Estamos viviendo en una sociedad donde todo parece superado
y donde, al parecer, los hombres han llegado al culmen de los pensamientos.
Pero este culmen del que se jactan muchos individuos no es puro, porque dentro
de él aún anidan sentimientos desafortunados que han conducido a la humanidad a
desastres.
En el tiempo presente escuchamos palabras como nacionalismo,
patriotismo, sentimientos tradicionalistas, etc. sin saber su significado y
auténtico contenido. Estos resguardos, en cualquiera de sus circunstancias,
encierran valores que corren el riesgo de ser llevados a la radicalidad: el
honor, la soberanía, el arraigo a la propia tierra, el libre albedrío y
pensamientos del ser humano, sin importar los medios para alcanzarlos.
Concepciones equívocas de patriotismo han provocado millones
de muertos y esto es debido a que en el corazón humano permanece incrustada la
fatalidad, el odio y la intolerancia, y sólo se ve la fuerza como único medio
para imponer criterios. Quién podría imaginar que, ya en el siglo XXI,
actitudes de la edad de las cavernas seguirían vivas y acrecentando su fuerza.
Y por si fuera poco la conciencia histórica es escasa, con esa absurda idea del
olvido que en nuestra sociedad ha penetrado profundamente.
Ante esta situación urge orientar la vida al verdadero
Patriotismo que es el valor que nos hace vivir plenamente nuestro compromiso
como ciudadanos y fomenta el respeto que debemos a nuestra nación, por él se
cultiva el respeto y amor que debemos a la patria. Este valor se manifiesta
mediante nuestro trabajo honesto y la contribución personal al bienestar común.
Tal vez para muchos, el ser patriota consiste en el orgullo de haber nacido en
un país rico en recursos o de gran tradición cultural; para otros significa
portar los colores nacionales en un evento deportivo o en el viaje al
extranjero; algunos más sólo sienten pertenecer a su país en la fecha de una
celebración nacional y sólo como pretexto para organizar fiesta y algarabía.
El amor a la patria no debe ser un sentimiento ocasional,
sino el compromiso permanente consecuencia de haber nacido en un país y la
responsabilidad que se desprende de este hecho. De la misma manera, amar a la
patria se traduce en actitudes ciudadanas de entrega y trabajo gustoso por los
demás que conduzcan al crecimiento intelectual, económico, moral, cultural,
social y de seguridad. La construcción del país sólo se logra con el esfuerzo y
trabajo personal, sumado al de todos los compatriotas.
Debemos contribuir productivamente a cultivar los valores
cívicos, respetar y amar a la patria. Transmitir estos valores significa
garantizar la seguridad y estabilidad de vida que las personas necesitan para
desarrollarse. Cuando los valores cívicos están bien cimentados, nace la
preocupación por ayudar a los demás, no sólo a nivel comunitario, sino como una
extensión que traspasa las fronteras.
El patriotismo se transmite, si los padres de familia son
ciudadanos conscientes y responsables de su trabajo, conducta, modales, respeto
a las normas y costumbres, estarán formando futuros ciudadanos que no dejarán
que el país se hunda o resquebraje. El problema de enseñar los valores cívicos
en la escuela, es que fuera del aula los estudiantes no cuentan con el ejemplo
y respaldo debido por parte de los adultos, entrando en un ciclo de indiferencia
y rechazo hacía los símbolos patrios y todos los actos de la misma índole.
Amar a la patria es querer y fomentar todo lo bueno y
positivo que contribuye a la construcción de una nación firme y solidaria. La
defensa de nuestros símbolos es algo vital, son la herencia a los que
disfrutarán la patria que ahora construimos, y que ellos tendrán que transmitir
a la generación precedente. No esperemos que las cosas cambien por sí mismas.
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