Dios transforma todo, cualquier suceso o circunstancia,
para nuestro mayor bien.
San Pablo
El 19 de septiembre de 1985, siendo las 7:30 de la mañana,
un terremoto de 8.5 grados Richter sacudió a la ciudad de México, causando
pánico entre toda la población. La capital del país fue construida,
principalmente, sobre una zona pantanosa y con subsuelos muy blandos. Pese a
esto, está llena de altos edificios que, desde los tiempos de la colonia, se
fueron construyendo sin mucho control.
Ese día numerosos edificios antiguos y algunos nuevos, se
vinieron abajo con el primer temblor o con los que siguieron. En las calles de
Correo Mayor y Mesones, en un edificio de 7 pisos, con unos 15 departamentos
por piso, vivían aproximadamente 400 personas. Entre ellas, la señorita Amine
Tanus. Su departamento constaba de sala, comedor, cocina, dos recámaras y
baño. Su habitación era amplia y bien amueblada. Sobre el tocador, en un
pequeño bambineto, se encontraba la blanca figura de un niño Dios, vestido con
un ropón amarillo, ella lo llamaba “su bebé”.
Un día antes del trágico temblor, miércoles 18 de septiembre, Amine, en su rutina
diaria; se bañó, cenó, rezó algunas oraciones y escuchó una voz o tuvo un
presentimiento: “esta es la última noche”. Habló por teléfono con su padre. Se
acostó y un tanto intranquila, tomó la figura del niño Dios y la colocó en su
cama para que la acompañara en sus sueños... Viendo la televisión, se quedó
dormida, junto a “su bebé”.
Por la mañana del 19, al sentir el primer temblor, se quedó
acostada y no muy sorprendida. Con los siguientes movimientos telúricos, abrazó
a su bebé y se sentó en la cama. En ese momento de indecisión, menciona haber
escuchado una voz ordenándole: “párate”. Simultáneamente, escuchó los cristales
de las ventanas romperse en mil pedazos. Con muchas dificultades,
trastabillando y apenas sosteniéndose de los muebles, llegó a la puerta de su
recámara. En ese momento, los muros y el techo se le vinieron encima. Los
departamentos superiores al suyo, cargados exageradamente con máquinas de coser
que ahí se guardaban como bodega de los talleres de costura del mismo edificio,
se desplomaron sobre su vivienda. Todo era oscuridad, polvo, pedazos de tabique
y concreto, caos y desolación; y ella seguían abrazando al niño Dios...
Amine quedó sobre el piso, boca arriba, con escombro
cubriendo sus piernas, encerrada en un pequeño espacio o nicho, en el cual,
solo podía extender su brazo hacia arriba y hacia el frente (en dirección a sus
piernas) a unos 70 centímetros. El brazo izquierdo, le quedó doblado sobre el
pecho y sosteniendo la apreciada figura. En esta reducida y claustrofóbica
“cámara” de aire, ella sólo podía mover los brazos y la cabeza; ella hacía
esfuerzos, tratando de entender lo sucedido...
En las primeras horas, percibía el olor del gas que escapaba
de los tanques y se preocupaba por una posible explosión. Escuchaba a un bebé
llorando y varios gritos de sus vecinos... Un teléfono sonaba y ella pensaba
que era el suyo. Muchas veces se dijo: “lo hubiera jalado junto a mí”...
Amine nos dice que, antes de esta terrible experiencia, ella
era católica como millones de mexicanos. Sin embargo, no tenía o sentía una
especial devoción hacia algunos santos o hacia la Virgen María. Ella asistía a
misa los domingos, aún cuando solo comulgaba una vez al año. Sin embargo, por
su niño Dios, “su bebito”, tenía una gran devoción y era, en sus propias
palabras, su compañero inseparable al cual le confiaba sus penas y alegrías,
sus inquietudes, sus planes, sus fracasos y triunfos.
Estando ahí, casi sepultada, frecuentemente perdía el
conocimiento y, en esos lapsos, tenía sueños que eran verdaderas pesadillas o
películas de horror, con imágenes que, desde luego, nunca había visto en su
vida. Nunca terminaban sus sueños, cuando llegaban a un determinado punto, ella
volvía a estar medio consciente, se desvanecía nuevamente y empezaba con otra
pesadilla. En alguno de los primeros sueños, se veía llegando a un supermercado
en dónde solo había un mostrador y ninguna persona. Escuchaba una voz, como con
eco, que le preguntaba qué quería. Ella respondía: “vengo por fruta y verdura
para Sor Catalina... Estas mercancías, se las entregaban a través de una gruesa
y corrugada manguera de hule blanco y se las ponían en una bolsa de papel.
Entraba al departamento de bebés y preguntaba por ropa en colores azul y
blanco, ya que solo había en color beige. Otra voz, también con eco, le decía:
“no hay, no hay, no hay”... Ella insistía y explicaba: “tengo cuatro bebés
(niños Dios), dos blancos y dos negros, y no los puedo vestir solo en color
beige”...
En sus pesadillas, en determinado momento, soñando o
alucinando, sintió que se desprendió de su cuerpo y, flotó, tal vez en espíritu
o en su imaginación. Veía su propio cuerpo, acostado, boca arriba, abrazando al
niño Dios y casi sepultado por los escombros. Ella seguía flotando y,
moviéndose a lo largo de un pasillo, ahí encontró a una vecina que gritaba
angustiada. Al preguntarle Amine el porqué de los gritos, la vecina, señalando
hacia un lado, decía: “Toya, está muerta”...”Toya está muerta”... seguía
flotando y en otra habitación, encontró a una anciana. Ella era Toya, de 84
años de edad, que estaba sobre su cama, boca abajo, le levantó la cara
tomándola de la barbilla y le preguntó: ¿Duermes o estás con Dios?... Ella
contestó. “déjame descansar”... Amine le preguntó a Toya por su hermana, Eva,
de unos 75 años, y la respuesta fue: “Va a descansar”... Días antes de que
rescataran a Amine, a esas dos mujeres, Toya y Eva, las sacaron, ya muertas, de
entre los escombros del edificio. Sus cuerpos estaban en los lugares y en la
posición en que nuestra amiga, en sus sueños, las había encontrado y visto...
En la segunda serie de temblores, el espacio libre que tenía
se redujo aún más, quedándole libre casi solo la cabeza y la parte superior del
tronco. Por la cantidad de polvo en su entorno vital, ella cerró los ojos y la
boca. En ese momento, casi con la boca cerrada, dijo a Dios: “Perdóname por
todas mis culpas... si quieres, llévame. Sólo te pido que en estos momentos no
te apartes de mí y que se haga tu voluntad”... Se dirigió a la Virgen de
Guadalupe, diciéndole: “Yo prometo llevarte un ramo de rosas cuando salga de
aquí”...Unos 3 años después de su rescate, ella le llevó un pequeño florero de
cristal cortado con unas hermosas rosas que, durante bastante tiempo,
estuvieron colocadas muy cerca del cuadro de la Virgen en la Villa De
Guadalupe.
Al pasar los días, ella tenía mucha sed, pero no hambre ni
miedo. En sueños, veía al Sr. Michel Guichard, su jefe en Liverpool, a quien le
pedía agua. Esta persona, daba indicaciones a alguien para que le dieran agua
“Sírvanle, ordenaba el señor”...ella veía una jarra flotando y vertiendo agua
en un tarro, de cerámica blanca, con su nombre: Amine. Tomaba de esa agua y no
se explicaba el por qué no percibía el sabor del ansiado líquido ni se le
calmaba la tremenda sed... “Dios mío, tengo sed”... En los momentos más
angustiosos, cuando se sentía desfallecer por la tremenda sed, vio una gran luz
y unas pequeñas y blancas manos, de un niñito de unos tres años, que
ahuecándolas, le acercaban agua a la boca... Ella la tragaba e, inclusive,
sentía como se le derramaba el líquido, por la comisura de los labios, hacia
sus mejillas... Esta agua, le quitó la sed por completo y, misteriosamente, no
volvió a sufrir por esa carencia en los siguientes días...
También se soñaba en un centro comercial y que ella estaba
dentro de un carrito metálico (de los usados en los supermercados) que se
desplazaba por diversas áreas desconocidas y siempre en penumbras. El carrito
llegaba a una habitación en la que las paredes y el techo, se iban cerrando
paulatinamente sobre ella, amenazando aplastarla. En otros momentos, soñaba que
estaba en una gran olla Express o encerrada en una jaula, agarrada de las rejas
y gritando. A veces se veía, como una pequeña bebita, en posición fetal,
encerrada en una cesta de mimbre, y escuchaba la voz de una compañera de
trabajo, con la cual, en la vida real, no se llevaba bien, que le gritaba: “mátenla...
mátenla”...
Ya cerca de su rescate, se soñaba en un cuarto en donde se
encontraba una gran máquina, de forma cuadrada, que tenía conectada una larga
manguera. Esa máquina giraba y se detenía, momentánea y acompasadamente,
apoyándose en cada uno de sus vértices, al mismo tiempo escuchaba un ruido que
le molestaba los oídos y también un sonido como de agua que chapoteaba. En esa
escena, ella veía a algunas de sus primas y, una de ellas, le decía: “Apúrate
Amine, vamos a casa de Tía Carmela”...ella respondía: “vayan Ustedes, pues debo
esperar a que la máquina se llene de agua”...
Ahí perdió definitivamente el conocimiento y ya no supo nada
hasta que despertó en una cama del Hospital Humana (Actual Hospital Ángeles),
en Perisur, a donde la habían trasladado al sacarla de entre los escombros
después de estar varios días sepultada y dada por muerta.
Ya en el hospital, al empezar a recobrar el sentido y verse
rodeada de algunas caras conocidas, reponiéndose de la sorpresa, ella preguntó
por su bebé. Tratando de complacerla y de que no se alterara, le llevaron un
niño Dios de color negro. En los días siguientes, llegaron varios otros (en
total: dos negros y dos blancos). Estos cuatro bebés, se los llevaron al
hospital sin que ella los pidiera y sin que nadie supiera nada de lo que había
soñado.
A través de los años, desde 1985, se han contado muchas
cosas e historias relacionadas con ese terremoto. Muchas no se pueden
comprobar. Sin embargo, lo que sí podemos mencionar, pero no explicar, es cómo,
una pequeña mujer pudo resistir nueve días, sin agua, sin alimento, con las
piernas aplastadas y sin atención médica... Esta mujer es Amine Tanús. Ella
sobrevivió a esta tragedia, y ahora colabora con el Padre Ignacio González
Molina en varias actividades. Ella es un gran ejemplo de valor y coraje, para
todos los que la conocemos y, sin duda alguna, la prueba de que los milagros
pueden ser ciertos cuando se tiene fe.
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