...no es un concurso o festival folclórico, ni siquiera un baile como muchos creen, es danza, indígena, de conciencia prehispánica, digno de admirarse y conservarse...
El último domingo del mes de septiembre el Netotiloaya (lugar de danza), que se ubica a un costado del cerro de San Miguel, alberga un colorido abanico humano para apreciar y disfrutar el canto y la música, la danza ritual y pintoresca, dulce y conmovedora de las once regiones étnicas del estado de Puebla (del centro, de los Volcanes, de la Tierra Caliente, Popoloca, Mixteca Poblana, Cañada Poblana, Región de la Montaña, Sierra de Tehuacán, de los Llanos, Costera, Sierra Norte de la Huasteca). Este arcoíris en movimiento es mejor conocido como Huey Atlixcáyotl, alguna vez llamado “la gran fiesta del estado de Puebla”, es una celebración en honor a Xochipilli, deidad de la música y las flores, y del dios Quetzalcóatl, que se identifica con el culto al santo patrón de Atlixco, el arcángel san Miguel.
La gran fiesta de Atlixco nació en 1965 gracias a Raymond Estage Noel, mejor conocido en la región como “Cayuqui”, principal investigador de estas tradiciones y creador del primer festival que tuvo como escenario el sitio que se conoce como “la escalera ancha”. El segundo y decisivo Atlixcáyotl tomó su lugar en el cerro de San Miguel el 2 de abril de 1966 en el lugar que a la fecha se conoce. El 29 de julio de 1996 fue declarado Patrimonio Cultural del Estado de Puebla.
Un día antes del también llamado “Encuentro de las etnias”, en el zócalo de Atlixco desfilan los participantes de las distintas comunidades e interpretan su danza. También allí se realiza la elección de la Xochicíhuatl (mujer flor, reina de la fiesta). Gana quien mejor porta su indumentaria tradicional y explica, tanto en su lengua (náhuatl, otomí o popoloca) como en español, sus actividades cotidianas y tradiciones. Ya entrada la noche los explosivos toritos cierran el primer día de actividades.
Al día siguiente y a temprana hora, turistas nacionales y extranjeros, familias que viven en Puebla, Atlixco y municipios aledaños, toman su lugar en las renovadas gradas. El pueblo vecino de San Jerónimo Coyula hace “La llamada”, que con los ritmos prehispánicos de la chirimía y el huehuétl, convoca a la gran fiesta, según la costumbre antigua. La apertura continúa con la entrega del topilli o bastón de mando de la fiesta a la autoridad gubernamental presente y posteriormente se corona con flores a la Xochicíhuatl, quien preside el encuentro acompañada de las Xochipilme (Florecitas), muchachas que obtuvieron el segundo y el tercer lugar en la elección. Son ellas, junto con la presidente de la Asociación Cultural Atlixcáyotl, quienes cortan el listón inaugural del arco enflorado por donde brota la cascada de danzas.
Cada delegación, al finalizar su danza o presentación, se acerca al público para lanzarle la fruta, flores y productos de su región, como en la Guelaguetza, el acto supremo de compartir.
Cabe señalar que el Huey Atlixcáyotl no es un concurso o festival folclórico, ni siquiera un baile como muchos creen, es danza, indígena, de conciencia prehispánica, digno de admirarse y conservarse.
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