domingo, 7 de noviembre de 2021

¿Indio o Indígena?

Los pueblos indígenas de este continente tenemos que decir qué somos desde nuestro propio punto de vista, cuál es la verdad de nuestro ser, de nuestro rostro y corazón propios.


Por Pbro. Mario Pérez Pérez, Párroco de Cuautlancingo. Arquidiócesis de Puebla.


Desde una visión pastoral –nos decían los Obispos reunidos en Bogotá [1]– llamamos “indígenas” a los miembros de un sector importante de la población latinoamericana que se identifican como pertenecientes a un grupo étnico, generalmente de campesinos, selváticos o emigrados a los cinturones de miseria de nuestras ciudades, que estructuralmente viven fuera de la sociedad occidentalizada o en un proceso diferenciado de integración a la misma.

Presentan algunos rasgos comunes como son:

• Ser descendientes de los aborígenes amerindios.

• Mantener una relación vital con la tierra.

• Tener un fuerte sentido comunitario religioso.

• Conservar en mayor o en menor grado su propia lengua.

• Conservar ciertas peculiaridades en sus formas de vida familiar, de vestir, de alimentación, de salud y de transmisión de la educación.

Hay quienes consideran que el “indígena” es solamente aquel que racialmente, es decir, por fisonomía y por sangre, desciende de los pobladores precolombinos de América. En tal caso el grado de autoctonía se medirá por la pureza de la sangre y de los rasgos somáticos. Lo cual resulta prácticamente imposible de verificar, por la enorme cantidad de mezclas de sangre que se han dado en la conformación de las comunidades actuales.

Para otros el “indígena” es el que habla una lengua indígena, esto es, que recibe y prolonga lingüísticamente las culturales precolombinas. Esta posición es verificable y se puede medir y poner en estadísticas, sin embargo, creemos que es insuficiente, porque solo hace aparecer como indígenas únicamente a los monolingües nativos, como ha sucedido en los censos de población. Hay instituciones gubernamentales que utilizan este criterio para establecer quienes son o no son indígenas.

Para quienes desde el Evangelio tratamos de trabajar comprometidamente con las comunidades indígenas –sostiene la comisión Episcopal para la Pastoral Indígena de México [2] - creemos que es aquel hombre o aquella mujer, o la comunidad de ellos, que predominantemente definen su vida por la herencia cultural de los pobladores prehispánicos de América y que se hallan, por la imposición de las estructuras injustas de las sociedades nacionales, en situación de marginación y explotación, por lo que “pueden ser considerados los más pobres entre los pobres” [3].

El término indio no obstante ser equivocado y equívoco ha prevalecido, para designar a nuestros antepasados y a quienes descendemos de ellos. El vocablo “indio” es, pues, un sobrenombre que se nos dio debido a la equivocación geográfica de Cristóbal Colón, quien, cuando arribó acá, creyó al principio haber llegado a la India. Posteriormente ese término condensa toda una historia de 500 años de desprecio, explotación, ridiculización. Cuando se empezó a usar la expresión de indio ésta no tenía el contenido social de dependencia y explotación que le ha dado el sistema imperante, y que prevalece hasta el momento.

La ideologización negativa sobre el mundo amerindio ha invalidado todos los sectores operativamente y se manifiesta tendenciosamente en las formas de expresarse sobre él. Así, tanto a los Indígenas como las comunidades aborígenes, con frecuencia se les califica de salvajes, incivilizados, incluso como bestias y animales, cuestionando su nivel de humanidad. Igualmente, se les considera como incultos e infantiles, e incluso como inmorales, con otras connotaciones totalmente negativas en el plano religioso, como supersticiosos e idólatras.

Estas connotaciones comúnmente son incorporadas a la palabra “indio”. Por este motivo el anciano Nivaclé Tanuuj, expresa: “Aún no nos había invadido tanta gente extraña venida de tan lejos. Por eso nadie nos insultaba llamándonos indios. Esta palabra con la cual nos menosprecian los elé (blancos de cabellos rubios) y los santó (blancos de cabellos negros). Indio significa inútil, incapaz, feo, sucio. Y hasta a nuestros jóvenes les han hecho creer que los viejos somos indios, porque no sabemos leer ni escribir y vivimos sin los conocimientos de los Blancos”. [4]

En el siglo XIX surge la voz “indígena” impuesta sin consulta alguna por organismos internacionales, con el fin de suavizar las implicaciones del término “indio” y, al mismo tiempo, por la nueva situación emergente del indio, para restarle su capacidad de lucha por su territorio. También se empezó a usar la palabra indígena para amortiguar ideológicamente el peso sociopolítico de la explotación que sufre.

Ahora el término “indio” va siendo recuperado por los mismos indios, como signo de identidad y lucha, así aparece en un manifiesto indio, donde Pedro Vilca Apaza, de Perú, proclama: “Si indio ha sido el nombre con el que fuimos sometidos, indio será el nombre con el que nos sublevaremos”. [5]

A pesar de que va habiendo este modo de recuperar el término indio y darle otra orientación, comúnmente, por toda la carga negativa y discriminadora presente en el término, casi a nadie nos gusta reconocernos públicamente como indios o indígenas, aun cuando nuestros rasgos o modo de ser nos delatan. Preferimos decir que somos Nahuas, Zapotecos, Totonacos o Mayas, porque, además, en realidad eso es lo que somos.

Últimamente existe la tendencia de encontrar nuestras raíces, de recuperar nuestra identidad, de definir quienes somos y de dónde venimos, para poder emitir un firme pronunciamiento. Por eso, Carlos Machado, en Brasil, con intuición y dignidad, dirá: “Quiero aclarar que yo no soy indio para comenzar, quiero decir que yo soy Tucano. Fue invención de los europeos que dijeron que los que estaban eran indios, porque ellos erraron la ruta y cuando llegaron aquí pensaron que eran las Indias. Pero aquí ya existían Xavantes, Tupís-Guaranis, tucanos y además otras tribus”. [6]

Finalmente, los términos indio e indígena constituyen una herramienta técnica para hacer referencia a una realidad, en cuanto contempla los elementos de los que ya hemos hablado. Pero estos conceptos no precisan lo que realmente se es. Es decir, cuando nosotros buscamos nuestras “raíces indígenas” al final concluimos que nuestras raíces son nahuas o totonacas -por mencionar solo a dos pueblos-, y que nosotros ciertamente eso es lo que somos: Nahuas o Totonacos. Por eso al usar los términos indio o indígena debemos ser cautelosos, teniendo en cuenta su sentido global y equívoco y, además, sus límites e imprecisiones.


[1] DEMIS-CELAM. Documento Bogotá (1985), Número 1 “Población” en Documentos de Pastoral Indígena. Demis, 9. Bogotá, Colombia. 1989.

[2] Mons. Bartolomé Carrasco Briceño. Situación de los Indígenas de México (Informe Pastoral), en: De Una Pastoral Indigenista a una Pastoral Indígena. Demis-Celam, 83. Bogotá, Colombia, 1987. Pág. 188.

[3] Doc. Puebla, 34.

[4] Cfr. Gonzalez Dorado, Antonio. Evangelización integral y comunidades amerindias, en: De una Pastoral Indigenista a una Pastoral Indígena. Demis-Celam, 83. Bogotá, Colombia, 1987. Pág.309.

[5] Cfr. Franco García, Martha J. y Cabrera Huerta, Francisco. 500 años de Resistencia India, en: Momento. Revista semanal. Núm. 210. Editora Alatriste. Puebla, México. 1990. p. 5.

[6] Cfr. González Dorado. Op. cit. Pág. 309. La traducción es mía.