos artículos.

Tras la presentación, doña Francisca me invita a sentarme en un banquito para iniciar una sabrosa plática. Antes, observo su modesto local que expone algunas camisas, blusas, rebozos, morralitos y, escondido entre esos artículos, un hermoso huipil de seda blanco que me muestra con singular alegría. Lo extiende entre sus brazos y observo con detenimiento cada uno de los remates de las figuras creadas, palpo la textura, el peso y mentalmente calculo el tiempo para su elaboración. “Aproximadamente se lleva un mes elaborarlo”, responde mi anfitriona quien arma su sencillo telar para avanzar en la confección de una prenda mientras conversamos.

“Esta es la manera en la que se trabaja, en un telar de cintura, a los 10 años ya sabía telar a mano, mi abuela fue quien me enseñó y lo he transmitido tanto a mis hijos como a mis nietos”, expresa doña Francisca con satisfacción y muy quitada de la pena dice que además ha aprendido otras cosas por necesidad. “No sé leer ni escribir, ni siquiera sabía el español y lo aprendí porque no me entendía a la gente cuando ofrecía mi mercancía. Yo habló el náhuatl, sé hacer el huipil y otras cositas que me han ayudado a subsistir, tanto que hasta he viajado a Londres, a Toronto, a París para presentar mi trabajo, ahí sí lo valoran, no le hacen el feo”, refiere Francisca haciendo énfasis en lo concerniente a la apreciación de sus confecciones.

Para que la cuña apriete Francisca se ha dado el lujo de tener aprendices extranjeras. “Dos muchachas de Francia vinieron para que les enseñara, estuvieron aquí tres meses, eso me llena de satisfacción y enojo. Satisfacción porque es un privilegio compartir parte de nuestra cultura a quien sinceramente lo aprecia y tiene verdadero interés; un enojo, porque mucha gente lo menosprecia diciendo que no debemos vestirnos así, que nos vemos anticuadas, que esa ropa ya pasó de moda. ¡De ninguna manera!, es un orgullo, un símbolo de belleza y dignidad portar esta indumentaria”, acota Francisca y reconozco que la vestimenta masculina no tuvo la misma suerte.

Con cierta inquietud le cuestioné si dentro de algún tiempo desaparecerá este “arte” (así, entre comillas) y mi anfitriona con toda seguridad señaló que difícilmente eso ocurriría. “No joven, además de mi familia, hay muchas personas que saben telar a mano, la mayoría son de San Andrés Tzicuilan, pero hacen cosas muy sencillas, si les encargan trabajos más elaborados les cuesta, no lo hacen”. La interrumpí con un dato que me llevó a sospechar sobre la importancia de esta sorprendente mujer. “Por eso usted es muy solicitada, tanto que le han pedido diseñar el atuendo para la ganadora de la reina del Huipil, ¿cierto?”. Sin pecar de vanidad y con sencillez lo confirmó, eso dio pauta para que me explicara una exquisita usanza de Cuetzalan: la elección de la reina del Huipil y las fiestas de octubre.

Una reina autóctona

¿Qué importancia tiene para ustedes la feria de Cuetzalan y de qué manera se relaciona con el Huipil? Pregunté a Francisca quien didácticamente dio respuesta a mi curiosidad. “Es muy importante para nosotros porque el pueblo indígena manifiesta su verdadero rostro, su verdadero sentir, principalmente con las danzas en el atrio del templo. Preservamos nuestras costumbres al elegir a la reina del huipil que le piden muchas cosas. Las que participan hablan, tanto en español como en náhuatl, explican cómo se fabrica su traje y tienen que demostrarlo enfrente del jurado, además detallar su significado. Deben estar muy apegadas a las tradiciones, es decir, respetar a sus padres y desempeñar las labores propias de la casa como echar tortillas y cocinar. Eso sí, nada de maquillaje u otros adornos como las que concursan para ser reina del café”, remata mi anfitriona quien con destreza no cesa de entrelazar los hilos para la prenda que estaba elaborando ayudado por unas enormes saetas de madera. “Gana el concurso aquella muchacha que demuestra su belleza autóctona, la riqueza en su vestuario y como se presenta ante el público”, abundó.

El auxiliar de la Casa de la Cultura de Cuetzalan me informó que a doña Francisca le encomendaron la tarea de confeccionar el atuendo para la ganadora del certamen del Huipil. “Veremos si me alcanza el tiempo porque es muy laborioso, necesito que me ayuden unas 4 ó 5 personas porque es bastante y lo quieren en dos semanas”.

Con inquietud

No todo es miel sobre hojuelas para Francisca Rivera y los cientos de manos mágicas que confeccionan todo tipo de prendas y elaboran artesanías, los que ganan, como despectivamente los indígenas les llaman, son los mestizos quienes adquieren los productos directo de los talleres a muy bajos costos y los venden a precios más altos. “Disculpa que sea mal hablada, pero a mi me encoleriza (originalmente fue otra palabra con la que se expresó) que la gente malbarate su trabajo y los que se llevan la mayor ganancia son otros. De qué sirve tanto tiempo de trabajo por unos cuantos pesos que no alcanzan para nada. Por eso vendo directamente mis productos al precio real, sin regateos, porque mi esfuerzo vale”, relata en voz alta esta sencilla y férrea mujer, una voz que, como ella me confesó, se mantuvo en el silencio mucho tiempo soportando injusticias y malos tratos. “Yo, ya no soy la misma, ya desperté y veo las cosas de otra manera, no me puedo callar las cosas que no me parecen”.

Con inquietud observo que Cuetzalan, a pesar de contar con un lugar para que los artesanos trabajen y vendan sus productos sin intermediarios, tiene carencias y son pocos los lugares ocupados, es escaso el flujo de visitantes, lo percibo como un lugar construido a base de puras promesas que los aspirantes a algún cargo público cumplen a medias tal y como lo ratifica Francisca. “Nos sentimos inseguros y temerosos con el techo de teja ya que en época de lluvias se cuela el agua y con la humedad puede maltratar nuestros productos, por eso hemos puesto plásticos para atajar los agujeros. Ojalá techaran con cemento para que el lugar sea más seguro, ya después si le quieren poner las tejas como adorno, está bien, pero que la autoridad nos haga caso porque cuando les conviene lo hacen a cambio de nuestro voto, no se vale que nos quieran chantajear. También, un servicio que nos hace mucha falta es la luz, no tenemos la electricidad y es necesario porque los locales no tienen ventanas”.

Las fiestas del 4 de octubre

Además de la fiesta patronal (San Francisco), la feria del huipil es la celebración más importante de Cuetzalan que se realiza cada 4 de octubre desde 1963, fecha en que Agustín Marquez Sánchez la instituyó con el propósito de rescatar los valores tradicionales de la comunidad indígena.

Color, flores, incienso, devoción, música y danzas inundan el atrio y el templo de San Francisco, ahí converge la riqueza cultural y religiosa del lugar “donde abundan los quetzales”.

Tras la coronación de la reina del huipil, en una ceremonia sencilla y emotiva, inicia una pléyade de danzas (Voladores, Negritos, Quetzales, Migueles, Santiagos y Toreadores) a lo largo del día, para honrar al santo patrono. Casi al filo del medio día las campanas repican, la mayordomía y los fiscales se presentan en las puertas del templo y el párroco los recibe para dar inicio la misa en honor al pobrecillo de Asís.

Corona la fiesta religiosa la procesión con la imagen de San Francisco en las principales calles de la ciudad, las danzas continúan hasta entrada la noche para dar paso a otras actividades (la feria del café) que se suman a la semana de festejos en el más mágico de los pueblos mágicos de México: Cuetzalan.

Checa el dato

* Desde 1870 Cuetzalan ha sido una región cafetalera, actividad preponderante y la más importante económicamente; y debido a esto se realiza la primera feria del Café en el año de 1949. En un principio, esta fiesta era una marcada celebración al grano, donde los cuetzaltecos se reunían a convivir en torno a su Reina, la del Café.

Con el fin de rescatar la tradición indígena, en 1963, surge un grupo altruista que funda en ese mismo año la Feria del Huipil. Se tomó el nombre de “Huipil” por ser la primera prenda prehispánica que las mujeres de esas culturas precolombinas usaron para cubrirse el dorso, además en Cuetzalan usan esta prenda para colocarla sobre el “Maxtahual”, tocado de listones de lana.

* Algunas veces, en homenaje a personalidades políticas, se trastoca el sentido profundo de esta celebración. Con ocasión de la “feria”, se elige y corona, en medio de un gran baile popular, a la Reina del café, contrastando así lo mestizo e indígena.