Por Fr. Leobardo García, O.F.M.
RASGOS PRINCIPALES DE LA VIDA DE FRAY SEBASTIAN DE APARICIO
En un pequeño pueblo llamado La Gudíña de la provincia de Orense, España, nació el Beato Sebastián de Aparicio, el 20 de enero del año de 1502.
La Gudiña cuenta actualmente con una población de mil 250 habitantes y una de las principales calles lleva el nombre de Fray Sebastián de Aparicio. Al nacer Sebastián, era una villa muy pequeña de 50 habitantes más o menos, se le dio el nombre de La Gudiña porque a la entrada de la villa vivía una mujer lista y de buen carácter que vendía comida a los caminantes y para hacerles agradable el rato en que descansaban y tomaban sus alimentos, les contaba chistes muy agudos y por eso le dieron el mote de La Agudiña, en gallego. Pasó este nombre con el correr de los años a la pequeña villa, perdiendo la “a” y quedando como nombre propio: La Gudiña.
Sebastián de Aparicio dejó la casa paterna y su patria chica con el consentimiento de sus padres, a los veinte años de edad, con el fin de encontrar un trabajo mejor remunerado para ayudar a sus progenitores. Llegó a la ciudad de Salamanca donde encontró una señora viuda rica, que lo ocupó como mayordomo de campo. En un año de servicio demostró a su patrona las virtudes cristianas, respeto sumo a su persona, obediencia a sus mandatos, fidelidad en el dinero que manejaba, piedad muy arraigada en sus oraciones y misas dominicales, amor a Dios y a su prójimo en el trato con él. Por estas y otras virtudes su patrona quedó prendada del joven Aparicio, al grado de inducirlo a un acto contra la castidad a fin de comprometerlo a casarse con ella. Sebastián rechazó esta instigación y abandonó inmediatamente el trabajo.
Después de este triunfo en que Sebastián demuestra control de sus pasiones, a los veinte años de edad, se dirigió a Andalucía con el mismo propósito de encontrar un buen trabajo. Llegó al puerto de San Lúcar de Barrameda, colocándose en la casa de dos doncellas huérfanas que vieron en Sebastián a un buen hombre para administrar sus bienes y a un gran protector de sus personas, por las virtudes cristianas que manifestaba en su porte. Una de ellas se enamoró locamente de Sebastián por sus cualidades morales manifestándole sin rodeos su pasión dominante, pero Sebastián por el control de las pasiones que tenía, rechazó inmediatamente la proposición que le hizo y abandonó el trabajo.
En el mismo puerto de San Lúcar, encontró trabajo en la finca de un señor muy rico, donde trabajó durante siete años obteniendo cosechas extraordinarias debido a sus conocimientos de agricultura y a su responsabilidad en el trabajo. Cuando Aparicio manifestó a su patrón que iba a separarse para venir a la Nueva España, él le ofreció el mejor sueldo y darle una parcela en su finca; pues Sebastián en el curso de siete años había hablado con los que iban y venían de la Nueva España y todos le contaban que en las tierras vírgenes y exuberantes del Nuevo Mundo se podía hacer capital con menos trabajo. Ilusionado por el viaje al Nuevo Mundo, se embarcó para México en el año de 1533, a la edad de 31 años.
VIAJE DE APARICIO A MEXICO
Sebastián de Aparicio llegó al puerto de Veracruz, donde permaneció una corta temporada, pues no encontrando ambiente propicio para trabajar en el campo, determinó pasar a la Ciudad de Puebla recién fundada por Fray Toribio de Benavente el 16 de abril de 1531.
Durante dos años trabajó Sebastián en la agricultura en el valle de Puebla con sus paisanos, utilizando los métodos que había aprendido al lado de sus padres, pero viendo que del cultivo de maíz y frijol no sacaba lo suficiente para ayudar a su familia, dejó ese trabajo para dedicarse a construir carretas gallegas en compañía de un amigo carpintero llamado Miguel Casado. Amansó los novillos para uncirlos a las carretas y transportar todo lo que llegaba al puerto de Veracruz, repartiendo la carga entre las ciudades de nuestro país. Abrió una brecha de 450 kilómetros de México a Veracruz, extendiéndola más tarde hasta Zacatecas para transportar los minerales extraídos de sus ricas minas.
17 años trabajó con su flotilla de carretas hasta llegar a formar un buen capital con el cual compró dos haciendas; una de agricultura entre Azcapotzalco y Tlalnepantla, cerca de la ciudad de México, la segunda para dedicarse a la ganadería, especialmente a la cría de ovejas. 20 años se dedicó a trabajar en estas dos haciendas: de 1522 a 1572.
A decir de los historiadores, Sebastián dejó el trabajo de la agricultura por no dejarle muchas ganancias y se dedicó a la construcción de carretas para tener una mejor retribución; sin embargo, el motivo principal fue quitar la carga de las espaldas a los naturales para ponerla en las bestias que Dios había multiplicado en abundancia en nuestro País. Pues esto fue lo que hizo también Fray Juan de Zumárraga siendo Obispo de México, traer los asnos a nuestra Patria para que los naturales no cargaran como asnos.
SEBASTIAN REPARTE SUS BIENES ENTRE LOS POBRES E INGRESA A LA ORDEN FRANCISCANA
Fray Sebastián de Aparicio, por consejo de sus confesores franciscanos del Convento de Tlalnepantla, entró a la Orden como hermano donado sirviendo aproximadamente dos años al Convento de las Clarisas de la ciudad de México y decidió repartir entre los pobres el capital que logró adquirir por el asiduo trabajo de 39 años, para seguir a Jesús por el camino estrecho de la pobreza al ser aceptado, como hermano lego, en la Orden de Frailes Menores por el Padre Provincial de la Provincia del Santo Evangelio, Fray Antonio Roldán. El día 9 de junio del año 1574 recibió el hábito de novicio, a la edad de 72 años, de manos del Padre Guardián Fray Juan de Bastidas en el Convento de San Francisco de la ciudad de México y tuvo como Maestro de novicios al Padre Fray Luis Guzmán.
En el año de noviciado fue el mayor en edad y en virtudes pues desde muchos años atrás había venido luchando para imitar a Nuestro Señor Jesucristo en sus virtudes. Jesús ha dicho: “Desde el tiempo de Juan Bautista, hasta el presente, el reino de los Cielos se alcanza a viva fuerza y los que la hacen a sí mismos, son los que lo arrebata” (Mt 11,12). Sebastián luchó durante su juventud para ser obediente, casto, desprendido de los bienes terrenos, humilde, manso, caritativo, piadoso, fervoroso, paciente y prudente, de tal modo que entró al noviciado, no para estudiar la ascética y mística y empezarla a practicar como sus compañeros, sino para acrecentar todo el cúmulo de virtudes que había ido adquiriendo en el mundo. Por eso algunos de sus compañeros palpando sus enterezas, se acercaban a él mejor que a su Maestro, para pedirle algún consejo en sus crisis espirituales.
Llegó por fin el día de la alegría más grande en la vida de Sebastián: el 13 de junio de 1575, profesa en el Convento de San Francisco de la ciudad de México, de manos de su padre Guardián Fray Francisco de las Navas, pues su anterior Guardián que le dio el hábito, Fray Juan de Bastidas había terminado ya su Período.
A principios del año 1576, el Padre Superior del Convento de Santiago de Tecali teniendo necesidad de un hermano que los atendiera en los trabajos domésticos, pidió al Padre Provincial que le remediara esa necesidad. El Padre Provincial le mandó al hermano Sebastián de Aparicio, neoprofeso que residía en el Convento de San Francisco de México. Siendo el único hermano de la pequeña comunidad de dos sacerdotes y él, tuvo que dedicarse al oficio de sacristán, cocinero, hortelano y limosnero para remediar las necesidades del convento que se fundó en el año de 1540. Sebastián con sus virtudes características de caridad, obediencia, humildad y laboriosidad, muy pronto se ganó el cariño de sus hermanos que lo consideraron como un gran amigo que los aconsejaba y estimulaba en sus trabajos apostólicos, como el mejor hermano que siempre les tenía preparada su ropa y alimentación, y el mejor compañero con quien cambiaban impresiones y se distraían en sus ratos de descanso.
El Padre Superior del convento de San Francisco de la ciudad de Puebla, que conocía las virtudes de Fray Sebastián y las amistades que tenía con hombres de buena posición, pidió al Padre Provincial que enviara a Fray Sebastián al convento de Puebla para remediar la gran necesidad de sostener las dos cocinas del convento: la cocina que alimentaba a 90 religiosos, la mayor parte estudiantes para el estado sacerdotal, y la cocina de la enfermería que daba asistencia a más de 300 religiosos que venían al año del Obispado de Tlaxcala. Sin proponérselo, Sebastián regresó a Puebla a pasar el resto de su vida en el convento franciscano en el año 1577, contando con 75 años de edad. La obediencia lo dedicó a recoger semillas y leña para el convento; tuvo necesidad de pedir a sus amigos dinero para construir dos carretas y comprar los bueyes para arrastrarlas. Con las dos carretas hacía el recorrido a Tlaxcala, Tepeyanco, Huejotzingo, Cholula, Amozoc, Tepeaca y lugares circunvecinos. En este trabajo pasó 23 años sirviendo con gusto a sus hermanos por amor de Dios, hasta el momento en que el Altísimo lo llamó para premiar sus virtudes en el reino de los Cielos, en el año de 1600, a la edad de 98 años.
MUERTE Y BEATIFICACION DE FRAY SEBASTIAN DE APARICIO
Fray Sebastián de Aparicio, habiendo cumplido la misión que el Señor le encomendó en este mundo de trabajar para buscar el pan de cada día, haciendo el bien con su trabajo a sus semejantes y pasar sus últimos años al servicio de los religiosos franciscanos del convento de San Francisco de Puebla, murió en el año 1600, a la edad de 98 años, viernes 25 de febrero a las 8 de la noche, atendido por el Padre Juan de San Buenaventura, a causa de una hernia estrangulada que lo mortificó por muchos años.
Cuatro días permaneció su cadáver insepulto en el templo por las maravillas que Dios estaba realizando en sus devotos que lo rodeaban, al grado de que le destrozaron cinco hábitos que le vistieron sus hermanos para sepultarlo, con el fin de conservar como reliquias sus pedacitos. Fue tanto el fervor de sus devotos que le cortaron la barba, los cabellos y hasta los dedos de las manos y pies. El mismo Padre Superior ordenó que le cortarán una uña del pie para conservarla como reliquia y los testigos dicen que derramó sangre cuando se la arrancaron. Hubo necesidad que los religiosos se impusieran para trasladar el cadáver de la Iglesia a la sacristía para conservarlo, cumpliéndose a la letra lo que había profetizado a uno de sus amigos: “…en esta vida todo ha de ser trabajar y aun en la muerte he de ser despedazado.”
Después que el Señor Melchor Márquez, representante del Señor Obispo don Diego Romano, levantó un acta sellada por Notario Público de todas las maravillas que había visto y oído de testigos fidedignos, se acordó dar sepultura al cuerpo del venerable Fray Sebastián entre la pared y el altar de la Virgen Conquistadora.
El día 19 de julio del año 1600, cinco meses después de su muerte, el Provincial del Santo Evangelio, Fray Buenaventura de Paredes, haciendo la visita canónica al convento de San Francisco, quiso ver cómo se encontraban los restos del venerable Sebastián, teniendo en cuenta todas las maravillas que Dios había obrado en su muerte. Por esta razón, a las ocho de la noche reunió al Padre Guardián con sus Discretos para hacer en secreto las excavaciones encontrando el cuerpo intacto, fresco y blanco, flexible como si estuviera vivo tal como lo habían enterrado. Fue tanta la emoción que experimentó el Padre Provincial que le cortó un pedazo de carne de la mejilla para conservarlo como reliquia, segregando un licor suave y fragante. Examinando este hecho maravilloso, le volvieron a dar sepultura.
Dos años más tarde, el 29 de junio de 1602, por orden de los muy Reverendos Padres Comisario General, Provincial y Definidores de la Provincia del santo Evangelio, se abrió por segunda vez el sepulcro del venerable Sebastián de Aparicio, encontrándose su cuerpo como la vez anterior, fresco y flexible, como si estuviera vivo. Se le ordenó al Padre Guardián del Convento de san Francisco de Puebla que hiciera un escrito al Sr. Obispo don Diego Romano, pidiendo se hiciera un estudio médico-jurídico de la integridad e incorruptibilidad del cuerpo del venerable Sebastián de Aparicio. El Sr. Obispo personalmente fue a examinar el cuerpo de Fray Sebastián; al verlo flexible, con sangre fresca y de olor agradable, dio orden de que se le diera al Padre Guardián el testimonio que solicitaba. Se depositó el cuerpo en una caja de madera forrada con hoja de lata, cerrada con tres llaves y se colocó atrás del altar de San Francisco, a un lado de la epístola.
El Padre Comisario General de las Provincias Franciscanas de México, hizo una relación del estado admirable del cuerpo de Fray Sebastián después de dos años de muerto, al Rey de España Felipe III, para que ordenara una investigación médico-jurídica a fin de presentarla a la Santa Sede para pedir su beatificación. El 2 de mayo de 1768 el Papa Clemente XIII declara que sus virtudes fueron heroicas y el 1 de mayo de 1789, el Sumo Pontífice Pío VI decreta la solemne beatificación de Fray Sebastián de Aparicio.
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