La culpa de la delincuencia no es la pobreza, ni las circunstancias adversas en la vida, ni la falta de trabajo pagado, existe mucha gente modesta con la dignidad de la honradez y en cambio muchos individuos con la agudeza de la transa y la mentira.
Con la impotencia en las manos muchas familias de nuestra ciudad y del estado se han visto afectadas por el contacto telefónico. En estas llamadas los delincuentes extorsionan a las víctimas con amenazas, engaños, falsas promesas u otras maneras de expoliación: inventan secuestros a familiares, mienten colocando a los miembros de la familia en asuntos alarmantes como accidentes, detenciones, necesidades, etc. Lo último ha sido el caso en el que establecen contacto telefónico e informan que alguien ha contratado sus servicios para secuestrar a determinado miembro de la familia pero, aduciendo que no les interesa hacerlo piden “porque han tenidos gastos”, determinada cantidad que puede variar para no privarlo de su libertad o también aseguran que tienen en la mira a un pariente y de no recibir la cantidad solicitada, procederán a privarlo de su libertad...
¿Cuáles son los límites de la delincuencia? ¿Qué más podemos esperar de la gente sin escrúpulos, de las bandas delictivas perfectamente organizadas y que siempre descubren nuevas formas para cometer ilícitos que les generen jugosos beneficios? No podemos permitir que esto siga ocurriendo, detengamos el clima de inseguridad que se abalanza sobre nuestra sociedad. Muchos ciudadanos vemos con desaliento y desanimo como se esfuman las posibilidades y los sueños de una comunidad donde nos cuidemos unos a otros, donde aunque desconocidos, exista la preocupación mínima por la seguridad ajena. En esto debe recaer la atención de quienes tienen la responsabilidad de la paz comunitaria, de aquellos que son garantía de autoridad y representatividad social: no permitir que nadie amedrente a nuestras familias.
La culpa de la delincuencia no es la pobreza, ni las circunstancias adversas en la vida, ni la falta de trabajo pagado, existe mucha gente modesta con la dignidad de la honradez y en cambio muchos individuos con la agudeza de la transa y la mentira.
Ya basta de la incapacidad para guardar el orden, ya basta de que la autoridad pierda credibilidad moral porque no se quiere combatir la corrupción y la deshonestidad. Estamos hartos de vivir en el temor, con la idea de convertirnos en la “estadística del día” sin más esperanza que la prontitud de la demagogia que se lava las manos ante la víctima del delito. Es hora de que los ciudadanos no bajemos las manos y seamos más inteligentes y astutos que los agresores para impedir el delito y, de ser posible, desenmascarar a los delincuentes.
La seguridad pública es cuestión de todos los días, no permitamos que nadie nos arrebate la paz y la tranquilidad. ¡Somos superiores a los delincuentes!
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