martes, 30 de octubre de 2012

La esperanza en la vida eterna



…nuestros difuntos están en buenas manos, mucho mejores que las nuestras. Pues mientras vivían y estaban con nosotros, más de una vez fueron víctimas de nuestros defectos, de nuestras limitaciones, de nuestro egoísmo y de nuestras injusticias. Ahora están en las manos de Dios: manos de padre y madre que acogen…


Cuando una persona nace, diversas manifestaciones de alegría se hacen presentes, sobre todo cuando se piensa en el futuro prometedor que encierra la vida que empieza. A lo largo de la existencia saboreamos momentos plenos de felicidad, que guardamos y conservamos en la memoria y de vez en vez afloran para refrescar y rejuvenecer el diario vivir. Sin embargo, en el peregrinar terreno también se levantan muros llenos de interrogantes.

Los hombres sufrimos, lloramos y padecemos; nuestra existencia está marcada por estos hitos de incertidumbre y desconcierto. El hecho de la muerte se hace presente en el hombre como el fin de la vida, como el misterio que aparece y se lleva, con todo, un fruto hermoso y largamente madurado. Avanzamos por nuestra existencia y, de repente, nos encontramos encarados con esta muralla misteriosa que nos impide el paso. Y en su misma base dejamos los restos de nuestro cuerpo. Los familiares, los amigos piadosamente los recogen y los entierran, entonces ¿Todo habrá terminado?

La festividad del 2 de noviembre, nos orienta hacia pensamientos de eternidad. Esta abre ante nosotros la perspectiva del “cielo nuevo” y de la “tierra nueva” donde Dios “enjugará toda lágrima de sus ojos, y no habrá ya muerte ni habrá llanto, ni gritos ni fatigas, porque el mundo viejo ha pasado” (Ap. 21, 1-4) Esta esperanza es ya una realidad vivida por la inmensa constelación de Santos que gozan de la presencia de Dios. En esta certeza se funda la serenidad del cristiano de cara a la muerte. No deriva de una especie de insensibilidad o de resignación apática ante este hecho como tal, sino de la convicción de que la muerte no tiene la última palabra en el destino humano, contrariamente a lo que parece.

La muerte puede y debe ser vencida desde la vida. La perspectiva última, la esperanza para el cristiano que vive en gracia de Dios no es la muerte, sino la vida, y la vida eterna. La vida de aquí abajo no es un camino hacia la muerte, sino hacia la vida, hacia la luz, hacia el Señor. Por eso, pedimos para nuestros hermanos que nos han precedido en el camino que el altísimo les dé el descanso eterno y la luz perpetua brille en ellos. Les recordamos así para que descanso, en la paz. Para que puedan gozar de los frutos de sus fatigas y renuncias. Para que sus sufrimientos no hayan sido vanos.

No tengamos miedo, ya que nuestros difuntos están en buenas manos, mucho mejores que las nuestras. Pues mientras vivían y estaban con nosotros, más de una vez fueron víctimas de nuestros defectos, de nuestras limitaciones, de nuestro egoísmo y de nuestras injusticias. Ahora están en las manos de Dios: manos de padre y madre que acogen, que comprenden, que aman y por ello siempre están dispuestas a perdonar. Manos de padre y madre llenas de amor. Las manos de Dios se alargan también hacia nosotros a la hora de la muerte y nos llevan al otro lado de la frontera, allí donde ningún tormento nos tocará, a la felicidad inmensa, al lugar del reposo, de la luz y de la paz, a la inmortalidad.

Postre
El viernes de la semana pasada Joaquín López Dóriga, anunció en su noticiero la entrada de un “objeto extraño” al Popocatépetl. Lo que me parece extraño, además de la “insólita” nota y el inexistente contraste con otras fuentes que dan seguimiento a la actividad del volcán, la calidad del video y el burdo montaje del “ovni”. ¡No me lo creo! ¿Qué quieren ocultar en esta cortina de humo?

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