lunes, 26 de junio de 2017

El barrio y nuestra Señora

Antes éramos el Barrio de la Luz, después fuimos el Centro Histórico y luego Patrimonio Cultural de la Humanidad. Hoy, ya no sabemos ni quiénes somos. ¡Cómo pasa el tiempo!

Por Pbro. Guillermo Hernández y Alfredo Martínez Vázquez


Antes eran las calles 1ª, 2ª y 3ª de Nuestra Señora de la Luz, después fueron las de Díaz S. Ciprian, Tepetlapa y la 1ª de la Luz, luego la 2 Oriente, la 14 y la 16 Norte. Hoy, ya no sabemos ni dónde vivimos. ¡Cómo se va el tiempo!

Antes había pulquerías, muchas pulquerías, después cantinas, muchas cantinas; hoy, bebemos en los zaguanes y en las esquinas. ¡Cómo cambian los tiempos!

Antes había chimizclanes, después cocoles y luego bolillos y tortas. Hoy no tenemos ni para comer. ¡Qué tiempos!

Antes había mansiones, después mesones y luego puras vecindades, Hoy, ya no tenemos ni dónde vivir. ¡Aquellos tiempos!

Antes vivíamos con dos centavos de ilusiones, después a mil pesos nos las vendían y hoy ni con un millón compramos una. ¡Ah, qué tiempos!

Sólo Nuestra Señora de la Luz se sigue llamando igual, vive en el mismo lugar y sigue, desde el nicho de su Templo, viendo el tiempo pasar...

A cuántos ha visto nacer y a cuántos morir.
A cuántos matar y a cuántos sanar.
A cuántos destruir y a cuántos edificar.
A cuántos reír y a cuántos llorar.
A cuántos lamentarse y a cuántos bailar.
A cuántos abrazarse y a cuántos despedirse.
A cuántos ganar y a cuántos perder.
A cuántos callar y a cuántos hablar.
A cuántos armar pleito y a cuántos buscar la paz.
A cuántos amar y a cuántos odiar.

Hasta el reloj, Madre,
que ya también se tarda en tocar;
todos los días nos recuerda
tu tiempo al sonar.



El templo. Una impresionante mansión para la Luz

En el corazón de uno de los barrios más tradicionales de la ciudad de Puebla en la esquina de la 2 oriente y la 14 norte, se levanta el majestuoso santuario dedicado a Nuestra Señora de la Luz.

El Santuario fue comenzado antes de 1767 por Manuel del Toro. Para 1778 se había construido una bóveda, pero la obra fue suspendida y pasaron así muchos años. En 1805, el Pbro. Pedro Romero la concluyó y el templo fue abierto al culto público en 1812.

El templo presenta una planta de cruz griega con uniones cuadradas en sus ángulos, que solo abarcan la mitad de los brazos de la cruz, y en los espacios exteriores que quedan libres, dependencias del templo. Está cubierto con bóvedas de cañón, con lunetos en los cuatro brazos del crucero, vaídas en los espacios de unión y una gran cúpula sobre tambor y pichinas en el centro. Su estructura es, pues, semejante a la del Sagrario de México aunque diferente en el exterior por sus dos torres de cantera gris y un acceso principal.

Como el templo fue terminado en el siglo XIX su altar mayor y sus altares secundarios son de estilo neoclásico aunque se conservan un numero de pinturas coloniales, como las Escenas de la Vida de San Juan Nepomuceno, en su altar, y repartidos por el templo, numerosos y apreciables cuadros como La Vida de la Virgen, firmados por don Miguel de Mendoza y fechado alguno en 1781.

Buen ejemplar de arquitectura religiosa es este santuario. Su planta y disposición se separa de la monotonía que reina en el siglo XVIII. Su interior es alegre y atractivo.

La decoración exterior es magnífica, por el contraste de la portada de cantería, de un sobrio estilo neoclásico, con los muros revestidos de ladrillo y azulejo, con brillantes tableros que reproducen imágenes de santos. La serie de pináculos piramidales que exorna el cuerpo alto de las torres, presta a la iglesia un aspecto característico desde cualquier sitio que se le vea, diverso del que ofrecen las demás iglesias de Puebla.

El templo fue restaurado de 1987 a 1991 y en virtud de un constante mantenimiento, luce hoy a la par de otros templos magníficos de la ciudad. Su imponente interior, aunque pequeño, le ha valido el ser llamado la Catedralita.



La imagen. Un poema que evoca los acordes de la dulce campana de la Luz

El Santuario fue dedicado a Nuestra Señora de la Luz cuya venerada imagen procede de Palermo, capital de la isla de Sicilia, Italia. La imagen fue pintada en 1722 y su culto, después de extenderse a varias ciudades de Italia, se propagó a España y a sus colonias. En el Templo de San Isidro de Madrid (que fue de los Jesuitas) existe un hermoso cuadro de esta Virgen que se veneraba ahí antes de 1767, cuando la compañía fue suprimida. En 1807 vino a México el P. José María Genovesse, natural de Palermo de Sicilia, trayendo a la Nueva España la imagen original.

El Padre Genovesse resolvió hacer merced de ella a alguna de las casas de la Compañía de Jesús en México y para decidir la preferencia se sortearon todas las iglesias de la Compañía en México. Tocó en suerte a la casa jesuita de León y el 2 de julio de 1732 fue colocada en el templo llamado de la Santa Escuela. Con el tiempo la imagen se trasladó a la Catedral de León y el 8 de octubre de 1902 fue coronada solemnemente como patrona de la ciudad.

La imagen presenta el rostro de la Virgen del que salen resplandores que eclipsan los mismos rayos del sol, su sonrisa es sobrenatural, su semblante es afable y risueño, su mirada amorosa y tierna. Alados serafines sostienen sobre su cabeza triplicado diadema imperial. Su túnica es blanca y esplendente, ceñida por la cintura como esmaltada faja de flores y de sus hombros pendientes un manto azul. Nubes de ángeles y serafines forman su escolta y en actitud de cuidadoso servicio. En el brazo izquierdo sostiene a Jesús en forma de graciosísimo niño.

La Virgen se inclina ligeramente haciendo ademán de coger con su diestra a un pecador que iba a ser sepultado en la honda garganta del infierno. Un ángel, hincando humildemente la rodilla ante ella, le presenta una canastilla de corazones; el divino Niño, sentado en su brazo, los toma de uno en uno y con su contacto los purifica y los enciende con las llamas de la caridad.



El redil y sus pastores. Casi 200 años de siembra y de esperanza

En la Sacristía del Templo el visitante puede apreciar una galería de pinturas, la mayoría de ellas pintadas al óleo y que, en diversos estilos, presentan la historia del Santuario en sus pastores, los que han vivido al lado de esta comunidad indómita y rebelde, entusiasta y noble.

En primer lugar está la del Padre Joseph De Meza, natural de Tecamachalco y profeso de la Compañía de Jesús. Se dice que era un sabio en Teología y que enseñaba con dedicación y cariño. Al parecer no tuvo nombramiento de Capellán pero, sin su presencia, simplemente no tendríamos hoy la devoción tan profunda a Nuestra Madre Santísima de la Luz. Meza y Luz, las dos con Z".

El segundo cuadro es del Padre Pedro Nolasco Romero. Este sí tuvo nombramiento y fue Capellán por largos 32 años. Otro sabio que enseñaba lengua mexicana en los Colegios de San Pedro y San Juan, y además, constructor, que terminó de edificar el Templo.

El tercer sitio de la Galería lo ocupa el Padre Joaquín Armas. Nacido cerca de Huamantla, en San Martín Jalapasco, fue Capellán del Santuario desde 1833. El Padre Armas era un gran latinista y eso enseñaba en el Colegio-Seminario del Espíritu Santo de Puebla.

Viene después el Pbro. José María Castelani y Flandes, poblano de pura cepa y Capellán del Santuario desde el 18 de junio de 1863. Era maestro de ceremonias y catedrático de Liturgia en el Seminario Palafoxiano. Sus tiempos fueron difíciles. Recibió el Santuario en las más críticas circunstancias debido a que las Iglesias estaban privadas de sus bienes y los eclesiásticos de sus beneficios. Sin embargo, en los 42 años que sirvió al Santuario, lo proveyó de un hermoso ornato y de todo lo necesario para un culto a la Santísima Virgen María que no sólo restableció sino que llevo a los límites de un gran esplendor. Celebró el P. José María, el 22 de diciembre de 1905, en solemnísima función, el primer centenario de la dedicación del Templo.

El siguiente Capellán fue el Sr. Cango. D. Atanasio de la Cruz Lemus. Fue el pastor de la comunidad de la Luz de 1912 hasta su muerte, en el año de 1939. Fundó la Congregación Mariana, uno de los grupos pastorales más relevantes del Santuario y por su altísima dedicación a promover el culto a Nuestra Señora de la Luz, fue nombrado Canónigo Honorario de la Basílica de León, Guanajuato, dedicado a esta advocación de la Virgen. Al final de su vida el Señor le preparó para ver la LUZ privando a sus ojos de ver la luz. Atanasio de la Cruz Lemus murió ciego en el Santuario el 25 de marzo de 1939.

Mons. Aurelio Mendoza ocupa el sexto lugar en la galería de Capellanes-Rectores del Santuario. Nació en San Andrés Chalchicomula el 12 de julio de 1909. Fue ceremoniero de Catedral, Ecónomo del Seminario Palafoxiano y uno de los encargados de la construcción de sus nuevas y modernas instalaciones. A la muerte del Canónigo Lemus, se hizo cargo de la Rectoría del Santuario con el que vivió uno de sus periodos más esplendorosos. Falleció el 4 de septiembre de 1976.

El séptimo Capellán-Rector del Santuario -séptimo también de la histórica galería-, es el Padre Rafael Espinosa Rojas. De la misma cepa del P. Catalani, nació en Puebla el 10 de enero de 1934, fue Prefecto y profesor en el Seminario Menor y Ecónomo del Seminario Mayor Palafoxiano. Rector del Santuario del 13 de septiembre de 1976 al 30 de agosto de 1979, fecha en que fue trasladado a la Parroquia de Tepeaca, junto al Niño Doctor en los mismísimos brazos de Nuestra Señora de la Luz.

Sigue después el Obispo entre los Rectores-Capellanes. Nacido en Tlatlauqui, Pue., el 28 de octubre del mismo año en que moría en el Santuario el Sr. Lemus, quinto de los Capellanes, el Padre Efrén Ramos Salazar es, en la historia y en la galería, el octavo. Fue profesor de Liturgia en el Seminario Palafoxiano y Secretario Canciller de la Curia Diocesana. Y después de ser Capellán del Santuario fue párroco de Izúcar de Matamoros y Vicario Episcopal de la Zona Sur de la Arquidiócesis. Rector-Capellán del Santuario de mayo de 1979 a octubre de 1988, fue Obispo de la Diócesis de Chilapa, Chilpancingo. Su presencia carismática nunca ha dejado de sentirse en la cátedra del Santuario y entre la gente del Barrio.

Ocupando un lugar prominente por su sabiduría viene, en seguida, la presencia más efímera entre los pastores del Santuario: El Sr. Pbro. Dr. Justino Cortés Castellanos. Fue Rector-Capellán del 27 de noviembre de 1988 al 10 de septiembre de 1990 (sólo 23 meses). Nacido en Santa Rita Tlahuapan, Pue., el 16 de marzo de 1933, su corta estancia en el Santuario sólo se compara con la gran sabiduría que prodigó en él. Diplomado en Pastoral Catequética por la Universidad Católica de Chile, licenciado en Filosofía por la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma y Doctorado en Teología por la Pontificia Universidad de Salamanca.

Finalmente, el último lugar de la galería aún está vacío. El actual Rector-Capellán, el Padre Guillermo Hernández Flores se hizo cargo del Templo desde el 11 de septiembre de 1990. Nacido, como el Padre Aurelio, en San Andrés Chalchicomula, continúa la tradición de la presencia del Seminario en el Santuario. Fue prefecto y actualmente es Bibliotecario del Seminario Mayor Palafoxiano. Doctor en Filosofía por la Universidad Gregoriana de Roma, ha sido profesor de esa materia por muchísimos años en el mismo Seminario y en otras universidades de México. Al Padre Guillermo ha tocado acompañar al Santuario en sus sufrimientos de los últimos años y su ministerio, al decir de muchos, ha sido como la conciencia vigilante del Barrio.

jueves, 15 de junio de 2017

Que no les falte el amor de cada día

…queridos novios, en este camino que comienzan, cada uno tendrá que renunciar frecuentemente a sus propios proyectos, a sus propios gustos, a sus propios intereses personales por el bien del proyecto común. Desde ahora van a decir “nuestros hijos”, “nuestra casa”, “nuestra familia”, no van a decir “yo”, “tú”, “lo mío”, “lo tuyo”… Van a empezar a conjugar el verbo “nosotros”…


¿Recuerda o recuerdas las palabras que el sacerdote les dijo el día de su boda, el día de tu boda? Los que tienen muchos años de casados seguramente reirán nerviosamente y exclamarán un “no me acuerdo, fue hace tanto tiempo” o tal vez exclamarán “lo único que me acuerdo es que la misa fue muy linda, y la pachanga, qué tal”. Los más jóvenes, los que apenas tienen un puñado de años buscarán afanosamente el video de la boda y los esposos, al ver y escuchar las imágenes, recordarán, tal vez palabras sencillas o una reflexión elocuente, lo que el presbítero les dedico aquel día, sin omitir los detalles de la fiesta…

¿Y usted? Me preguntará el lector. Sinceramente no recuerdo las palabras más importantes del  sermón el día de mi boda, busqué el video de mi casamiento y me dio mucho gusto revivir esos momentos. Y para que no se vuelva a empolvar ese recuerdo, transcribí las palabras que el sacerdote pronunció el día del enlace nupcial y comparto con ustedes, a propósito de que mi esposa y yo cumplimos cinco años de casados:


Hoy, para ustedes, Enedina y Alfredo, es un día muy especial que han venido preparando desde hace muchos meses, o años tal vez, y hoy han decidido unirse sacramentalmente. Han decidido hacer de este amor que se tienen, un proyecto de vida en común que es para siempre ¿o que dicen ustedes? ¿Es para un ratito, Enedina? ¿Es para unos meses, Alfredo? ¡Hasta la eternidad!

Es motivo de alegría, es motivo de fiesta para Dios, por eso hoy lo celebramos con sus familiares, con sus amigos, con la gente más cercana a ustedes.

Hoy, ustedes desean que Dios camine a su lado y ustedes caminen con Él, sin embargo, este camino que comienzan no será fácil. Son dos familias distintas, diferentes, la familia Martínez Vázquez, por un lado, la familia Corona Santa Fe por otro lado, con maneras distintas de vivir, con dos experiencias, incluso provienen de dos estados de la república mexicana diferentes, uno el Estado de México y el otro el Estado de Puebla. Sin embargo, el amor supera barreras, el amor supera distancias, el amor supera todo. Los que sí es que estas dos familias van a sentirse ensanchadas, la familia Martínez Vázquez va a enriquecerse con la aportación de la familia Corona Santa Fe, y la familia Corona Santa Fe va a enriquecerse de las aportaciones de la familia Martínez Vázquez, porque van a convivir, aunque ustedes van a vivir aparte. “El casado casa quiere”, dice el refrán, y van a vivir aparte.

Muchos de los aquí presentes saben por experiencia propia que la vida en común de una pareja pide sacrificio, pide esfuerzo, pide entrega, pide donación. San Pablo, en la segunda lectura que hemos escuchado, lo dice muy clarito: “el amor es paciente, el amor es amable, el amor pide confianza y comprensión, el amor deja a un lado la envidia, el orgullo, el enojo…”

Sí, ustedes, queridos novios, en este camino que comienzan, cada uno tendrá que renunciar frecuentemente a sus propios proyectos, a sus propios gustos, a sus propios intereses personales por el bien del proyecto común. Desde ahora van a decir “nuestros hijos”, “nuestra casa”, “nuestra familia”, no van a decir “yo”, “tú”, “lo mío”, “lo tuyo”… Van a empezar a conjugar el verbo “nosotros”, porque ustedes comienzan a ser una comunidad intima de vida y amor, a ejemplo de esa comunidad perfecta y plena que es la Santísima Trinidad. Por eso, ustedes van a vivir el amor de esa manera, y a veces cuesta y es un reto, pero ustedes tendrán, no lo duden, la ayuda permanente de la gracia de Dios. Dios, no les va a fallar, no les falla a ustedes porque ustedes han decidido venir a la Iglesia ante nuestro Señor y pedirle que bendiga su amor. Y cuando el hombre y la mujer deciden que Dios bendiga su unión, esa unión del hombre y la mujer se diviniza, se eterniza.

Hasta ahora, tú Alfredo, has amado a Enedina a lo Martínez Vázquez, porque no podías haberla amado de otra manera, como Enedina te ha amado a lo Corona Santa Fe, pero ahora se amarán a lo divino, porque su amor se diviniza, su amor se sublimiza, su amor se eterniza. Hoy ustedes quieren decirse, sin miedo, que se aman y se aman intensamente y que quieren que Dios consagre su amor y lo proyecte en la vida de todos los días.

Me gustaría pasarles el micrófono y me dijeran: ¿Qué sienten en este momento? ¿Qué experimentan? Miren el texto, ¡qué bello!: “Mi amado es como una gacela, como un ciervo joven. Ahí está: se detiene detrás de nuestro muro; mira por la ventana, espía por el enrejado. Habla mi amado, y me dice: ¡Levántate, amada mía, y ven, hermosa mía!”

Este poema que hemos leído y se nos entrega como palabra de Dios, en todo caso, es lo mismo que les pasa dentro de ustedes y que vale la pena que nos lo quieran decir a todos tan claramente, así tan sencillamente, tan ingenuamente, tan sin miedo que se aman y quieren amarse hasta la eternidad y quieren este amor en su dimensión divina, esta dimensión sobrenatural porque han decidido que se aman y quieren ser totalmente el uno para el otro y que eso les remueve las entrañas. Es algo que alienta, es algo que reconforta, es algo que nos anima a todos en este mundo, en esta sociedad en la que da miedo amar, amar de verdad, amar auténticamente, es un anuncio gozoso en este mundo que enseña a desconfiar los unos de los otros: “Ten cuidado, te están engañando, te está tomando el pelo, se está burlando de ti…” Y olvidamos que amar es el sentido profundo de la vida cristiana, definitivamente no hay auténtica vida cristiana sin amor.

¿Qué nos dice Jesucristo una y otra vez en el evangelio de San Juan? “Como el Padre me ama, así los amo yo”… Así deben amarse ustedes, “permanezcan en mi amor”. “Ámense los unos a los otros y en esto conocerán que son mis discípulos”… Y si ustedes realmente son cristianos, y lo creo, porque no tendría sentido la celebración litúrgica sacramental de este matrimonio, pues entonces ustedes vivan como Jesús lo pide en su evangelio. Jesús nos ama y quiere que sean felices y que ustedes se mantengan siempre unidos en este amor.

¿Qué le vamos a decir dentro de un momento? ¡Felicidades mi vida! ¡Felicidades Alfredo! Que Dios los bendiga, porque esta felicidad plena solo se da cuando se ama a lo divino, cuando se ama como dice Teresa de Calcuta, “hasta que duela”, con alegría. Pero, además, ustedes no van a caminar solos, Jesucristo va a estar de su lado, y no solo Jesucristo, la santísima Virgen maría a quien han invitado, sin duda alguna, a su boda. Por eso, en el evangelio que hemos proclamado de San Juan, es muy bello, muy hermoso. ¡Una boda! Es uno de los momentos más gratificantes que se da en la vida humana ¿Por qué? Porque es la culminación de muchas ilusiones, de muchas esperanzas, es la expresión del amor más grande, es la experiencia de la felicidad, de belleza, de abundancia… Y al rato, qué abundancia de la comida, en la bebida, aunque sea agua de Jamaica pero va haber mucha. Y la abundancia de la música, del baile y la alegría, es una fiesta, es la fiesta del amor a la que Cristo y la santísima Virgen son invitados.

¡Miren, qué hermoso!, aquí en el evangelio se nos presenta: Jesucristo acepta la invitación, se hace presente en la boda de Caná de Galilea, es una verdadera noticia que nos habla de la cercanía de Cristo, de la cercanía de Dios y las relaciones humanas.

¡Miren!, todos nos hemos bañado y perfumado para venir a la fiesta, nos hemos arreglado. Porque la novia viene guapa, porque el novio está impecable, porque la novia significa la Iglesia santa, limpia, inmaculada que sin mancha se entrega a su esposo. Y el novio tendrá que significar a Cristo mismo que se entrega a su esposa hasta la última gota de su sangre… Así va ser tu amor Alfredo, así vas a amar a Enedina y ella te va a corresponder con alegría.

Dense la mano… Ya Dios los está uniendo, ya Dios los está consagrando y aquí también está la santísima Virgen María. Fíjense qué hermoso, Cristo presente que bendice la alegría, que bendice el amor humano, todo lo humano. Dios bendice su amor que consagra la unión del hombre y la mujer, quiere decir que Dios es amigo de la vida, de las relaciones humanas, de las bodas… Me imagino a Cristo, ahí en la boda, brindando por los novios, por su felicidad… De tal manera que  la alegría se siente y el vino está alimentando esa alegría. Se acaba el vino ¿y qué pasó? La santísima virgen se da cuenta de la angustia de los novios, la preocupación de los novios y apenas están a media fiesta. ¡No! ¡No tienen vino! ¡Oye hijo, no tienen vino! -Aún no ha llegado mi hora. Sé que no ha llegado tu hora. Y entonces María dijo “hagan lo que él les diga”…

Miren, la presencia de Jesús en una boda, puede interpretarse como la purificación, como la santificación de todas las bodas, lo mismo que santificó a la familia por el hecho de nacer, crecer y vivir en una familia. Y qué hermoso, “hagan lo que mi hijo les diga”…

Había seis tinajas de agua que servían de purificación de los judíos, y Jesús transformó esas seis tinajas en un vino delicioso, en un vino exquisito, seis tinajas de cien litros cada una… Dense cuenta, este vino está hablando de la fiesta, de la alegría, del espíritu de que los novios siempre deben vivir en la alegría, en el gozo del espíritu de Jesucristo.

Enedina y Alfredo, que no se les acabe el vino, que no se queden nunca con el agua insípida de su humanidad, que no llegue el aburrimiento, el enfado, la rutina, la costumbre, la indolencia, el cansancio, los abusos, el desencanto, las incomprensiones, las dudas… Todo eso es lo que hace el agua insípida y que no saboreen el vino exquisito del encuentro, de la alegría, de la paz, del gozo… Ahí va estar siempre la virgen a su lado para interceder por ustedes. ¡Cómo hace falta que los esposos siempre invoquen a la Señora del Cielo cuando se les acaba el vino! ¡Cuántos habrá que arrastran la cobija y están que si se quedan, que si se separan o de plano algunos ya se divorciaron! Qué ocasión hermosa para renovar el amor en el matrimonio de ustedes, por eso es fiesta y espero, queridos esposos, que aprueben sus amor.

Les insisto, no olviden la presencia de la virgen María en medio de ustedes, ella es el camino seguro para llegar a Cristo, ténganla siempre, invóquenla, díganle “padre, ayúdanos”, “madre, se nos acaba el vino”. No digan “mira esta mujer ya está vieja, no da para más”. ¡No!, “quiero seguir con ella, quiero seguir con él” hasta que la muerte nos separe… Que así sea.

Cabe señalar que el presente texto ha sido de ayuda para hacer un balance de nuestra vida en pareja mediante un retiro matrimonial y renovar el compromiso que hicimos un 16 de junio de 2012.

jueves, 1 de junio de 2017

Restaurar la Plaza Pública

Estamos en el siglo XXI, época de continuas sorpresas, de nuevos progresos tecnológicos. Tenemos la ciencia y la técnica, pero nos falta meditar sobre la grandeza del hombre, su origen y su destino.


Por Pbro. Guillermo Hernández Flores

Hace veinticinco siglos, en Grecia, en la antigua Atenas, los anhelos del hombre por la libertad, por la belleza, por el saber, por el descubrimiento de sí mismos, por acercarse a los recónditos del ser y la existencia, por la verdad, florecieron en el horizonte de la humanidad. Era entonces el anuncio de la aurora que traía el comienzo de una nueva civilización, pletórica de luz y de gracia para la razón del hombre: la civilización occidental.

Los primeros hombres que se atribuyeron la empresa de abordar esta aventura se llamaron a sí mismos sophoi, es decir, sabios. En la evolución de los conceptos y las personalidades, estos sabios perduraron con el nombre de sofistas, algo así como pseudo sabios. Los primeros sofistas eran hombres hábiles en el manejo de la palabra, eran retóricos cuyo arte de persuadir con la palabra les permitía vociferar la capacidad de persuadir a cualquiera de cualquier cosa. A pesar de sus habilidades, los sofistas generaron desconfianza en la capacidad humana de conocer la verdad: todo depende del punto de vista, todo es relativo y el hombre es la medida de todas las cosas, en el sentido de que son como el hombre quiere. Los sofistas decían que no existe el ser; que si existiera sería incomprensible y si fuera comprensible sería incomunicable. Como consecuencia los dioses se estremecían en el Olimpo ante la amenaza de su extinción y la moral andaba por los suelos.

En estas circunstancias aparece un hombre en el areópago de Atenas, retando a los sofistas. Se llamaba Sócrates y no decía de sí mismo que era sophós, sino philósopho, es decir, deseoso o amante de la sabiduría. No se consideraba en posesión de la sabiduría, sino buscador, aficionado, como quien está lejos de lo que busca.

Platón, gran discípulo de Sócrates, dirá que los filósofos desean y buscan el saber, como captación de la verdad, en cambio, algunos sólo buscan opiniones y apariencias, estos tales eran llamados filodoxos. Kant se lamenta de que muchos transforman la filosofía en filodoxia, como si no pudiéramos alcanzar más que meras opiniones sobre la realidad, y no verdaderas certezas. Sócrates, Platón, Aristóteles, Pitágoras, eran enamorados de la verdad. En el siglo XX, Etienne Gilson afirmaba que la primera pregunta que se debiera hacer a un estudiante de Filosofía es esta: “tú, ¿realmente estás enamorado (de la verdad)?”

Sin embargo, esta verdad o sabiduría que anhela el filósofo, ¿es sólo curiosidad? Evidentemente no. Por supuesto que hay una gran dosis de curiosidad, de asombro, de admiración ante la existencia del cosmos. Pero si buscamos el principio de todas las cosas, no sólo es para admirarlo sino para descubrir el sentido de la vida. Es decir, se trata de saber qué sentido tiene la existencia para poder vivir de modo adecuado a lo que somos.

Hace veinticinco siglos deambulaban un gran número de relativistas y escépticos, y unos cuantos que se esforzaban en conocer y difundir la verdad de las cosas: del mundo, del hombre y de Dios. Estos son los grandes temas constantes a lo largo de la historia: el mundo, el hombre y Dios. ¿Qué hay de verdad sobre estas cuestiones? ¿Qué podemos conocer del mundo, del hombre y de Dios? ¿Cómo acercarnos al mundo, al hombre (nosotros mismos) y a Dios? ¿Qué hay de la verdad? ¿Qué hay de la bondad? ¿Qué hay de la belleza? ¿En qué consiste la verdadera sabiduría? ¿Y la ética? ¿Cómo debe ser mi conducta para vivir con autenticidad humana?

Después de veinticinco siglos la filosofía continúa haciéndose las mismas preguntas. Estamos en el siglo XXI, época de continuas sorpresas, de siempre nuevos progresos tecnológicos. Tenemos la ciencia y la técnica, pero nos falta meditar sobre la grandeza del hombre, su origen y su destino. Más allá del rendimiento y la utilidad hemos de poder discurrir sin límites, el progreso material necesita del progreso espiritual.

En este siglo de dinero y placeres, en que la ciencia y el saber se desarrollan sólo al servicio de la técnica y del mercado, se detecta un vacío de espíritu. Más que nunca se requiere el saber desinteresado, la contemplación desde las altas cumbres. La misma ciencia y el progreso material replantean la necesidad de filosofar, es decir, de ir en busca del último principio que nos dé alguna razón de todo cuanto existe.

Es necesario que el areópago se restaure, la plaza pública desde donde los griegos supieron dar al hombre la conciencia de sí mismo. Esa es la pretensión de este espacio: una paráfrasis de aquella plaza pública, un lugar donde podamos admirar y maravillarnos de las realidades de la philosophia perennis, desde donde las preguntas para el espíritu broten libres y espontáneas abriendo el espacio para amar y encontrar la sabiduría, desde dónde la razón y la fe descubran, en un infinito banquete esponsal, la unidad, la belleza, la verdad y la bondad del ser.

Termino con una reflexión de Jaime Balmes de un libro publicado en 1846, “Todo lo que concentra al hombre”: “En un siglo de metálico y de goces, en que todo parece encaminarse a no desarrollar las fuerzas del espíritu, sino en cuanto pueden servir a regalar el cuerpo, conviene que se renueven esas grandes cuestiones, en que el entendimiento divaga con amplísima libertad por espacios sin fin. Sólo la inteligencia se examina a sí propia.

“La piedra cae sin conocer su caída; el rayo calcina y pulveriza, ignorando su fuerza; la flor nada sabe de su encantadora hermosura; el bruto animal sigue sus instintos, sin preguntarse la razón de ellos; sólo el hombre, esa frágil organización que aparece un momento sobre la tierra para deshacerse luego en polvo, abriga un espíritu que, después de abarcar el mundo, ansía por comprenderse, encerrándose en sí propio, allí dentro, como en un santuario donde él mismo es a un tiempo el oráculo y el consultor.

“Quién soy, qué hago, qué pienso, por qué pienso, cómo pienso, qué son esos fenómenos que experimento en mí, por qué estoy sujeto a ellos, cuál es su causa, cuál el orden de su producción, cuáles sus relaciones: he aquí lo que se pregunta el espíritu; cuestiones graves, cuestiones espinosas, es verdad; pero nobles, sublimes, perenne testimonio de que hay dentro de nosotros algo superior a esa materia inerte, sólo capaz de recibir movimiento y variedad de formas; de que hay algo que con su actividad íntima, espontánea, radicada en su naturaleza misma, nos ofrece la imagen de la actividad infinita que ha sacado el mundo de la nada con un solo acto de su voluntad”. (J. Balmes, Filosofía Fundamental, I, cap. 1, § 4).