Dios le preguntó a Caín por su hermano y éste le contestó: “No sé, ¿Acaso yo soy su guardián?” Gn 4,9. Y así Dios nos inquiere a diario, es el mismo drama y la misma escena, los mismos protagonistas resucitados en los guiones y libretos del devenir humano que, hoy como ayer, siguen representando la tragedia globalizante de la dignidad humana en los escenarios de los hemisferios y bloques en los que se ha dividido el mundo.
El clima de violencia y seguridad carcomen la paz de las conciencias, portamos un ramo de desconfianza que tributamos a la extrañeza e indiferencia de los deberes con el prójimo, almas descalificadas en el clima de inseguridad y violencia cuya hora llegó y no ha pasado. Y no sólo a nivel mundial constatamos los venéreos amargos que invaden y nutren la vida de los países y pueblos, oleadas por la paz quisieran terminar con estas historias clasificadas en los anales del sarcasmo.
“¿Dónde está tu hermano Abel?” es la repetida pregunta que gira y gira, haciendo espirales de humo que se desvanecen como tantos sueños, perdidos en la intensidad de la irresponsabilidad y la indiferencia. Cada habitante de este mundo somos responsable de la sangre que clama hasta el cielo, sangre de la dignidad perdida por la humillación que provoca la ley del más fuerte, ley que impera en los latidos que exigen el respeto de los propios derechos, pero que ignoran los propios deberes, ley sin principios que provocan el relativismo moral, por el que se juzga lo verdadero, bueno y noble según criterios personales, frecuentemente egoísta, provocador de actitudes ventajosas e incluso destructivas en el trato con los demás.
La misma pregunta del creador vibra ante el pecado de abandono en el que se encuentra la causa del prójimo; Caín se lava las manos en el único acto de la inocencia enmascarada, no hace caso y asesina a su hermano, letanía repetida en el vestíbulo de la historia, en el origen y actualidad de la humanidad: inseguridad, temor, violencia, robos, secuestros, lesiones variadas, ensañamiento, violaciones, crímenes, pleitos entre pandillas, prepotencia al conducir, lenguaje agresivo, salarios injustos, marginación de los campesinos e indígenas, favoritismo en beneficio de personas o grupos privilegiados sin buscar el bien común, violencia intrafamiliar, agresiones de tipo físico o verbal, amenazas, autoritarismo, imposición de los propios criterios, delincuencia, crimen organizado, secuestros, narcotráfico; y en el fondo, el conjuro secreto de la violencia que no se ve pero que viaja en lo secreto por los nervios del Verdadero Cuerpo.
Y en la plenitud de los tiempos la mirada piadosa del Salvador, padeciendo la violencia sin provocarla ni responderla, ofreciendo su vida en nota de remisión de las interminables facturas que, en respuesta a la pregunta de Dios, son rubricadas con la sangre ajena. Derroche de misericordia y de perdón: sólo el amor puede erradicar la violencia del corazón, sólo el amor y la misericordia, que no niegan sino que exceden la justicia, pueden cambiar el corazón del agresor. Minimizar la violencia sugiere prolongar la sonoridad del eco, que interpela a las capacidades espirituales y morales de la persona, en un sugestivo e intrépido acto permanente de conversión ad Deum. Conversión para responder a Dios “dónde está mi hermano”.
Postre
Con la elección de Josefina Vázquez Mota como precandidata del PAN a la presidencia de la república mexicana, quedan definidos los adversarios de las tres principales fuerzas políticas de nuestro país para los próximos comicios federales del 1 de julio. Otras mujeres que han contendido por la presidencia: Rosario Ibarra (PARM), Marcela Lombardo (PPS), Cecilia Soto (PT) y Patricia Mercado (México Posible).
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