domingo, 18 de febrero de 2018

Cuaresma, tiempo de reflexión para todos

La Iglesia determinó desde la Edad Media los cuarenta días de penitencia que todos los fieles deberían cumplir, en ese período se establecía muy claramente que se cancelaban todas las festividades...


Por Arq. Eduardo Merlo Juárez *

Se acabó el carnaval que implica “adiós a la carne”, llegó el miércoles de ceniza y con él ha empezado ese período de cuarenta días en que la Iglesia Católica insta a la penitencia, palabra que tiene su raíz en pena, es decir provocar cierto penar o sufrimiento con miras a una purificación espiritual.

Se le llama cuaresma y tiene su base bíblica en lo que dice el evangelio de San Lucas capítulo 4, del verso 1 al 13: “Jesús, lleno del Espíritu Santo, se volvió del Jordán, y fue llevado por el Espíritu al desierto y tentado allá por el diablo durante cuarenta días. No comió nada en aquellos días, y pasados, tuvo hambre. Le dijo el diablo: ‘Si eres Hijo de Dios, di a esta piedra que se convierta en pan. Jesús le respondió: No de sólo pan vive el hombre’.

“Llevándole a una altura, le mostró desde allí en un instante, todos los reinos del mundo, y le dijo el diablo: ‘todo este poder y su gloria te daré, pues a mí me ha sido entregado, y a quien quiero se lo doy; si, pues, te postras delante de mí, todo será tuyo.’ Jesús le respondió: ‘Escrito está: Al Señor tu Dios adorarás y a Él sólo servirás.’

“Le condujo luego a Jerusalén y le puso sobre el pináculo del templo, y le dijo: ‘Si eres el Hijo de Dios, échate de aquí abajo; porque escrito está: A sus ángeles ha mandado sobre ti que te guarden y te tomen en las manos para que no tropiece tu pie contra las piedras.’ Jesús contestó: ‘Dicho está: No tentarás al Señor tu Dios’. Acabado todo género de tentaciones, el diablo se retiró de Él hasta el tiempo determinado”.

De este pasaje bíblico se determinó los cuarenta días de penitencia, que todos los católicos y otras denominaciones cristianas guardamos con respeto.



La antigua Cuaresma

La Iglesia determinó desde la Edad Media los cuarenta días de penitencia que todos los fieles deberían cumplir, en ese período se establecía muy claramente que se cancelaban todas las festividades, inclusive en los templos se mandaban cubrir o retirar todas las imágenes con lienzos morados -color penitencial- y por supuesto hasta los matrimonios no podían celebrarse en la etapa cuaresmal, dado que, lo primero que se restringía era la carne en todos los sentidos.

La cuaresma se acentuaba los viernes, cuando era obligatorio para los adultos ayunar, es decir, no consumir alimentos en ese día, salvo una parca colación, de preferencia pan y agua. Todo esto estaba en uso cuando llegaron al Nuevo Mundo los primeros misioneros evangelizadores y lo lógico era que establecieran aquí las mismas normas que en Europa, pero nunca fue así.

Resulta que a los ojos de los españoles -tragones por naturaleza- la dieta de los indios les pareció magra, como de ermitaños, pues eso de comer principalmente vegetales era terrible, esto sin saber la riqueza y suculencia que implica esta dieta.

Así que los benditos frailes escribieron al Papa, para que se apiadara de los habitantes de las tierras conquistadas y los exentara del cumplimiento. El Pontífice accedió y gracias a ello, los pueblos de América, pudimos disfrutar la maravilla de las comidas cuaresmales: auténticos banquetes, lejanísimos del espíritu penitencial, pero qué sabrosos.



Cuaresma, ¿verdadero tiempo de penitencia?

Entró ya la cuaresma y aunque muchas costumbres han pasado a la historia, perduran aquellos que guardan la tradición.

Siendo un tiempo de penitencia, la Iglesia dispuso que los viernes los fieles se abstengan de consumir carne, y en lo que toca a la comida, es sabido por muchos que las maravillosas cocineras mexicanas, se dieron vuelo para inventar platillos que de penitencial tienen solamente el hecho de que no podemos comer tantos como existen.

Si bien la carne está prohibida, nada importa, hay mil y una apetencias que son solucionadas con la riquísima variedad de productos que la pueden sustituir sin mayores problemas y yo diría que hasta con ganancia.

En esta ocasión nos referiremos a las habas, cereal que llegó de España con la conquista y que fue bien recibido. Aunque casi no se consume cotidianamente a no ser en las festividades. Pueden ser las “habas enzapatadas”, es decir, frescas y cociditas, pueden ser solamente, pero quitándoles la cascarita, porque si no… Se aderezan con cebollita, chilitos verdes y orégano, luego a comerse en tacos de doble tortilla, que es un encanto. Si no las quiere preparar, en cualquier mercado las venden.

Las habas se consumen frecuentemente en caldo, se le pone bastante ajo y se le complementa con aceite de oliva, para que no tenga efectos retroactivos. Si gusta le echa un poquito de chile piquín en polvo. Algunos sibaritas suelen agregarle unos camaroncitos secos, que al soltar su sabor le dan al platillo la categoría de celestial, y eso que es comida de penitencia. Que conste.


* El autor es integrante del Consejo de la Crónica de la Ciudad de Puebla, asesor cultural de la Universidad Popular Autónoma del Estado de Puebla (UPAEP), conferencista, organizador y conductor de paseos dominicales culturales denominado “Los pueblos de Puebla”, articulista del periódico El Sol de Puebla, conductor del programa de radio “Eduardo Merlo cuenta” que se difunde los sábados en la XEHR, 1090 de A.M.

martes, 13 de febrero de 2018

Miércoles de Ceniza

Los cristianos, conscientes de sus pecados posteriores al bautismo, se cubren de este polvo que inicia el camino largo de la cuaresma, recibiendo también una imposición de manos y una aspersión con agua bendita que los acompaña durante este camino que va a terminar con la absolución de sus pecados el Jueves Santo.


Por Pbro. Lic. Rogelio Montenegro Quiroz *

La ceniza es el fruto gris de la combustión de leños y otros materiales perteneciente a la cultura madre de todos los pueblos y milenios. No sabemos cuándo se incorpora a la semántica espiritual de los hombres, pero en las páginas bíblicas aparece muy temprano. A veces en las traducciones de los sabios alejandrinos es sinónimo de polvo y ya desde el Génesis (18,27), en los diálogos de Abraham con su Dios, la expresión “yo que soy polvo y ceniza” lleva juntos los sustantivos acusando su primera sinonimia, pero además refiriéndose a la intrascendencia e insignificancia del hombre frente a Dios.

En su sátira contra las idolatrías (Is 44,20), también incorpora la expresión “…a quien se apega a la ceniza, su corazón engañado le extravía”. Se refiere a los que no reflexionan y apegan su ánimo a los espejismos vanos e insustanciales del mundo. Según Ezequiel 18,28 los soberbios serán reducidos a ceniza sobre la tierra pues polvo somos, todos provenimos del adamah original y nos diluimos tarde o temprano en el servil polvo del camino.

En cambio, el sensato, que en los sinsabores del pecado y sus secuelas o en la intimidad de sus reflexiones y en sus diálogos con Dios, va aprendiendo la verdad de sus dimensiones entiende que el polvo y la ceniza son buenas expresiones de perentoriedad. Por eso Jesús Ben Sirac preguntaba “¿Por qué se enorgullece el que es tierra y ceniza, si ya en vida es su vientre podredumbre?” y al invitar a sus contemporáneos a la penitencia los definía exactamente como polvo y ceniza (Eclo 10,9; 17,32).

Los sabios y los piadosos son los únicos que aceptan encarar la verdad de sus vidas, la irrelevancia del propio significado, y de acuerdo con la cultura de su tiempo, se sentaban sobre ceniza o se cubrían con ella la cabeza (Jb 42,6; Jon 3,6; Jdt 4,11-15), como testimonio público del convencimiento sobre la propia valía.

Pero también la Biblia recoge otro significado muy unido al anterior sobre el uso sentimental y religioso de estos polvos, cuya presencia en los rituales de la vida, viene de tiempos inmemorables. Expresa en ocasiones de tragedia, el dolor intenso que se retuerce en la intimidad y se manifiesta, como en el caso de Tamar, cubriendo su cabeza con ceniza, rasgando su túnica y gritando al caminar (2S 13,19).

Frente a las amenazas de muerte el hombre llora y vocea su desgracia y con la ceniza exhibe ante el pueblo la pérdida fatal de sus anhelos y afectos (Est 4,1-4; 1M 3,47), llegando inclusive a alimentarse de este humilde reducto de las combustiones (Sal 102,10; Lm 3,16). El profeta Jeremías, desde el 3,14 al 6,26 describe la invasión de los babilonios a Jerusalén en el año 587 a.C. y en este último verso hay una invitación a la penitencia y a cantar las endechas amargas de la tragedia mientras sus habitantes se ciñen de saco y se revuelcan en ceniza, en señal de un duelo dolorosísimo.

Es pues la ceniza, tal como venía viajando en aras de la tradición de los pueblos, parte integral de los rituales manifestativos de la conciencia sensata sobre el valor de la vida, pero también sacramento del dolor frente a la desgracia que agrieta los sueños, grita los peligros y canta las amarguras frente a la fatalidad.

La nada, y el dolor frente a la nada, del ser y del no ser, del ser hoy y no ser mañana, la contingencia total del barro y la intrascendencia que sin ambages ni rubores se acepta y se vive con el pan cotidiano. Y como el pecado es enredo irreflexivo ante la brillantez falaz de las cosas y la lejanía de Dios, el polvo y la ceniza también expresan la dolencia por la precipitación en los antros de la nada, donde separados de Dios, se pierden los horizontes del amor y brújula de los significados.

Después de la blanca emoción de la noche bautismal el neófito descubre con asombro que hay fuerzas interiores de negra procedencia, que, a pesar de los buenos propósitos y las rutilantes luces celestiales, jalonean y a veces precipitan a los cristianos que no mantienen una auténtica unión con Dios en los precipicios del pecado. Esta experiencia común engendra rituales cuyas raíces se nos pierden atrás del velo programático de la cuaresma, pero que para los siglos III y IV ya se conocen mejor.

Los que cometían faltas graves las confesaban normalmente en secreto con el obispo y éste las corregía y le imponía una penitencia previa a la absolución. Pedro de Alejandría (+ 311) fija en cuarenta días los ayunos y los demás ejercicios penitenciales anteriores a la reconciliación. Esta regulación, unida a otros elementos ya existentes, tales como la celebración del triduo en la luna llena del cordero pascual, memorial anual del mes de Nisan y las lecturas bíblicas de las cuarentenas de oración y penitencia, de Moisés, Elías y Jesús, fueron conformando los espacios y creando los rituales para penitentes y catecúmenos que aceleraban los trayectos finales de sus respectivos procesos teniendo como meta la gran celebración de la muerte y resurrección de Cristo.

Antes de finales del siglo V, al miércoles y al viernes anterior al primer domingo de cuaresma, se les empieza a ver como prefacios inmediatos de preparación y se les asignan lecturas especiales que hablan de oración, caridad y mortificaciones corporales. Los penitentes primero y desde el siglo IX toda la Iglesia, reciben la imposición de la ceniza brindándole, a través de la lectura de Joel, vida a este ritual veterotestamentario.

Los cristianos, conscientes de sus pecados posteriores al bautismo, se cubren de este polvo que inicia el camino largo de la cuaresma, recibiendo también una imposición de manos y una aspersión con agua bendita que los acompaña durante este camino que va a terminar con la absolución de sus pecados el Jueves Santo.

Los estratos de las culturas se sobreponen unos a otros en el espesor de los tiempos. Palabras, usos y costumbres viajan a veces como residuos insustanciales cuya significación convencional se ha ido gastando con el esmeril milenario de las aguas del mismo río. Las raíces conceptuales han desaparecido en la sucesión eslabónica de las generaciones.

Hoy la ceniza en nuestros terceros mundos, la reciben multitudes por no sé qué intereses supersticiosos o devociones baratas. La reciben ladrones, mentirosos y adúlteros sin ninguna referencia conductual ni confesión pública y menos arrepentimiento y cambio de vida. La ofrecen clérigos y laicos indistintamente sin ninguna explicación de su significado singular y como inicio de una cuarentena de días preparatorios a la más grande de todas las celebraciones de nuestra Iglesia.

La ceniza se ha vuelto parte de un folklore fervoroso y romería anual de subjetivas motivaciones con significados plurales. Este fenómeno podría ser la medida de la falta de una evangelización seria en nuestra Iglesia. Cuando el pueblo inventa devociones o rebaja significados oficiales, es que la antropología religiosa se desborda y las didácticas han quedado rebasadas.


* El autor es profesor del Seminario Palafoxiano de Puebla, Párroco del templo de Santa Rosa, Director del Instituto de Teología para Laicos Camino, Verdad y Vida. Conduce el programa de radio Buenas Noches Puebla los viernes a las 8 de la noche por la XEHR 1090 de A.M.

jueves, 1 de febrero de 2018

Al Padre Carlos Aguiar Retes, nuevo Arzobispo Primado de México

Un Obispo con Dios en el corazón y rodeado de sus sacerdotes y fieles, tiene la valentía de afrontar los desafíos que implica nuestra época.


En medio de una cultura que margina toda apertura a la trascendencia, en un ambiente donde la fe misma es cuestionada, es necesaria la esperanza. Ésta es un valioso sustento para la fe y un incentivo eficaz para la caridad, especialmente en tiempos de creciente incredulidad e indiferencia. La esperanza toma su fuerza de la certeza de la presencia constante del Señor Jesús, siempre con nosotros hasta al final del mundo; manifestación de esta presencia es el Obispo quien con la luz y el consuelo que provienen del Evangelio, consigue mantener viva la propia esperanza y alimentarla en quienes han sido confiados a sus cuidados de pastor.

Cada Obispo tiene el cometido de anunciar al mundo la esperanza partiendo de la predicación del Evangelio, ésta supera todo lo que jamás ha entrado en el corazón del hombre y en modo alguno es superior a los sufrimientos del tiempo presente. Al Obispo corresponde la tarea de ser profeta, testigo y servidor de la esperanza: Tiene el deber de infundir confianza y proclamar ante todos, las razones de la fe; él es centinela atento, profeta audaz, testigo creíble y fiel servidor de Cristo.

Ante el fracaso de las esperanzas humanas que, basándose en ideologías materialistas, inmanentes y economicistas, pretenden medir todo en términos de eficiencia y relaciones de fuerza o de mercado, el Obispo reafirma la convicción de que sólo la luz del Resucitado y el impulso del Espíritu Santo ayudan al hombre a poner sus propias expectativas en la esperanza que no defrauda.

El Obispo anima a discernir los signos de vida capaces de derrotar los gérmenes nocivos y mortales, con dicha virtud anima también a transformar los conflictos en ocasiones de crecimiento, proponiendo la perspectiva de la reconciliación. Mostrando la esperanza en Jesús, el Buen Pastor, llena el corazón de compasión e impulsa a cada hombre y mujer que sufre al acercamiento con el Señor.

Por la esperanza, el Obispo es cada vez más claramente signo de Cristo, Pastor, ya que se convierte en padre, hermano y amigo de todos y a estar al lado de cada uno como imagen viva de Cristo en el que se realizan todas las promesas de Dios.

El mundo necesita de la esperanza que no defrauda, esta esperanza es Cristo, es el Obispo con su estilo evangélico, humano, transparente, que muestra el camino que hay que seguir. Es el Obispo que comprende los trabajos y las alegrías como guía espiritual en esta sociedad que cambia y en la que los hombres de pensamiento, de ciencia, los artistas, sus colaboradores, los fieles, la gente, esperan razones de vida con sus tomas de posición, sus iniciativas y la validez de su pensamiento.

La esperanza le otorga al Obispo, la fortaleza de su fe y el sentido de responsabilidad que lo impulsan en su elevada misión de no tener miedo cuando se trata de proclamar la verdad, de defender los valores y tutelar a las personas.

Un Obispo con Dios en el corazón y rodeado de sus sacerdotes y fieles, tiene la valentía de afrontar los desafíos que implica nuestra época. La esperanza del Obispo es el único camino que puede asegurar la justicia, la solidaridad y la paz.