miércoles, 21 de diciembre de 2016

Lección de humildad y bondad

...Dios renueva en cada uno de nosotros su redención acompañado por un cúmulo de gracias, tan constantes y tan llenas de delicada providencia que todos podemos recordar ante Él. Y esto lo hace Jesús niño, desde su pesebre...


En medio de la algarabía de estos días navideños, es difícil concentrarse y detenerse un momento para contemplar la profundidad del misterio de la Encarnación del Hijo de Dios. Sin embargo, vale la pena prescindir por un momento de todo cuanto externamente pueda distraernos y concentrarnos para esperar con ilusión ferviente la renovada Encarnación de Dios en el propio corazón.

La presencia de Jesucristo, despojado de todos sus atributos de grandeza, reducido a tal extremo de pobreza y de sacrificio, es una invitación para seguirlo por el camino de la entrega total que Él ya ha recorrido antes con infinito amor por nosotros. Por eso, detenerse ante el misterio de la Encarnación, es darse la oportunidad de conmoverse ante el modelo de obediencia a la voluntad del Padre, que quiso marcar tan dolorosamente todas las circunstancias de su nacimiento.

En medio de las fiestas navideñas hagamos una pausa, llenos de sencillez, ante el pobre pesebre, en un esfuerzo humilde y fervoroso de nuestra fe, tan intenso como nunca lo hemos hecho hasta ahora, considerar en Jesús no un nacimiento más, no una Encarnación más que se cumple todos los años, sino el nacimiento que es capaz y suficiente para impulsarnos de manera decisiva hacia la santificación real de nuestra vida. Porque la noche de su nacimiento, Dios renueva en cada uno de nosotros su redención acompañado por un cúmulo de gracias, tan constantes y tan llenas de delicada providencia que todos podemos recordar ante Él. Y esto lo hace Jesús niño, desde su pesebre, dándonos sin palabras, una lección de humildad y de bondad que jamás podremos olvidar porque nos la recuerda todos los días cuando lo asimilamos y lo poseemos en el misterio de su Eucaristía.

Lección de bondad y de humildad: dos virtudes que bastan para cambiar de manera insospechada toda una vida y dirigirla a la perfección y máxima santificación. Es una lección sin palabras ni discursos, una lección viva que ojalá seamos capaces de sentir con toda la intensidad de que seamos capaces, dejando que broten por sí mismas las consecuencias. Por eso, de rodillas, pidamos a Jesús que nos hable tan directamente y nos enseñe con tal persuasión que aprendamos para toda nuestra vida a ser mansos y humildes de corazón para poder cumplir la misión de la que Jesucristo nos ha hecho partícipes.

Celebremos estas fiestas navideñas y dispongámonos para comenzar el nuevo año con la decisión inquebrantable de que Jesucristo, niño ahora, vaya creciendo en todos más y más hasta el desarrollo perfecto y la maduración plena.

Ojalá que ante la contemplación de Dios hecho hombre, anonadado y humillado hasta el extremo, nos decidamos a entender también así nosotros el estilo de nuestra entrega a la vocación sublime que hemos recibido: Ser santos que se traduce en amor y justicia.

martes, 6 de diciembre de 2016

La cultura navideña

La Navidad, en su original significado es la culminación del Adviento, la conmemoración solemne festiva y jubilosa del nacimiento o natividad de Jesucristo, el motivo para que los cristianos es que olviden sus diferencias y se reúnan en torno a la figura del Niño Dios.

Por Arqueólogo Eduardo Merlo Juárez


Los medios de comunicación masiva empiezan, desde principios de noviembre y otros más abusivos, desde finales de octubre, a saturar sus espacios con mensajes cuidadosamente preparados, primeramente una música que implica un trasfondo de cascabeles y trote como de caballos, con acompañamiento de orquestas un tanto disimulado. Si en la televisión se mira un árbol lleno de luces, esferas y escarcha, debajo un sin fin de cajas forradas de papel diseñado con flores, estrellas, etc., predomina el rojo. Tras la ventana se advierte un clima frío, si se puede, nevado. Dentro, la familia se agrupa ya sea en el comedor, alrededor de una opípara mesa en que destacan bebidas embriagantes, al menos sidras. Todos están muy contentos, sonríen; en un momento dado se abrazan efusivamente, como si algo hubiera explotado en ellos.

Los televidentes saben bien que es por la Navidad, no obstante, en ese instante surge la inducción comercial, ya sea el membrete de un banco que garantiza una mayor seguridad en el futuro. Puede ser un almacén que tiene los mejores artículos; una joyería que insiste en que una piedra preciosa es para siempre. Para enfatizar ese “afecto” maquillado, no puede faltar el abuelo y la abuela, símbolo de reforzamiento hogareño.

El árbol, cuajado de luces y esferas resplandece, un niño o niña busca afanosamente y no encuentra el juguete durante mucho tiempo y machaconamente se le ha proyectado en la pantalla, entonces llora y de pronto, atrás de la puerta aparece el papá con el preciado regalo, todo es felicidad. Se dice y se repite: ¡felicidades! ¡Feliz Navidad! y se sobreentiende que justamente eso es la Navidad, una mesa bien puesta, ropa gruesa de excelente calidad, un arbolito robado a la naturaleza, risas y más risas, comer y comer; regalar, regalar. En ese proyectil subliminal, nada se mencionó, ni de lejos, sobre el significado auténtico del término “Navidad”, puesto que es lo que menos importa.

Parece inconcebible que se dediquen tantos días a anticipar uno solo, pues así, sin el mensaje profundo que este día tiene, es como todos, sólo que por obra y desgracia de la publicidad, se torna en día del regalo, dispendio y fingimiento. Los diarios aumentan sus páginas porque la publicidad paga planas y planas, uno puede seleccionar los encabezados: ¡Compre! ¡Aproveche ofertas! ¡Ahorre! ¡Obsequie! ¡Regale! ¡Comparta! Las más guapas modelos se atavían con cortos atuendos y bufandas. La radio recorta los programas para dar cabida a comerciales que siempre tienden a que los oyentes se familiaricen con el término gastar. Esa es la navidad moderna, por ello se desvelan y se endrogan los jefes de familia.

Vuelta a las imágenes televisivas. El bombardeo inmisericorde de mensajes navideños de los años cuarenta, nos contagió con un personaje que de tanto verlo, se ha hecho familiar. Es gordo, simpático, calvo y barbón. Usa una especie de mameluco rolo con orlas blancas; botas negras y relucientes muy achatadas. Tiene una nariz boluda y hasta cierto punto roja, no se sabe si por el frío o por algún afecto etílico. Lleva un costal enorme a cuestas, lleno, originalmente de juguetes, pero ahora hasta de refrigeradores y automóviles; sugerencia sutil de que es capaz de regalar artículos de esa envergadura, porque es la encarnación misma del consumismo. Por su atuendo se deduce que proviene de un clima helado y así era, porque ahora suele incursionar como Pedro por su casa en los más tropicales medios, sus pequeños anteojos redondos y sonrisa provocativa, es la encarnación misma de la navidad contemporánea. Es justamente el amo de esta festividad, a él y lo que representa se le rinde el culto más profundo.

Incluso los niños más pobres de las áridas y mortíferas regiones zaireñas lo reconocerían con los ojos cerrados, tan solo por oír esa carcajada socarrona, sabrían que se trata del dios navideño, el mismísimo Santa Claus, quien vive en lo más recóndito del Polo Norte junto a su señora Mamá Santa, casi tan gorda como él, y ambos son los ejecutivos del inmenso taller en que se confeccionan todos los juguetes imaginables. Los obreros son gnomos o enanos con apariencia infantil que felices trabajan día y noche para surtir los pedidos que cada Navidad hacen los muchachitos soñadores. Como quien dice, Santa Claus es el ejemplo a seguir de empresario próspero que saca el mayor de los provechos de sus trabajadores, dado que el fin justifica los medios. Todos esos enanos son ajenos completamente a sindicatos, servicios médicos y demás prestaciones, faltaba más, pues en el Polo Norte ninguno se atrevería a demandar a tan internacional patrón; ¿qué sería de la Navidad sin Santa Claus?

El dichoso anciano suele salir de sus glaciales moradas montado en un trineo que se desplaza sobre las nubes a tracción de renos, con esto no da lugar a contaminación alguna, salvo la natural, pues a pesar de que vuelan los venturosos animalitos, deben tener sus necesidades. Cada uno de estos como venaditos tiene su nombre y su historia, principalmente la que los llevó a ser elegidos para tirar del vehículo santaclosiano.

Suele vérseles a contraluz los días de luna llena, se les escucha por el tintineo de las campanitas que los adornan, sonido que enmudece cuando arriba a alguna chimenea, para no despertar a los niños mientras el gordo personaje se encoge para entrar por el tiro de tabiques. Claro está que habría que verlo encoger sus llantitas para introducirse por los tubos de los calentadores, dado que para este bendito clima nuestro, las chimeneas son totalmente inútiles. El caso es que el gordo, la chimenea, el trineo, los renos y el color rojo, se han incorporado como símbolos de una Navidad superficial, vaga y asociada compulsivamente al derroche.

Resumiendo, vale la pena hacer una especie de iconografía de esa “Navidad” que dista mucho de la original:

Nieve: la blancura de los campos, la escarcha sobre los árboles y hasta el precioso diseño de los cristales que conforman los copos, nos habla de la región nórdica originalmente, pero trasladada a los Estados Unidos y de ahí a quien se deje.

Árbol adornado: es la remanencia de un antiquísimo culto al espíritu del bosque en la mitología escandinava. Justo en el inicio del solsticio de invierno, tenla lugar una solemne ceremonia en que escogía un pino gigantesco, el cual se adornaba lo mejor posible y se realizaban bailes a su alrededor. Los primeros evangelizadores cristianos del norte de Europa permitieron el culto, pero dedicado a Cristo-Sol.

Botas: representan a Santa Claus y se confunden con la tradición mediterránea de dejar zapatos viejos en la ventana, para que el Niño Jesús deje un recuerdo de su natalicio.

Calcetas: es prácticamente lo mismo que las botas.

Chimenea: necesariamente en los climas fríos y asociada al hogar o fuego familiar, de ahí que simbólicamente Santa Claus entre al seno de la familia.

Santa Claus: personaje controvertido que se ha conformado con varias tradiciones; primeramente proviene de los duendecillos que en Escandinavia y Rusia habitan los bosques y que sorprenden a leñadores y cazadores furtivos, pero confortan y regalan a quienes se preocupan por preservar la naturaleza. Su traje rojo indica calidez y las orlas blancas el forro de piel para soportar el frío. También se enriqueció con la personalidad de un santo católico: Nicólas de Myra o de Bari, el cual es uno de los más importantes en el culto de la Iglesia Ortodoxa Rusa y Griega, quien predicó también en Europa y su nombre latinizado Sancte Nicolaus, se compactó a Santclaus y luego Santa Claus. El santo obispo dio lugar a la tradición de traer regalos a los niños católicos el 6 de diciembre.

En Inglaterra, después de la reforma de Enrique VII, se decidió que los regalos infantiles se dieran en la Navidad, borrando la asociación al santo. Así, sin querer queriendo, Nicolás no sólo trasformó sus vestiduras episcopales en el atuendo de los gnomos, sino que engordó y hasta se casó, por obra y gracia de ese sincretismo entre pagano y protestante.

La Navidad, en su original significado es la culminación del Adviento, la conmemoración solemne festiva y jubilosa del nacimiento o natividad de Jesucristo, el motivo para que los cristianos es que olviden sus diferencias y se reúnan en torno a la figura del Niño Dios. En los primeros tiempos de la Iglesia era ocasión de compartir el ágape o comida común, ofreciendo alimento y limosna a los pobres y sobre todo: afecto y amor, sin gastos ni desperdicios, absolutamente ajeno a los regalos de compromiso y a fingidos ambientes, simplemente cantando como los ángeles en Belén: “Gloria a Dios en el cielo y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad”.