“Que se establezca por ley constitucional la celebración del día 12 de diciembre en todos los pueblos, dedicado a la patrona de nuestra libertad, María Santísima de Guadalupe, encargando a todos los pueblos la devoción mensual.”
Sentimientos de la Nación, No. 19
Por Mtro. José Ignacio González Molina, Pbro. ☩
El próximo lunes celebraremos en nuestro país y en muchos lugares del extranjero (sobre todo en Los Ángeles, San Antonio y Chicago - “allende el Bravo”—) el símbolo máximo de la religiosidad mexicana, a nivel popular y democrático: el Guadalupanismo, con toda su densidad y riqueza de más de cuatro siglos. Por esto conviene ahora, en esta reflexión semanal, recordar algunos hechos vitales de nuestra historia patria.
Desde el inicio mismo de nuestro mestizaje, en 1531, tenemos ya la presencia de To–nan–tzin (Nuestra Madrecita) con la piel bronceada de nuestra raza. Se diferenciaba mucho de las imágenes de rostro europeo, como la de Los Remedios, con aspecto sumamente pálido (Malinalli o Malintzi, color típico de la hierba amarillenta que aparece cuando se quita una piedra sobre el pasto).
Comenzaba la única reivindicación de los derechos humanos, en el horizonte religioso, en la escasa permisividad que el sistema social de entonces admitía. Se veneraba pues, en Ella, la simbiosis de lo antiguo con lo nuevo, que pugnaba por una identidad dolorosa en la mezcla de sangres, que hacía posible el nacimiento de nuestra nación.
Non fecit taliter omni nationi (“No hizo Dios cosa alguna con otra nación”) se fue haciendo realidad sentida. Estuvo presente como patrona en una de las naves de Don Juan de Austria en la Batalla de Lepanto (1571). Asistió a las fundaciones de los jesuitas en Santa María de las Parras (Coahuila, hoy) y en el resto del norte bárbaro, hasta Santa Fe en Nuevo México, en el presente.
El nombre de Guadalupe (Cóatl-lopéhuatl), que en náhuatl significa “la que aplastó a la serpiente la cabeza”, fue multiplicándose lo mismo en la isla de Baja California que en Sonora, Chihuahua, Nuevo León, Zacatecas y otros lugares del país.
Fue devoción especial de los jesuitas cuando a partir del siglo XVII, los misioneros de la estirpe de Kino dejaron sembradas innumerables misiones de vida sedentaria (ya no nómada) con los nombres de Guadalupe y Loreto.
Por esto las fortalezas de Puebla con estos nombres (célebres el 5 de mayo de 1862) no fueron mera casualidad, sino oportunidad. El padre Clavijero la incluyó en forma sobresaliente en sus historias... En suma, fue desde hace dos siglos y medio el estandarte que encabezaba a los ejércitos mejicanos (así, con “j”), en plenos tiempos borbónicos de la Colonia.
No extraña, pues, que los primeros independentistas en Puebla y en otros lugares del centro del país, hubieran bautizado a sus grupos como Los Guadalupanos. Tampoco fue desacertado que el Cura de Dolores haya tomado el estandarte de Guadalupe Atotonilco para avivar el movimiento de la madrugada del 16 de septiembre.
Ni fue el fruto del azar que nuestro primer Presidente Republicano y Federal eligiera llamarse Guadalupe Victoria (Félix Fernández) y que todos los mexicanos del siglo XIX, lo mismo que conservadores que liberales, rezaran ante Ella el “Salve Regina” (¡Paradoja que republicanos oraran ante una Reina!)
Por eso se explica que en los corridos populares incluyera a “Guadalupe la Chinaca” y que una de las hijas del Presidente Don Benito se llamara, precisamente Guadalupe Juárez Maza.
Todavía más, Don Ignacio Ramírez, el Nigromante, y su discípulo Don Ignacio Manuel Altamirano se destacaron como recios defensores del guadalupanismo, sobre todo como bandera de identidad ante el expansionismo no sólo territorial de los norteamericanos, en especial a partir de 1867.
Esto explica también los motivos que tuvo la política de conciliación del Presidente Díaz Mori, con los sectores guadalupanos, al permitir su coronación hace casi un siglo, después de los intentos fallidos de restablecimiento de las relaciones Iglesia-Estado, en noviembre de 1893.
En el siglo presente nos encontramos con el Plan de Guadalupe, de Don Venustiano Carranza (1913). El guadalupanismo de los zapatistas y de los cristeros, sobre todo en Colima. El Himno Guadalupano de Don José López Portillo y Rojas (ascendente del ex presidente José López Portillo y Pacheco). La estrofa muy cantada tanto en México como en el extranjero que dice: “mexicanos, volad presurosos, del pendón de la Virgen en pos, y en la lucha saldréis victoriosos, defendiendo a la Patria y a Dios.”
En suma, no fue mera casualidad que César Chávez, luchador indomable de los derechos humanos (human rights), encabezara sus movimientos de reivindicación mexicana (“¡Por la raza!”) con el estandarte de La Guadalupana, en Delano, Sacramento y muchos otros lugares de California y Arizona.
Por esto y más entendemos que tanto en San Francisco, California, a la derecha del Altar mayor de la Catedral St. Mary´s como en San Nicolás (Roma) y a la izquierda de la tumba de San Pedro (Vaticano), se venere con emoción mexicana a la Morenita del Tepeyac.
Por último, especialmente a partir de estos tiempos de tratados comerciales con Norteamérica y Canadá es casi “razón de estado” o “seguridad nacional” la defensa salvaguarda de nuestras raíces históricas y culturales.
Ahora y en el futuro para un gran sector de mexicanos, es y será de importancia vital continuar apuntalando la identidad nacional y la soberanía del país. Por esto y más es de trascendencia generacional el seguir alegres y con esperanza inteligente cantando con Don Quirino Mendoza y Cortés cuando expresa a pecho acierto: “Yo a las morenas quiero, Cielito lindo, desde que supe que es morena la Virgen, Cielito Lindo, de Guadalupe...”
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