viernes, 24 de agosto de 2012

Libertades que van de la mano


Hay expresiones que son una provocación y una falta de respeto y se amparan en la necedad de que esos actos son fruto de la libertad de expresión. Puede haber sacrilegio, pero el estado democrático nunca castigará ni el sacrilegio ni la blasfemia, a lo mucho quizás alguna autoridad, por prudencia, censurará algunos sucesos.


En la libertad existen expresiones que nos permiten vivir nuestras convicciones y creencias íntegramente, siempre y cuando se respeten los derechos de terceros y el orden público. Pero aquí surge una pregunta: ¿Hasta dónde debe llegar la libertad de expresión? Ninguna libertad, ni siquiera la libertad de expresión, es absoluta, pues encuentra su límite en el deber de respetar la dignidad y la legítima libertad de los demás.

Nada, por más fascinante que sea, puede escribirse, realizarse o transmitirse en perjuicio de los demás y de su dignidad. Nadie puede difamar arbitrariamente a una persona o una institución. En el caso de las creencias religiosas, libertad de expresión y libertad religiosa exigen el respeto, sin este, dado que una persona no tiene necesariamente que creer lo que otras personas creen, se puede caer en el sacrilegio, en la irreverencia o en la profanación.

Hay expresiones que son una provocación y una falta de respeto y se amparan en la necedad de que esos actos son fruto de la libertad de expresión. Puede haber sacrilegio, pero el estado democrático nunca castigará ni el sacrilegio ni la blasfemia, a lo mucho, quizás alguna autoridad, por prudencia, censurará algunos sucesos.

Cada sociedad, de alguna manera, ha establecido el límite a la libertad de expresión y hoy existe la posibilidad de manifestar cosas que los miembros de una religión pueden considerar sacrílego o blasfemo. Es cierto que quienes expresan sus puntos de vista no están obligados a compartir la religión de otro, pero también los miembros de una religión no tienen necesariamente que escuchar o ver dichas expresiones. Si así fuera, estaríamos hablando de injusticia, la cual puede ser castigada no porque insulte un símbolo religioso, sino porque provoca el odio y la burla contra aquel grupo.

Amparados en la amplitud de la democracia donde está permitida la libre circulación de las ideas, la libertad de expresión se confunde con el desenfreno irresponsable. Cuando la libertad de expresión no está orientada hacia la búsqueda de lo verdadero y del bien, sino que se complace, por ejemplo, en la producción de espectáculos, de violencia, de malos tratos o de terror, o cuando la fe y los sentimientos religiosos de los creyentes pueden ser puestos en ridículo en nombre de la libertad de expresión o de fines propagandísticos, la intolerancia corre el riesgo de aparecer bajo diversas formas.

El respeto de la libertad religiosa es un criterio no sólo de la coherencia de un sistema jurídico, sino también de la madurez de una sociedad libre. Cuando se ahoga la verdad por intereses injustos, por la violencia de grupos que pretenden hacer obra de subversión en la vida civil o por la fuerza organizada en sistema, es el hombre el que resulta herido: sus justas aspiraciones no pueden ya ser comprendidas, y mucho menos, satisfechas. La libertad de expresión no puede quedar al margen de la norma moral; esta libertad debe ser siempre correlativa a los derechos ajenos y a los imperativos de la vida en sociedad y, consiguientemente, al deber de respetar el honor, la reputación, el bien común, y la decencia de las costumbres.

Postre
Es desafortunada la decisión del obispo de Tehuantepec, Oscar Armando Campos, solicitarle al sacerdote Alejandro Solalinde, fundador de la casa del migrante “Hermanos en el camino”, en Ciudad Ixtepec, abandonar el albergue y aprovechar su tiempo libre en atender a los pobres… ¡Qué más pobres puede atender este hombre de Dios que ha dedicado los últimos años de su vida en proteger a los migrantes y denunciar su maltrato! El Padre Solalinde seguirá en su apostolado, de eso estamos seguros, no le importa si lo excomulgan o es reducido a la vida laical, eso al rabí de Galilea es lo que menos le interesa, lo que espera de sus “ministros” es valor, arrojo o audacia para salir a la búsqueda de las ovejas perdidas… no para dispersarlas.

viernes, 17 de agosto de 2012

México necesita a sus indígenas


“México necesita a sus indígenas” porque en su sabiduría aprendemos que la vida, aún con sus rudezas, posee grandes tesoros de sabiduría, nobleza y fortaleza. Por eso se debe alentar a los indígenas a que conserven y promuevan con legítimo orgullo la cultura de sus pueblos, las sanas tradiciones y costumbres, el idioma y los valores propios.


Hace una década resonó desde la casita del Tepeyac una voz que cimbró la conciencia histórica de la nación mexicana: “¡México necesita a sus indígenas y los indígenas necesitan a México!” Fue la voz del entonces Vicario de Cristo, Juan Pablo II, quien en ese momento señaló el camino a seguir para la construcción de la identidad mexicana.

“México necesita a sus indígenas” no sólo para alardear el folclore y el costumbrismo, sino para recordar que nuestras raíces están en ellos y por ellos subsisten; por desgracia existen hombres y mujeres que se avergüenzan de sus orígenes y buscan estereotipos en una cultura ajena que desarraiga y enajena con valores y criterios muchas veces dañinos al corazón humano.

Los pueblos indígenas poseen una visión de la vida que reconoce la sacralidad del mundo y del ser humano. La sencillez, la humildad, el amor a la libertad, la hospitalidad, la solidaridad, el apego a la familia, la cercanía a la tierra y el sentido de la contemplación, son algunos de tantos valores que las raíces indígenas de México han conservado hasta nuestros días y constituyen una aportación que se palpa en parte de la sociedad.

“México necesita a sus indígenas” para construir un país mejor, una nación plural que se enriquezca con las aspiraciones legítimas de cada uno y en donde la voz de cada uno sea escuchada. Sin embargo, hay que reconocer, con toda verdad, el menosprecio y los abusos que son objeto, vejaciones que no tiene otro origen que la falta de amor y el no reconocimiento de la fraternidad que existe entre todos los mexicanos.

“México necesita a sus indígenas” porque en su sabiduría aprendemos que la vida, aún con sus rudezas, posee grandes tesoros de sabiduría, nobleza y fortaleza. Por eso se debe alentar a los indígenas a que conserven y promuevan con legítimo orgullo la cultura de sus pueblos, las sanas tradiciones y costumbres, el idioma y los valores propios. Cada pueblo indígena posee una identidad como derecho inviolable; al mismo tiempo, la transmisión de dicha identidad a las generaciones venideras, enriquece a toda la sociedad.

“México necesita a sus indígenas” en cuyo corazón palpita el apego y la cercanía a la madre tierra. Ellos aman la tierra y el sano contacto con la naturaleza, por eso, su presencia es una llamada urgente a proteger el medio ambiente y a poner en acto medios eficaces para proteger y conservar la naturaleza creada por Dios.

“México necesita a sus indígenas” porque María escogió a uno de ellos, al “más pequeño de sus hijos”, para ser su mensajero y edificar la gran obra de nuestra evangelización y salvación. La fe en nuestras tierras fue sembrada en el alma indígena, y ellos nos enseñaron a perdonar y a ser siempre fieles...

“Y los indígenas necesitan a México”, a sus instituciones, sus estructuras sociales y eclesiales para que, con un renovado empeño, sean ellos mismos protagonistas de la propia elevación espiritual y humana mediante el trabajo digno y constante, la fidelidad a sus mejores tradiciones, la práctica de las virtudes así como  la fe recibida.