Había una vez un país donde los ciudadanos trabajaban con dedicación y esmero; se preocupaban del medio ambiente y colaboraban para tener cielos y tierras limpias, un ecosistema habitable y grato; tenían la conciencia de que pagar impuestos significaba progreso y desarrollo para ellos y para sus hijos. Con prontitud acudían a las urnas cuando eran convocados a elegir los cargos públicos ¡Sabían en quien ponían su confianza! Tenían en alto el respeto a sus instituciones públicas: escuelas, comunidades, servicios, costumbres. Respetaban las normas de vialidad al ir conduciendo. Juntos habían establecido actividades de servicio comunitario; porque conocían el significado de la solidaridad atendían a los enfermos, ancianos, niños discapacitados y colaboraban en el desarrollo social debido a que el salario de sus trabajos les permitía vivir honrada y desahogadamente, tanto que les permitía dar a los que, de alguna manera y por causas ajenas a la propia voluntad, necesitaban auxilio.
En los días de descanso, las familias visitaban museos y sitios arqueológicos, cuidaban sus convicciones y profesión religiosas, asistían y participaban en la promoción de actividades culturales que les permitían conocer sus valores, costumbres y tradiciones nacionales. Conocían la verdad de su historia, el verdadero sentido de las tradiciones y los hechos que habían conformado su situación actual. Los educadores actualizaban continuamente sus conocimientos, al mismo tiempo que las técnicas de enseñanza, para garantizar un mejor aprendizaje y aprovechamiento de los alumnos, además veían en cada educando a una persona en desarrollo y formación. Cuando descubrían la raíz de los males, comprendían y tomaban decisiones para corregirlos y prevenir en la medida posible su repetición. Vivían en paz, con ilusión, mostrando a otras naciones el orgullo de haber construido una verdadera patria que heredarían a las generaciones venideras. Se respetaban entre ellos porque en el corazón de cada uno latía el amor a la patria.
Qué agradable era vivir en aquel país, donde no había proclamas ni demagogia porque cada uno sabía lo que tenía que hacer. Era un país con futuro, respondiendo a la vocación de ser una gran nación, un país que sólo se dibujaba en los libros de cuentos, o en el anecdotario de sus héroes soñadores. Una nación se construye con la voluntad de todos sus habitantes, no de unos cuantos…
¿Cuándo tendremos la voluntad de querer ser el gran país que muchos han soñado?
No hay comentarios:
Publicar un comentario