miércoles, 23 de septiembre de 2015

Amine Tanús, superviviente de 1985

Dios transforma todo, cualquier suceso o circunstancia, para nuestro mayor bien.
San Pablo



El 19 de septiembre de 1985, siendo las 7:30 de la mañana, un terremoto de 8.5 grados Richter sacudió a la ciudad de México, causando pánico entre toda la población. La capital del país fue construida, principalmente, sobre una zona pantanosa y con subsuelos muy blandos. Pese a esto, está llena de altos edificios que, desde los tiempos de la colonia, se fueron construyendo sin mucho control.

Ese día numerosos edificios antiguos y algunos nuevos, se vinieron abajo con el primer temblor o con los que siguieron. En las calles de Correo Mayor y Mesones, en un edificio de 7 pisos, con unos 15 departamentos por piso, vivían aproximadamente 400 personas. Entre ellas, la señorita Amine Tanus. Su departamento constaba de sala, comedor, cocina, dos recámaras y baño. Su habitación era amplia y bien amueblada. Sobre el tocador, en un pequeño bambineto, se encontraba la blanca figura de un niño Dios, vestido con un ropón amarillo, ella lo llamaba “su bebé”.

Un día antes del trágico temblor, miércoles 18 de septiembre, Amine, en su rutina diaria; se bañó, cenó, rezó algunas oraciones y escuchó una voz o tuvo un presentimiento: “esta es la última noche”. Habló por teléfono con su padre. Se acostó y un tanto intranquila, tomó la figura del niño Dios y la colocó en su cama para que la acompañara en sus sueños... Viendo la televisión, se quedó dormida, junto a “su bebé”.

Por la mañana del 19, al sentir el primer temblor, se quedó acostada y no muy sorprendida. Con los siguientes movimientos telúricos, abrazó a su bebé y se sentó en la cama. En ese momento de indecisión, menciona haber escuchado una voz ordenándole: “párate”. Simultáneamente, escuchó los cristales de las ventanas romperse en mil pedazos. Con muchas dificultades, trastabillando y apenas sosteniéndose de los muebles, llegó a la puerta de su recámara. En ese momento, los muros y el techo se le vinieron encima. Los departamentos superiores al suyo, cargados exageradamente con máquinas de coser que ahí se guardaban como bodega de los talleres de costura del mismo edificio, se desplomaron sobre su vivienda. Todo era oscuridad, polvo, pedazos de tabique y concreto, caos y desolación; y ella seguían abrazando al niño Dios...

Amine quedó sobre el piso, boca arriba, con escombro cubriendo sus piernas, encerrada en un pequeño espacio o nicho, en el cual, solo podía extender su brazo hacia arriba y hacia el frente (en dirección a sus piernas) a unos 70 centímetros. El brazo izquierdo, le quedó doblado sobre el pecho y sosteniendo la apreciada figura. En esta reducida y claustrofóbica “cámara” de aire, ella sólo podía mover los brazos y la cabeza; ella hacía esfuerzos, tratando de entender lo sucedido...

En las primeras horas, percibía el olor del gas que escapaba de los tanques y se preocupaba por una posible explosión. Escuchaba a un bebé llorando y varios gritos de sus vecinos... Un teléfono sonaba y ella pensaba que era el suyo. Muchas veces se dijo: “lo hubiera jalado junto a mí”...

Amine nos dice que, antes de esta terrible experiencia, ella era católica como millones de mexicanos. Sin embargo, no tenía o sentía una especial devoción hacia algunos santos o hacia la Virgen María. Ella asistía a misa los domingos, aún cuando solo comulgaba una vez al año. Sin embargo, por su niño Dios, “su bebito”, tenía una gran devoción y era, en sus propias palabras, su compañero inseparable al cual le confiaba sus penas y alegrías, sus inquietudes, sus planes, sus fracasos y triunfos.

Estando ahí, casi sepultada, frecuentemente perdía el conocimiento y, en esos lapsos, tenía sueños que eran verdaderas pesadillas o películas de horror, con imágenes que, desde luego, nunca había visto en su vida. Nunca terminaban sus sueños, cuando llegaban a un determinado punto, ella volvía a estar medio consciente, se desvanecía nuevamente y empezaba con otra pesadilla. En alguno de los primeros sueños, se veía llegando a un supermercado en dónde solo había un mostrador y ninguna persona. Escuchaba una voz, como con eco, que le preguntaba qué quería. Ella respondía: “vengo por fruta y verdura para Sor Catalina... Estas mercancías, se las entregaban a través de una gruesa y corrugada manguera de hule blanco y se las ponían en una bolsa de papel. Entraba al departamento de bebés y preguntaba por ropa en colores azul y blanco, ya que solo había en color beige. Otra voz, también con eco, le decía: “no hay, no hay, no hay”... Ella insistía y explicaba: “tengo cuatro bebés (niños Dios), dos blancos y dos negros, y no los puedo vestir solo en color beige”...

En sus pesadillas, en determinado momento, soñando o alucinando, sintió que se desprendió de su cuerpo y, flotó, tal vez en espíritu o en su imaginación. Veía su propio cuerpo, acostado, boca arriba, abrazando al niño Dios y casi sepultado por los escombros. Ella seguía flotando y, moviéndose a lo largo de un pasillo, ahí encontró a una vecina que gritaba angustiada. Al preguntarle Amine el porqué de los gritos, la vecina, señalando hacia un lado, decía: “Toya, está muerta”...”Toya está muerta”... seguía flotando y en otra habitación, encontró a una anciana. Ella era Toya, de 84 años de edad, que estaba sobre su cama, boca abajo, le levantó la cara tomándola de la barbilla y le preguntó: ¿Duermes o estás con Dios?... Ella contestó. “déjame descansar”... Amine le preguntó a Toya por su hermana, Eva, de unos 75 años, y la respuesta fue: “Va a descansar”... Días antes de que rescataran a Amine, a esas dos mujeres, Toya y Eva, las sacaron, ya muertas, de entre los escombros del edificio. Sus cuerpos estaban en los lugares y en la posición en que nuestra amiga, en sus sueños, las había encontrado y visto...

En la segunda serie de temblores, el espacio libre que tenía se redujo aún más, quedándole libre casi solo la cabeza y la parte superior del tronco. Por la cantidad de polvo en su entorno vital, ella cerró los ojos y la boca. En ese momento, casi con la boca cerrada, dijo a Dios: “Perdóname por todas mis culpas... si quieres, llévame. Sólo te pido que en estos momentos no te apartes de mí y que se haga tu voluntad”... Se dirigió a la Virgen de Guadalupe, diciéndole: “Yo prometo llevarte un ramo de rosas cuando salga de aquí”...Unos 3 años después de su rescate, ella le llevó un pequeño florero de cristal cortado con unas hermosas rosas que, durante bastante tiempo, estuvieron colocadas muy cerca del cuadro de la Virgen en la Villa De Guadalupe.

Al pasar los días, ella tenía mucha sed, pero no hambre ni miedo. En sueños, veía al Sr. Michel Guichard, su jefe en Liverpool, a quien le pedía agua. Esta persona, daba indicaciones a alguien para que le dieran agua “Sírvanle, ordenaba el señor”...ella veía una jarra flotando y vertiendo agua en un tarro, de cerámica blanca, con su nombre: Amine. Tomaba de esa agua y no se explicaba el por qué no percibía el sabor del ansiado líquido ni se le calmaba la tremenda sed... “Dios mío, tengo sed”... En los momentos más angustiosos, cuando se sentía desfallecer por la tremenda sed, vio una gran luz y unas pequeñas y blancas manos, de un niñito de unos tres años, que ahuecándolas, le acercaban agua a la boca... Ella la tragaba e, inclusive, sentía como se le derramaba el líquido, por la comisura de los labios, hacia sus mejillas... Esta agua, le quitó la sed por completo y, misteriosamente, no volvió a sufrir por esa carencia en los siguientes días...

También se soñaba en un centro comercial y que ella estaba dentro de un carrito metálico (de los usados en los supermercados) que se desplazaba por diversas áreas desconocidas y siempre en penumbras. El carrito llegaba a una habitación en la que las paredes y el techo, se iban cerrando paulatinamente sobre ella, amenazando aplastarla. En otros momentos, soñaba que estaba en una gran olla Express o encerrada en una jaula, agarrada de las rejas y gritando. A veces se veía, como una pequeña bebita, en posición fetal, encerrada en una cesta de mimbre, y escuchaba la voz de una compañera de trabajo, con la cual, en la vida real, no se llevaba bien, que le gritaba: “mátenla... mátenla”...

Ya cerca de su rescate, se soñaba en un cuarto en donde se encontraba una gran máquina, de forma cuadrada, que tenía conectada una larga manguera. Esa máquina giraba y se detenía, momentánea y acompasadamente, apoyándose en cada uno de sus vértices, al mismo tiempo escuchaba un ruido que le molestaba los oídos y también un sonido como de agua que chapoteaba. En esa escena, ella veía a algunas de sus primas y, una de ellas, le decía: “Apúrate Amine, vamos a casa de Tía Carmela”...ella respondía: “vayan Ustedes, pues debo esperar a que la máquina se llene de agua”...

Ahí perdió definitivamente el conocimiento y ya no supo nada hasta que despertó en una cama del Hospital Humana (Actual Hospital Ángeles), en Perisur, a donde la habían trasladado al sacarla de entre los escombros después de estar varios días sepultada y dada por muerta.

Ya en el hospital, al empezar a recobrar el sentido y verse rodeada de algunas caras conocidas, reponiéndose de la sorpresa, ella preguntó por su bebé. Tratando de complacerla y de que no se alterara, le llevaron un niño Dios de color negro. En los días siguientes, llegaron varios otros (en total: dos negros y dos blancos). Estos cuatro bebés, se los llevaron al hospital sin que ella los pidiera y sin que nadie supiera nada de lo que había soñado.


A través de los años, desde 1985, se han contado muchas cosas e historias relacionadas con ese terremoto. Muchas no se pueden comprobar. Sin embargo, lo que sí podemos mencionar, pero no explicar, es cómo, una pequeña mujer pudo resistir nueve días, sin agua, sin alimento, con las piernas aplastadas y sin atención médica... Esta mujer es Amine Tanús. Ella sobrevivió a esta tragedia, y ahora colabora con el Padre Ignacio González Molina en varias actividades. Ella es un gran ejemplo de valor y coraje, para todos los que la conocemos y, sin duda alguna, la prueba de que los milagros pueden ser ciertos cuando se tiene fe.

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