No buscamos clientes, solitos llegan a la casa, unos hacen
trato, otros no. Mis hijos y mucha gente que ha aprendido este oficio han visto
los beneficios de hacer bien las cosas. Si esta tradición perdura, el tiempo lo
dirá, yo con lo que ya viví estoy agradecido con el de arriba, tengo 78 años
bien vividos cerca del Señor, ahora toca a los jóvenes salir adelante y
continuar esta tradición.
Rumbo a la ciudad de Tepeaca, por la carretera federal y a
escasos kilómetros de Amozoc, se encuentra una población fundada por Carlos IV,
lugar privilegiado por el paso del Beato Sebastián de Aparicio cuando en sus
andanzas trazó los caminos de Veracruz a Zacatecas. Me refiero a la comunidad
de Santiago Acatlán, población donde los habitantes viven de su fe, de los
valores e ideales que sus antepasados colocaron en los cimientos de una vida de
esfuerzo y trabajo.
Santiago Acatlán se levanta en un cerril donde en el pasado
cobraron vida dos haciendas, la de San Vicente y Santa Rita. Esta geografía
contribuyó al desarrollo de lo que por muchos años constituyó la primera fuente
de ingreso de la comunidad: la industria del mármol. En las canteras
descubrieron que Dios los dotó de habilidades y fuerzas para trabajar y
progresar; durante muchos años se ocuparon de la loseta y la extracción de
grandes bloques, después la necesidad los hizo emigrar para entregar sus
habilidades más allá de los límites de la propia tierra natal.
Alfarería navideña
Hace unos 40 años, llegó a esta comunidad una nueva
posibilidad de crecimiento y desarrollo, una manufactura que es fiel a los
valores y tradiciones tan arraigadas en los pobladores de esta pequeña
sociedad: Un grupo de pioneros importó la artesanía en yeso, particularmente
imágenes del “Niño Dios” y todas aquellas que se colocan en el nacimiento,
tarea donde se combina la habilidad y la fe, el trabajo y la esperanza.
Platicamos con Don Silvano Olivares Núñez, precursor de esta
labor, nos comentó: “Hace 40 años, una cuñada que tenía en México me invitó a
aprender este oficio. Como todo, al principio fue difícil, pero poco a poco
hemos avanzado. Nuestro pueblo, gracias a Dios, es gente que la mayoría no sabe
leer ni escribir pero se ha acomodado a este trabajo y esa gente hace que el
pueblo avance.
“Cuando empecé, sinceramente, lo hice por necesidad no
porque me llamara la atención hacer esto. Ahora, aunque la necesidad todavía
está presente, trabajamos con mucha atención y esmero; procuramos sacar bonitos
modelos y figuras, ¡Esto nos llama la atención!, no tanto por la venta, sino
por los momentos de meditación que tenemos al hacer este tipo de figuras. En
nuestras manos vemos al Niño Jesús, a San José y a la Virgen María, al Ángel y
a los pastores. En una ocasión me preguntaron qué querría ser de todo lo que
hago, no podía contestar y sólo se me vino a la mente que me hubiera gustado
ser el buey o la mula, ellos son grandes porque estuvieron contemplando al Niño
Jesús”.
En la actualidad el trabajo de la alfarería navideña no es
satisfactoriamente remunerado, los precios de las figuras han bajado porque ya
no se busca calidad sino cantidad, pese a ello los más de 300 talleres de esta
comunidad siguen perfeccionando su trabajo, muestra de ello es que a lo largo
del año se fabrican este tipo de figuras. Muchos talleres sólo son productores
y hasta ellos llegan los vendedores quienes se encargan de distribuir sus
productos a lo largo del territorio nacional, así nos lo confirma Don Silvano:
“Tenemos clientes de la frontera, por diversos lados de la República. No sabría
decir cuántos niños llegamos a hacer, nunca lo hemos tenido en cuenta pero en
las temporadas es cuando más vendemos. Cuando no tenemos trabajo de alfarería,
nos dedicamos al campo. Tenemos precios variables según el tamaño de los niños,
desde 15 pesos en adelante”.
En torno al trabajo, la fe
En el taller de Don Silvano no sólo se percibe habilidad y
trabajo, también el ambiente se impregna de fe y amor como él mismo nos lo
narra: “Hemos tenido varios acontecimientos con nuestros clientes que regresan
preguntando qué cosa tiene nuestra mercancía porque se vende muy bien. Yo creo
que es el amor que le tiene uno al trabajo, le pedimos a Dios hacerlo de la
mejor manera posible porque con éste ayudamos a mucha gente y creamos fuentes
de empleo, cuando vemos satisfechos a nuestros clientes le doy gracias a
Dios... Una vez un sacerdote nos pidió un niño, se lo dimos y lo vistió de
manera hermosa, le tenía mucha devoción. Un día nos dijo que un matrimonio que
no podía tener hijos se lo pidió, entonces se llevaron el niño a su casa, le
rezaron devotamente y se les concedió aquello que querían. Poco tiempo después
el sacerdote vino a pedir otro porque esta familia ya no se lo regresó. Con estas
experiencias nos crece la fe y con más amor realizamos nuestra tarea”.
Visitar Santiago Acatlán puede ser una grata experiencia
familiar, observar la actividad en los talleres de alfarería y adquirir algunas
piezas en los comercios familiares o en los puestos colocados a orilla de
carretera, con ello contribuiremos al desarrollo económico de esta comunidad y,
sobre todo, conservaremos nuestras tradiciones.
“No buscamos clientes, solitos llegan a la casa, unos hacen
trato, otros no. Mis hijos y mucha gente que ha aprendido con nosotros este
oficio han visto los beneficios de hacer bien las cosas. Si esta tradición
perdura, el tiempo lo dirá, yo con lo que ya viví estoy agradecido con el de
arriba. Tengo 78 años bien vividos cerca del Señor, ahora toca a los jóvenes
continuar esta tradición”.
N.B. Los comercios y talleres se encuentran por las calles
de la población. El taller de Don Silvano Olivares se localiza en la 3 Oriente
N° 13
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