Hay expresiones que
son una provocación y una falta de respeto y se amparan en la necedad de que
esos actos son fruto de la libertad de expresión. Puede haber sacrilegio, pero
el estado democrático nunca castigará ni el sacrilegio ni la blasfemia, a lo
mucho quizás alguna autoridad, por prudencia, censurará algunos sucesos.
En la libertad existen expresiones que nos permiten vivir
nuestras convicciones y creencias íntegramente, siempre y cuando se respeten
los derechos de terceros y el orden público. Pero aquí surge una pregunta:
¿Hasta dónde debe llegar la libertad de expresión? Ninguna libertad, ni siquiera la libertad de
expresión, es absoluta, pues encuentra su límite en el deber de respetar la
dignidad y la legítima libertad de los demás.
Nada, por más
fascinante que sea, puede escribirse, realizarse o transmitirse en perjuicio de
los demás y de su dignidad. Nadie puede difamar arbitrariamente a una
persona o una institución. En el caso de las creencias religiosas, libertad de
expresión y libertad religiosa exigen el respeto, sin este, dado que una
persona no tiene necesariamente que creer lo que otras personas creen, se puede
caer en el sacrilegio, en la irreverencia o en la profanación.
Hay expresiones que son una provocación y una falta de
respeto y se amparan en la necedad de que esos actos son fruto de la libertad
de expresión. Puede haber sacrilegio, pero el estado democrático nunca
castigará ni el sacrilegio ni la blasfemia, a lo mucho, quizás alguna autoridad,
por prudencia, censurará algunos sucesos.
Cada sociedad, de alguna manera, ha establecido el límite a
la libertad de expresión y hoy existe la posibilidad de manifestar cosas que
los miembros de una religión pueden considerar sacrílego o blasfemo. Es cierto
que quienes expresan sus puntos de vista no están obligados a compartir la
religión de otro, pero también los miembros de una religión no tienen
necesariamente que escuchar o ver dichas expresiones. Si así fuera, estaríamos
hablando de injusticia, la cual puede ser castigada no porque insulte un
símbolo religioso, sino porque provoca el odio y la burla contra aquel grupo.
Amparados en la amplitud de la democracia donde está
permitida la libre circulación de las ideas, la libertad de expresión se confunde
con el desenfreno irresponsable. Cuando la libertad de expresión no está
orientada hacia la búsqueda de lo verdadero y del bien, sino que se complace,
por ejemplo, en la producción de espectáculos, de violencia, de malos tratos o
de terror, o cuando la fe y los sentimientos religiosos de los creyentes pueden
ser puestos en ridículo en nombre de la libertad de expresión o de fines
propagandísticos, la intolerancia corre el riesgo de aparecer bajo diversas
formas.
El respeto de la libertad religiosa es un criterio no sólo
de la coherencia de un sistema jurídico, sino también de la madurez de una
sociedad libre. Cuando se ahoga la verdad por intereses injustos, por la
violencia de grupos que pretenden hacer obra de subversión en la vida civil o
por la fuerza organizada en sistema, es el hombre el que resulta herido: sus
justas aspiraciones no pueden ya ser comprendidas, y mucho menos, satisfechas.
La libertad de expresión no puede quedar al margen de la norma moral; esta
libertad debe ser siempre correlativa a los derechos ajenos y a los imperativos
de la vida en sociedad y, consiguientemente, al deber de respetar el honor, la
reputación, el bien común, y la decencia de las costumbres.
Postre
Es desafortunada la decisión del obispo de Tehuantepec,
Oscar Armando Campos, solicitarle al sacerdote Alejandro Solalinde, fundador de
la casa del migrante “Hermanos en el camino”, en Ciudad Ixtepec, abandonar el
albergue y aprovechar su tiempo libre en atender a los pobres… ¡Qué más pobres
puede atender este hombre de Dios que ha dedicado los últimos años de su vida
en proteger a los migrantes y denunciar su maltrato! El Padre Solalinde seguirá
en su apostolado, de eso estamos seguros, no le importa si lo excomulgan o es
reducido a la vida laical, eso al rabí de Galilea es lo que menos le interesa,
lo que espera de sus “ministros” es valor, arrojo o audacia para salir a la
búsqueda de las ovejas perdidas… no para dispersarlas.