jueves, 24 de noviembre de 2016

¿Qué es la Renovación Carismática en el Espíritu Santo?

Hay millones de católicos que no hablan solamente del Pentecostés histórico, ofrecen un testimonio claro y contundente de un Pentecostés personal, de sus propias experiencias, de la presencia y obra del Espíritu Santo en ellos.


La Renovación Carismática Católica, Movimiento Carismático Católico o Renovación en el Espíritu Santo es un Movimiento de renacimiento espiritual bajo el signo de Pentecostés, que lleva a una vivencia de la fe similar a las primeras comunidades cristianas: compartir los bienes y reunirse en pequeños grupos y asambleas para la oración. Proviene históricamente del movimiento carismático pentecostal originado a partir de la apertura del Concilio Vaticano II, y más tarde fue acogido por el catolicismo.

Nace en 1966 en la Universidad de Duquesne, Pittsburg, Estados Unidos, por un grupo de catedráticos y alumnos de esa institución católica que, durante un retiro, meditaron sobre la experiencia de Pentecostés en los Hechos de los Apóstoles, así como una nueva comprensión de la acción del Espíritu en la iglesia, produciéndose entre ellos una fuerte experiencia con el Espíritu Santo. Posteriormente se extendió a otras instituciones de enseñanza superior en territorio norteamericano al grado de repercutir en otros países.

El movimiento llega a nuestro país en 1970 con la celebración del primer retiro en la Ciudad de México dirigido por el padre Harold Cohen con el apoyo de Mons. Carlos Talavera, en aquel entonces director del Secretariado Social de la Arquidiócesis de México. Tres años después de aquel retiro llega a Puebla, una de las primeras ciudades que adoptaron la Renovación, lo organizó el sacerdote Salvador Martínez, Misionero del Espíritu Santo con ayuda de Alicia Martínez de Gómez.

De acuerdo a Roberth Phoenix, militante del movimiento de la Renovación en Puebla, la llegada a la angelopolis no fue fácil, sufrió desprecios e incomprensiones, al grado de  incomodar a mucha gente por su propuesta ritual, sin embargo, poco a poco fue aceptado y reconocido como obra del Espíritu Santo, de manera que produjo buen fruto en el terreno fértil previsto por el Concilio Vaticano II. A partir de 1987, en la circular 16/87 que emitió el entonces arzobispo de Puebla, Mons. Rosendo Huesca Pacheco, confirió a la Renovación su reconocimiento como Movimiento Eclesial para lo cual nombró como primer asistente Diocesano al Padre Luis Ruiz Velásquez (D.E.P.) quien junto con el Padre Humberto Vargas Rivera (D.E.P.), Vicario Episcopal de los laicos, integraron el primer equipo de coordinación diocesana. Actualmente el sacerdote Javier Prado asesora al movimiento y lo coordina Gilberto Pacheco López.

Cabe señalar que la Renovación Carismática es una corriente de gracia que ha tocado transversalmente las Iglesias cristianas (católica, ortodoxa, protestante). Incluye a unos 600 millones de cristianos en todo el mundo.

¿Qué pretende el Movimiento de la Renovación?


La Renovación Carismática Católica tiene como objetivo lograr una conversión profunda, en el que hombres y mujeres tengan una experiencia motivada por la acción y gracia del Espíritu Santo de modo que sean un testimonio genuino de vida cristiana. La misión que se plantea es “colaborar en la obra evangelizadora de la Iglesia diocesana, proclamando a Jesús como Señor, por el poder del Espíritu Santo y para gloria del Padre”.

Para tener un crecimiento adecuado y cumplir con el objetivo, se llevan a cabo diversos medios ordinarios de la Renovación tales como las Asambleas de Oración, la Evangelización Fundamental, la Formación Básica y los Grupos de Oración, los cuales son patrimonio de la Iglesia misma y no exclusivos de la Renovación; sin embargo, se toman y los hacen comunes en todas sus comunidades dándoles ciertas características que le dan una identidad definida al movimiento, un modo de ser muy particular, especialmente por su alegría, por sus cantos y ambientaciones.

Las Asambleas de Oración es la comunidad inicial y pilar de la Renovación, es la actividad central del movimiento, son una respuesta al anhelo que asiente la comunidad de creyentes en una participación más activa y personal en la comunidad eclesial y de relaciones más profundas en la Fe, sostenidas y animadas por la Palabra de Dios y la oración en común.

Se propone que sus miembros logren un encuentro vivo con Jesús y una adhesión personal a Él. Esto se procura mediante un curso de Evangelización Fundamental o Curso de Iniciación o Renovación, que comprende el anuncio del Evangelio o Kerigma, no como enseñanza de carácter doctrinal, sino como proclamación viva del mensaje de salvación en un clima de oración y conversión.

Si bien, este primer mensaje está dirigido de modo particular a quienes nunca han escuchado la Buena Nueva de Jesús, se vuelve cada vez más necesario a causa de las situaciones de descristianización frecuentes en nuestros días para un gran número de personas que ya recibieron el Bautismo. Por ello, esta experiencia se realiza mediante la renovación del propio Bautismo y la Confirmación, que lleva a una participación plena y madura en el culto y en la misión de la comunidad eucarística.

La misma Renovación asume la responsabilidad de ser educadora de la Fe, ya que tendrá verdadera fecundidad en la Iglesia en la medida en que conduzca al mayor número de fieles, en su vida cotidiana, a un esfuerzo humilde, paciente y perseverante para conocer siempre mejor el Ministerio de Cristo y dar testimonio.

Dóciles siempre a la discreta acción del Espíritu Santo, los Grupos de Oración han de transformarse paulatinamente en verdaderas comunidades cristianas, integradas y comprometidas por una mayor radicalidad evangélica en la edificación de una nueva sociedad. Esta transformación los ha de llevar a buscar cauces para su compromiso apostólico en las parroquias y en las estructuras de la Iglesia Diocesana.

Para sostener estos medios y mantener un buen funcionamiento se requieren de equipos básicos que hacen participar a los fieles dentro de los mismos; estos equipos son cinco: Animadores de Asamblea, Evangelizadores, Maestros o Equipo de Formación básica, Coordinadores de Grupos de Oración y Equipo de Canto y Música que sirve en cualquiera de los cuatro medios ordinarios para mantener una intimidad y comunión más estrecha, llevando todos el mismo fin de la Renovación, la experiencia del Dios vivo.


En la Arquidiócesis de Puebla hay 84 comunidades divididas en 10 zonas entre urbanas y foráneas, para darles seguimiento se constituyó la escuela “La Palabra es Vida”, que capacita a los servidores impartiendo una enseñanza sistemática y permanente en las áreas: Pastoral, Doctrinal y Espiritual, cumpliendo de esta manera su función bajo una guía personalizada o comunitaria.

domingo, 6 de noviembre de 2016

Una reflexión sobre los barrios de Puebla

Porque el santuario sigue en pie, el barrio se resiste a morir -porque la madre no se ha ido, la familia sigue reunida-, porque la Santísima sigue aquí, el barrio “no ha muerto, está dormido”, porque la luz sigue encendida, la fe sigue viva...

Por Pbro. Dr. Guillermo Hernández Flores, Párroco de Ntra. Sra. de la Luz


Nuestros barrios son -en lo que todavía tienen de barrios- comunidades que “el hombre desarrollado” ha dado en llamar premodernas. Se les reconoce como iguales a otros rumbos de la ciudad pero ya no en razón de la dignidad y del valor intrínseco de sus habitantes, sino en razón del reconocimiento que se les hace de sus carencias, que tienen que ser llenadas. Desde que en el mundo la economía se ha erigido como valor supremo, el hombre dejó de percibirse como prójimo para convertirse en un ser de necesidades abstractas- dejó de formar parte de las leyes no escritas de la comunidad para formar parte de las necesidades fabricadas por la economía- empleo, seguridad, salud, educación, drenaje, agua, etc., necesidades que sólo las instituciones encargadas de sanearlas pueden satisfacer.

De este modo, las autoridades que sí son “modernas”, perdieron la capacidad de comprender el sentido profundo de estas comunidades -llamadas con un orgullo nostálgico, “barrios”- y las han ido sometiendo, aunque con sus palabras lo nieguen, a un progresivo proceso de extinción. Desarrollarse o morir, la percepción del hombre como un ser de necesidades, meramente económicas, no ofrece otra opción.

En nuestros barrios todavía existen lugares comunes, donde se comparte un plato de frijoles, donde se llama uno por su nombre, donde los enfermos, viejos y discapacitados son parte de la vida de las familias junto a sus miembros más jóvenes y sanos, lugares donde se acoge y se es acogido.

Bajo el imperio de la diosa economía, esa que habla siempre de “macro”, estas ventajas de lo humano se desvalorizan y las bondades de la hospitalidad y la caridad se corrompen, la miseria que están viviendo, la desintegración familiar, la inseguridad y la violencia se deben al acabamiento de aquella mirada humana que antes los cobijaba y que veía al otro como al prójimo que compartía con nosotros un lugar y al que habría que acoger no en función de sus carencias sino en función de su ser. La mirada económica ha venido acabando con estas sociedades tradicionales -los Barrios- y con el sentido humano de su espacio.

La Luz: un barrio que agoniza y un santuario que pervive


Cuentan los viejos, aquellos tiempos de los mesones y de las calles de piedra, cuando la gente iba por agua con latas y a las fuentes de las esquinas, cuando el río bajaba cantando una canción de alegría. Todos, dicen, se conocían. Las calles, como los panes, se llamaban de otra manera. No había “changarros”, eran las tiendas de un comercio vivo que se apellidaba como sus dueños. Los caserones rebosaban no sólo de gente sino de contento cuando todos los días, desde la torre y al tañer de las campanas, el barrio se despertaba... Ahora es diferente.

Las calles se han vuelto de asfalto, concreto o se han adoquinado y la gente ha perdido su nombre. Las fuentes han desaparecido y el agua se compra y se vende. Ya no hay mesones sino puras vecindades que languidecen en esos mismos caserones destruidos hoy por el tiempo y por algunas de nuestras autoridades. Tampoco hay tiendas con nombres de gente, ahora sí hay “changarros” que se llaman “supersitos”.

Las calles y los panes, como la gente, se olvidaron de sus nombres; el río, ahora, es de automóviles y, sobre su lápida de concreto, se lee “Boulevard Cinco de Mayo”. Y en medio de los escombros, el barrio, en sus tradiciones, se resiste a morir.

Vive una prolongada agonía cuando, todos los días, al despertar, sigue oyendo esas campanas que, desde la torre y con su tañer cantan su dolor... Sin embargo, el Santuario, en el corazón del barrio, nunca deja de latir, y la Madre de la Luz nunca deja de llamar a los que se han tenido que ir. Y a los que se han quedado, que de “braveros” se han vuelto huraños, de creyentes a incrédulos y de fieles a indiferentes, la Madre que habita el Templo, aún sin que la visiten, les sigue dando esperanza, amor y consuelo.

Porque el Santuario sigue en pie, el barrio se resiste a morir -porque la Madre no se ha ido, la familia sigue reunida- porque la Santísima sigue aquí, el barrio “no ha muerto, está dormido”, porque la luz sigue encendida, la fe sigue viva. Por eso vuelve a la vida cuando, todos los días, al despertar, sigue oyendo esas campanas, que desde la torre y con su tañer, cantan su resurrección.