…resulta necesaria la
estructuración de las formas de hacer caridad, es decir, el verdadero bien que
se ha de buscar siempre es el bien para los demás en una actitud que no se
limite a distribuir ayuda material, sino que debe encaminarse a promover una
solidaridad activa de todos, también de los propios interesados…
El mensaje cristiano siempre ha tenido presente, como
consecuencia de la fe y del amor a Dios, la correspondencia con el prójimo. El
imperativo de la caridad cristiana implica la compasión y la misericordia que
se traduce en la ayuda, material y espiritual al prójimo sin distinción alguna
como compromiso con Jesús “el buen samaritano” que se acerca al hombre tirado
junto al camino (cf. Lc 10, 29-37). Esto mismo lo dice el Apóstol Santiago: Si
“un hermano o una hermana andan sin ropa y faltos del alimento diario, y... uno
de ustedes le dice; ‘Dios te ampare, abrígate y llénate el estómago’, y no le
da lo necesario para el cuerpo; ¿de qué les sirve?...; la fe sin las obras es inútil”
(St 2, 15-16. 20). Este conjunto de circunstancias, presentes siempre en
la vida, son ocasión no sólo para dar a los demás lo que uno tiene, sino
también para entregarles lo que uno es, con un compromiso total. Sin embargo,
la caridad cristiana enfrenta hoy una oposición humana fruto de la maldad del
corazón del hombre. Hoy ha aparecido una nueva manera de “explotar” esta
vocación de servicio.
Es común encontrarse con personas que acuden con el
sacerdote, con las religiosas o con los fieles que salen de Misa, con el arma
del “chantaje sentimental” para conseguir una “ayuda”, principalmente
monetaria. Son personas que con el pretexto de haber sufrido mucho, narran con
lujo de detalles sus propias desgracias, actuales y pasadas, embrollando a los
escuchas y queriendo suscitar la compasión. Tampoco es raro encontrar en las
esquinas a mujeres embarazadas o con una criatura entre los brazos que
simplemente extienden la mano y piden. Y qué decir de aquellos que con una
“receta” en la mano quieren acarrear sus circunstancias a los automovilistas
que sólo unos instantes se detienen ante el semáforo. Entonces, ¿Cómo ejercer
la caridad? ¿Es fructuosa de veras nuestra fe? ¿Fructifica realmente en obras
buenas? Esta pregunta deberíamos hacérnosla todos los días de nuestra vida; hoy
y cada día, porque sabemos que Dios nos juzgará por las obras cumplidas.
Sabemos que Cristo dirá a cada uno en el día del juicio: “Cada
vez que hicisteis estas cosas a otro, al prójimo, a mi me lo hicisteis; cada
vez que dejasteis de hacer estas cosas con el prójimo, conmigo las dejasteis de
hacer” (cf. Mt 25, 40-45). Es por eso que hoy resulta necesaria la
estructuración de las formas de hacer caridad, es decir, el verdadero bien que
se ha de buscar siempre es el bien para los demás en una actitud que no se
limite a distribuir ayuda material, sino que debe encaminarse a promover una
solidaridad activa de todos, también de los propios interesados, haciendo que
se conviertan, como hombres libres y responsables, en los primeros gestores de
su propia promoción pues la principal causa del mal material es el mal moral.
También en las almas hay hambre de verdad, como en los cuerpos hay hambre de
pan.
Solucionemos sin miramientos y rémoras el mal moral pues
sólo así el hombre necesitado alcanzará su cumbre más elevada en el
conocimiento de Dios y en el acceso a la salvación que Él nos ha procurado.
Postre
Si la reforma laboral que está por aprobarse; no beneficia a
la clase trabajadora, no generará más empleos, no mejorarán los sueldos ni las
prestaciones, ¿por qué los detractores no han presentado un proyecto alterno
capaz de replantear las condiciones de la ley federal de trabajo? Eso sí, los
sindicatos, los que se supone velan por los intereses de los agremiados, seguirán
intocables en sus prerrogativas.
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