Había una vez, como generalmente empiezan los cuentos, mitos y leyendas que pretenden explicar de algún modo lo que a la mente del hombre satisface la inquietud de ilusión y fantasía, y que a veces de la realidad no está tan distante, en fin, había una vez un campesino que lograba las mejores cosechas de su región, arrancaba la admiración de sus vecinos y uno que otro suspiro con aire de envidia y que ciertamente no era para menos puesto que en verdad lo que este humilde labrador conseguía lo hacía considerablemente feliz. Su trabajo y esfuerzo constante, sus largas horas de sacrificio por ganarse el pan honradamente, bien valían la satisfacción final de cada cosecha lograda en la tranquilidad de una conciencia guiada por un sencillo axioma: “sólo he hecho lo que tenía que hacer”. Tal vez algún día escuchó el Evangelio de san Lucas en el capítulo 17 versículo 10, al fin y al cabo es un cuento.
Al preguntarle sus coterráneos acerca del secreto que abría la puerta de sus éxitos, el campesino siempre respondía con la seguridad y confianza del hombre que sabe aprovechar las grandes oportunidades y momentos de la vida, del hombre que nunca claudica aunque el temporal esté cerca, del hombre previsible que construye en la paciencia sobre roca firme, del hombre que construye peldaños con las piedras que se encuentra en el camino, del hombre que ve hacia el futuro con las posibilidades reales del presente: “sólo he hecho lo que tenía que hacer”. Bien valga esta parábola para ilustrar la utopía (palabra de raíces griegas: “ou”, privativo que se traduce como “sin”, y “topos”, que significa “lugar”) de nuestro “sueño mexicano”.
¿Culpables? ¿Quién o mejor dicho quiénes? ¿Cercanía del temporal para el cultivo cotidiano del “sueño mexicano”? ¿Más piedras para tropezar o para ascender? Si bien algunas voces alientan a no desanimarse, otros con su ambición de poder, avaricia insípida, ufana e inmoral, no permiten el desarrollo del verdadero “sueño mexicano”: una nación rica en la calidad de su gente, de sus valores, costumbres y tradiciones, en recursos naturales sabiamente “explotados” y aprovechados, una nación a la que todos respeten por su afán de crecimiento, por su espíritu de sacrificio en aras del crecimiento y desarrollo y no en miras a satisfacer el “ego” de esos cuantos que no alcanzan a ver la posibilidad de que las piedras del camino se conviertan en peldaños, para ir siempre adelante, dejando al paso un porvenir menos difícil y más generoso.
“A que le tiras cuando sueñas mexicano” enarbolaba Chava Flores que no encontraba respuesta sino en la insensatez de aquellos que se escudan en el paraíso del “soñar no cuesta nada”. ¿Hasta cuándo cada corazón mexicano se volverá a encender con el “grito de guerra”? ¿Hasta cuándo seguiremos sentados aplaudiendo el paso de los triunfadores? ¿Hasta cuándo veremos cómo el destino de nuestra vida es señalado por los “dioses olímpicos” que se congratulan en vernos actuar en el teatro del destino, total “el que nace para maceta del corredor no pasa”?
“Hacer lo que tenemos que hacer”, he ahí la neurona de la vida, de nuestra vida, de la vida de aquellos que dependen del “sudor de nuestra frente”. Es lo más grande y noble que podemos hacer por nuestra nación, pero todos juntos aquellos y nosotros, cada uno, bien se lo merece esta “bendita tierra” que llamamos nuestra patria. Para alentarnos más “México lindo, Dios te bendiga” y también cada uno de los mexicanos en este centenario del inicio de la revolución mexicana.
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