La presencia de los familiares, de los amigos, compartir el
mole, el baile, el jaripeo, la misa, el castillo, todas estas expresiones que
vivimos como pueblo indígena y mestizo, nos hablan de la herencia de nuestros
abuelos, de su fe, de cómo se han explicado el origen del pueblo...
Por Pbro. Mario Pérez Pérez, párroco de San Francisco de
Asís, Cuetzalan.
En la fiesta patronal tenemos todos los elementos que lo
conforman: la identidad del pueblo, el valor de su vida, los símbolos, los
ritos, las costumbres, los mitos, sin los cuales no se entiende la
participación de todo el pueblo. Se puede ver claramente cómo se realiza el
tejido social, económico, político y religioso del pueblo. Esta propuesta
indígena creemos es posible como una alternativa en la vida de la nación.
Esta tradición que vamos pasando de generación en generación
nos hace conservar nuestra identidad, de ahí las expresiones: “vamos al pueblo,
a la fiesta” “¡Te invitamos, vamos al pueblo! ¡No vayan a faltar!”, y
seguramente no vamos a encontrar gente que nos explique cada uno de estos
elementos: flor, cera, adornos, las procesiones, pero sí sabremos en nuestro
corazón, que algo nuevo está pasando.
La presencia de los familiares, de los amigos, el compartir
el mole, el baile, el jaripeo, la misa, el castillo de luces, todas estas
expresiones que vivimos como pueblo indígena y mestizo, nos hablan de la
herencia de nuestros abuelos, de su fe, de cómo se han explicado el origen del
pueblo, su relación vital con la naturaleza, con Dios, con los hombres y de
cómo esta realidad, la fiesta, ha sobrevivido a los embates de la historia.
Esta es la experiencia total de Dios, todo tendrá razón de
ser al presentarse ante la imagen patronal a ofrecer su flor, su cera, su
limosna, el participar de la Misa y recibir la bendición del Santo Patrón.
El Patrón o Patrona de un pueblo es un santo o una santa con
personalidad propia, no es lo mismo la imagen de Cristo de un pueblo al de
otro. El mito nos hablará de cómo el Patrón tuvo preferencia por este lugar o
por la gente de este lugar, de cómo llegó aquí, cómo se quedó y cómo nunca
pudieron llevárselo. Es inconcebible un pueblo sin Patrón, sería un pueblo
huérfano, sin personalidad.
Revisar la historia de cómo y por qué un pueblo llegó a
tener tal o cual Patrón, analizar los mitos que lo explican es entender por qué
el pueblo llegó a ser Pueblo. Ahí descubrimos las fuentes de vida, las luchas
históricas, las epopeyas, las agresiones sufridas, es decir, descubrimos su
identidad, el sentido religioso de la vida comunitaria.
El Patrón es un reflejo de Dios, simboliza a Dios con este
pueblo. Dios se manifiesta como el Padre o Madre protector del pueblo, que
corre la misma suerte del pueblo y que en esta comunidad manifiesta algunas de
sus maneras de ser: mediador, relacionador de pueblos, defensor solidario,
relacionado con algún aspecto de la vida material o social.
La fiesta patronal es un acontecimiento sagrado vivido por
la comunidad, como un momento de vida intensa en completa ruptura con la vida
ordinaria.
La imagen significa que está presente Dios en medio de la
costumbre, se vive lo que dijo Jesús: “Donde dos o más están reunidos, ahí
estoy yo” (Mt 18, 20). La verdad no se ve, se expresa en sus valores; el amor
no tiene color ni medida, esos valores que nombramos con palabras, necesitan
una expresión y son las velas, las flores, el incienso, la comida, la
solidaridad, el amor, la fraternidad.
La comunidad vive la fiesta, la fiesta es para vivirse, en
ella el pueblo celebra la vida, para que Dios le siga dando vida. El modo de
vivir la fiesta, le enseña al pueblo cómo vivir diario los valores que ya están
en el pueblo: estamos celebrando la solidaridad, el respeto, la fraternidad, el
compartir, el amor; las procesiones nos ayudan a que nos hagamos pueblo, nos
hagamos hermanos que vamos unidos. El canto y la música se hacen vida.
La fiesta la organiza el pueblo, con sus mayordomos y
diputados; las peregrinaciones, las danzas, la música activan la vida del pueblo.
La comunidad indígena reconoce los lugares sagrados, santos, donde Dios se hace
presente: la casa del mayordomo donde está la cofradía, el cerro, la cueva, el
templo.
El pueblo indio comunica su fe con flores y cantos, en un
lenguaje sencillo, festivo, poético como lo hace Dios creador que está presente
en el caminar de la comunidad, luchando y sudando en el campo, sembrando la
vida para todos, ese Dios que nos espera en su casa (Is 25, 6-9), este es el
Dios que nos da la salvación.
Queremos que la madre tierra vuelva a llenarse de flores y
frutos para la vida, que los ríos y las montañas sigan cantando a nuestro Padre
sol, que los indios tengamos la vida y podamos dialogar con los demás seres del
planeta.
La experiencia de Dios lleva al pueblo a adquirir una
fuerza, una espiritualidad que fortalece la identidad del pueblo. Esta
espiritualidad guía al pueblo con dignidad de ser pueblo. Valorar estos ritos,
símbolos, mitos y costumbres, asegura el equilibrio personal, familiar y
comunitario en nuestro pueblo.
Retomar la fuente espiritual de nuestro pueblo para retejer
el petate social e histórico, es valorar los ritos como expresión profunda de
fe; el potenciar de los mitos alimenta una espiritualidad propia en una
estructura comunitaria y la espiritualidad comunitaria tiene raíces que brotan
hacia la liberación.
La experiencia de Dios es vital, pues partiendo de las
preocupaciones de las personas por la vida permite encontrar respuestas a los
problemas y desafíos que plantea la realidad. Dios eterno, se manifiesta en el
espacio y en el tiempo, nuestros pueblos lo captan desde su espacio concreto y
en la vida diaria.
El carácter profundamente comunitario expresado en la
dimensión social como en la religiosa, se constituyen en la posibilidad de enfrentar
la proyecto neoliberal. Frente a la visión individualista occidental se ofrece
como una alternativa, la visión comunitaria de nuestros pueblos.
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