Bastaron unos cuantos minutos para que nuestra nación mexicana viviera una de las catástrofes nacionales que no sólo devastaron la ciudad de México; nació del terror, la admiración y el asombro, la madurez solidaria de una sociedad que desde entonces le dio una nueva fisonomía al espíritu y a la conciencia nacionales.
Eran exactamente las 7:19 de la mañana de aquel 19 de septiembre de 1985, un sismo de 8.1 grados en la escala de Richter, con epicentro en Michoacán. Duró más de 90 segundos y causó grandes destrucciones: Las cifras del gobierno indican que murieron 6 mil personas (cifra nada creíble), las más confiables refieren que fueron 40 mil víctimas y 20 mil damnificados, más de 2 mil construcciones se desplomaron y otras miles quedaron severamente afectadas. Se calcula que las pérdidas materiales ascienden a más de 4 mil millones de dólares.
México está catalogado, en el ámbito global, como el sexto país con mayor actividad sísmica y potencial de gran intensidad, y la pregunta que debemos hacernos es si hemos aprendido la lección. El tiempo ha dejado una enorme cicatriz ya que en el momento que la tierra registra un movimiento, por mínimo que sea, de inmediato se incrusta una imagen en el pensamiento como una fotografía de proporciones desastrosas. La respuesta a la pregunta es clara y va más allá de las páginas de una cultura de la prevención. Ahora somos un país en el que se ha avanzado notablemente en previsión y cuidado frente a los sismos, aunque aún falta mucho por hacer.
Después de 25 años la cultura de la prevención es una actitud frente a los fenómenos que perturban la vida social económica y ambiental, tanto de origen natural como los ocasionados por el hombre, pero también es disposición a la solidaridad y a la ayuda, es pasión que hermana, es condescendencia y gallardía para enfrentar juntos las desgracias.
El sismo de 1985 marcó el despertar de muchas acciones porque nos hizo entender lo frágiles y vulnerables que somos ante los fenómenos naturales, y descubrió la grandeza y heroicidad de miles que se sumaron al rescate de vidas anónimas aun por encima de la pena que les causaba el panorama de muerte y destrucción: Amas de casa, estudiantes, profesionistas, hombres y mujeres se convirtieron en un testimonio vivo de solidaridad, de valor y de fe. México, la sociedad civil, se organizó para echar a andar la reconstrucción mostrando que los ciudadanos podemos actuar de manera organizada cuando se tienen propósitos claros y comunes.
El gobierno tuvo que reconocer sus limitaciones, sumar sus esfuerzos a los del pueblo y aceptar la ayuda que en un principió rechazó. A partir de entonces nos percatamos, y después de 25 años, que México se puede transformar gracias al empuje de las organizaciones civiles que notablemente han dado origen a diversos desprendimientos políticos y sociales.
Existen costumbres que hemos heredado y que encierran profundos valores humanos y cristianos, por ejemplo la hospitalidad, el espíritu de solidaridad, etc. Mantener este espíritu es de suma importancia puesto que contribuyen a mantener en armonía a la sociedad.
El sismo de 1985 nos deja en herencia la necesidad e importancia de sostener esos valores humanos que ya forman parte de nuestra cultura. Cuando la sociedad civil se organiza, no hay sismo ni huracán que nos derrumbe.
No hay comentarios:
Publicar un comentario