Porque el santuario sigue en pie, el barrio se resiste a
morir -porque la madre no se ha ido, la familia sigue reunida-, porque la
Santísima sigue aquí, el barrio “no ha muerto, está dormido”, porque la luz
sigue encendida, la fe sigue viva...
Por Pbro. Dr. Guillermo Hernández Flores, Párroco de Ntra. Sra. de la Luz
Nuestros barrios son -en lo que todavía tienen de barrios-
comunidades que “el hombre desarrollado” ha dado en llamar premodernas. Se les
reconoce como iguales a otros rumbos de la ciudad pero ya no en razón de la
dignidad y del valor intrínseco de sus habitantes, sino en razón del
reconocimiento que se les hace de sus carencias, que tienen que ser llenadas.
Desde que en el mundo la economía se ha erigido como valor supremo, el hombre
dejó de percibirse como prójimo para convertirse en un ser de necesidades
abstractas- dejó de formar parte de las leyes no escritas de la comunidad para
formar parte de las necesidades fabricadas por la economía- empleo, seguridad,
salud, educación, drenaje, agua, etc., necesidades que sólo las instituciones
encargadas de sanearlas pueden satisfacer.
De este modo, las autoridades que sí son “modernas”,
perdieron la capacidad de comprender el sentido profundo de estas comunidades
-llamadas con un orgullo nostálgico, “barrios”- y las han ido sometiendo,
aunque con sus palabras lo nieguen, a un progresivo proceso de extinción.
Desarrollarse o morir, la percepción del hombre como un ser de necesidades,
meramente económicas, no ofrece otra opción.
En nuestros barrios todavía existen lugares comunes, donde
se comparte un plato de frijoles, donde se llama uno por su nombre, donde los
enfermos, viejos y discapacitados son parte de la vida de las familias junto a
sus miembros más jóvenes y sanos, lugares donde se acoge y se es acogido.
Bajo el imperio de la diosa economía, esa que habla siempre
de “macro”, estas ventajas de lo humano se desvalorizan y las bondades de la
hospitalidad y la caridad se corrompen, la miseria que están viviendo, la
desintegración familiar, la inseguridad y la violencia se deben al acabamiento
de aquella mirada humana que antes los cobijaba y que veía al otro como al
prójimo que compartía con nosotros un lugar y al que habría que acoger no en
función de sus carencias sino en función de su ser. La mirada económica ha
venido acabando con estas sociedades tradicionales -los Barrios- y con el
sentido humano de su espacio.
La Luz: un barrio que agoniza y un santuario que pervive
Cuentan los viejos, aquellos tiempos de los mesones y de las
calles de piedra, cuando la gente iba por agua con latas y a las fuentes de las
esquinas, cuando el río bajaba cantando una canción de alegría. Todos, dicen,
se conocían. Las calles, como los panes, se llamaban de otra manera. No había “changarros”,
eran las tiendas de un comercio vivo que se apellidaba como sus dueños. Los
caserones rebosaban no sólo de gente sino de contento cuando todos los días,
desde la torre y al tañer de las campanas, el barrio se despertaba... Ahora es
diferente.
Las calles se han vuelto de asfalto, concreto o se han
adoquinado y la gente ha perdido su nombre. Las fuentes han desaparecido y el
agua se compra y se vende. Ya no hay mesones sino puras vecindades que
languidecen en esos mismos caserones destruidos hoy por el tiempo y por algunas
de nuestras autoridades. Tampoco hay tiendas con nombres de gente, ahora sí hay
“changarros” que se llaman “supersitos”.
Las calles y los panes, como la gente, se olvidaron de sus
nombres; el río, ahora, es de automóviles y, sobre su lápida de concreto, se lee
“Boulevard Cinco de Mayo”. Y en medio de los escombros, el barrio, en sus tradiciones,
se resiste a morir.
Vive una prolongada agonía cuando, todos los días, al despertar,
sigue oyendo esas campanas que, desde la torre y con su tañer cantan su dolor...
Sin embargo, el Santuario, en el corazón del barrio, nunca deja de latir, y la
Madre de la Luz nunca deja de llamar a los que se han tenido que ir. Y a los
que se han quedado, que de “braveros” se han vuelto huraños, de creyentes a incrédulos
y de fieles a indiferentes, la Madre que habita el Templo, aún sin que la
visiten, les sigue dando esperanza, amor y consuelo.
Porque el Santuario sigue en pie, el barrio se resiste a
morir -porque la Madre no se ha ido, la familia sigue reunida- porque la
Santísima sigue aquí, el barrio “no ha muerto, está dormido”, porque la luz
sigue encendida, la fe sigue viva. Por eso vuelve a la vida cuando, todos los
días, al despertar, sigue oyendo esas campanas, que desde la torre y con su
tañer, cantan su resurrección.
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