sábado, 5 de septiembre de 2020

La educación cristiana, una oportunidad para construir la esperanza

Quienes trabajamos para comunicar la Buena Nueva desde el campo educativo nos sentimos invitados a la reflexión constante sobre el quehacer propio. De la autocrítica como ejercicio cotidiano nace la sensibilidad para mejorar la práctica docente. En este artículo quiero compartir algunas ideas sobre lo que significa formar universitarios, en nuestra sociedad mexicana actual, desde la inspiración cristiana.


Por Arquitecto Carlos Velasco Arzac, S.J. *


LOS ESCENARIOS CONTEMPORÁNEOS

Por la visión del hombre que tenemos y de la comunidad humana que deseamos, la realidad que encontramos cotidianamente no nos satisface, pues no permite la construcción plena de relaciones humanas dignas. Esta experiencia podría llevarnos a la frustración, a la resignación o al “sálvese quien pueda”, que complica más todavía el desarrollo integral de la comunidad humana.

Nuestra época ha visto aumentar la violencia a niveles inimaginables, desde los actos de delincuencia urbana hasta los refinamientos alcanzados por la tecnología aplicada a los conflictos bélicos, a pesar de que no hace mucho se declaraba que ese tipo de conflagraciones era cosa del pasado. La violencia también se expresa ahora en la capacidad que tiene la especie humana de poner en riesgo la vida de especies animales y vegetales mediante el deterioro acelerado del ambiente.

Y no sólo hablamos de conflictos que parecieran ajenos por su dimensión social y política. Existen también fuerzas, sistemas, instituciones y grupos que pretenden imponer proyectos de vida y formas de comportamiento uniformes y controlables, con un impacto terrible en el nivel de vida de las personas y su salud mental. Las consecuencias son la cultura de lo inmediato y fácil, pérdida de confianza en lo político, estrés, depresión, las salidas falsas del consumismo y la drogadicción... Todo esto produce en grandes núcleos de la población la desintegración familiar, marginación, y a la larga, violencia urbana. Estos efectos sociales, difundidos como entretenimiento por los medios de comunicación, traen dos consecuencias: por un lado, nos acostumbran a estos hechos y por otro se incita a la violencia represiva y se crea una demanda generalizada de que los poderosos recurran a ella y la legalicen.

El papel de la universidad es cuestionar el tipo de pensamiento que ha propiciado esta sociedad, identificar los criterios que impiden la creación de proyectos humanizadores, reflexionar y hacer propuestas para construir un mundo incluyente y fraterno, pues si queremos sociedades solidarias y relaciones humanas auténticas no podemos construir sobre el individualismo y la discriminación.

De la esperanza de transformar la realidad surge la forma de entender la misión de las universidades de inspiración evangélica como la oportunidad de ayudar en la construcción de una sociedad incluyente y fraterna mediante la formación humanista.

Esta misión universitaria se suma a la esperanza alimentada por el trabajo cotidiano, pocas veces difundido, de muchas mujeres y hombres que desde pequeños reductos dialogan, crean, ensayan, sufren y se acompañan en diversas experiencias de transformación de la realidad. Parece entonces que, a pesar de los escenarios tan ominosos descritos arriba, tiene sentido pensar que las cosas pueden ser distintas, si estamos dispuestos a asumir los riesgos de apostar la vida por lo que vale la pena.


UNA INSPIRACIÓN COMPARTIDA

La visión cristiana de la existencia invita al desarrollo pleno de la persona, desde el centro mismo de su realidad y en crecimiento de círculos concéntricos que se van tocando con la vida de los demás. Esta experiencia compartida plenifica las facultades individuales y actualiza la potencia más auténticamente humana, que es la comunicación.

Este ejercicio de contacto, de creación de espacios para el diálogo, es una nota característica de la vida universitaria. Nuestras instituciones están llamadas a ser foros de discusión de las ideas que enriquezcan la vida social. Y en este ejercicio de intercambio fructuoso de experiencias y visiones las instituciones de educación superior que asumimos los valores del Evangelio como principal referente, tratamos de poner en común nuestros dones para entre todos fortalecer nuestro trabajo educativo al servicio de un sector vital para el desarrollo de nuestra patria: los jóvenes.

La Asociación Mexicana de Instituciones de Educación Superior de Inspiración Cristiana (AMIESIC) propicia estos espacios de encuentro, principalmente a través de la pastoral universitaria. Nuestras universidades promueven foros de formación en valores, liderazgo, creación de cultura y análisis de la realidad que contribuyan a una acción evangélica más eficaz en la vida universitaria. Reconocemos que el mundo en el que viven nuestros jóvenes ofrece el éxito individual como el mayor valor, pero también hemos descubierto que la sensibilidad juvenil es capaz de reaccionar cuando se le proponen experiencias guiadas de contacto con la realidad, que le lleven a una toma de postura coherente con la visión cristiana del mundo.

Las universidades de AMIESIC intentamos así acompañarnos, en caridad fraterna que alimente la esperanza y nos ponga en comunicación con las experiencias de otros. Este espíritu de comunión se vive también con la Iglesia en sus instancias pastorales. Recientemente tuvimos la oportunidad aquí en Puebla de dialogar con educadores, laicos comprometidos, presbíteros, obispos y cardenales en el primer encuentro de centros de cultura de América Latina, convocado por el Consejo Pontificio para la Cultura. La riqueza de las ideas vertidas, lo mismo por doctos cardenales como Paul Poupard que por alumnos de nuestras universidades refrendó la importancia del diálogo para encontrar en las humanidades el corazón de la interdisciplina.

La gran línea de trabajo se encuentra entonces en la creación de cultura.


POR UNA CULTURA AL SERVICIO DE LA DIGNIDAD DE LA PERSONA

Un documento de la Compañía de Jesús ayuda a iluminar el sentido del trabajo universitario:

“¡Sólo la libertad y la inteligencia son los rasgos característicos del ser humano creado a imagen de Dios! Por eso, en todas partes y en cualquier circunstancia, la tradición intelectual sigue siendo de importancia crítica para la vitalidad de la Iglesia y la comprensión de las culturas que tan hondamente afectan al modo de pensar y de vivir de cada persona. Todos sentimos la necesidad de ‘dar razón de nuestra esperanza’ (1 Pe 3, 15) y la preocupación por reconocer ‘cuanto hay de verdadero, noble, justo, puro, amable, laudable, todo lo que es virtud y digno de elogio’” (Fil 4, 8). (CG 34, Dimensión intelectual del apostolado. N. 2).

La universidad propone y vive como modelo para lo anterior la educación humanista, que busca posibilitar las condiciones para que los alumnos que van a vivir e interactuar en determinadas condiciones, tengan la preparación adecuada para resolver problemas y construir nuevas formas de convivencia, de prácticas sociales, de búsqueda del bien común, que permitan establecer verdaderas comunidades humanas funcionales.

Nuestra educación propone:

  • Formar personas íntegras de gran calidad profesional y humana.
  • Conocer y reconocer las causas e ideologías que ocasionan los problemas de la región y del país, para construir propuestas de solución.
  • Colaborar a crear una nueva cultura que le haga justicia a los hombres y mujeres históricos, concretos.

En el ámbito de los contenidos, nuestras Universidades deben servir para promover el desarrollo humano, para enriquecer y mejorar la vida de todos los seres humanos a partir de cuatro principios fundamentales: aprender a conocer, aprender a hacer, aprender a ser, aprender a vivir juntos.

Nuestras universidades están capacitadas para profundizar el ideal democrático y consolidar el pluralismo cultural, religioso e ideológico, enseñar en la tolerancia y el respeto de otros pueblos y valores, preparar a los jóvenes para la vida en común y en la diversidad. De esta manera se proyectarán generaciones críticas de su pasado, comprensivas de su presente y creativas hacia el futuro.

Como miembros de la sociedad civil, nuestras universidades están ante el reto de generar nuevas perspectivas teóricas para limitar los abusos del mercado y del poder político, de ampliar las alternativas económicas y políticas. Como espacios de lo público, las universidades de inspiración cristianas pueden colaborar para que nuestra sociedad avance sustantivamente en la paz, el bienestar y la justicia.

Como universitarios y como bautizados en la fe del Señor de la Vida Abundante, estamos invitados a mirar con ojos de misericordia la realidad que está pariendo un siglo nuevo, cargado de nuestras ilusiones y nuestra firme convicción de que la historia tiene sentido, de que estamos trabajando en uno de los centros neurálgicos del futuro del mundo, y por eso estamos construyendo cimientos para la esperanza.


* El autor fue Rector de la Universidad Iberoamericana León (1990-1998) y de la Universidad Iberoamericana Puebla (1999-2005). En 1999 fue Director General de Servicios Educativos en la Universidad Iberoamericana Torreón. Fue presidente de la Asociación Mexicana de Instituciones de Educación Superior de Inspiración Cristiana (2001-2005). Rector del Instituto Cultural Tampico (2006-2007). Murió el 3 de octubre de 2009.