viernes, 29 de julio de 2011

Católico con espíritu quijotesco: San Ignacio de Loyola

…un jinete con un pie en el estribo, capaz de cabalgar donde se le mande, fundador de una historia que se puede llamar divina, pero que es también una historia humana, larga marcha de una libertad a través del sí y del no…

Dispuestos a luchar contra el error bajo el estandarte de Cristo un grupo de jóvenes, a cuyo frente alineaba un hombre con el espíritu de caballero y valiente tenacidad, llamados la Compañía de Jesús, incursionan en la magnanimidad de la construcción del Reino.

Lanzado a recorrer las llanuras del mundo, conquistando almas e infundiendo ánimo para que Dios fuera más conocido, más amado y mejor obedecido, San Ignacio de Loyola ha sido el testimonio del carácter quijotesco que no ha dejado de interpelar a católicos y no católicos.

Algo muy suyo tuvo San Ignacio, y lo dejó en herencia a la Compañía de Jesús, que sigue influyendo en el mundo contemporáneo: Hombre de temple y nobleza, dispuesto a servir a los intereses y al honor de tan noble Señor, dejó las armas de caballero para avanzar con su predicación y dirección espiritual, reconquistando las almas, porque predicaba sólo a Cristo, a Cristo crucificado.

“Todo para mayor gloria de Dios” a ello dirigía todas sus acciones, palabras y pensamientos, hasta alcanzar el estado de gracia y unión con su Divina Majestad, hasta ver cumplida la tarea específica para la cual estamos sobre la tierra y en ello encontrar la propia felicidad.

En San Ignacio acertamos con el hombre sereno y desapegado, que no se deja llevar por el placer o la repugnancia sino por aquello que, pese a todo, conduzca a la gloria de Dios y perfección del alma; en él descubrimos al hombre que por el camino de la propia abnegación y del dominio de los malos hábitos alcanza las altas cumbres de la contemplación y del amor divino así como la alegría, la paz y el optimismo espiritual.

San Ignacio de Loyola supo en todo amar y servir porque en su vida brilló la certeza y la verdad de la Santa Iglesia, en sus votos manifestó al Papa que lo empleara en el servicio de Dios cómo y dónde mejor lo juzgara. Sensible al hombre y a sus necesidades encontró que el mundo no es malo sino que es obra de Dios y captó con toda claridad que Dios está en el corazón del hombre y en todas las cosas, por ello se sintió llamado a colaborar en el mundo a través del apostolado y cayó en la cuenta de que para ayudar mejor era necesario prepararse y estudiar.

Caballero de oración y familiar con Dios lo convierten en el constante peregrino, en el instrumento apto para muchos trabajos, con posibilidad de desplazamiento, diversidad de oficios y profesiones en donde se puede tener un efecto multiplicador en bien de la misión: Centros de Derechos Humanos, Misiones Indígenas, Parroquias, Editoriales, Colegios, Universidades, Centros de atención a migrantes, pastoral con enfermos de VIH, presos, enfermos, sindicatos, voluntariado, articulación de comunidades juveniles, pastoral de la salud, organizaciones civiles, mujeres, ecología, desarrollo rural, cooperativas, recuperación de la cultura indígena, etc.

San Ignacio, un jinete con un pie en el estribo, capaz de cabalgar donde se le mande, fundador de una historia que se puede llamar divina, pero que es también una historia humana, larga marcha de una libertad a través del sí y del no. Ojalá muchos sigamos su ejemplo y construyamos a ejemplo de él nuestra vida que no es otra sino la vida del Espíritu en nosotros.

jueves, 21 de julio de 2011

Guelaguetza, la máxima fiesta de los oaxaqueños

Hay otras actividades que complementan a la gran fiesta de los oaxaqueños; desde conciertos de grandes cantantes y muestras de arte, hasta competencias deportivas y ferias de mezcal, tamal y tejate, de tal manera la Guelaguetza se ha convertido en un festival de arte y cultura.

Maravilloso, mágico, espectacular e inolvidable son algunos adjetivos con los cuales visitantes nacionales y extranjeros distinguen a la Guelaguetza, el festival folclórico más importante de México y América Latina con casi 80 años de tradición. Y no es para menos; una pléyade de colores, música, baile y canto se manifiestan, a los ojos y oídos de propios y extraños, el tercer y cuarto lunes del mes de julio, excepto cuando el 18 de julio cae en día lunes, fecha que conmemora la muerte del benemérito de las Américas, Don Benito Juárez García, por lo que en esta ocasión se realizarán los días 25 de julio y 1 de agosto.

Guelaguetza es una palabra zapoteca que expresa “el acto de participar cooperando”, sus orígenes se remontan a la época prehispánica y están relacionados con el culto a la diosa del maíz, Centéotl. Para la época virreinal el festejo a la Virgen del Carmen reemplazó a Centéotl con procesiones, calendas y mojigangas. A finales del siglo XIX y principios del XX, se incorporan actividades deportivas e incipientes participaciones de danzas y bailes; además de los paseos, la convivencia de todos los oaxaqueños en las faldas del cerro del Fortín, que vestían sus mejores galas, de manera que en pocos años perdió su sentido religioso y se empezó a conocer como Fiestas del Lunes del Cerro.

En el cuarto centenario de la fundación de Oaxaca (15 de abril de 1932) se realizó un homenaje racial, ofrecido a la ciudad de Oaxaca en la persona de Margarita Santaella, “Señorita Oaxaca”, ganadora de un certamen de simpatía en el cual cada una de las regiones del estado ofrecieron sus principales danzas y bailes tradicionales, junto con productos característicos de su tierra, en las faldas del cerro del Fortín. A esta presentación se le llamó posteriormente Guelaguetza. Para mediados del siglo XX se decidió incluir a la Guelaguetza en las Fiestas del Lunes del Cerro como un espectáculo de danzas y bailes organizados, fue tal el éxito que se convirtió en una fiesta general de la ciudad y el estado, gracias al impulso de los gobiernos locales.

En torno a la Guelaguetza

Las actividades oficialmente inician con el certamen para elegir a la representante de la diosa Centéotl, quien presidirá las fiestas.

El sábado anterior a cada lunes se presenta la calenda de las delegaciones participantes a lo largo de las principales calles de la capital del estado. Ese mismo día, por la noche, comparece en la plaza de la danza el espectáculo Bani Stui Gulal (en zapoteco “repetición de la antigüedad”), lamentablemente por segundo año consecutivo no habrá función debido a que la representación escénica que explica el origen de la Guelaguetza está en disputa legal por la familia fundadora, en su lugar se presentarán dos conciertos: el sábado 23 de julio “200 niños, una sola Banda de Música”; una semana después, 30 de julio, “Las mujeres en las Bandas de Música Tradicional”. Al día siguiente, domingo en la noche, la puesta en escena de Donají… la leyenda.

El lunes, en el auditorio del Cerro del Fortín, grupos de danzantes y músicos de las 7 regiones del estado (Valles Centrales, la Sierra, la Cañada, Tuxtepec, la Mixteca, la Costa Chica y el Istmo) dan vida a la Guelaguetza. Cada delegación presenta una muestra viva de su patrimonio cultural a través de bailes que ejecutan al compás de la música y los cantos que les son propios, vistiendo indumentaria de gala de su respectivo pueblo. Al finalizar la presentación, cada grupo distribuye entre el público su “Guelaguetza” compuesta por objetos característicos de su región.

Cabe señalar que en poblaciones aledañas a la ciudad capital; tales como Cuilapam de Guerrero, San Pablo Mitla, Zaachila, Tlacolula y San Antonino Castillo Velasco, se llevan a cabo guelaguetzas igualmente coloridas y concurridas. También los maestros de la sección 22 del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE) organizan su Guelaguetza popular, aunque con buena concurrencia y gran policromía, no deja de ser un foro para la denuncia política.

Hay otras actividades que complementan a la gran fiesta de los oaxaqueños; desde conciertos de grandes cantantes y muestras de arte, hasta competencias deportivas y ferias de mezcal, tamal y tejate, de tal manera la Guelaguetza se ha convertido en un festival de arte y cultura.

viernes, 15 de julio de 2011

Un día en la vida de un sacerdote de la Sierra Norte de Puebla

In hueytépetl
ayac quitlamitehuaz
in xóchitl in cuicatl

in mani ichan ipalnemohuani.

En la sierra no se puede acabar
ni las flores ni los cantos
puesto que es la casa
del que nos da la vida.
Poema náhuatl

“Tengo miedo de ponderar las bellezas del camino, pero en verdad tiene cañadas, recodos, rinconadas y calzadas encantadoras, como he visto en pocos lugares. Los primores de Chapultepec me parecen un juguete ante la magnificencia y esplendor de esta Sierra del Norte; pero las subidas y bajadas penosas, los innumerables caracoles y laberintos intrincados que producen vértigo, la infinidad de ruidos y zumbidos de insectos son como las espinas en las rosas”.

En estos términos se expresó Pedro Vera y Zuria, Arzobispo de Puebla, en sus Cartas a mis seminaristas, memorias que manifiestan sus devociones y sentimientos en su primera visita pastoral a la Arquidiócesis entre 1925 y 1926. 85 años después de aquella gesta el rostro de la sierra norte ha sido transformado por los nuevos caminos que comunican a lugares distantes, antaño, de complejo acceso; los fenómenos meteorológicos cobran anualmente la factura a sus habitantes por la agresión al entorno ecológico, a la fecha la pobreza y la injusticia perdura en muchos inquilinos de esta región a pesar de los esfuerzos por ayudarlos con programas que se distinguen por su propósito caritativo en vez de impulsarlos y orientarlos al crecimiento económico y social.

Líneas más adelante Monseñor Vera refiere en la carta 53 de sus apuntes que “a las 6:30 llegamos al pueblo de Nauzontla, donde nos recibió el párroco de Xochitlán, D. J. Francisco Osorio. Los jóvenes se precipitaron en vertiginosa carrera para salir a nuestro encuentro y darnos la bienvenida, mientras la música tocaba diana y las mujeres regaban el suelo con flores y confeti; el pueblo, de dos mil habitantes, es culto; tiene amplia y decente Iglesia, dedicada a la Natividad de la Santísima Virgen; allí la saludamos ante su bendita imagen”…

Lejos de pretender semejante comité de bienvenida, llego a Nauzontla en un minibús la mañana del jueves 1 de marzo tras un viaje en autobús directo de Puebla a Zacapoaxtla, recorro las silenciosas calles del pueblo cuyos habitantes prestan mayor atención a sus afanes. Arribo a la casa parroquial, me recibe Jessica que se ocupa en preparar los alimentos, minutos después el párroco, Francisco González Parra me da la bienvenida y al mismo tiempo me invita a compartir un frugal desayuno. Para hacer amena la tertulia platicamos del clima de los últimos días y me adelanta que me llevará a una de las comunidades más apartadas que él pastorea, ya que su deseo es compartir con los lectores de este blog cómo es un día en la vida de un sacerdote de la Sierra Norte de Puebla mediante un ejercicio, no solo de imaginación, presentar las situaciones vividas al lado del presbítero.

Conociendo un rinconcito de la serranía

No hago el viaje en dueto con el Padre Francisco a Tacopizacta, una de las doce comunidades que componen la parroquia de Nauzontla, como supuse sería el caso, nos acompaña un grupo de doce jóvenes quienes después de la celebración eucarística en aquella ranchería, participarán en un torneo relámpago de fútbol.

La música de las radiodifusoras de Veracruz que sintoniza el radio de la camioneta del Cura aligera el traslado, un tramo de la carretera interserrana hasta La Cumbre mas un ramal del camino a Cuetzalan. Posteriormente nos desviamos del trayecto para tomar otra vía, una carretera empedrada cuyo paisaje va cambiando a medida que avanzamos, dejamos los llanos y los montes deforestados para ingresar a lomas bendecidas por pedregales.

La vía, metros más adelante deja de ser amable y el tramo que nos falta para llegar a la primera parte del recorrido es escarpado, kilómetros antes dejamos pueblos instalados en las márgenes de la carretera y el Padre Francisco no deja de ser reconocido por sus feligreses ya sea en Zoatecpan, Xocoyolo, Equimita o Tenextepec.

Finalmente llegamos a La Galera, una alquería que sirve de antesala para alcanzar nuestro destino final que hicimos a pie, el descenso hacia Tacopizacta. “A este lugar vengo una vez al mes, pero esta semana lo he hecho diariamente porque es su fiesta y bajo a celebrar la Misa”, me dice el Padre Francisco quien me anima a bajar a buen trote. “Este es el lugar más alejado de mi parroquia, los demás, cómo pudiste darte cuenta son más accesibles por carretera, si no fuera por lo distante sería más fácil el trabajo pero aquí andamos”, comenta mi anfitrión y quedo sorprendido por este extraordinario e intacto rincón serrano.

Tras una hora de camino llegamos a la capilla de Tacopizacta, ranchería compuesta por unas 20 familias dispersas en los montes, todas ellas viven sin servicios básicos como el agua y la electricidad, únicamente cobijados por el manto de la madre naturaleza y bendecidos por la fertilidad de sus tierras. “Estamos impulsando un proyecto para que se construya una carretera hacia Tlatlauquitepec y se introduzcan los servicios que necesita la gente”, anota el Padre Francisco quien recibe el saludo de los parroquianos que aguardaban su llegada.

Minutos más tarde un volador anuncia el inicio de la conmemoración del memorial de las especies; los fieles cantan, con cierta timidez o desgano pero el Padre los anima cuando él entona con fuerza las alabanzas. La homilía es sencilla y al mismo tiempo dura, llama la atención de la gente para que se incorpore al sacramento de la reconciliación y cada domingo siga reuniéndose para alimentarse con la palabra de vida eterna, que su participación no se limite a cumplir por cumplir con un mandamiento o hacer acto de presencia únicamente en los días de fiesta, como en aquel momento.

Antes de concluir la celebración eucarística el Padre invita a sus parroquianos a participar en una procesión con el santísimo, en las cuatro esquinas que compone el predio donde se ubica la capilla nos ponemos de rodillas para orar en pos de Jesús sacramentado. Finalizado el rito se comunica que el programa de actos festivos incluye un torneo relámpago de fútbol, cuyo ganador, es el equipo del Padre Francisco, no por tratarse de él, sino por el clamor del juego y lo apasionado que se volvió cada confrontación, al grado de que en su momento el párroco de Nauzontla intervino para calmar los ánimos de los jugadores.

Aquel día, fue un momento propicio para encauzar los valores del triunfo y la derrota, más allá del púlpito, también se conjugó la fraternidad y el agradecimiento de aquellas personas que tuvieron con nosotros al ofrecernos lo poco que tenían: tamales, tacos, refrescos, aguas frescas y frituras en los pocos días de fiesta a cambio de un grato momento por los largos meses de aislamiento. Con seguridad esto puede ser valorado como un simple día de campo para el sacerdote, pero cada vez que le corresponde regresar a ese lugar no es por complacencia, visita a los enfermos, celebra con ellos la palabra, sostiene reuniones con catequistas y aunque la gente no tenga el menor deseo de acercarse al sacramento de la reconciliación, lo que más necesita de su pastor es ser escuchado, ser consolado, ser impulsado a seguir con ánimo su vida porque en esta parte de Puebla la vida no es fácil, mucho menos para el sacerdote que con limitaciones fortalece constantemente su parroquia.

Trabajar en la Sierra Norte no es un castigo

Cuando hago estas reflexiones acerca de lo que viví ese día, me veo obligado a preguntar al Padre Francisco si ejercer el ministerio en la Sierra Norte es un castigo, a propósito de que he escuchado a algunos sacerdotes de la Arquidiócesis de Puebla expresarse de ese modo. Él, sin darse tiempo para meditar una respuesta sostiene que de ninguna manera es un castigo y desmiente a sus colegas. “Algunos de los que están acá trabajan por obediencia, la mayoría no lo vemos así. Yo soy muy feliz aquí, tengo todo lo necesario, cuento con el respaldo de la gente y ellos están a gusto con mi trabajo. Si ven a un sacerdote alegre, ellos estarán motivados por el ánimo de su sacerdote, pero si lo ven enojado se alejan o se contagian con su mal humor y eso no es recomendable”.

A la distancia de poco más de cinco años de estancia en Nauzontla el Padre Francisco reflexiona: “Venir aquí fue una propuesta del Vicario de la Zona Norte (Padre Mario Pérez), me comentó que había una sede vacante y me preguntó si quería ser párroco a lo cual dije que sí sin averiguar en qué condiciones estaba la parroquia y aquí me tienes”.

Pero no todo es miel sobre hojuelas, generalmente hay cosas que no dejan de causarnos inquietud, al respecto mi convidado refiere que le ha costado mucho trabajo convencer a la gente de que no se limite a las ayudas del gobierno, para ello impulsa proyectos de crecimiento económico. “Me ha dado buenos resultados reunir a un grupo de campesinos para que compren borregos, pollos o chivos. A lo largo de un año duplican o triplican los animales adquiridos y después se desintegra esa sociedad para que cada quien multiplique el número de animales y mejoren sus perspectivas, no tiene caso que cada vez que reciban ayuda lo gasten en la bebida y olviden temporalmente la situación en la que viven”.

Si hay algo que distingue a este sacerdote es su buen humor y ánimo para trabajar, en más de una ocasión lo he visto dignificar los espacios de la parroquia pintando y remozando muros, ventanas y tejados, cuidando de sus animalitos y dejando en buen estado las jardineras, tanto del atrio del templo como de la casa. También la música corre por las venas de este joven presbítero, cuando fue Vicario en la parroquia de San Francisco Totimehuacán formó una pequeña rondalla y ahora en Nauzontla está haciendo lo mismo al inculcar en los jóvenes y la gente de edad mayor el gusto por el canto y la música. “Si me conformara con atender a mis comunidades, me aburriría en la casa sin hacer mayor cosa que lo doméstico, uno debe ingeniárselas para trabajar y ha sido gratificante lo que he logrado”, aseveró el Padre Francisco.

No tengo duda de que otros sacerdotes de la Sierra Norte ponen el mayor empeño en su ministerio, con diferentes enfoques pero siempre persiguiendo el mismo fin: llevar a todos los hombres y mujeres de buena voluntad el mensaje liberador del buen Dios. En esta ocasión correspondió a Nauzontla, más adelante tocará el turno para hablar de otra parroquia de la Sierra Norte de Puebla.