jueves, 13 de enero de 2011

La voz dulce de la oración

Si las campanas simbolizan la alegría, también suenan para llamar a la acción, están destinadas a llamar a todos los hombres y mujeres de buena voluntad a esforzarse cada vez más por liberar al mundo del egoísmo, de la falsedad, de la mentira y del aislamiento.

Desde el siglo V de nuestra era cristiana, las campanas fueron adoptadas por la iglesia católica para convocar a los fieles a reunirse en asamblea y celebrar la fe. Sin embrago, éstas no fueron instrumentos exclusivos de la Iglesia, fueron utilizadas por pueblos tan antiguos como los egipcios, griegos y romanos. Los romanos le llamaban tintinábula y los cristianos le llamaron signum porque servía para señalar o avisar la hora de las reuniones. Fue hasta el siglo VII cuando este instrumento fue llamado “campana”.

Conforme a los tiempos, las campanas se han fabricado en distintos tamaños, formas y materiales; suelen llevar en su superficie externa algunas inscripciones en relieve, hechas en la fundición; al bendecirlas se les da un nombre. Aunque para la Iglesia su uso es exclusivamente litúrgico (llamar a los oficios, anunciar fiestas, solemnidades o defunciones, o para la hora del “Ángelus” a medio día), muchas veces ha participado de una función social; basta recordar la famosa “Campana de Dolores” que cada 15 de septiembre se hace repicar, recordando la llamada histórica a la lucha por la Independencia. Tampoco se puede separar de ellas el misticismo que encierran estos instrumentos, mismo que ha dado origen a innumerables y antiguas leyendas, por ejemplo, la “Campana María” de la Catedral de Puebla. Se ha dicho que la voz de la campanas es “la voz de Dios” pues nos recuerdan que no se debe descuidar la relación con Él; además su tañido hace florecer diversos sentimientos: tristeza, si doblan a muertos; o alegría, si sus repiques recuerdan algún acontecimiento que no debe pasar desapercibido; o incluso, nos dan a veces la señal de alarma ante la amenaza del peligro. Si tal es su función, sería una pena hacerlas callar, su voz no daría más esperanza, consuelo, amor, ya no serían “las trompetas de Dios de los ejércitos, que convocan las milicias de la cruz al pie de los altares para romper fuego contra el infierno”, como rezaba un ritual de bendición antiguo.

El gran literato Luis Veuillot dice que la voz de las campanas es voz dulcísima de oración, que recorre campos, trepa las montañas, se cierne sobre los valles, atraviesa los tupidos bosques, y domina, sobre todo, el ruido humano que quiere callar la voz del Espíritu. Si las campanas simbolizan la alegría, también suenan para llamar a la acción, están destinadas a llamar a todos los hombres y mujeres de buena voluntad a esforzarse cada vez más por liberar al mundo del egoísmo, de la falsedad, de la mentira y del aislamiento. Su voz no puede ser apagada ni su canto mal interpretado, es una grave falta hacer que el bronce suene a metal barato. Si callaran las campanas, gritarían las piedras.

Postre

A un año del catastrófico terremoto, los haitianos siguen sumidos en la pobreza, la corrupción, el abandono y la enfermedad, viviendo entre escombros, viviendo con la desesperanza de la ayuda internacional... Ojalá, ojalá se actúe a la voz de ¡ya! en ese país, ver las imágenes del apocalipsis que viven los haitianos da tristeza, vergüenza, impotencia... como si México por momentos se viera reflejado en ese espejo.

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