En la Nueva España, fueron los frailes franciscanos,
agustinos y dominicos quienes establecieron el culto y la práctica de la
Procesión del Viernes Santo, con finalidades de catequización a los aborígenes
de esta inventada América, en el siglo XVI.
Por Héctor Azar *
La presencia de Jesucristo en el mundo parte en dos el rumbo
de la eternidad: Antes de Cristo y Después de Cristo. Acontecimiento mayor en
la historia del planeta Tierra; insólita efeméride que no ha encontrado
superación durante 20 siglos. La Pasión del Hijo de Dios hecho Hombre impactó
cerebros y sensibilidades, dando lugar a una manera de ser y de estar en la
vida matizada por conceptos filosófico-cristianos que trasciende tiempos y
espacios, llenando de esperanza a los seres humanos acerca de una vida mejor
así en la tierra como en los cielos.
Acontecimiento de tal naturaleza -La Pasión de Dios hecho
Hombre- habría de obtener la consistencia de una fuerza intelectual y
sentimental nutrida por el pensamiento de Tomás de Aquino, el Angélico Maestro,
y de Agustín, Obispo de Hipona. Santo Tomás y San Agustín establecieron las
bases de la única institución monumental que ha podido sobrevivir a las
borrascas y a las tormentas del género humano, por encima de cualquiera otra
edificación transitoria o efímera durante 20 siglos. Para ello, la catolicidad
renueva su fe, estimula su esperanza y practica cada vez menos su exigua
caridad, mediante celebraciones y trashumancias religadoras -esto es:
religiosas- en las que el teatro sacro se fusiona con lo profano para animar el
alma colectiva.
Este es el posible origen del Via Crucis o Vía Dolorosa de
Jesucristo que diera lugar lo mismo a procesiones que a representaciones
espectaculares como las que se efectúan en todos los pueblos y ciudades de
México y probablemente de todo el mundo católico cristiano. Procesiones y
representaciones teatrales que alcanzan su culminación en las celebraciones
dramáticas y aún patéticas del Viernes Santo.
Son cuatro los grandes lugares en que se celebra la
procesión del Viernes Santo y su profundo misterio pascual: Sevilla, España, en
donde la fastuosidad abruma el fervor religioso matizado con espléndidos cantos
flamencos. En amargo contrapunto, Taxco e Iztapalapa en México celebran la
Semana Mayor verdaderamente insólita por el contenido humano que conllevan; y
finalmente una pequeña villa alemana, Oberammergau, en que la culminación de la
Semana Mayor, el Viernes Santo, se lleva a cabo mediante una muy cuidada
representación teatral que estremece al turismo europeo cada diez años.
En la Nueva España, fueron los frailes franciscanos,
agustinos y dominicos quienes establecieron el culto y la práctica de la
Procesión del Viernes Santo, con finalidades de catequización a los aborígenes
de esta inventada América, en el siglo XVI. De manera espectacular,
aprovecharon las impresionantes tradiciones aborígenes protegiendo y
estimulando las danzas y los cantos de los llamados indios, orientados hacia la
nueva religión.
Los sacerdotes evangelizadores del siglo XVII, pronto se
dieron cuenta de que el culto precolombino era preferentemente externo y ello
propició que la implantación de la doctrina cristiana partiese del interior del
templo, fuera por los atrios y saliera a las calles para inundar con sus
preceptos religiosos todos los caminos que conducían a México y a la América
hispana entera.
Las ciudades como México, Puebla, Guanajuato, Morelia,
Zacatecas, San Luis Potosí, Mérida y las etnias chiapanecas, desarrollaron
celebraciones religiosas con marcada devoción y decidida entrega, en expiación
de la culpa de vivir en un mundo de agudas carencias económicas y espirituales,
y en espacios donde el buen gobierno, en frecuentes ocasiones, brilla por su
ausencia.
*dramaturgo, poeta y ensayista mexicano. Nació el 17 de
octubre de 1930 en Atlixco, Puebla. Se desempeñó como Secretario de Cultura en
su estado natal durante el gobierno de Manuel Bartlett Díaz, donde desarrolló
diversos proyectos teatrales y literarios. Murió el 12 de mayo del año 2000.
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