Actualmente el buen padre es aquél que
satisface todas las necesidades materiales del hogar, aquel que para que no les
falte nada a los hijos trabaja jornadas dobles y aún los fines de semana. Así
se desgasta ansiosamente, sin darse un respiro para disfrutar lo importante: la
experiencia de ser amigo de sus hijos.
Poesías y flores despiertan en el amanecer de cada 10 de mayo, el homenaje a las madres es un paso obligatorio que anualmente recorre nuestro calendario de festividades. Sin embargo junto a las implicaciones de la maternidad y en la complementariedad iniciada desde la creación, ya que hombre y mujer colaboran en la procreación mediante la donación que es signo del amor, el ser humano a semejanza de su Creador es depositario de un bien magnánimo que debe disfrutar en la medida de sus posibilidades, este bien es la paternidad.
Para una persona llamada al matrimonio y
por consecuencia a formar una familia, lo mejor que le puede pasar es concretar
ese objetivo siendo padre. Es incontestable que para ser un buen padre es
necesario el amor y otras tantas cualidades que complementan esta
responsabilidad, pero quizás lo necesario para formar a los hijos es alejarse
del paternalismo, armarse de valor y de la fortaleza necesaria para hacer lo
que a ellos más conviene, por duro que sea.
Para realizar el compromiso de ser padre es
necesario mucho valor para no tomar el camino fácil y privar a los hijos de los
límites que son vitales para que no sólo se rijan por principios, sino que
tengan la fortaleza para ponerlos en práctica. Lo que necesitan los hijos no
son padres condescendientes, que vivan dedicados a darles todo, sino padres
valerosos, capaces de cuestionarse y tener la fortaleza para comprometerse
seria y profundamente en su formación, que hagan lo que sea preciso para formarlos
como personas correctas.
Muchos de los problemas de los hijos hoy en
día son el resultado de confundir el ser buen padre, con ser padre
condescendiente. Actualmente el buen padre es aquél que satisface todas las
necesidades materiales del hogar, aquel que para que no les falte nada a los
hijos trabaja jornadas dobles y aún los fines de semana. Así se desgasta
ansiosamente, sin darse un respiro para disfrutar lo importante: la experiencia
de ser amigo de sus hijos. Por el contrario, el buen padre además de la
preocupación material, es el que se abre a las necesidades emocionales y
psíquicas del hijo porque ser buen padre no sólo significa -en nombre de una
“bondad” mal interpretada- remediar las carencias que se heredan por la
debilidad humana.
El diálogo de padre a hijo no es una figura
romántica o paramétrica, o algo que sólo se da en un determinado círculo o
sector, es una condición que poca dificultad presenta si se siente la necesidad
de derribar los muros del paternalismo y encontrar el justo medio entre
autoridad y condescendencia: la amistad. La amistad de un hijo no es la
imposición de autoridad alguna, ni se da por concesiones gratuitas, es un don
voluntario que se debe ganar. No es tarea fácil, pero si realmente se quiere
apuntar al ideal del buen padre es posible que la conquiste.
El padre que
quiera conseguir la amistad de su hijo, lo mejor que un hombre puede brindar a
otro, ha de extender la mano y brindarla él primero. Tratando a los hijos como
a un amigo se consigue el respeto, la confianza, el cariño y la admiración.