La felicidad es un regalo que viene muchas
veces cuando no es buscado, y que se debe tomar como se coge un pajarillo entre
las manos, ni demasiado fuerte, pues muere, ni demasiado flojo, pues huye.
Los últimos días del año impregnan el ambiente
de nostalgia y melancolía, tal vez por los días que se fueron o por la vaguedad
de los que vienen. Ante la finitud del tiempo queremos asegurar la felicidad de
la existencia. ¿Qué es la felicidad? es una consecuencia del amor; todo lo que
no es amor verdadero acaba en insatisfacción y frustración, el placer siempre
es efímero, y la felicidad pide duración, pide que desaparezca la amenaza de
acabarse y morir.
La confianza en el placer, el honor o la fama,
como fuentes de felicidad son volátiles ya que contienen nada más nada, poner
en ellas todo el deseo aleja de la felicidad. La felicidad es conmoción del
corazón, gozo en la contemplación, es dilatación del alma, es emoción ante la belleza;
es éxtasis, que, en sus diversos grados, permite salir de la fosa del “yo”
llamada egocentrismo, para disfrutar el amor de dar, de darse, de vivir en
preludio de eternidad como perfecta vida plenamente poseída. ¿Es el cielo? No,
ciertamente, pero lo anuncia.
La tristeza es pantanosa, oscurece el alma,
paraliza, lleva a decisiones de huída o de ira, es amarga. La superación de las
heridas del alma (resentimientos, rencores, inquietud corporal, torpeza de la
mente, ociosidad) se logra por la felicidad que hace vibrar el alma, que invita
a la superación, por el amor que espera más amor, por la lucha en lo que parece
pequeño a los ojos cerrados por el egoísmo.
Amar hace feliz, pero más aún si es
correspondido, la alegría es fruto de amar y ser amado. Saberse amado, no como
un objeto de uso, hace feliz, permite la compenetración, el regalo mutuo, la
comunión de personas, la amistad en sus mil formas. La vida feliz ya no es sólo
una vida correcta y honesta, atemperada y sensata solamente, es mucho más, es
beber en la fuente de la alegría sin restos de amor propio que pueden envenenar
cualquier amor humano. La felicidad requiere humildad, como requiere amor, pide
correspondencia en una espiral de donaciones y atenciones hondas.
El amor humano, el generoso, está amenazado
continuamente (vejez, achaques, falta de medios económicos, traiciones,
locuras, y, sobre todo, la muerte que es el gran dolor de los enamorados) Dios
promete al hombre que libremente quiera acoger el amor y la felicidad del
cielo, la resurrección de la carne, la supresión de la muerte y con ella del
mal en los nuevos cielos y la nueva tierra en su segunda venida gloriosa. Así,
aún en lo efímero y en la constatación de la persistente maldad en el mundo,
pervive una esperanza que hace feliz en una realidad que tiene su garantía en
Dios, no en ilusiones.
La felicidad es un regalo que viene muchas
veces cuando no es buscado, y que se debe tomar como se coge un pajarillo entre
las manos, ni demasiado fuerte, pues muere, ni demasiado flojo, pues huye. Es
un don de Dios al alma preparada. La felicidad en la vida mortal siempre pide
más, porque es insaciable y sólo puede alcanzar su plenitud en la posesión de
la comunión con Dios en la vida eterna. En el año que iniciamos ¿Tendremos el
deseo -al menos eso- de ser felices?
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