viernes, 18 de mayo de 2018

La actitud frente al sufrimiento, Primera Parte

No es la carga la que nos vence (...), sino el modo en que la llevamos.
Fabry, 1977


Por Enrique López Albores *

Existen dos tipos de situaciones o acontecimientos en la vida: las que sí podemos cambiar (modificables) y las que no podemos cambiar (no modificables).

No puedo dar en este momento un porcentaje exacto de todas aquellas situaciones modificables, pero sí puedo traer a cuento varios ejemplos o casos que las ejemplifiquen, entre ellos encontramos a los sistemas políticos y económicos, los sistemas familiares, las normas que rigen una sociedad, las costumbres que se practican, algunas enfermedades atendidas a tiempo, mis relaciones interpersonales, un trabajo, etc.

Aunado a las situaciones modificables que he mencionado y un sin número de ellas que he omitido se encuentran también las situaciones no modificables. Ejemplos de estas situaciones son una enfermedad incurable, la muerte y el dolor.

Frente o en las situaciones modificables existen dos actitudes que podemos tomar, una sana y otra insana. La actitud sana en una situación modificable es hacer todo lo que esté en nuestras manos para cambiarlo, es poner en marcha todas aquellas actividades que podemos y “debemos” realizar para cambiar dicha situación.

La actitud insana en una situación modificable es dejar de hacer lo que está en nuestras manos para cambiar dicha situación, es esperar que “de puro milagro” las cosas cambien, que mejoren o que simplemente desaparezcan. Esta actitud podemos calificarla de pasividad destructiva porque dejamos de hacer aquello que “debemos” hacer para colaborar en la transformación de la situación modificable.

Los ejemplos usted mismo puede encontrarlos. Las situaciones modificables con que nos enfrentamos a cada día y van desde lo micro hasta lo macro. Desde situaciones que podemos cambiar en nuestra propia persona, en nuestra pareja, en la relación con nuestros hijos, nuestros compañeros de trabajo, hasta situaciones que tienen que ver con cuestiones estructurales de gobierno, de economía nacional e internacional.

Si existe la idea de que las cosas y decisiones nacionales e internacionales no nos competen, es justamente porque a alguien le conviene que creamos eso y vivamos así, enajenados de nuestra responsabilidad personal y social.

Basta revisar la historia universal, la historia de nuestro país, las decisiones políticas que últimamente hemos venido tomando como nación en diversos ámbitos de nuestra vida nacional. La historia es una serie de cambios y transformaciones llevadas por la voluntad y la acción de personas tan concretas y de carne y hueso como usted y yo.

Ahora bien, abordemos las situaciones no modificables, frente a éstas o en estas situaciones también existen dos actitudes que podemos adoptar, una insana y otra sana. Abordemos primero la actitud insana para dejar cancha a la actitud sana que nos interesa más.

La actitud insana es no aceptar la situación tal como es, es negarla, es querer cambiarla y hacer todo para que esa situación deje de existir o para dejar de sentirla. Es obstinarse en lo absurdo, es insistir en lo inevitable, es querer tapar el sol con un dedo o detener el cause de los ríos. Es desear que el tiempo vuelva para recuperar salud, belleza, juventud. En este sentido, cuando nos obstinamos en CAMBIAR algo que NO SE PUEDE MODIFICAR, estamos distrayéndonos para no MODIFICAR lo que sí podemos modificar y que nos traería mayor salud en todos los aspectos de nuestra vida.

La actitud sana en una situación no modificable se caracteriza por la aceptación “pasiva” de la situación existente. La única transformación que en este caso se realiza es justamente el cambio de actitud. Alguien ha mencionado en una ocasión, haciendo la diferencia entre dolor y sufrimiento, que el dolor es inevitable y el sufrimiento es opcional, significando con esto al sufrimiento como la actitud que tomemos frente a eso que es doloroso.

En palabras de Joseph Fabry (1977) podemos afirmar que el sufrimiento en sí mismo carece de sentido, pero una persona puede adoptar actitudes significativas respecto a hechos que en sí mismos carecen de sentido y además el sufrimiento puede tener sentido, si nos cambia y nos mejora.

V. E. Frankl (1995) afirma que: “Cuando uno se enfrenta con una situación inevitable, insoslayable, siempre que uno tiene que enfrentarse a un destino que es imposible cambiar, por ejemplo, una enfermedad incurable, un cáncer que no puede operarse, precisamente entonces se le presenta la oportunidad de realizar el valor supremo, de cumplir el sentido más profundo, cuál es el del sufrimiento. Porque lo que más importa de todo es la actitud que tomemos hacia el sufrimiento, nuestra actitud al cargar con ese sufrimiento.”

Ahora bien, el mismo Frankl, en la obra ya citada, se anota la siguiente aclaración en relación al sentido del sufrimiento y dice que: “El sufrimiento no significará nada a menos que sea absolutamente necesario; por ejemplo, el paciente no tiene por qué soportar, como si llevara una cruz, el cáncer que puede combatirse con una operación; en tal caso sería masoquismo, no heroísmo.”

Encontrar el sentido de la vida es ya uno de los desafíos más grandes de la existencia humana, hacerlo en el sufrimiento lo es aún más.

La actitud, regida muchas veces por nuestros pensamientos y la lectura que damos de la vida y lo que nos acontece, determina en gran manera la forma como vivamos las situaciones más difíciles que de una o de otra manera tenemos que enfrentar a lo largo de nuestra vida.

Ahora que hemos diferenciado a lo largo de este escrito los tipos de situaciones (modificables y no modificables) a las que nos enfrentamos y los tipos de actitudes (sanas e insanas) que podemos tomar en dichas situaciones lo único que nos queda es el reto de aprender a conocer la diferencia para invertir energías en aquello que podemos y estamos llamados a modificar y no quemarnos o desgastarnos en querer cambiar aquello que de suyo es no modificable.

Para finalizar les comparto la oración tan famosa de la serenidad: Señor, dame la serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar; el valor, para cambiar las que sí puedo; y la sabiduría, para conocer la diferencia.

* El autor es catedrático en la Universidad Iberoamericana Puebla y en la Universidad Popular Autónoma del Estado de Puebla (UPAEP). Consultor en empresas como BBVA Bancomer, ThyssenKrup, Federal Mogul, Holcim Apasco, Grupo Lamitec, entre otras, en donde ha integrado equipos de alto desempeño e impartido seminarios de formación a nivel gerencial y mandos medios.

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