viernes, 29 de abril de 2011

Con el sudor de tu frente

Si bien, cansancios y fatigas son el salario de la jornada, no hay pretexto que evite beber el cáliz dulce del propio sustento, motivo del honesto vivir y de felicidad para tantas familias que de él esperan su crecimiento.

El trabajo ha sido desde todos los tiempos, parte importante del desarrollo humano, motivo de crecimiento y desarrollo de las capacidades físicas y espirituales del hombre. La discrepancia de opiniones surge cuando los ángulos de la vida laboral, se permean de las opiniones emitidas desde la propia experiencia de vida.

Maldición y castigo o bendición y premio, este es el dilema cuando no se ha encontrado la luz que ilumina la noche oscura del aburrimiento cotidiano, y de la esfera monótona que apaga las claras ilusiones y esperanzas de la vida. Trabajar es dilema cuando se ha perdido la visión de lo que verdaderamente templa el espíritu.

El estandarte tejido en el sudor y las lágrimas, se hace dependencia de la vista que contempla el castigo por el pecado, cometido en el principio de las edades y los siglos. Si bien, cansancios y fatigas son el salario de la jornada, no hay pretexto que evite beber el cáliz dulce del propio sustento, motivo del honesto vivir y de felicidad para tantas familias que de él esperan su crecimiento. Por añadidura, el rabí de Galilea trabajó con sus propias manos, labrando y aprendiendo, sudando y padeciendo las fatigas propias hasta ganarse el noble título del “hijo del carpintero” ¿Por qué entonces renegar de la noble misión del trabajo? ¿Por qué llenar de blasfemias la bendición de Dios, que a golpe de martillo labra el futuro promisorio de todos y cada uno de los pequeños, a quien el Padre viste y da de comer porque los quiere más que a los pajarillos y los lirios del campo? Es este el verdadero sentimiento que debe envolver el corazón de los hombres y las mujeres, que cada día surgen del mundo de los sueños, para incorporarse al mundo laboral de las realidades deseadas y probables de alcanzar, al mundo de la supervivencia y no sobrevivencia.

El mundo del trabajo no es una palestra invasora y negativa, es el corazón del hombre el que mancha la pureza de las intenciones y que pretende regresar, antes de los tiempos señalados, al polvo de donde fuimos sacados. Todos los problemas de injusticia, manipulación y explotación no pertenecen a la esencia de la actividad laboral, por el contrario, son propiedad de quien ha perdido el juicio sobre las sentencias divinas; de quien sólo ve junto a sí instrumentos, implementos y maquinarias de carne y hueso; de aquellos que ante las necesidades fraternas, arrancan pedazo a pedazo, la dignidad del hermano que sólo merece vejación y malos tratos, ¡total!

Y qué decir de los de este lado, de aquellos que aún no conquistan la cima del éxito ¡porque no han querido! porque no han descubierto que en la agresiva aridez de la tierra, late la fecundidad del paraíso terrenal, del edén perdido en el universo de las enzimas que obstruyen las arterias por donde debe correr la sangre nueva, el fluido del nuevo camino, del nuevo despertar llenó de esperanzas porque las manos están agrietadas pero satisfechas de haber obtenido, cada día, el mejor fruto para sí y para los que de ellas dependen.

Postre

De alegría y nostalgia se han contagiado millones de personas por la beatificación de Juan Pablo II, ceremonia que se llevará a cabo el domingo 1 de mayo, día dedicado a la Divina Misericordia. No es para menos el entusiasmo por ver en los altares al papa polaco pese a los cuestionamientos de sus detractores y el contexto en el que se gestará. Ciertamente fue un pastor con carisma que salió al encuentro de sus ovejas y apacentó el rebaño, tal y como lo pidió el rabí de Galilea. Sin embargo, ¿el mundo de hoy es más solidario, es más justo, es menos pobre, es menos peleonero, gracias a los mensajes de paz, esperanza y denuncia social que proclamó Juan Pablo II en sus viajes apostólicos?

miércoles, 20 de abril de 2011

La muerte ¿dónde estás muerte?

Para los mansos y humildes de corazón, el Día de la Resurrección es eternidad sin miedo a los sepulcros de esta tierra y valor para descender en ellos seguros de estar entre las manos del Padre.

Desde la oscuridad de la tumba, donde el silencio ahogaba la esperanza que había sido manchada con los insultos y las vejaciones sobre la cruz del sufrimiento y de la amargura del hombre; ahí, en la densa oscuridad del sepulcro, se alzó la voz del hijo como oración clavada en el corazón del Padre.

Desde la noche de la sepultura, cual vientre que engendra al hombre, se levantó, con la fuerza del Espíritu Santo, Cristo Jesús. Nadie lo pudo impedir: ni la gran piedra, ni los guardianes que vigilaban la tumba, ni las mezquinas voluntades, ni los sórdidos odios, nadie, absolutamente nadie. Para los apocados, pesimistas, cobardes y menguados, la luz de la Resurrección de Cristo ha brillado desde la profundidad de lo absurdo y la fatalidad, para satisfacción del corazón.

Lo sucedido en la mañana del Primer Día proclama la grandeza de Dios que sí escucha los ruegos y enjuga las lágrimas, que toma en cuenta el sufrimiento del justo y lo levanta colmándolo de bienes. Para los mansos y humildes de corazón el Día de la Resurrección es eternidad sin miedo a los sepulcros de esta tierra y valor para descender en ellos seguros de estar entre las manos del Padre.

Si la muerte y la adversidad se llevan consigo nuestro cuerpo, Dios nos dará otro, sólo es cuestión de permanecer delante del sepulcro en adoración de espera después de haber recorrido el duro camino de la Cruz con fe, amor y esperanza. Sólo basta entender cuánto costó a Jesús ofrecerse a nosotros para hacernos llegar al Padre, cuánto costó caer en el precipicio a fin de permanecer entre nosotros y abrazarnos en nuestra pérdida y darnos su misma vida, cuánto costó el habernos extraviado siguiendo las voces de la perdición y la mentira.

El hombre que realmente ha puesto en el cielo su esperanza, ya no le importa la muerte, porque en realidad no es para él más que la puerta de la vida. Y si no le importa la muerte, menos aún le pueden importar los fracasos o los éxitos, la persecución o la estabilidad, la alabanza o la calumnia, el aplauso o la humillación, porque todo ello, poco a poco o de una buena vez, le acerca a la Casa de la Vida.

El que ha vencido el miedo a la muerte, ha vencido a la muerte y es libre, porque sabe que cuanto más entregue su vida en servicio a los hermanos y a sus nobles causas, más plenamente encontrará una vida nueva. “El que pierda su vida, la ganará” es Palabra de Dios, del Dios que no habló sólo con palabras, sino que el Viernes Santo se jugó la vida por nosotros y la perdió.

En la Resurrección de Cristo se refleja el sacrificio de la propia vida, ofrecida a Dios con las propias manos, con el mejor esfuerzo y con una pasión de amor absoluto; en esa entrega reaparece la vida plena destinada a trasmitir amor y que ya no lleva ningún germen de mortalidad, esa vida, la única que puede recibir verdaderamente y sin contradicción el amado nombre de vida.

Postre

Hace 20 años resurgió una antiquísima tradición poblana: la procesión de viernes santo, acto piadoso donde participan las cinco imágenes más veneradas por los católicos de esta ciudad capital: la Virgen de la Soledad (Sagrario Metropolitano), Jesús de Analco, la Virgen de los Dolores (templo del Carmen), Jesús Nazareno (templo de San José) y el Señor de las Maravillas (templo de Santa Mónica). Actualmente son miles de fieles los que año con año participan en esta magna manifestación de fe que encabeza el arzobispo de Puebla.

Desde esta palestra nos congratulamos por el gran esfuerzo de las autoridades civiles, eclesiásticas y universitarias por el rescate de una usanza que distinguió a los habitantes de esta región y cuyo deseo seguramente es que en las nuevas generaciones se arraigue.

jueves, 14 de abril de 2011

480 años de nuestra Puebla

Hoy más que nunca, Puebla debe preservarse, restaurar y difundir su centro histórico, de los niños a los mayores, para que la distinción se convierta en responsabilidad, en mística y en conciencia general de respeto a ese legado que heredado del ayer ha hecho suyo no sólo México, sino la humanidad misma.
Pedro Angel Palou, “Tres mil monumentos en el centro histórico. El Sol de Puebla, edición del 15 de diciembre de 1987.


De acuerdo a las antiguas crónicas, hace 480 años, justamente en un Domingo de Pascua, se trazó la ciudad y se ofició la primera Misa en nuestra Puebla, un suburbio opulento en historia, tradición, gastronomía y leyenda. La angelópolis, además de celebrar 125 años de la gesta heroica del 5 de mayo, también cumplirá un cuarto de siglo de recibir el honroso título de Patrimonio Cultural de la Humanidad que la UNESCO le confirió, por lo que estas fechas significativas ofrecen la ocasión para reflexionar y cuestionarnos si somos dignos herederos del proyecto con el que se edificó la más lozana región de este país y, al mismo tiempo, si somos capaces de erigir la Puebla del tercer milenio.

Cuando los ángeles lloran

El corazón de Puebla pulsa con intensidad todos los días, diversos son los motores que le dan vida y disímiles los espacios donde confluye la colectividad, solo la tranquilidad de las noches, en especial ésta, permite que los ángeles y las almas de quienes cimentaron esta capital revivan para inspeccionar el estado que guarda su memoria material.

Festejan por una plaza, un edificio o una fachada restaurada, se entristecen por las atrocidades a los sitios que son suplantados por modernos espacios comerciales o plazas destinadas para las convenciones y, lamentan la muerte de aquellos lugares que tuvieron como veredicto la demolición y con ella parte de la historia, por considerarse “zonas de riesgo”. Se indignan por el deterioro de edificios que claman atención urgente o aquellos que han sido maltratados por los grafiteros. Ni qué decir de la alteración de los espacios originales porque según el arquitecto o ingeniero en turno consideró que “contrastan” lo moderno con lo colonial, ¡válgame Dios! Palidecen cuando el comercio ambulante asalta las calles, con justa razón, por la falta de empleo, o en el mejor de los casos algunas casonas son convertidas en puntos de venta de películas y música robada.

Y para rematar, un clamor al infinito se les escapa al reclamar que se ponga más cuidado en la preservación de lo poblano a través de la reminiscencia oral, bastan algunos ejemplos: José Luis Ibarra Mazari deleitaba nuestra imaginación con balconeadas y añoranzas de esta ciudad, en lo que fue la máxima dimensión del radio “Un minuto con Ivonne” era suficiente para sintetizar la frescura del pasado, viajábamos a la “Puebla de mis amores” con don Urbano Deloya. Ahora, Eduardo Merlo repasa con sus radioescuchas lo que ha sido y es nuestra ciudad con el programa “La Historia cuenta”, en tanto Ricardo Menéndez con sentimiento nostálgico nos sumerge con los “Recuerdos de Puebla “. Ciertamente necesitamos conciencias que nos contagien a los poblanos con sus emociones y nostalgias acerca de lo poblano, que no lo reserven a los reducidos círculos pensantes.

Nuestra Puebla del futuro

¡Vaya época la que estamos viviendo! En esta fecha las ánimas de los fundadores y los primeros inquilinos de esta ciudad, junto con la corte celestial evalúan las posibilidades que tenemos para transformar este inventario de tinte pesimista, sin embargo, no podemos anclarnos en un festejo triunfalista, rememorando el mito, la fábula y la leyenda o guardemos en el cajón las problemáticas comunes que atañen a toda urbe.

Todos somos responsables ante la humanidad de lo que le suceda a esta ciudad, es fundamental renovar el compromiso, por una parte, el que adquirimos hace 25 años con la distinción de ser patrimonio de la humanidad, no podemos admitir embellecimientos mal planeados y de paso, mal hechos, a lo largo y ancho de los 7 kilómetros cuadrados que comprende el área de monumentos. Lo digo con el sentimiento de buen poblano porque me desagrada vivir en una ciudad sumida en el caos vial, el desorden que propicia el comercio informal y la indiferencia de las autoridades que no escuchan la voz ciudadana.

Aunque duela la comparación, reconozco y admiro el trabajo logrado en otras ciudades patrimonio de nuestro país como San Miguel de Allende, Morelia o Campeche con calles impecablemente limpias y la nuestra, es incapaz de recuperar la pulcritud que alguna vez la distinguió. Me deshonra que los poblanos que viajan fuera del país no sepan dar razón de lo que somos, pero más me avergüenza que el turismo respetuoso que nos visita sepa más de nuestro Estado de lo que nosotros debemos saber. De ahí que cobre sentido la frase “nadie ama lo que no conoce”. ¡Qué mejor manera de manifestar nuestra pasión sincera por esta región aceptándola con sus maravillas y sortilegios! Más aún, participando en la edificación de una urbe en la que todos puedan convivir en paz conociendo lo que fue y proyectando lo que queremos.

Ojalá que la comunidad poblana tenga la certeza de trabajar un plan o programa de lo que pretendemos como comunidad en los próximos 25 años, para que, llegado el tiempo de celebrar medio milenio de ser la “Puebla de los Ángeles”, la “Noble y Leal Ciudad de Puebla”, la “Heroica Puebla de Zaragoza” o “Puebla, Patrimonio de la Humanidad”, nos presentemos ante el mundo con un rostro renovado: modernizando las arterias viales, teniendo un ordenado y confiable sistema de transporte urbano, abatiendo los rezagos en materia de educación y empleo, extirpando el cáncer de la sociedad llamada corrupción, recuperar y generar espacios verdes, entre otras cosas.

Al igual que hace 480 primaveras, edifiquemos una capital que responda al signo de los tiempos e inculquemos a las nuevas generaciones el valioso baluarte que poseemos.

viernes, 8 de abril de 2011

Baluartes del espíritu

En nuestro país contamos con una gran cantidad de estos lugares, locales, regionales y nacionales, todos ellos son importantes para la experiencia religiosa porque allí se adquiere identidad de pertenencia a una comunidad social, de fe católica dentro de la Iglesia en medio de las nuevas religiosidades alternativas que surgen en nuestro tiempo.



A todos los católicos desde niños nos enseñaron a rezar, a persignarnos y santiguarnos, a encomendarnos a la protección de Dios, de María y los santos. Sin duda alguna aún conservamos en la mente las oraciones que una y otra vez nuestras madres, y algunos padres, nos hacían repetir con las manos juntas. Quizá quede en los anales de la memoria las imágenes de la visita a algún santuario donde la familia solía peregrinar cada año y la costumbre ha perpetuado como herencia de generaciones.

En nuestros días peregrinar a un santuario no ha caído en desuso, los motivos que se tienen para peregrinar son variados: orar, pagar mandas o promesas, pedir algo, dar gracias por un favor recibido, buscar silencio y paz, bailar como ofrenda religiosa, confesarse y hasta por simple visita turística.

Peregrinar es una experiencia que toca profundamente al ser humano, es una práctica religiosa popular en la cual se halla la voluntad de acercarse al Absoluto en ciertos lugares que el creyente ve como consagrados por su presencia. En ellos el peregrino vive su condición de criatura, reconociendo su dependencia del poder y de la misericordia de Dios y presentando su propia fragilidad, en particular cuando se encuentra en situaciones límite de dolor, enfermedad, fracaso, desempleo o problemas familiares.

El Santuario está abierto a todos, sin diferencia de religión ni de actitud espiritual. Entra y sale el que quiere, a nadie se le pregunta su origen o posición religiosa. Como lugar de Dios, es casa para todos los que quieran acogerse en ella. Claro que lo deseable es que el no creyente, que va al santuario, encuentre no sólo la riqueza turística del lugar, además el rumbo para su vida a través de todo lo que el santuario puede ofrecer como don de Dios.

En nuestro país contamos con una gran cantidad de estos lugares, locales, regionales y nacionales, todos ellos son importantes para la experiencia religiosa porque allí se adquiere identidad de pertenencia a una comunidad social, de fe católica dentro de la Iglesia en medio de las nuevas religiosidades alternativas que surgen en nuestro tiempo (sectas, fenómeno de la Nueva Era, etc.). Además, en el santuario encontramos la certeza de que, en el camino de la vida, compartimos los mismos ideales y propósitos sobre todo en el encuentro festivo con los hermanos, en las celebraciones litúrgicas y al compartir el mismo lenguaje simbólico (cantos, imágenes, bailes religiosos, etc.).

Que nuestro cariño a Dios, María y los Santos, con quienes nos unimos en los santuarios, se manifieste en nuestra preocupación por conservar la dignidad y belleza del edificio, así como la funcionalidad y seguridad del mismo, pero sobre todo, en nuestro sincero compromiso por superar el devocionismo y sentimentalismo superficial sin contenido para encontrarnos con el Dios vivo, en su “casita sagrada”.

Postre

El próximo martes 12 de abril recibirán el orden episcopal los sacerdotes Eugenio Lira y Dagoberto Sosa, quienes fungirán como obispos auxiliares de la Arquidiócesis de Puebla... ¿Por qué el acto litúrgico se celebrará en el recinto ferial? ¿Por qué se descartó o no se tomó en cuenta los campos deportivos del Seminario Palafoxiano?

Ojalá los ayudantes de Monseñor Víctor Sánchez trabajen como verdaderos pastores, cercanos a la gente pobre y sencilla; que no cedan a las tentaciones del dinero, el poder y la soberbia... Te lo pedimos Señor.

viernes, 1 de abril de 2011

Construir sobre aquello que nos une

Necesitamos una solidaridad efectiva que aplique políticas y programas para establecer relaciones abiertas y honestas, que forje alianzas justas, que adopte acuerdos y negociaciones para disminuir las tensiones.

“Construir sobre aquello que nos une” fue el llamado que el Papa Juan Pablo II hiciera en una Jornada Mundial de la Paz (1 de enero de 1987), y ahora estas palabras iluminan la situación por la que atravesamos, en medio de la tensión por el alza de los precios en algunos productos básicos y ante la amenaza de la especulación y el acaparamiento.

“Construir sobre aquello que nos une” significa promover eficazmente la igual dignidad de todos los mexicanos así como sus derechos fundamentales e inalienables. Todos somos hermanos y hermanas, durante el transcurso de nuestra vida ha habido momentos y acontecimientos que nos han unido haciéndonos reconocer la armonía de ser mexicanos. Cuanto más compartimos nuestras riquezas, más descubrimos nuestra generosidad común.

Muchos han profundizado su sentido de unidad y pertenencia participando en actividades sociales y humanitarias a nivel regional o mundial y en otras actividades similares. Al mismo tiempo, con cuánta frecuencia durante los años recientes hemos tenido ocasión de ponernos en contacto, como hermanos y hermanas, para ayudar a aquellas personas que fueron afectadas por catástrofes naturales o que se vieron afligidos por la guerra o el hambre.

Asistimos a un creciente deseo, por encima de separaciones políticas, geográficas o ideológicas, de ayudar a los miembros menos favorecidos de nuestra familia mexicana. Todo esto pone de relieve el espíritu de cooperación y colaboración que tantos mexicanos, católicos o no, han mostrado saliendo al paso de las necesidades de aquellas personas tan duramente probadas. Sí, el espíritu humano puede y debe responder con gran generosidad a los sufrimientos y necesidades del prójimo. En esta respuesta podemos descubrir una creciente puesta en práctica de la solidaridad que, de palabra y de hecho, proclama que todos somos una sola cosa, que debemos reconocernos como tales y que esto es un elemento esencial para el bien común, para “Construir sobre aquello que nos une”. Estos ejemplos muestran que podemos cooperar de muchas maneras; que podemos y debemos trabajar juntos para hacer progresar a nuestra patria.

Necesitamos adoptar una actitud de fondo de cara a los problemas que nos aquejan. Necesitamos una solidaridad efectiva que aplique políticas y programas para establecer relaciones abiertas y honestas, que forje alianzas justas, que adopte acuerdos y negociaciones para disminuir las tensiones. En el desarrollo, los protagonistas son las personas, hombres y mujeres, estos han de ser el punto de referencia de todo lo que se hace para mejorar las condiciones de vida. Mirar a los ojos a otra persona y ver en ellos sus esperanzas y ansiedades, es descubrir el significado de la solidaridad.

Sea cual fuere nuestra actividad, sepamos descubrir en todo ser humano el rostro de un hermano o de una hermana. Lo que nos une es mucho más de lo que nos separa; es nuestra humanidad compartida. Depende de nosotros el abrir todas las puertas.