Dos seres iguales y distintos, porque desde el principio así
fueron creados, son el hombre y la mujer. Frecuentemente se escuchan
opiniones y comentarios que ponen su acento sobre las diferencias que ambos
sexos poseen: Que el hombre es mejor que la mujer, que la mujer es el sexo
débil en comparación con el hombre, que los hombres son más resistentes al
esfuerzo físico. La verdad es que estas diferencias no aportan ni aclaran nada.
Lo cierto es que el hombre y la mujer estamos fuertemente unidos en el camino
de la vida, con nuestras capacidades y nuestras limitaciones.
El hombre seguirá dependiendo de la mujer, y la mujer
seguirá dependiendo del hombre. Dependencia que no significa sumisión de uno u
otro sino deseo de libertad para opinar y decidir, de actuar sin contratiempos,
libertad de realización sin que uno sea obstáculo o impedimento para el otro.
La preocupación por el legitimo desarrollo así como la
igualdad de género tienen su fuente en el amor: ¿Con quién gozar,
con quién compartir y con quién disfrutar? Si un hombre ama a una mujer, no
puede estar en desacuerdo con que ella crezca y tenga éxito, pues eso se llama
envidia. Y ¿cómo se puede envidiar a quien se ama? O se envidia o se ama. Nunca
antes, como hoy, la necesidad de conocimiento mutuo, de respeto y tolerancia,
de dialogo y compromiso habían estado presentes en la vida diaria, sobre todo
en ciertos círculos de vida.
Las mujeres habían estado tan presentes en la vida diaria
que su presencia sólo dependía de la cotidianidad. Hoy a nadie sorprende ver
mujeres realizando labores que hasta hace una década eran exclusivos de los
hombres. Incluso la mujer aparece más sincera y abierta que el hombre, en la
autocrítica y en la autoevaluación. La verdadera igualdad del hombre y la mujer
se da cuando ninguno pretenda ser más que el otro, sino que cada uno se
preocupe por conservar los propios atributos y características para alcanzar
objetivos comunes.
Hombre y mujer no son iguales, ni en lo físico ni en lo
espiritual, pero sí semejantes y este es el punto a valorar sobre todo cuando
aparecen mesianismos de género tales como el machismo o el feminismo extremo:
Maternidad no es lo mismo que paternidad y no es posible que ambos se
sustituyan. Mujeres y hombres construyen la realidad de la familia, primer
santuario donde aprendemos a valorar nuestra sexualidad y a establecer los
deberes, derechos y obligaciones que cada uno debe realizar según su género.
Los nuevos significados que provocan en la vida material y espiritual las
divergencias en la pluralidad de ideas deben ser recogidas para redescubrir que
la diferencia enriquece.
Postre:
Con las merecidas premiaciones de Emmanuel Lubezki y
Alejandro González Iñarritu, queda demostrado que si se puede hacer buen cine
por mexicanos en el extranjero, con mayor razón se puede y debe hacer lo mismo
en nuestro país, siempre y cuando se propicien las condiciones para que los
proyectos de gente con talento y creatividad, sean financiados y distribuidos
en los complejos cinematográficos. Ya hay una ley de fomento y apoyo a la
industria fílmica en México, sin embargo, no podemos contentarnos con 2 ó 3
propuestas por año.
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