jueves, 29 de diciembre de 2011

Por un feliz año nuevo

Esta fiesta, este juego, este sueño a la vez humilde y ambicioso que elevamos a Dios sin saberlo, es un grito que el Padre escucha: si tiene usted más barriga, pero más corazón; si tiene usted más arrugas, pero más amor; si tiene usted más años, pero menos egoísmo. ¡Feliz año nuevo!

¡Año nuevo, vida nueva! Mentiras festivas, mentiras rutinarias, mentiras colectivas a fecha fija. ¿Quién se lo cree? ¿No habría que decir, más bien, “año nuevo, vida vieja”? Vida un año más vieja, vida un año más corta, vida un año más sangrada. Vida menos vida, vida más muerte. Y vida nada nueva, nada diferente, nada renovadora. Seguiremos con nuestras rutinas y manías, con los mismos problemas y las mismas soluciones sin solución, repitiendo siempre los mismos errores, tropezando miles de veces con la misma piedra, tan desgastada ya la pobre por nuestros continuos roces. Hasta las luces y las estrellas de la calle y de los escaparates son siempre lo mismo. ¿Cómo vamos a creer de verdad en estas fantasías humanas que nos inventamos para engañarnos mutuamente? ¿Vida nueva? ¡Sí está usted más vieja, señora! ¡Sí, tiene usted más barriga, señor!

El año nuevo es una fiesta del hombre y, por tanto, una fiesta nuestra. Es una fiesta agridulce, donde expresamos, sin saberlo, nuestro afán de futuro, nuestro deseo de eternidad, nuestra esperanza secreta, inconfesada y escondida pero a la vez radical y profunda de resurrección. Quizá no lo creemos, pero lo soñamos; no lo sabemos, pero lo sentimos; no nos atrevemos pero lo necesitamos.

¡Vida nueva! ¡Nueva, siempre nueva! ¡Vida siempre vida y siempre viva! Esta fiesta, este juego, este sueño a la vez humilde y ambicioso que elevamos a Dios sin saberlo, es un grito que el Padre escucha: si tiene usted más barriga, pero más corazón; si tiene usted más arrugas, pero más amor; si tiene usted más años, pero menos egoísmo. ¡Feliz año nuevo!

Si ha luchado por los suyos y piensa seguir haciéndolo, si los levantó cuando cayeron en el camino, si los escuchó cuando necesitaban explayarse con alguien, si visitó al solitario, si colaboró para remediar injusticias, si ensayó tenazmente miles de veces ser bueno y portarse como un hombre, aunque en este momento compruebe que todavía es una calamidad, si gastó trescientos sesenta y cinco días en ayudar a su prójimo en lo que podía sin olvidar que también Dios Padre, su pareja, padres, hijos, hermanos y amigos son su prójimo, ¡Feliz año nuevo!

Si mira el año próximo como algo inédito, lleno de posibilidades que nunca se han dado, como un paisaje que nunca se ha cruzado, como una tierra virgen aún no conquistada, en la que cada día caerá un nuevo rayo de sol que todavía no ha salido nunca de aquel astro, sino que saldrá especialmente para usted y para ese momento; si sabe andar con capacidad de sorpresa, si comprende de verdad que su vida no siempre es la misma, que el corazón no envejece si nosotros no lo momificamos, que cada segundo del futuro es un mensaje de Alguien que está más allá del tiempo desde donde nos llama y hacia donde nos llama aunque ya lo tenemos aquí cerca del corazón; si siente que el amor y la alegría aún están vivos allá en algún rincón de su conciencia y que le gustaría caminar por la vida haciendo felices a la gente y así a usted mismo; si cree que Dios es bueno y que nos ama, o al menos le gustaría creerlo; si cree que el hombre es bueno, en el fondo, o al menos le gustaría creerlo. ¡Feliz año nuevo!

En realidad y a pesar de las apariencias, ¡Señor, usted está más joven! ¡Señora, usted está más joven! Dios es nuestro tiempo. Dios es nuestro futuro. Dios no juega con nosotros cuando nos dice con su mayor seriedad y al mismo tiempo, con enorme alegría: ¡Feliz año nuevo! ¡Feliz año que no sólo no te aleja de la vida, sino que te acerca incansablemente a ella!

viernes, 16 de diciembre de 2011

La ley del amor

No caigamos en el engaño de creer que por el hecho de vivir bajo un mismo techo, el amor y el conocimiento recíproco se dan por descontado; al contrario, es preciso crecer en el amor a base de pequeños detalles, de salir cada uno de sí mismo para poner lo que está de su parte.

En la familia, lo que más arrastra a los hijos es el ejemplo de la fe, de cariño, de sinceridad, de amor ¡Qué importante es para la formación de los hijos la vivencia de la fe, que debe tocar también la esfera de lo humano y el testimonio de vida que los padres dan a sus hijos! En los padres de familia, no hay nada en sus vidas, ni personal ni de pareja, por insignificante que pueda parecer, que no tenga un eco positivo o negativo en sus hijos.

Cuando los hijos ven que su padre se levanta temprano todos los días para ir al trabajo, cuando saben que jamás se permite una trampa, que es fiel a la palabra dada a Dios y a todas las personas, que se entrega a su familia con más ardor incluso que a su trabajo; o cuando ven que su madre es la primera en servir o en sacrificarse por los demás, que busca con desinterés hacerlos felices, que sus padres procuran vivir el mayor tiempo posible juntos; entonces palabras como honradez, trabajo, responsabilidad, lealtad, sacrificio, adquieren en los hijos un significado muy concreto, una carga afectiva y una fuerza de atracción mucho mayor.

Y cuando los hijos ven que sus padres son fieles a la promesa que se hicieron, que se aman y se respetan, que con el paso del tiempo no olvidan los gestos de cariño entre ellos, que no se permiten una palabra acalorada o una discusión, que el diálogo y la comprensión son la norma ordinaria en su trato; entonces los hijos aprenden para toda la vida lo que significa, de verdad, amor, cariño y donación; y desearán y serán capaces, a su vez, de vivir así en su matrimonio y futura familia. Tienen que ser exigentes con sus hijos, es cierto, y nunca transigir en las cosas importantes; pero el ejemplo siempre ha de ir por delante. De este modo, la palabra irá impregnada de una particular autoridad y fuerza persuasiva. La educación, la exigencia diaria, si no fáciles, se harán al menos más llevaderas y gustosas.

Vivir la fe en la familia implica conocer y aceptar todo el mensaje del galileo. No podría ser de otra manera, ya que a Cristo sólo se le puede seguir realmente cuando se le acepta como Él es, en su totalidad, con las páginas luminosas de gloria y de promesa del Evangelio, y también con aquellas otras que hablan de cruz y de renuncia. Pero hay un mandamiento que es el precepto por excelencia, aquél que resume todos los demás y es perfección de la fe que profesamos: “amaos los unos a los otros como yo os he amado; en esto conocerán todos que sois mis discípulos” (Jn 13, 34-35). Si en algo ha de distinguirse una familia es precisamente en la integridad y pureza con que vive el mandamiento del amor.

La vida diaria en familia es un excelente gimnasio para ejercitarse en la verdadera caridad, un intercambio continuo de oportunidades para amar y ser amados: un detalle que busca hacer feliz al otro, un rostro de acogida y de interés sincero por él, un momento dado con gusto cuando alguien se encuentra en necesidad, una palabra de comprensión y de perdón, etc. No caigamos en el engaño de creer que por el hecho de vivir bajo un mismo techo, el amor y el conocimiento recíproco se dan por descontado; al contrario, es preciso crecer en el amor a base de pequeños detalles, de salir cada uno de sí mismo para poner lo que está de su parte.

viernes, 9 de diciembre de 2011

Para no caer en la tentación del desánimo

Es verdad que las pequeñas caídas de cada día o ante el aparente escaso progreso en la vivencia de la virtud, el hombre puede experimentar la tristeza o sobrevenirle un sentimiento de depresión y pesar al ver que la realidad no corresponde a sus anhelos de felicidad y de vivir en paz.

Muchas veces la tristeza nos invade cuando constatamos que el ambiente en que vivimos sigue lleno de egoísmo y vanidad. La búsqueda de los propios intereses y los fines para conseguirlos quebranta las instituciones, destruye la ética, adultera la justicia, impide la felicidad de las personas y debilita la honradez y la caridad. Todo esto hace que el corazón del hombre viva sin esperanza, sin ilusión, sin energías para transformar este mundo.

En este tiempo de Adviento, se nos invita a abrir las puertas de nuestra vida a aquel que viene a hacer nuevas todas las cosas, sin embargo, ¿puede haber esperanza ante un panorama desalentador y contradictorio? Cristo, Dios y hombre verdadero, es el único que puede reconstruir lo malo que hayamos hecho en el pasado, llenarnos de su amor y misericordia desinteresados y ayudarnos a seguir viviendo mientras caminamos a su encuentro en la casa del Padre, nuestra casa. ¡Cristo viene! Y pide al hombre mantener siempre una actitud de conquista, de vivir en permanente estado de alerta espiritual, de esperanza.

Se requiere hacerse violencia, ser violentos, como aquellos de quienes Cristo dice que ganan el Reino. Ser violentos, en un sentido obviamente espiritual, para negarse a sí mismo, superar el respeto humano, la comodidad, la falsa prudencia, un modo de vida pacífico y sin compromiso. Esta violencia evangélica es necesaria para poner un dique a la avalancha de antivalores que nos presenta la sociedad laicista y secularizada, para dar testimonio valiente de Cristo en la universidad, en el trabajo, en la empresa, en la vida familiar, en las relaciones de amistad o noviazgo.

Es verdad que las pequeñas caídas de cada día o ante el aparente escaso progreso en la vivencia de la virtud, el hombre puede experimentar la tristeza o sobrevenirle un sentimiento de depresión y pesar al ver que la realidad no corresponde a sus anhelos de felicidad y de vivir en paz. Pero, ¿No podría ser este hecho una ocasión muy propicia del demonio para tentar y hacer creer que nada se puede hacer en un mundo donde ganan los más fuertes, los que más gritan o alborotan con “sombrerazos”?

Quien espera en Dios, quien espera a Dios, por nada debe permitir que su espíritu se haga presa el desaliento, que es el enemigo traidor que conduce a la deserción, a la cobardía, a la dejadez, a la inacción. Puede venir el fracaso, la tentación puede acosar, la aridez puede envolver el espíritu, las faltas pueden entristecer, las dudas pueden asaltar, las circunstancias impacientar; pero si se acepta con sinceridad la gracia y se apoya humilde y confiadamente en Dios, nada de esto podrá arrebatarnos del amor a Cristo ni separarnos de la lucha, del esfuerzo, de la constancia en el trabajo para que todos las cosas cambien y caminen según la voluntad de Dios.

Postre

El tema de esta semana ha sido la lectura en México y lo que los políticos, secretarios de estado, magistrados y legisladores acostumbran leer… si es que leen. No vamos a hacer más leña del árbol caído, de eso ya se encargaron las redes sociales y los periodistas no domesticados, lo grave del asunto es que las campañas que promueven la lectura no han producido los resultados deseados, tristemente a la gente no le gusta, no le interesa leer. No hay la costumbre, por una parte, porque es mucho más fácil, rápido, gratificante y económico ver televisión, rentar películas o ir al cine. Y si le sumamos lo que Juan Domingo Argüelles, experto en el tema de la lectura en México, indica que “leemos, como casi todos en México, por obligación, no deja ninguna huella en nadie. La escuela no hace lectores, no los forma. Ese es el gran problema”.

Por otro lado, cuando sí hay el interés, el hábito, la necesidad de leer, se topa uno con la dificultad de que o no se consiguen los libros, sólo los vende tal librería en la Ciudad de México, en Monterrey, en Guadalajara o en Puebla, porque al parecer allá sí leen o están muy caros. Los libros se han convertido en artículos de lujo, a pesar de que no se paga ningún impuesto al comprarlos.

sábado, 3 de diciembre de 2011

Solidaridad permanente, no solo en esta época del año

Las campañas navideñas de ayuda sólo subsanan la temporalidad de los males al ofrecer soluciones momentáneas a corto plazo. La solidaridad no se reduce a buenos sentimientos y deseos, tampoco a la conmiseración ante las dificultades ajenas, no es apoyo moral, ni siquiera el buen trato a pesar de marcadas diferencias.

La Navidad es una época propicia para fomentar la vivencia de valores importantes para el crecimiento personal y la convivencia humana. La solidaridad es uno de estos valores, que si bien debe vivirse todo el año y no sólo en la época navideña, resplandece al contemplar la pobreza del nacimiento del Señor.

Durante estos días, los medios de comunicación distribuyen campañas de ayuda, donaciones y contribuciones para subsanar circunstancias desfavorables, todas ellos dignas de participación. Por las acciones, la esfera de la comunicación se refiere a la solidaridad cuando presenta obras de carácter social por eso no es raro encontrar multiplicidad de definiciones según la “óptica” desde donde se vea. Lo cierto es que la objetividad nos lleva a descubrir que “solidaridad” es un término amplio que rebasa la convencionalidad de las palabras y que implica la experiencia que toca la profundidad de nuestro ser. Entonces la solidaridad no nace simplemente de la solución inmediata de las carencias, por el contrario, la solidaridad pone en marcha un dinamismo de complementariedad ya que somos seres inacabados, incompletos, con la tarea de construir el propio ser.

Las campañas navideñas de ayuda sólo subsanan la temporalidad de los males al ofrecer soluciones momentáneas a corto plazo. La solidaridad no se reduce a buenos sentimientos y deseos, tampoco a la conmiseración ante las dificultades ajenas, no es apoyo moral, ni siquiera el buen trato a pesar de marcadas diferencias. La solidaridad busca construir la igualdad, hacernos todos seres humanos, darnos cuenta de tal realidad y tratarnos como tal. Es dar un voto de confianza al que habita junto a mí aún en medio de las dificultades por las que atravesamos uno u otro, es abrirse a la confianza.

Durante el transcurso de nuestra vida han habido momentos y acontecimientos que nos han asociado: desgracias naturales, eventos deportivos y culturales, crisis políticas etc., estos nos han hecho reconocer que cuanto más compartimos, más seres humanos somos. El espíritu humano no puede dejar de responder con generosidad a los sufrimientos del prójimo. En esta respuesta descubrimos una creciente puesta en práctica de la solidaridad que, de palabra y de hecho, proclama que todos somos una sola cosa, que debemos reconocernos como tales y que esto es un elemento esencial para el bien común de los individuos y de la sociedad.

No basta con ponerse en contacto y ayudar a quienes padecen necesidad, hemos de ayudarles a descubrir los valores que les permitan construir una nueva vida y ocupar con dignidad y justicia su puesto en la sociedad. Todos tenemos derecho a aspirar y a lograr lo que es bueno y verdadero, a elegir aquellos bienes que mejoran la vida. La solidaridad de Dios al hacerse hombre es el mejor ejemplo para ejercitarnos en este valor. Mirar al Niño de Belén, ver en sus ojos el reflejo de las esperanzas y ansiedades de muchos hermanos nuestros, nos ayudará a descubrir el verdadero significado de la solidaridad.

Postre

Sin ser alarmista y con el ánimo de ser previsor, de estar atentos, de no bajar la guardia, se han encendido los focos amarillos en Puebla capital y su zona metropolitana. Han sido recurrentes el hallazgo de cuerpos embolsados, fruto de la violencia de grupos delictivos que de esa manera intimidan a la población para no meterse con ellos o para dar respuesta puntual a sus enemigos. Ojalá, por el bien de Puebla, una de las entidades federativas más o menos seguras, nunca sea dominada por el hampa y los órganos encargados de la ley y el orden pongan manos a la obra en todo el Estado. Tampoco no admitiremos argumentos tontos como los que en su momento manifestó Mario Montero, secretario de gobierno en el sexenio de Mario Marín, de que son “hechos aislados”.