Vivir en sociedad conlleva posibilidades y responsabilidades, tareas no de un individuo sino del conjunto de personas que en el caminar por la vida, afrontan los compromisos de la convivencia humana. La sociedad con sus límites y sus males, que de la propia naturaleza emergen, propone para la concretización de dicha convivencia sus estructuras e instituciones creadas para facilitar la sana convivencia de los ciudadanos. Vivir en esta tierra adquiere la dimensión de desarrollo cuando las decisiones se toman no como si la persona existiera sola, sino en el contexto histórico de sus relaciones. En realidad las relaciones con el “otro” están a la base de la vida moral del individuo, ya que la caridad es el camino seguro para establecer criterios de convivencia y desarrollo mutuo. Una sociedad que prescinde de tal virtud se encamina a la ruina, porque sólo en la perspectiva del “bien común” se localiza la razón de ser de las diversas formas de estructuración social de la vida.
La “política” como “vida de la pólis” (en griego pólis significa “ciudad”) encierra todo lo que concurre a construir la convivencia de los hombres en una ciudad, en una sociedad estructurada. A todo ello pertenecen las actividades legislativas y administrativas y sobre todo la actividad de los “políticos” de profesión, esta es posible y eficaz cuando se radica en el vivir político de los que no realizan política por profesión e influye sobre ellos. Las estructuras políticas en su ejercicio y función dependen de la profundidad de las relaciones, que expresan en la vivencia cotidiana, los modos de entender y sentir de las personas. Actividad política es todo lo que incide en este entender y sentir, todo lo que concurre a formar la mentalidad subyacente en cada organización de vida política. En este sentido, el actuar libre y responsable de una persona tiene siempre una dirección política y por eso comporta una responsabilidad política. La política es un trabajo común a todos y no delegable, aún si se pueda y deba delegar trabajos y funciones específicas. Sin embargo en el sentido humano de vivir socialmente, va impresa la perspectiva de la comunión de vida.
Quien toma a su cargo la responsabilidad de dirigir los destinos de la comunidad debe caer en la cuenta que de algún modo es responsable de realizar un modo de vida que pueda verdaderamente llamarse comunión. En la vida de la comunidad, cada elección de la autoridad, significa la posibilidad de alcanzar mediante el trabajo y servicio de los legítimamente delegados, el bien común de los ciudadanos, con su intervención y trabajo crearán la unidad del pueblo, la “común unidad”, el cuidado de establecer la verdadera solidaridad, una humanidad en sentido pleno. Se trata de que el objetivo establecido se alcance con la voluntad de servicio, con la capacidad de entrega y disponibilidad de corresponder a la confianza dada. Palabras siempre acompañadas de un deseo de realidad que al fin y al cabo nos hacen pensar cada cercanía de elecciones democráticas. ¡Al fin y al cabo se vale soñar!
In Memoriam
José Saramago vivió su vida con gran intensidad, tuvo episodios de tristeza y alegría, de gozo y amargura, de escepticismo y esperanza, sobre todo, con una envidiable lucidez al final de sus días. A pesar de ser ateo, fue una persona genuina, coherente y solidaria, estuvo siempre al lado de los pobres, de los más desfavorecidos, como la Madre Teresa, monseñor Romero o el buen samaritano del evangelio de San Lucas. Cuántos cristianos-católicos proclamamos la justicia y la paz (sobre todo sacerdotes, obispos, religiosas o vicarios de Cristo) y no nos comprometemos con ellas. Somos puntuales para criticar y juzgar, pero no hacemos nada concreto.
Carlos Ruiz, colaborador del rotativo El País a propósito de las declaraciones del semanario de la Santa Sede, escribió: L'Osservatore Romano ha olvidado que un respetuoso silencio ante el desacuerdo no solo es signo de dignidad sino de inteligencia y algo mucho más importante que estas, al fin y al cabo, opiniones personales, y es que Dios, "sí confiaba en él".
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