domingo, 16 de mayo de 2021

Cantinflas en su tinta

En algunas películas a color, Mario Moreno “Cantinflas” pudo dar cachetadas con guante blanco a personajes de la vida pública interpretando diversos oficios (médico, profesor, sacerdote), ciertamente con su tinte cómico, pero con efectivas dosis de incomodidad en situaciones que no son ajenas a nuestra realidad. Considero necesario rescatar esos diálogos, esos pensamientos que el mimo mexicano interpretó y que de alguna manera pudieran servir para fortalecer la deteriorada conciencia social.


Cantinflas y la doctrina social de la Iglesia

Padre Damián: Padre Sebastián, he sabido algo que me preocupa profundamente, comprendo que lo guía una buena intención, pero me veo en la necesidad de llamarle la atención. Don Silvestre me llamó para darme una queja, se trata de que en las primeras lecciones del catecismo les ha metido en la cabeza a los niños ciertas ideas que considero altamente perjudiciales.

Padre Sebas: ¿Cómo cuáles Padre?

Padre Damián: Pues les ha dicho a los chicos que hagan ver a sus padres que el esfuerzo de su trabajo debe estar en proporción al salario.

Padre Sebas: ¡Ah, eso sí! Que si cobran más que trabajan que cobren menos, pero que, si trabajan más que cobran, pues que cobren más.

Padre Damián: ¿Y usted sabe que esas teorías ya han empezado a armar líos y que varios obreros se han presentado con Don Silvestre pidiéndole aumento en el salario?

Padre Sebas: ¡Ah pues qué bueno!

Padre Damián: ¿Bueno? ¿Por qué?

Padre Sebas: Recuerde usted que se ha de procurar que las riquezas no se acumulen en manos de los ricos y que se repartan entre los trabajadores

Doña Sara: Pero eso es comunismo

Padre Sebas: No Doña Sara, esa es la encíclica de su santidad Pío XI. Y su santidad Juan XXIII en su encíclica dice: “que los trabajadores deben ganar lo suficiente para tener un nivel de vida verdaderamente humano que les permita sacar adelante a su familia”.

Padre Damián: Pero la forma en que lo enfoca puede traer problemas.

Padre Sebas: Pues no lo creo porque su santidad León XIII allá por el año de 1891 ya lo decía en su encíclica (Rerum Novarum) “que el Estado debe ayudar a la clase proletaria, porque del trabajo y del esfuerzo del obrero salen las riquezas de los Estados”. Eso lo dijo hace mucho tiempo y no ha pasado nada. No, si es un error querer acabar con los ricos, hay que acabar primero con los pobres Padre.

Padre Damián: Eso no lo dice la encíclica.

Padre Sebas: No, eso lo digo yo. Porque acabando con la pobreza pues habrá más equidad en el mundo.

Padre Damián: ¿Cómo es posible que siendo tan olvidadizo y distraído se sepa de memoria las encíclicas?

Padre Sebas: Es que en el noviciado me pusieron como castigo aprendérmelas un día que en presencia del Señor Arzobispo dije que yo esperaba grandes beneficios del actual concurso económico

Padre Damián: Ecuménico…

Susanita: Bueno, ¿y cuáles son esos beneficios que usted espera Padre Sebas?

Padre Sebas: Pues, pequeñas cositas si usted quiere pero que hagan menos grave, menos triste a la Iglesia. ¿Por qué la Iglesia debe ser triste? Al contrario, que haya alegría. ¿Por qué debe haber esas narices arrugadas y esas caras seriotas? ¿Por qué se debe hablar en voz baja casi en secreto como ocultando algo? ¡No! Yo creo que al Señor le gustaría ver pues, sonrisas y gente contenta en su casa. Y luego esas penitencias de gente humilde, esas promesas que hacen de ir a rezarle a la virgen de rodillas y llegan sangrando. Pues si la virgen es nuestra madre, ¿y a qué madre le iba gustar ver sufrir a sus hijos?

De la película “El Padrecito”, 1964, en el contexto del Concilio Vaticano II


Cantinflas y la burocracia

Melgarejo: Así me gusta, hasta que lo reconoció, y, es más, hay cosas que pasan aquí que también la culpa es de usted, no me lo desniegue.

Licenciado: ¡Le está usted faltando el respeto a un superior! Y no me vaya a venir con la fracesita de “el ministro y yo” porque ahora no le va a servir de nada. Recuerde que lo puedo despedir inmediatamente.

Melgarejo: ¡Ah! pero no le voy a dar ese gusto licenciado, no. Desde este momento reciba usted mi renuncia irrevocable, ¿me oyó? Irrevocable

Licenciado: ¡Aceptada! ¡Lárguese!

Melgarejo: ¡Ah! ¡No, no! Tampoco así de lárguese. ¡No! Déjeme desahogarme, si tengo algunas palabras que decirles a todos mis excompañeros.

Melgarejo: Sí señor. Ustedes tienen un concepto muy equivocado de lo que es la burocracia. ¿Saben de dónde proviene esa palabrita? Buró del francés, bureau, que en español significa escritorio y cracia, del griego cratos que significa poder. En otras palabras, es decir, ustedes ejercen el poder desde los escritorios.

Pero no toda la culpa es de ustedes. No, si ustedes son buenas gentes, la culpa más bien es de sus superiores, de jefes como usted y de muchos como usted que son aves de paso, que no han sabido inculcar en los empleados públicos el verdadero sentido de la burocracia y la responsabilidad que esta encierra. Porque las fallas en la administración frenan el desarrollo, el progreso, la democracia. ¿Saben lo que es democracia? El poder del pueblo por el pueblo y aunque ustedes también son pueblo, se olvidan de los que están allá afuera, de los que esperan, de los que hacen cola como estos que también son pueblo… Y que ellos dependen de ustedes, pero ustedes también dependen de ellos porque ellos al pagar sus impuestos, sus contribuciones están pagando los sueldos de todos ustedes, sus vacaciones, sus servicios médicos, sus jubilaciones.

En otras palabras, todos necesitamos de todos, vivimos en un mundo agresivo, en un mundo angustioso, en un mundo donde nadie creemos en nadie, hemos perdido hasta nuestra propia fe porque… ¿Por qué les estoy hablando? Si a lo mejor ni me entienden, estoy predicando en el desierto, de manera que, ya me voy. Licenciado voy, no me corre. Y saben una cosa, los voy a extrañar, de manera que, adiós mis ex compañeras y ex compañeros de trabajo… si a esto se le puede llamar trabajo.

De la película “El ministro y yo”, 1976


Cantinflas y el ejercicio médico

Doctor Medina: …fui a un asunto relacionado con mi profesión, doctor.

Doctor Marín: ¿Algún enfermo?

Doctor Medina: El papá de un enfermo. El papá de un niño que no quiere darle permiso de que lo operen.

Doctor Villanueva: ¡Ah! A propósito de ese niño. He sabido que lo atiende demasiado y es un enfermo que no le pertenece.

Doctor Medina: Se equivoca usted doctor. ¿Desde cuándo los enfermos son propiedad de nosotros los médicos? “Que no toques este porque es mío”. “Que deja que grite el de más allá porque pertenece a mi institución privada”. No doctor, como dice el juramento hipocrático “en todos los hogares que deba penetrar lo haré con gusto para cuidar de un enfermo.

Doctor Villanueva: Y a mí la experiencia me aconseja que no es bueno que el paciente se encariñe demasiado con su médico o viceversa.

Doctor Medina: Y si no se encariña con su médico, ¿con quién quiere que se encariñe? En su lecho de dolor, nosotros somos sus únicos amigos, somos su única esperanza, somos como una madre. ¿Por qué cree usted que el emblema del seguro social es una mujer con su hijo en brazos? ¿Por qué se le ocurrió al arquitecto?

Doctor Marín: Está bien doctor Medina, está bien, que esto no vuelva a repetirse.

Doctor Medina: Haré lo posible doctor, pero no se lo prometo…

De la película “El Señor Doctor”, 1965. ¿Antecedente del Instituto Gesundheit!?


Cantinflas y el magisterio

También ustedes, necesitan buenos cimientos que son la educación, el respeto a sus mayores y, sobre todo, el deseo de estudiar, de sobresalir y servir a la patria. 

La misión del educador no solamente es enseñar, sino ahondar en la vida de sus alumnos, porque los niños solo tienen dos fuentes de aprendizaje: el hogar y la escuela. Si falla una, la otra no funciona. Es sencillamente como el box, usted tiene muy buena izquierda, pero si no sabe rematar con la derecha, pues todo está perdido. Así es en la vida, uno se mata enseñando, uno les está diciendo esto es lo bueno, esto es lo malo, dándoles ejemplo, pero ¿qué pasa? Vuelven al hogar, ven los ejemplos malos y ya no saben distinguir de la bueno y de lo malo y entonces, se les olvidó de lo que uno les enseñó.

De la película “El profe”, 1964.


Cantinflas y la seguridad

777: ¿Concretamente qué decía el caballero?

Policía: Hablaba muy mal de la policía.

777: ¡Ja! ¿No me diga? ¿Y usted conoce que alguien hable bien de la policía? ¿De manera que, usted es de los que habla mal a espaldas de la policía?

Detenido: ¡Y también de frente!

777: ¡Eso sí me gusta! ¡Eso sí ya me gusta! Yo creo que nos vamos a entender.

Detenido: Yo sé, que la policía está para cuidar a la sociedad que paga sus servicios. Que está para protegerla, no para ensañarse con ella

777: ¿Eso dijo usted?

Detenido: ¡Eh, sí señor!

777: Pues está bien dicho. ¿A quién no le pareció?

Detenido: También dije que caer en una delegación es peor que haber caído en otros tiempos que caer en la santa inquisición.

777: Haber, haber, haber. Sígale

Detenido: Mucho se dijo que en los gobiernos no había corrupción. ¡Ah!, que ya no habría mordidas, que la justicia no tendría precio, que habría mucha moralidad… Y ya ve usted qué ha pasado: ¡Nada!

777: Pura demagogia, pura demagogia

Detenido: Pero aquí estoy yo tratando de hacer valer mis derechos

777: ¡Ah no! Eso sí, sus derechos valen licenciado, sus derechos valen y sus impuestos siguen trabajando.

Detenido: Entonces dígame, ¿por qué no encierran a los meros gallones?

777: Porque hay escasez de huevos.

Detenido: Eso es, qué bárbaro, qué bárbaro, qué bárbaro. Tal vez esté gritando en el desierto, pero gritando. ¡Mientras permanezcamos callados, nadie va a escuchar nuestro silencio!

777: ¡Ay qué frases licenciado! ¡Qué frases! Ojalá así fueran todos los consignados.

Detenido: Así es que enciérrenme, fusílenme o hagan algo porque no les voy a dar un solo centavo a estos señores. ¡Ya lo oyeron! ¡Ni un centavo partido por la mitad! Por eso me trajeron hasta acá, por no haber aceptado el precio que le ponían a mi libertad.

777: ¿Lo oyeron? Están con sus caras de mustios. Lo oyeron, ¿verdad? ¡Digan algo! No pueden, claro, no se pueden desnegar, ¡no! ¡Ay licenciado!, de verdad tengo la piel chinita. Oiga y usted ¿nunca ha aparecido en la televisión?

Detenido: No, no, ni quiero ni falta que me hace.

777: No, ni habría patrocinadores, pues si le sacan, le sacan… Lleven a este hombre tan gritón, tan agresivo, pues tiene toda la razón. Hombres como él nos hacen falta para el desarrollo de nuestros pueblos. Porque si en lugar de dar mordida, de solapar corrupciones, denunciáramos las inmoralidades y exigiéramos nuestros derechos, otro gallo nos cantaría… Sí, así como lo oyen. Ahora no dicen nada ustedes, porque como quien dice a ustedes no les viene el saco, ustedes no son los que dice el señor, como quien dice, son de los otros…

Detenido: Entonces qué, ¿me puedo ir?

De la película “El patrullero 777”, 1978.


Cantinflas y la política que no ha cambiado

Mucho se ha dicho que se hará justicia caiga quien caiga y resulta que caen los que no debieran caer mientras aquellos, aquellos a quien les cae de todo, esos nunca caen.

Vivimos en un mundo de desorden y de violencia, un mundo donde nadie respeta a las instituciones, ni las instituciones respetan a nadie. Un mundo de injusticias donde se abusa de la autoridad que da el poder. Nosotros, la policía, debemos representar el orden y la seguridad y no convertirnos en una amenaza uniformada.

Compañeros, cuando nos demos cuenta, cuando hagamos conciencia que, más que autoridad, somos servidores públicos, nos habremos ganado el respeto de nuestros conciudadanos y la confianza de la sociedad a la cual servimos.

Palabras de agradecimiento del personaje teniente Diógenes Bravo, en la película “El patrullero 777”, 1978.


Cantinflas y la política exterior

Con humildad, con humildad de albañiles no agremiados, debemos de luchar por derribar la barda que nos separa; la barda de la incomprensión, la barda de la mutua desconfianza, la barda del odio… El día que lo logremos, podremos decir que nos habremos volado la barda… Pero no la barda de las ideas, ¡eso no! ¡Nunca! El día que pensemos igual y actuemos igual, dejaremos de ser hombres para convertirnos en máquinas, en autómatas.

Ese es el grave error de los colorados, el querer imponer por la fuerza sus ideas y su sistema político y económico.

Hablan de libertades humanas, pero yo les pregunto: ¿existen esas libertades en sus propios países? Dicen defender los derechos del proletariado, pero sus propios obreros no tienen ni siquiera el derecho elemental de la huelga…

Hablan de la cultura universal al alcance de las masas, pero encarcelan a sus propios escritores por decir la verdad…

Hablan de la libre determinación de los pueblos y, sin embargo, hace años que oprimen una serie de naciones sin permitirles que se den la forma de gobierno que más les convenga…

¿Cómo podemos votar por un sistema que habla de dignidad y acto seguido atropella lo más sagrado de la dignidad humana que es la libertad de conciencia eliminando o pretendiendo eliminar a Dios por decreto?

¡No señores representantes! Yo no puedo estar con los colorados o, mejor dicho, con su manera de actuar. Respeto su modo de pensar, allá ellos, pero no puedo dar mi voto para que su sistema se implante por la fuerza en todos los países de la Tierra.

El que quiera ser colorado, que lo sea, pero que no pretenda que inhiba a los demás.

Momento, momento jóvenes, ¿por qué tan sensitivos? Hombre si no aguantan nada. ¡No!, si no he terminado. Tomen asiento, ya sé que es costumbre de ustedes abandonar estas reuniones en cuanto oyen algo que no es de su agrado. Pero no he terminado, tomen asiento, no sean precipitosos, todavía tengo algo qué decir a los verdes, ¿les gustaría escucharlo?

Y ahora, mis queridos colegas verdes, ¿ustedes qué dijeron? Ya votó por nosotros. Pues no jóvenes. Y no votaré por ustedes porque también tienen mucha culpa de lo que pasa en el mundo.

Ustedes también son… medio soberbios, como si el mundo fuera ustedes y los demás tuvieran importancia muy relativa y aunque hablan de paz y de democracia y de cosas muy bonitas, a veces pretenden imponer su voluntad por la fuerza… por la fuera del dinero.

Yo estoy de acuerdo con ustedes que debemos luchar por el bien colectivo e individual, en combatir la miseria y resolver los tremendos problemas de la vivienda, el vestido y el sustento. Pero en lo que no estoy de acuerdo con ustedes es en la forma que ustedes pretenden resolver esos problemas.

Ustedes también han sucumbido ante el materialismo, se han olvidado de los más bellos valores del espíritu pensando solo en el negocio. Poco a poco se han ido convirtiendo en los acreedores de la humanidad y, por eso, la humanidad los ve con desconfianza.

El día de la inauguración de la asamblea, el señor embajador de doladronia, dijo que el remedio para todos nuestros males estaba en tener automóviles, refrigeradores, aparatos de televisión. Y yo me pregunto: ¿para qué queremos automóviles si todavía andamos descalzos? ¿Para qué queremos refrigeradores si no tenemos alimentos qué meter dentro de ellos? ¿Para qué tener tanques y armamentos si no tenemos suficientes escuelas para nuestros hijos? Debemos de pugnar porque el hombre piense en la paz, pero no solamente el impulsado por su instinto de conservación, sino fundamentalmente por el deber que tiene de superarse y hacer del mundo una morada de paz y tranquilidad cada vez más digna de la especie humana y de sus santos destinos, pero esta aspiración no será posible si no hay abundancia para todos, bienestar común, felicidad colectiva y justicia social.

Es verdad que está en manos de los países poderosos de la Tierra, verdes y colorados, el ayudarnos a nosotros los débiles, pero no con dádivas, ni con préstamos, ni con alianzas militares. Ayúdenos pagando un precio más justo, más equitativo por nuestras materias primas. Ayudemos compartiendo con nosotros sus notables adelantos en la ciencia, en la técnica, pero no para fabricar bombas, sino para acabar con el hambre y con la miseria… Respetando nuestras costumbres, nuestras creencias, nuestra dignidad como seres humanos y nuestra personalidad como naciones por pequeños y débiles que seamos.

Practiquen la tolerancia y la verdadera fraternidad que nosotros sabremos corresponderles, pero dejen ya de tratarnos como simples peones de ajedrez en el tablero de la política internacional. Reconozcan como lo que somos, no solamente como clientes o como ratones de laboratorio, sino como seres humanos que sentimos, que sufrimos, que lloramos…

Consecuentemente no les he hablado a ustedes como excelencia, sino como un simple ciudadano, como un hombre libre, como un hombre cualquiera, pero que sin embargo cree interpretar el máximo anhelo de todos los hombres de la Tierra: el anhelo de vivir en paz, el anhelo de ser libres, el anhelo de legar a nuestros hijos y a los hijos de nuestros hijos un mundo mejor en el que reine la buena voluntad y la concordia. Y qué fácil sería señores, lograr ese mundo mejor, en que todos los hombres; blancos, negros, amarillos y cobrizos, ricos y pobres, pudiésemos vivir como hermanos, si no fuéramos tan ciegos, tan obcecados, tan orgullosos. Si tan solo rigiéramos nuestras vidas por las sublimes palabras que hace dos mil años dijo aquel carpintero de Galilea; sencillo, descalzo, sin frac ni condecoraciones: “Amaos, amaos los unos a los otros” Pero, desgraciadamente ustedes entendieron mal, confundieron los términos. Y ¿qué es lo que han hecho? ¿Qué es lo que hacen? “Armaos los unos contra los otros”. He dicho

De la película “Su Excelencia”, 1966, en el contexto de la guerra fría.