Un Obispo con Dios en el corazón y rodeado de sus
sacerdotes y fieles, tiene la valentía de afrontar los desafíos que implica
nuestra época.
En medio de una
cultura que margina toda apertura a la trascendencia, en un ambiente donde la
fe misma es cuestionada, es necesaria la esperanza. Ésta es un valioso sustento
para la fe y un incentivo eficaz para la caridad, especialmente en tiempos de
creciente incredulidad e indiferencia. La esperanza toma su fuerza de la certeza
de la presencia constante del Señor Jesús, siempre con nosotros hasta al final
del mundo; manifestación de esta presencia es el Obispo quien con la luz y el
consuelo que provienen del Evangelio, consigue mantener viva la propia
esperanza y alimentarla en quienes han sido confiados a sus cuidados de pastor.
Cada Obispo tiene
el cometido de anunciar al mundo la esperanza partiendo de la predicación del
Evangelio, ésta supera todo lo que jamás ha entrado en el corazón del hombre y
en modo alguno es superior a los sufrimientos del tiempo presente. Al Obispo
corresponde la tarea de ser profeta, testigo y servidor de la esperanza: Tiene
el deber de infundir confianza y proclamar ante todos, las razones de la fe; él
es centinela atento, profeta audaz, testigo creíble y fiel servidor de Cristo.
Ante el fracaso de
las esperanzas humanas que, basándose en ideologías materialistas, inmanentes y
economicistas, pretenden medir todo en términos de eficiencia y relaciones de
fuerza o de mercado, el Obispo reafirma la convicción de que sólo la luz del
Resucitado y el impulso del Espíritu Santo ayudan al hombre a poner sus propias
expectativas en la esperanza que no defrauda.
El Obispo anima a
discernir los signos de vida capaces de derrotar los gérmenes nocivos y mortales,
con dicha virtud anima también a transformar los conflictos en ocasiones de
crecimiento, proponiendo la perspectiva de la reconciliación. Mostrando la
esperanza en Jesús, el Buen Pastor, llena el corazón de compasión e impulsa a
cada hombre y mujer que sufre al acercamiento con el Señor.
Por la esperanza,
el Obispo es cada vez más claramente signo de Cristo, Pastor, ya que se
convierte en padre, hermano y amigo de todos y a estar al lado de cada uno como
imagen viva de Cristo en el que se realizan todas las promesas de Dios.
El mundo necesita
de la esperanza que no defrauda, esta esperanza es Cristo, es el Obispo con su
estilo evangélico, humano, transparente, que muestra el camino que hay que
seguir. Es el Obispo que comprende los trabajos y las alegrías como guía
espiritual en esta sociedad que cambia y en la que los hombres de pensamiento,
de ciencia, los artistas, sus colaboradores, los fieles, la gente, esperan
razones de vida con sus tomas de posición, sus iniciativas y la validez de su
pensamiento.
La esperanza le
otorga al Obispo, la fortaleza de su fe y el sentido de responsabilidad que lo
impulsan en su elevada misión de no tener miedo cuando se trata de proclamar la
verdad, de defender los valores y tutelar a las personas.
Un Obispo con Dios en
el corazón y rodeado de sus sacerdotes y fieles, tiene la valentía de afrontar
los desafíos que implica nuestra época. La esperanza del Obispo es el único
camino que puede asegurar la justicia, la solidaridad y la paz.
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