Nada hay más triste
que un templo cerrado, si tomamos en cuenta que cada una de sus piedras, las
columnas, los arcos fundamentales, cornisas y entablamentos, de bóvedas y
torres, fueron objeto de un concienzudo estudio, de propuestas y
contrapropuestas, de anhelos, sueños y sobre todo, de mucho trabajo e inversión
en esfuerzos y dinero.
Por Eduardo Merlo Juárez *
Un templo cerrado es una oportunidad menos de que algún
necesitado espiritual encuentre el consuelo anhelado, como una llave de agua de
la que no sale nunca líquido alguno; como un aparato electrónico que carece de
corriente.
Cuando uno pasea por las ruinas de grandes templos de la
antigüedad, como la pirámide del Sol en Teotihuacán, no puede soslayarse el
pensamiento sobre ésa, la que mueve montañas y si no, las construye, porque
solamente una fuerza interior de sólidas bases espirituales fue capaz de
impulsar a esos miles y miles de hombres que sudaron y dejaron la vida a través
de tres o cuatro centurias, todo para que su dios estuviera por encima de los
demás y de todo. Es increíble que quienes iniciaron esos trabajos, sabían que
nunca miraban la empresa concluida, ni siquiera sus nietos serían testigos de
su funcionamiento, y sin embargo no pusieron reparos en dar lo mejor de ello,
para honra de sus divinidades.
Hoy, esos edificios admiran al mundo, pero son sólo ruinas,
nada queda de aquellas ceremonias espectaculares, de los cantos, rezos y
sacrificios. Eso mismo pasa en las ciudades arqueológicas de Grecia, uno pasa
por el afamando “Oráculo de Delfos”, y mira solamente los arranques de las
columnas donde estaba el sitio en que la Sibila Délfica se sentaba para aspirar
las emanaciones azufrosas de la grieta sagrada y profetizar las gigantescas
figuras del faraón y de los dioses en los templos de Abú Cimbel, son
testimonios de una grandeza desaparecida. Lo mismo diríamos de las enigmáticas
columnas de piedra en Stone Henge, apenas si podríamos imaginarlas con los
sacerdotes mirando la salida y puesta solar para hacer sus invocaciones y
ritos. Todo ello es ahora recuerdo y testimonio de aquellos tiempos, de gente
que estuvo y dejó huella de su presencia.
Se trata de templos abiertos a los turistas, pero cerrados
al culto, esto porque quizá sus seguidores o impulsores desaparecieron con
ellos o transformaron su ideología a la modernidad de cada época. Siempre da un
poco de tristeza irrumpir en áreas que otrora estuvieron restringidas por su
santidad y que ahora son holladas por todo tipo de pies, la mayoría sin
conectar ni remotamente la finalidad para la que fueron hechas.
Esos monumentos que testimonian los avances de la humanidad,
con todo y su ruinoso estado, se abren para que cualquiera que tenga ganas los
visite y si quiere, escuche las explicaciones que los conocedores suelen dar.
Al menos siguen teniendo una función aunque sea ajena a la original. Pero un
templo actual cerrado es la cosa más inútil e injusta que uno pueda encontrar.
Ciertamente la impiedad y la rabiosa y furibunda actitud de los irracionales,
lograron que en el pasado se destruyeran templos, simplemente porque eran
testimonios de ideas que no eran las de los poderosos efímeros de cada época,
sino que cayeron en la intolerancia y perseguían de los creyentes, empezando
por cerrar los templos, como en los países tras la “cortina de hierro”, ver la
espléndida catedral de San Cristóbal de la Habana, siempre cerrada, como si
tanta belleza y simbolismo, tanta fe y fortaleza no valieran la pena.
En nuestra patria tenemos innumerables ejemplos. Cuántos
edificios majestuosos fueron demolidos por razones absurdas, recordemos en la
ciudad de México, los conventos de Santa Isabel, Capuchinas, San Andrés, Santa
Clara, San Francisco, por sólo citar unos cuantos. En Puebla la demolición
estúpida del claustro y capillas, así como el edificio del convento de Santo
Domingo, para dizque abrir una calle que nunca se abrió y sí para llenar los
bolsillos de facciosos aventureros de aquellos tiempos. La picota, implacable
que mandada por un loco destruyó la mayor parte del convento de la Merced; el
famoso arco de San Antonio demolido para permitir el tránsito de una calle que
después de eso sigue sin que nadie pase por ella.
Grandes pérdidas sufridas por el patrimonio monumental de la
Puebla de los Ángeles, que a pesar de esa incuria, y mala voluntad, todavía
tiene una cantidad de bienes culturales que le han dado el título de “Patrimonio
Cultural de la Humanidad”. Entre todos ellos están en primer lugar los templos,
claro, esos templos que se edificaron por la benevolencia de ricos mercaderes,
de prósperos hacendados, de generosos mecenas y sobre todo, con limosnas como
la de la viuda del evangelio, que han hecho un efecto hormiga, pequeña pero
constantes.
Junto a los aportes pecuniarios están los esfuerzos y
gestiones de frailes, monjas, clérigos, obispos, rectores, ante autoridades,
reyes, virreyes, intendentes, alcaldes, regidores, mayordomos, fiscales y
muchos más. Cada uno de los setenta edificios religiosos virreinales de Puebla
puede presumir de trabajo y dedicación. Ese patrimonio es católico, somos
herederos directos de los constructores, mecenas y aportadores monetarios,
luego de todos los demás.
Cada una de las iglesias tiene su encanto, con todo y
el saqueo inmoderado y vil, conservan algún detalle de valor, un testimonio de
fe. Son ante todo, recintos que se edificaron para albergar a los fieles y
permitirles un acercamiento más apropiado con la divinidad, no se construyeron
sus gruesos muros, sus retablos, pinturas, esculturas, bóvedas, vitrales y
ambientes, para estar cerrados, como clausurados y ya no por los jacobinos o
intolerantes, sino por la pereza y desestimación de sus encargados.
Qué tristeza que de esos setenta templos coloniales, muchos
no se abran casi nunca, alegando que no hay capellán, o que ese señor atiende
dos o más capillas. Que el padrecito llega apresurado a decir sus misas de
encargo, a la hora que le da la gana o que puede, para el caso es lo mismo, y
luego a cerrarlas.
Recuerdo un letrero luminoso que los frailes encargados
colocaron sobre el santuario de Chalma: “Venid a mi todos los que están
cansados, que Yo os aliviaré”. En mis adentros pensé que faltaba completarla:
pero venid antes de la cinco de la tarde, porque tengo qué cerrar. Podría
enlistar los templos que la mayoría de los poblanos no conocen porque están
cerrados o porque se los han agenciado a particulares con mil pretextos, dizque
para ejercicios o para culto colegial que no se da nunca, o para auditorios que
se caen de abandonados, o porque se dice misa solamente el día de la fiesta, o
porque el padrecito no está o por lo que se les ocurra. Inclusive uno de estos
templos pequeños, de barrio, siempre cerrado, tiene garabateadas en la puerta,
con pintura de aceite, las siguientes palabras: “se alquila para bautizos bodas
o quince años”, esto desde hace años y el responsable, que no sé si tenga, no
ha caído en la cuenta.
Pienso en la devoción, alegría y entusiasmo de los hombres y
mujeres que promovieron la construcción, que anduvieron convenciendo a los
ricos para que cooperaran, a los pobres para que ayudaran y que se
constituyeron como símbolos de una fe impetuosa que logró concluirlos. Ahora
parecería que esa fe desapareció.
Si tuviéramos que ser medidos en nuestra devoción por estos
detalles ¿qué calificación obtendríamos? Sí, ya sé que la fe se tiene dentro de
cada uno y que los espacios sagrados son sólo el escenario, claro que sí,
también es cierto que la mies es mucha y los operarios pocos' pero los
católicos son los más abundantes y no se necesita ser operario para cuidar un templo,
evitando que dé la apariencia de ser sede de una religión en decadencia,
preámbulo de las pirámides, los oráculos y las ruinas ¿O no?
* El autor es integrante del Consejo de la Crónica de la ciudad de Puebla, asesor cultural de la Universidad Popular Autónoma del Estado de Puebla (UPAEP), conferencista, organizador y conductor de los paseos dominicales denominado “Los pueblos de Puebla”, articulista del periódico El Sol de Puebla, conductor del programa de radio “Eduardo Merlo cuenta” que se difunde los sábados en la XEHR, 1090 de AM.
* El autor es integrante del Consejo de la Crónica de la ciudad de Puebla, asesor cultural de la Universidad Popular Autónoma del Estado de Puebla (UPAEP), conferencista, organizador y conductor de los paseos dominicales denominado “Los pueblos de Puebla”, articulista del periódico El Sol de Puebla, conductor del programa de radio “Eduardo Merlo cuenta” que se difunde los sábados en la XEHR, 1090 de AM.
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