Los logros deportivos de
nuestros hermanos discapacitados son el orgullo de un país, la exaltación de
una bandera, pero sobre todo, son el gran canto de alabanza a la existencia y a
la felicidad de saber gozarla.
En 1948 surgió
la iniciativa de organizar un torneo deportivo para veteranos de la Segunda
Guerra Mundial con lesión en la columna vertebral. Cuatro años más tarde nació
un movimiento internacional que después de su desarrollo histórico, ahora
organiza una justa olímpica oficial para atletas con discapacidades
físicas, mentales y sensoriales. Esto incluye discapacidades motoras,
amputaciones, ceguera y parálisis cerebral.
Hoy los Juegos Paralímpicos son eventos de la elite
de los deportes para atletas de distintos grupos de discapacidad. Estas
competencias enfatizan las realizaciones atléticas de los participantes en vez
de sus discapacidades, y muestran claramente que los hombres y mujeres con
capacidades diferentes pertenecen y están integrados plenamente en nuestra
sociedad, es más, ellos nos enseñan cómo se vive una existencia plena capaz de
participar del triunfo deportivo y sus alegrías.
Para los deportistas paralímpicos, el deporte no es una cuestión de interés
económico, tampoco el propósito de establecer nuevos records en las
especialidades deportivas. El deporte para ellos es la superación de sí mismos,
una vivencia de fraternidad universal y de solidaridad con cada miembro de la
familia humana. A través de estos juegos, podemos encontrar mayor sensibilidad
para afrontar y resolver las necesidades comunes de los hermanos que viven
estas circunstancias de vida, además fortalecen la conciencia del valor y
dignidad de la persona humana que no depende de cualidades secundarias como la
fuerza o la apariencia física sino del hecho fundamental de que ellos y ellas
son personas, seres humanos.
Al ver estas competencias deportivas, debemos esforzarnos en poner fin a
las discriminaciones, no sólo de raza, sino también de los fuertes en salud en
confrontación de los débiles y enfermos. La sensibilidad que brota de los
juegos paralímpicos debe llevar a los gobiernos y a la sociedad en general a
buscar una apropiada legislación que aporte oportunidades médicas,
psicológicas, sociológicas y educativas para los discapacitados. Pero sobre
todo, el mayor logro de estos eventos se dará si en el corazón de cada uno nace
el amor y la caridad hacia los discapacitados, no como una muestra de lástima y
fatua compasión, sino como señal de que todos tenemos una misión en este mundo,
sobre todo en la construcción de la civilización del amor derribando barreras
adversas e introduciendo nuevos y altos valores humanos. La vida y su valor
provienen de Dios, en su desarrollo y plenitud participamos todos y cada uno de
los seres humanos.
Los logros deportivos de nuestros hermanos discapacitados son el orgullo de
un país, la exaltación de una bandera, pero sobre todo, son el gran canto de
alabanza a la existencia y a la felicidad de saber gozarla.
Postre
En días pasados Fray Raúl Vera López, Obispo de la Diócesis de Saltillo,
Coahuila, fue nominado al premio Nóbel de la Paz. No se adjudicó el “galardón”
de este año, sin embargo, el hecho de ser dado a conocer por la televisión
noruega reconoce la valía de este hombre de Dios. Un hombre cuya labor pastoral
destaca la defensa de los Derechos Humanos, el apoyo de las reivindicaciones de
mejora laboral de los mineros, la ayuda a los inmigrantes mediante el proyecto
Frontera con Justicia, la lucha contra la discriminación que padecen los
homosexuales y la creación del centro Diocesano para los Derechos Humanos Fray
Juan de Larios.
Con premio o sin él, hombres y mujeres de buena voluntad reconocemos en este hombre
a un hijo del altísimo. Dios lo colme de abundantes bendiciones porque su misión
no es sencilla.
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