Dejarse acobardar por
voces inmaduras que han pretendido y pretenden apoderarse del ejercicio de la
política como quehacer exclusivo de unos cuantos, haciendo de esta noble tarea
un coto cerrado y una industria sin chimeneas de oportunistas, es renunciar a
la propia significación como hombres y cristianos.
Por Pbro. Lic. Rogelio Montenegro Quiroz *
El encabezado del artículo podría sorprender a muchos y
cuestionar a otros. Podrían surgir preguntas o empezar a gestarse en la intimidad
de nuestros lectores:
¿Qué no había tantos temas de la cosmovisión cristiana que
podrían ocupar este espacio y la atención del autor de esta columna? ¿No parece
sospechoso que un sacerdote se empiece a ocupar de la política cuando habría
tantas lecciones de catequesis cristiana que enfocar en un mundo sin Evangelio
como el nuestro? ¿Por qué las Iglesias y sectas de hermanos separados no se
ocupan de escribir estos renglones u otros parecidos? ¿Es compaginable la
piedad sincera con las manifestaciones populares y políticas de protesta? ¿Es
legítimo salir de los atrios del santuario para encarar las realidades temporales
que les atañen a otros?
Muchas de estas interrogantes son formularios de la
estructura digestiva de un cristianismo seguro de sí mismo de las décadas
pasadas; muchas de ellas acusan también la influencia de las herencias
liberales de la centuria pasada. Muchos de nuestros mayores se dejaron intimar
por estas voces envolviéndose entre los inciensos de un cristianismo de puertas
adentro.
Pero hoy, hay otros pareceres que proviniendo de ángulos
distintos cuestionan la placidez burguesa de un cristianismo no comprometido
con los aconteceres, dolencias y avatares de la historia de nuestro pueblo, que
se va entretejiendo diariamente con lamentos y plegarias. A veces nuestros
medios televisivos en sus programaciones, con finura de un pincel
imperceptible, presentan personajes de Iglesia con el atuendo y la mímica de
actores vacíos, despistados de la realidad. Son críticas entre líneas irónicas
y destructivas de un pasado que no quisiéramos ver que se repita, pero para las
almas menos avezadas que no advierten metalenguajes y asimilan las figuras tal
vez con nostalgia, es bueno advertir que muchos de esos personajes nacieron del
desprecio de algunas plumas superficiales que no supieron aquilatar tiempos ni
distancias.
También hay que decir que, desde el siglo XIX, dentro de la
misma comunidad eclesial, vienen apareciendo doctrinas que se ocupan de
explicarle al cristiano desde la Sede de Pedro y en otras muchas sedes
episcopales las verdaderas actitudes frente a la comunidad y sus necesidades.
Desde el año de 1891, con la Encíclica Rerum
Novarum de León XIII, nace una preocupación, diríamos una moda papal
continua de hacer presente el pensamiento de la Iglesia en medio de un mundo
cuya cultura, si bien parte de una concepción occidental cristiana, parece a
veces marcar otros pasos y otros ritmos en sus diversos desplazamientos
macrosociales y económicos. Pío XI, Juan XXIII, Paulo VI y Juan Pablo II, a lo
largo de nueve décadas, han producido otros tantos documentos directrices
importantes, cuyos contenidos podríamos resumir así: la Cuestión Obrera,
Sociedad Industrial y Producción, Desigualdades existentes entre los distintos
sectores económicos, Llamado a construir la Paz, el Desarrollo Integral del
Hombre, Dimensión Política de la Existencia y del Compromiso Cristiano,
Revisión Profunda del Sentido del Trabajo, Actualización y Profundización de la
Noción de Desarrollo, etc.
Es imposible dejar que se pierda entre las hemerotecas de
los grandes diarios la voz pastoral de los Pontífices sin hacerle eco en cada
página de nuestro tiempo, en un país como el nuestro, en donde se entrecruzan
las ideologías y se pasan los sexenios sin que haya una participación popular
sólida en el proceso de un proyecto que nos involucre a todos como cristianos,
como seres humanos y miembros conscientes de nuestra propia sociedad nacional y
regional.
Además, cada cristiano sabe que ha heredado una ideología y
una experiencia milenaria sobre actitudes muy claras de parte de Dios y sus profetas.
La hazaña del Éxodo es un gran leccionario sobre la misericordia de Yahvé y sus
actitudes frente a los derechos, dignidad y libertad humanas. Es una lección
práctica y paradigmática que convoca lo más hondo del hombre para luchar y
vivir los amplios panoramas de la justicia social y comprometerse con una
visión del mundo que involucra todo el tinglado de lo humano.
Voces como las de Amós, Jeremías, Isaías, tal vez pérdidas
para la conciencia de sus contemporáneos, son parte del bagaje existencial de
quienes al vivir su fe y su relación con el Dios veterotestamentario,
defendieron con vehemencia la situación del pobre y explotado como parte de una
tarea que ellos sintieron fundamental en la búsqueda de una coherencia de su
piedad, que no podía expresarse en la plegaria, sin envolver una súplica y una
actividad práctica en relación con el hermano en inferiores situaciones
sociales.
“Misericordia quiero y no sacrificios, conocimiento de Dios
más que holocaustos” (Oseas, 6,6), no sólo es una frase de lucha sino un
profundo intento por compaginar los inciensos de las víctimas del templo con
una conducta diaria que armonizara plegaria y acción y conjuntar todas las
líneas relacionales del ser humano para entonar un arpegio gozoso con todas las
cuerdas de los instrumentos del tiempo. Permanecer al margen de la vida y sus
múltiples incidencias sería huir de la parcela donde Dios nos ha ubicado y
dentro de la cual quiere que florezcamos creando cielos nuevos y tierras nuevas
para la esperanza primaveral de todos los creyentes.
Si a través de los Evangelios reconstruimos las actitudes de
Jesús frente a la problemática social y vamos recogiendo sus palabras, haríamos
un gran florilegio que los cristianos serios no podrían olvidar en sus diversos
momentos de meditación y recomposición de sus propias vidas en el seguimiento
del Maestro. Los niños, las mujeres, las viudas, los huérfanos, los
extranjeros, los publicanos, las prostitutas, los enfermos y los pobres, forman
parte del tejido social de los tiempos de Jesús, y ante ellos se gastó sus
mejores gestos, palabras y acciones diarias para abrir brechas a la esperanza
de un mundo más humano visto desde la ternura de Dios, que es padre y pretende
fundar un Reino de Justicia y de Paz, de verdad, amor y misericordia.
Un verdadero seguidor del Rabí Galileo no puede eludir esta
enorme tarea de seguir evangelizando, de seguir haciendo eco de las palabras y
acciones de quien, resucitado, sigue capitaneando, erguido y juvenil, desde las
bridas de su caballo blanco las huestes de la historia, empujando cada día
hacia su convergencia final a cada hombre para llevarlo al encuentro en las
cumbres con Dios-Amor.
Otra de las grandes herencias que con el bautismo asume un
cristiano, son las mismas vivencias de los primitivos seguidores de Jesús,
bellamente narradas por san Lucas en su Libro de los Hechos de los Apóstoles.
La comunidad de los creyentes y precisamente porque creían en Jesús muerto y
resucitado y porque se sentían hermanos en la fe y en el bautismo, compartían
no solamente las oraciones y el pan eucarístico por las casas, sino que creando
una verdadera fraternidad, compartían también los bienes, de tal manera que no
tenían indigentes en sus grupos sino que apuraban hasta el fondo las
consecuencias del común nacimiento en las aguas sacramentales, y como fruto
patente e inmediato de su conversión, trazaban las líneas fundamentales de la
familia de Dios conviviendo en una sola alma y un solo corazón.
Dentro del Nuevo Testamento ocupa un lugar especial el
discurso de Santiago, abierto a todas las dimensiones de la existencia
cristiana, apenas y sabemos o sospechamos la fecha de su redacción y las
problemáticas concretas abordadas por su autor, pero sus dimensiones prácticas
y morales son bien conocidas: La fe no puede ser una caricia interior, un
éxtasis subjetivo, un aleteo íntimo y sin trascendencias, sino el ejercicio
diario y bien circunstanciado en el tiempo y en el espacio de traducir los
arrebatos interiores del alma en obras bien visibles que tengan destinatarios
de carne y hueso en la cantera diaria de mi urdimbre social.
Por otra parte, los cristianos bien nacidos tenemos memoria
de un pasado glorioso que fue entretejiendo sus programas doctrinales en la
reflexión de los llamados Padres de la Iglesia de los siete primeros siglos. En
Oriente y Occidente fueron apareciendo figuras que, por el vigor de sus raíces
y la reciedumbre de sus seguridades, fueron iluminando sus propios contornos y
se fueron constituyendo por los escritos y la santidad de vida, en padres
espirituales de sus respectivas culturas y en faros conductores de todas las
conciencias de los siglos posteriores. Estos sabios también marcaron rutas e
impulsaron corazones a vivir la dimensión exacta y completa de la fe,
interesando a muchos de sus contemporáneos a construir la ciudad de Dios en los
mismos márgenes de la ciudad del hombre.
Crearon conciencia comunitaria en torno a las cosas de esta
tierra y empujaron a no olvidar que hay tareas comunes a todo ciudadano por ser
miembro de un país; tareas que son ineludibles para jalar la historia hacia
delante y para crear un hábitat más digno donde nazcan, crezcan y se
desarrollen todos los ciudadanos. Basilio y Agustín fueron pastores muy
conscientes de estas dimensiones, de esta fe encarnada, de este caminar hacia
los horizontes trascendentes de lo infinito, sin olvidar los lirios y las
piedras del camino, a no fugarse de la realidad, sino asumirla y resolverla
como reto diario a nuestra razón, a nuestra fe y a nuestra fantasía.
Dejarse acobardar por voces inmaduras que han pretendido y
pretenden apoderarse del ejercicio de la política como quehacer exclusivo de
unos cuantos, haciendo de esta noble tarea un coto cerrado y una industria sin
chimeneas de oportunistas, es renunciar a la propia significación como hombres
y cristianos, sobre todo cuando las comunidades primitivas y los mismos Padres
de la Iglesia ya nos crearon patrones de comportamiento que con las aguas del
bautismo hemos heredado.
La política es y debe ser un campo abierto para que todos
los hombres conscientes de este mundo trabajen por la redención y bienestar de
la raza humana.
* El autor es profesor del Seminario Palafoxiano de Puebla,
Párroco del templo de Santa Rosa, Director del Instituto de Teología para
Laicos Camino, Verdad y Vida. Conduce el programa de radio Buenas Noches Puebla
los viernes a las 8 de la noche por la XEHR 1090 de A.M.