Las procesiones en torno a la Pasión del Señor se remontan a
la Edad Media, sobre todo al tiempo de las Cruzadas en que San Leonardo de
Puerto Mauricio, fraile franciscano, organizó recorridos por las calles de Jerusalén,
reconstruyendo la “Vía Dolorosa”, supuesto camino que tomaría
Jesucristo desde el lugar en que fue condenado por el Pretor Poncio Pilatos.
Por Eduardo Merlo y el Comité Organizador de la
Procesión.
Fotos Alfredo Martínez Vázquez
Las procesiones en torno a la Pasión del Señor se remontan a
la Edad Media, sobre todo al tiempo de las Cruzadas en que San Leonardo de
Puerto Mauricio, fraile franciscano, organizó recorridos por las calles de
Jerusalén, reconstruyendo la “Vía Dolorosa”, supuesto camino que tomaría
Jesucristo desde el lugar en que fue condenado por el Pretor Poncio Pilatos,
hasta la cima del Calvario.
Las indulgencias y especiales gracias que distintos
pontífices otorgaron a quienes remontaran el largo camino del “Vía
Crucis” -como fue llamado-, hicieron que muchos cristianos lamentaran que
les quedara fuera de posibilidades este privilegio. Por ello se tomó la piadosa
costumbre de imitar esa ruta en cada comunidad cristiana en que se meditaba y
oraba, recordando los pasos que de acuerdo con los Evangelios y con la
Tradición, había llevado Jesús con la pesada cruz a cuestas... Fue el origen del Vía Crucis y también de las procesiones
masivas que se llevaban a cabo especialmente el Viernes Santo.
Con la finalidad motivar la piedad y al mismo tiempo la
penitencia, aunadas a la instrucción religiosa, se fueron añadiendo imágenes
propias del tema, especialmente de Cristo, soportando el madero o patíbulo de
los ladrones, con los que fue sentenciado; de las Santas Mujeres, destacando su
bendita Madre, y con el tiempo los símbolos pasionarios.
A través del tiempo las procesiones de Viernes Santo se
volvieron práctica obligada que llevó a grandes artistas a tallar imágenes
verdaderamente dramáticas que constituyeron parte esencial del evento.
Los fieles que sentían la necesidad de hacer pública
penitencia, participaban con el rostro cubierto para que su disciplina no se
constituyera en presunción, echando mano de capuchas puntiagudas que se
convirtieron en símbolo de estas devociones en toda la Europa Cristiana.
Viernes Santo en América
En la Nueva España, tocó a los frailes mendicantes,
principalmente de las órdenes franciscanas, dominicana y agustina, establecer
el culto formal y aquellas prácticas que condujeron a la catequización de los
indígenas, echando mano de las costumbres antiguas que no fueran en detrimento
de la doctrina.
Entre las danzas, cantos y teatro, descubrieron el gusto de
los naturales por participar en las procesiones, de ahí que en los atrios
conventuales se edificaran las capillas esquineras para posar el Santísimo en
medio de singulares desfiles.
Lo mismo sucedió con la cuaresma y sobre todo con la Semana
Mayor, en que los indios motivados practicaban penitencias y realizaban
procesiones muy devotas; lo demuestra el mural que aún adornan los muros
laterales interiores del templo conventual franciscano de San Miguel
Huejotzingo, y que en el siglo XVI (1570) enseñaban la manera de conformarla,
con la participación de las cofradías de la Santa Cruz, del Santo Entierro y
del Santo Rosario. Los cófrades penitentes encapuchados, portan símbolos
pasionarios y llevan en andas las imágenes de Cristo yacente, de la Virgen
María (Mater Dolorosa), de San Juan y de María Magdalena. La escena concluye
sobre la puerta Porciúncula con un Calvario en el cual los frailes ataviados de
dalmáticas, en lugar de los Santos Varones, ayudan a descender el cuerpo inerte
del Redentor.
Las prácticas litúrgicas y costumbres piadosas copiaron
elementos de la Madre Patria, pero siempre con el toque nacional que las hizo
diferentes a las antecesoras. Ciudades como México, Guadalajara, Valladolid
(Morelia), Mérida, San Luis Potosí, Zacatecas y Puebla, elaboraron distintos
elementos religiosos.
Nuestra ciudad angelopolitana siempre se ha destacado por su
piedad y costumbres cristianas, de ahí que sus habitantes se preocuparan porque
la Semana Santa fuera distinta a las otras, motivando a los fieles a actuar, ya
fuera en los actos previamente establecidos o pasivos, contemplando, orando y conmoviéndose,
que al fin y al cabo eran los fines establecidos.
Orígenes de la procesión de Viernes Santo en Puebla
Analizando las distintas crónicas y relatos, no siempre tan
a la mano, se ha intentado reconstruir la ruta que seguía la solemne procesión
del Viernes Santo en Puebla, misma que no debe confundirse con el Vía Crucis,
pues este es un ejercicio originalmente piadoso, que se realizaba en capillas
especialmente construidas para ello. Por el contrario, la procesión del Viernes
Santo es una combinación del ejercicio penitencial inventado por San Leonardo,
como una forma de expresar el dolor del pueblo por la pasión del Redentor.
En la procesión participan prácticamente todos los templos del
centro, desde los conventuales de religiosos y religiosas hasta las capillas.
Se preparan con anticipación las imágenes tradicionales en sus andas muy bien
dispuestas, encargándose de su digna ornamentación las cofradías y asociaciones
pías. También se aislaban los fieles penitentes encargados de cargarlas, lo
cual era un privilegio, lo mismo sucedía con el contingente para hacerles
compañía, es decir, las hermandades, cofradías y asociaciones piadosas de cada
una de ellas.
Realmente había una especia de competencia por destacar, y
casi ningún templo se quedaba a la zaga. Eran numerosas las imágenes notables
que eran contempladas por los fieles, quienes se apiñaban en las aceras para
seguir los cantos y rezos.
Entre las imágenes procesionales más destacadas, debemos
mencionar a nuestro “Padre Jesús de las Tres Caídas” de Analco; “Jesús Nazareno”,
venerado en la preciosa capilla anexa a la parroquia de San José, de este mismo
sitio un San Juan y Santa María Magdalena de buena talla; “El Señor de las
Maravillas”, de grandísima devoción y objeto de atenciones y cuidados por las
monjas de Santa Mónica; “El Señor del Veneno” y el “Santo Entierro” del templo
de Santo Domingo; “El Señor de la Preciosa Sangre”, imagen enorme pero ligera
por estar hecha de pasta de caña de maíz, venerado en la Catedral “Dimas y
Gestas” de la Soledad o de la Merced; “La Virgen Dolorosa” de la Capilla del
Puente y algunas otras que sería largo enumerar.
La procesión era abierta por una compañía de tamborileros,
su presencia daba un toque tétrico a todo, puesto que solamente tocaba en dos
toques secos, para permitir que los tamemes o cargadores que conducían las
andas, sostuvieran sus pasos al ritmo y no dieran traspiés. Seguían los “claveros”
de la Catedral, ataviados con unas vistosas libreas y gorros de plumas, luego,
un grupo de niñas vestidas de angelitos que sostenían los símbolos de la pasión
en rojos cojines de terciopelo; los clavos, los martillos, pinzas, corona de
espinas, la tabla de las siglas Iesus
Nazarenus Rex Iudeorum (INRI), guante (simbolizando la bofetada dada a
Cristo), manto, esponja (con la que le dieron hiel y vinagre), lanza (con la
que atravesaron su costado), espada (por la cual Pedro cortó la oreja al criado
Malco), treinta monedas, la columna a la que fue atado para azotarlo, los
flagelos, el paño con el Divino Rostro estampado, el sudario y la escalera en
que fue descendido.
Seguía un grupo de penitentes vestidos con túnicas blancas
que sostenían una cruz sencilla, eran los hermanos o cófrades de la Santa Vera
Cruz, trasladada del templo de la Concordia. Luego los estandartes de las
principales asociaciones con sus abanderados y acompañantes. Luego unos
individuos vestidos de túnicas negras y capuchas del mismo color, la gente les
decía “cacalotes” (cuervos), llevaban unas cuerdas de manera de
látigos, con que se iban disciplinando.
Después las andas con las distintas imágenes, con sus palios
y una buena cantidad de acompañantes con faroles, cirios o antorchas, empezando
por la de “Jesús Nazareno” de San José; más atrás la de nuestro “Padre Jesús,
la de “La Virgen Dolorosa”, acompañada de cerca por san Juan, María Magdalena y
luego en forma especial “el Señor de las Maravillas”, que era aclamado por la
multitud que se arrodillaba a su paso. Venía devotamente presentado “el Señor
de la Preciosa Sangre” y cerraba la comitiva “El Señor del Entierro” de Santo
Domingo.
Al concluir los oficios del Viernes Santo en el templo
máximo, el Señor Obispo bendecía el cortejo para dar principio a la procesión.
En ese momento participaban frailes franciscanos, luego se formaban los
dominicos, los agustinos, los jesuitas, los carmelitas y así cada orden de
acuerdo a como fueron estableciéndose en la ciudad.
Cada comitiva salía el viernes después del mediodía, en una
sencilla procesión -que podríamos llamar particular- hasta la Catedral, en el
atrio se iban colocando en distintas tarimas, para esperar que los
organizadores señalaran el orden a seguir.
La procesión se iba formando para salir por la puerta de San
Cristóbal (la del atrio que da al zócalo), para tomar rumbo al portal Morelos
(el del Oriente), ahí se habían establecido los floristas y vendedores de aguas
frescas que tiraban claveles rojos al paso de las imágenes.
El cortejo llegaba hasta la esquina y doblaba para tomar
Juan de Palafox y Mendoza, hasta llegar al templo de la Compañía. De la
Compañía se tomaba por la 4 Norte hasta llegar a la iglesia del Hospital de San
Pedro; tras un breve alto se proseguía por la misma calle para llegar a San
Cristóbal, de ahí se daba vuelta por la 6 Oriente rumbo a Santa Clara, en donde
se hacía un alto para permitir que las monjas espiaran por las ventanas del
coro.
Seguía la procesión a encontrar el templo de Santo Domingo,
haciendo un alto y continuar dando vuelta por la actual 5 de Mayo. Más adelante
aparece en la 4 Poniente y luego en la 3 Norte para llegar al templo de las
monjas dominicas de Santa Catarina, un alto obligado y canto de las religiosas.
Se continuaba por la 3 Norte hacia la calle de Reforma para
ubicar el templo de la “Santísima”. De ahí se seguía por Reforma al Zócalo, en
donde se llegaba nuevamente a la Catedral, para concluir la procesión rezando
todos el “Señor Mío Jesucristo” y un “Credo”. Se calculaba que en ese momento
iba llegando una procesión de las damas distinguidas de la sociedad que traían
en andas a la Virgen de la Soledad, desde su templo (2 Sur y 13 Oriente), para
depositarla en el Altar del Perdón, rezar, cantar responsos y luego devolverla
a su templo.
Así se celebraba esta solemne procesión hasta 1856, pues al
siguiente año ya no existían las condiciones formales y legales para llevarlas
al cabo.
El renacimiento de una tradición
Fue en el año de 1992, cuando a iniciativa de un grupo de
seglares, y con la gran acogida y liderazgo de Monseñor Rosendo Huesca Pacheco,
en ese entonces el pastor de la Arquidiócesis de Puebla, se decidió revivir la significativa
Procesión de Viernes Santo, recuperando los principales elementos de aquella
práctica piadosa popular.
En la antigua procesión eran numerosas las imágenes
notables, que de muy diversos templos y parroquias procesionaban, dado que no
era posible que las imágenes de antaño salieran a la luz con igual profusión,
se optó que participaran inicialmente algunas de las más importantes imágenes de
aquella rica tradición, por ello se eligieron: La majestuosa imagen de “Jesús
Nazareno” de la Parroquia de San José, la muy representativa imagen de ”Nuestra
Señora de la Soledad” del Sagrario Metropolitano, la hermosa imagen esculpida
con rasgos indígenas, de “Nuestro Padre Jesús”, misma que fue entronizada y
permanecía en la Parroquia Santo Ángel Custodio, del fundacional Barrio de
Analco, y la bellísima imagen de “Nuestra Señora de los Dolores” del Templo del
Carmen.
Además de estas cuatro magníficas tallas, también se
decidió, que presidiera el inicio y retorno de la procesión, la veneradísima
imagen del Cristo de la Expiración, misma que fue la imagen que tuteló la
celebración de la III Conferencia del Episcopado Latinoamericano, celebrado en
el Seminario Palafoxiano de Puebla en 1979 y que fuese presidida por San
Juan Pablo II.
La solemne procesión, procurado mantener elementos
esenciales de aquella que le dio origen, se conformó además por los tamborileros
que marcan el paso de la procesión, los niños vestidos de angelitos y de “verónicas”
que portan los símbolos de la Pasión, las congregaciones católicas, las bandas
de música, los matraqueros y por supuesto, todos los fieles católicos que de
buena voluntad se unen al cortejo, que recorre importantes calles del centro
histórico poblano.
La nueva etapa de esta renovada tradición se fue
resignificando como una gran manifestación de fe católica en la Angelópolis, y
con gran entusiasmo y acogida popular, en el año de 1991 se sumó la veneradísima
imagen de “Jesús de las Maravillas” del Templo de Santa Mónica y en el año
2001, durante su décima realización, el Señor Arzobispo decidió otorgar en ella
la Indulgencia Plenaria y la Bendición Papal, que sólo se otorga dos veces al
año.
Actualmente la Procesión de Viernes Santo en Puebla convoca
a más de cien mil feligreses que participan en la procesión y se ha constituido
como una de las más grandes e importantes manifestaciones públicas de fe en
nuestro país.
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