“Cambiar” impone el reto de buscar nuevas vías
de acceso para convertir nuestros pequeños pasos en grandes saltos que nos
acerquen a la realidad de los sueños siempre acariciados pero nunca abrazados y
mucho menos poseídos.
El devenir de la
historia y la humanidad siempre ha marcado finales e inicios, puntos de llegada
y de partida, se cierran capítulos en la historia e inevitablemente se abren
otros. Así somos los hombres, nacemos para morir, es decir, el viaje de la vida
que iniciamos al nacer un día terminará en la propia muerte. Sin embargo, en
esta trama fatídica en la que estamos sumergidos, no deja de asombrar la
profunda huella que a su paso deja en el cuerpo y en el espíritu humano el
tiempo cósmico; es en este oleaje donde una palabra fragua los éxitos y las
derrotas, los inicios y finales, el principio y el fin: es en el tiempo y el
espacio donde se da el “cambio”.
La real academia de la
lengua define cambio como “acción y efecto de cambiar”, a su vez el verbo
cambiar como “dejar una cosa o situación para tomar otra, convertir o mudar
algo en otra cosa frecuentemente su contraria”. Dejar cosas a veces ocasiona
movimientos dolorosos, sobre todo cuando la estabilidad se ve amenazada y no
queremos correr el riesgo de lanzarnos al impacto de lo que someramente
conocemos, en palabras de la sabiduría popular “no se puede silbar y comer
pinole”.
El ser humano busca
resultados seguros, apostamos a lo que nos da confianza, el cambio se convierte
entonces en la aventura de abrir el espacio para honrar el pasado y crear la
cuna del futuro, aun cuando los frutos estén guardados todavía en la semilla.
Cambiar resulta
difícil para quien no se ha dado cuenta que existen valores que ya se han
devaluado en la cotización de la historia y que es necesario ceder antes que
caer en la banca rota del estancamiento y el retroceso.
Cambiar impone el
reto de buscar nuevas vías de acceso para convertir nuestros pequeños pasos en
grandes saltos que nos acerquen a la realidad de los sueños siempre acariciados
pero nunca abrazados y mucho menos poseídos.
Cambiar es mudar la
contrariedad de la vida, es aceptar que el capítulo que se cierra ha deleitado,
ha embelesado, y es necesario cerrar el telón para mudar la escenografía, si es
que queremos disfrutar la obra completa. ¿Estamos listos para el cambio, lo
aceptamos, lo respetamos? ¿Queremos enarbolar este estandarte promisor de un
futuro de esperanza? ¿Tal vez queremos seguir aferrados en las cadenas del
pesimismo –Dios no permita llamarle egoísmo- que nos impiden vivir para morir y
seguir viviendo? El cambio depende de nosotros, demosle la oportunidad de
iluminar nuestra vida.