“...por favor, no investiguen (al narcotráfico y al crimen organizado). Dejen que lo haga la policía, es su trabajo. Ustedes publiquen hechos, boletines confirmados como información oficial. Vivimos en un país en donde el Estado no responde por sus ciudadanos, vivimos sin garantías. ¿Vale la pena arriesgarse? Por supuesto que no. ¿Esto es autocensura? Si quieres, sí. Pero el término me parece poco elegante y fantasioso. Esto es sobrevivencia.”
Marco Lara Klahr. México: el más mortífero para la prensa. El asesinato de periodistas y cinco puntos de debate, p. 12.
Antes de que silenciaran a Manuel Buendía (30 de Mayo de 1984), le recomendó a Jesús Blancornelas, director del Semanario Zeta de Tijuana, no escribir tan directo sobre el tejemaneje del narcotráfico y el crimen organizado ya que “al paso que vamos tendremos que usar chaleco antibalas”. La perspicacia del periodista avecindado en Baja California obligó al narcotráfico atentar contra su vida el 27 de noviembre 1997. Aunque la agresión le arrebató su vida normal, la pluma no le fue despojada. Desde su casa ejerció el periodismo crítico hasta el 23 de noviembre de 2006 cuando murió de cáncer. Blancornelas jamás fue derrotado por sus enemigos, sobrevivió para contarlo y... después del atentado, adondequiera que iba, usaba su chaleco antibalas y lo protegía una escolta fuertemente pertrechada. Otros no han corrido con la misma suerte ya que en los últimos meses las mafias se han ensañado con los medios de comunicación independientes del país, éste es un asunto que preocupa a entidades como Reporteros sin Fronteras (RFS), la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) y la Red Mexicana de Protección a Periodistas y Medios de Comunicación cuyos reportes concluyen que México actualmente es el país más peligroso en el mundo para ejercer el periodismo.
“Históricamente la libertad de expresión en nuestro país es limitada”, destaca Horacio Chavira (articulista del sitio web Tintero, proyecto periodístico de la facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM) y acota que México se ha caracterizado desde su independencia “por un periodismo que tiende al oficialismo, que recibe apoyo estatal y se dedica a halagar las acciones, buenas o malas del grupo político que detenta el poder. Es verdad que en cada periodo han existido hombres valientes que se atreven a ser la voz disidente; sin embargo, sufren diversos atropellos que van en el menor de los casos, desde la censura, el decomiso del equipo técnico o del material impreso, hasta llegar a las persecuciones y los asesinatos”. Por eso, la mayoría de las empresas periodísticas optan por callar, si no es el poder político es el poder de las mafias quienes silencian o amedrentan a periodistas incómodos y para muestra un botón: El 22 de septiembre el Diario de Ciudad Juárez, en su primera plana, solicita una tregua a los cárteles del narcotráfico debido al asesinato de uno de sus reporteros: “¿Qué quieren de nosotros?” Preguntan los editores y añaden. “Ustedes son, en estos momentos, las autoridades de facto en esta ciudad... Indíquenos, por tanto, qué esperan de nosotros como medio”. El gobierno federal en respuesta al escrito publicado lo censuró para hacer menos evidente su incapacidad para establecer la ley y el orden. Y es que ningún medio de comunicación ya no quiere más muertos, ¡nadie en este país!
El informe Silencio o muerte en la prensa mexicana, publicado este mes por el Comité para la Protección de los Periodistas (CPJ, por sus siglas en inglés), aborda los crímenes de 22 periodistas y tres trabajadores de medios, así como la desaparición de siete, desde que el presidente Felipe Calderón ordenó a los militares involucrarse en la lucha antidrogas, en diciembre de 2006. Esa decisión dio pie a una espiral de violencia que ha provocado 28 mil muertes. “Por culpa del miedo, los medios no sólo están abandonando el periodismo de investigación, sino la cobertura básica del crimen y la corrupción”, así lo dejó en claro el documento y Joel Simon, director ejecutivo del CPJ, agrega que “no es posible ganar la guerra contra las drogas si el país cede el control de la información pública a los narcotraficantes”.
Como ejemplo del silencio que se está imponiendo en las regiones de nuestro país más afectadas por la violencia, el CPJ menciona a la ciudad de Reynosa, Tamaulipas, escenario de una cruenta disputa del cartel del Golfo y el grupo de Los Zetas. En las últimas semanas, esa violencia se expresó con la matanza de 72 migrantes, la explosión de dos coches bomba, así como tiroteos en carreteras y en calles. “Pero eso no se lee en la prensa local: el cartel también controla los medios de comunicación”, denuncia el documento.
Frente a este panorama no podemos quedarnos cruzados de brazos y atestiguar cómo el terror gana terreno y nos obliga a permanecer en silencio para sobrevivir. Un testimonio valiente fue la información que generó una estudiante a través de su cuenta Twitter por el tiroteo entre sicarios y militares en Tecnológico de Monterrey donde murieron dos alumnos en marzo pasado, posteriormente la muchacha compartió su experiencia en su blog, convirtiéndose en fuente de información para numerosos medios locales y que a la postre evidenció el abuso o falta de táctica de la milicia.
Los ideales y valores que nos inculcaron en las escuelas de comunicación y periodismo no deben quedar sepultados por los temores y la autocensura. Al respecto Rafael Loret de Mola señala que somos dignos de la libertad de expresión cuando la forjamos. “Es demasiado hermosa como para entregarse a quienes bajan la cabeza ante el poder, tímidos y cohibidos por la fuerza represora. La libertad es solamente para aquellos luchadores que jamás se atemorizan. Es el mayor galardón de los verdaderos periodistas”. ¿Acaso es un romántico ideal imposible de lograr? Al paso que vamos será.
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