Rosalía
Es una joven de 17 años, la mayor de seis hermanos;
entusiasta, alegre, dispuesta siempre a divertirse y pasarla bien.
La familia de Rosalía no es amante de las fiestas juveniles,
de los antros, le daban pocos permisos y la responsabilizaban siempre del
cuidado de la casa y de sus hermanos más pequeños. Era como un ave encerrada en
una jaula. Pocas veces o ninguna, la mamá dialogaba con ella y la orientaba a
ver la vida como es.
Un día, Rosalía conoció a un muchacho simpático,
dicharachero, con el que podía conversar de intereses juveniles; se comprendían
y era dichosa en su compañía. Tres meses trascurrieron felices.
El joven la visitaba en la casa, hablaba con los padres,
jugaba con los pequeños, se mostraba encantador, ni ella ni la familia se
interesaron por la procedencia, costumbres o creencias del muchacho. Las
relaciones siguieron adelante, pero cuatro meses más tarde desapareció como el
humo.
¿Dónde y cuándo sucedió? Para qué dar detalles. Rosalía
tenía dos meses de embarazo, vivía con angustia y desesperación. Su mamá le
gritó, le pegó, se lo comunicó a su esposo: “¡Cómo! Yo la he educado bien y le
he dado todo lo que necesitaba... ¡No quiero volver a verla!, que se vaya de
casa con quien tanto la quiere, la familia no sufrirá tal deshonra”, alega el
papá de Rosalía.
De nada valieron las lágrimas ni las súplicas de madre e
hija, fue expulsada del hogar, se refugió por unos días con una amiga, después
con una tía, consiguió un mal trabajo, dio a luz con mil dificultades y ahora
vive en un cuarto con otra joven en las mismas circunstancias… Sufre, vende lo
que puede y lucha por mantener a su hijo de seis meses…
Lucila
Es secretaria en una importante empresa, tiene buen sueldo.
Sus padres estaban separados hacía años, vivía con la mamá y dos hermanos, pero
su casa parecía más hotel que hogar. Llevaba dos años en el mismo empleo. Un
jefe la sedujo, le cantó su amor inmenso, le ofreció la luna, le regalaba con
frecuencia flores, dulces, peluches... Era todo un caballero hasta que
conquistó su voluntad. Le puso un departamento y aunque la mamá no quería que
se fuera con él, ella insistió en que quería vivir su vida y ser feliz como
nunca lo había sido.
Tuvo una hija, fue rechazada por su pareja porque él quería
que fuera niño... Comenzaron las peleas, las ausencias prolongadas, la
restricción del dinero (ella dejó de trabajar), los celos, las dificultades. Ya
no se soportaban.
Lucila averiguó sobre su pareja, cosa que no hizo a su
debido tiempo. Él era casado, tenía tres hijas. Cuando ella se lo dijo, hubo
gritos, humillaciones, golpes, amenazas...
Una mañana, cansada de aguantar y después de haber recibido
una paliza, se fue a casa de su mamá que la recibió. Sí, entre lágrimas y
abrazos. Ahora con el disgusto de sus dos hermanos, luchan madre e hija por
sacar adelante a la niñita sin papá…
Yolanda
Es una adolescente de 14 años, se siente muy moderna,
considera que sus padres son anticuados a sus 44 y 47 años. Todo lo que ellos
hacen o dicen le parece que es del siglo pasado porque el mundo de hoy es
distinto y ellos no comprenden nada. Sus padres pelean mucho y ella encuentra
la felicidad fuera de casa; tiene muchas amigas y amigos que son a todo dar.
Un día, Yolanda desaparece de su casa. Se fue con el novio,
un muchachito dos años mayor que ella. Dicen que se adoran, que ellos sí saben
vivir. Ambos trabajan y ganan poco, pero dicen estar muy bien. La mamá de él,
que los acogió en su casa, la trata bien, pero la felicidad no duró mucho.
Vivieron 6 años juntos, tuvieron tres descendientes, pero las relaciones
familiares se fueron debilitando.
La mamá se fue, cansanda de cuidar nietos, pues Yolanda
salía a trabajar, ganaba poco y desatendía a los hijos. El muchacho era un
irresponsable, se aficionó a la bebida, su sueldo no daba para mucho. Las
groserías y las discusiones continuas, que llegaron hasta los golpes, hicieron
imposible la convivencia.
Hoy, con sus 20 años y sus tres hijos, tomó sus escasas
pertenencias y se fue a vivir a un cuarto alquilado donde lo pasa muy mal, le
falta de todo, pero al menos tiene tranquilidad y la experiencia le ha enseñado
muchas cosas...
La lista de casos podría continuar, variarían los detalles y
pormenores, pero nos preguntamos ¿Por qué ocurren estas cosas? ¿Por qué en
nuestra sociedad se dan tantos casos de madres solteras y cada vez de menor
edad? ¿Por qué siempre se culpa a la mujer y nunca al hombre?
Hay un común denominador: En la mayoría de los casos van en
busca del amor que llene su corazón porque carecen de él. En el hogar no han
recibido todo el interés, atención y amor que necesitaban. Cuando alguien les
promete el sol, la luna y las estrellas creen en sus mentiras y engaños. Se
equivocan, sí, pero no juzguemos, dejemos eso a Dios. ¿Acaso no nos equivocamos
todas las personas en diversos momentos de nuestra vida?
Mamás solteras
Muchas madres solteras piensan que por el hecho de haberse
entregado a un hombre ya no valen nada y que ningún hombre valioso las tomará
en cuenta. ¡No pienses de ese modo! Es mucho tu valor al enfrentar la vida y
educar a tus hijos. Levanta los ojos, piensa en la grandeza de la maternidad,
confía en Dios.
No sufran por la falta de un hombre, de un padre para sus
hijos. Hay muchos hogares en los que hay padre y no por eso los hijos son
felices. Procuren dar a sus hijos lo que quizá a ustedes faltó: amor,
comprensión y buen ejemplo.
A los padres de familia
No culpen a sus hijas, no van remediar nada con regaños e
incomprensiones, pero sí miremos un poco hacia atrás. La mayoría de los casos
proceden de donde no se vive la armonía, el diálogo, el interés de unos por
otros y más bien se vive una gran indiferencia.
La irresponsabilidad de los varones y la poca atención de
las mamás las llevan a huir del hogar. Interesarse por los hijos no es
sermonearles, prohibirles, castigarles y exigirles. Es amarles en verdad,
hablar con ellos, darles buen ejemplo, dialogar y estar abiertos a la época del
mundo que estamos viviendo; hay que educar su libertad en la responsabilidad.
Los hijos han de respirar en el hogar amor e interés por
ellos, sin exceso de consentimiento que sería mal educarlos; comprender sus
fracasos, impulsarlos y estimularlos al bien, acercarlos a Dios, practicar con
ellos la devoción a María, infundir en ellos hábitos de respeto, de honradez,
de trabajo, de esfuerzo, todo ello con el ejemplo y la palabra oportuna más que
con la exigencia o la sanción.
Si en el hogar y en el matrimonio no se viven actitudes de
generosidad, de ternura, de comprensión y sobre todo de perdón, no cosecharán
buenos frutos en los hijos. Los gritos no educan y todos queremos huir de ellos
pensando que nos va a ir mejor.
¿Y el deber de los hijos?
La felicidad no se encuentra en los antros; la felicidad hay
que crearla y construirla con la propia vida sabiendo observar la vida feliz o
infeliz de los demás. Si creen todo lo que dicen las telenovelas, si sus
maestros son la vecinita de enfrente o el muchachito sabiondo que habla de todo
y no hace nada, no les auguro un buen futuro.
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