...es necesario que
nos sintamos obligados a tratar al paciente con caridad; hacerle ver su
dignidad, armarnos de mucha paciencia y proporcionarle todo nuestro afecto de
tal manera que lo note y aprecie, dándole oportunidad a agradecerlo...
Un enfermo serio, grave y/o crónico, puede poner a prueba a
personas o familias enteras, tanto en lo físico, por exceso de trabajo; en lo
económico, por los gastos grandes o interminables; y también en lo espiritual,
por la incertidumbre que genera, y por lo interminable de los problemas que se
nos vienen encima.
Por otro lado, los incesantes avances de la medicina y el
trato con el personal médico y sanitario, pueden constituir otro problema y
foco de desconcierto, desavenencias y contratiempos. Estos avances han
conseguido prolongar la vida de los enfermos, pero no siempre mejorar el nivel
de vida de ellos.
Considerando lo anterior, no se debe olvidar que Dios
es el Señor de la Vida, y todo recurso médico o quirúrgico, debe someterse al análisis ético y moral antes de decidir si han de aceptarse o rechazarse.
Hay que agregar que frecuentemente se debe tomar la opinión del mismo paciente, lo que
es adecuado, pero también la de padres de familia, hijos, hermanos y otros familiares. La vida tiene un enorme valor, al igual que el sufrimiento,
particularmente la de los pacientes, pero también de las personas que les
atienden y acompañan.
La vida es un regalo que Dios nos dio a cada uno, regalo que
tenemos la obligación de respetar desde el momento de la concepción hasta la
muerte natural. Por lo tanto, cualquier manipulación que acorte o disminuya la
vida de una persona, antepone el deseo de la persona que lo hizo a la voluntad
de Dios. Dicho acto se llama eutanasia o “suicidio asistido” y ha sido
invocado por personas y aún organizaciones que lo promueven y piensan que es una solución ante el sufrimiento severo o prolongado. Este crimen es
efectuado en personas que habitualmente no tienen la menor posibilidad de
impedirlo, como personas en estados de inconsciencia, paralíticos o
desnutridos, lo que aumenta la culpabilidad. Ante esto ¿Qué debe hacer un buen cristiano?
El Papa Pío XII precisó ante los Colegios de Médicos en
Europa, qué medios deben considerarse como ordinarios y cuáles como
extraordinarios. Los primeros son obligatorios de seguirse, no así los
extraordinarios. Ordinarios son aquellos que son aceptados en todo el mundo; tales como el oxígeno, los líquidos y
transfusiones de sangre, la alimentación por cualquier vía, la radio y quimioterapia entre otras opciones. Los medios extraordinarios son aquellos que no han sido
totalmente aprobados o que están fuera de proporción entre el riesgo que se
corre y el beneficio que pueda proporcionar, así como la calidad de vida que ha
de dejar (consecuencias físicas y mentales o psicológicas).
Es importante preguntarse: ¿Qué se logra con el tratamiento
propuesto? ¿Solamente se retrasará la muerte un corto tiempo de horas o días?
¿La calidad de vida mejorará considerablemente o no? ¿Hay otras posibilidades
de tratamiento menos riesgoso y con resultados semejantes?
Capítulo muy importante es la administración de analgésicos
y/o sedantes para aliviar el dolor u otros componentes que hagan sufrir al
paciente. Es necesario que estos temas se traten con el paciente si es
posible. Hay enfermedades que acarrean gran sufrimiento, mucho y prolongado
dolor, particularmente algunas variedades de cáncer.
Cristo nos redimió mediante su sufrimiento, dolor y muerte, y nos propone que lo imitemos para tratar de conseguir cada quien su propia salvación. Su ejemplo es claro, pero la debilidad humana es mucha y soportar el grado de dolor y sufrimiento que vivió Cristo es prácticamente imposible. Lo que se debe hacer es que el paciente sobrelleve el dolor y el sufrimiento lo mejor posible, ofrecerlo siempre a Dios y tener presente que debe hacerse su voluntad y no la nuestra.
A toda persona en condición grave y con secuelas de su
enfermedad o tratamiento, como parálisis, dolor persistente o
severo, que permanezca consciente, siempre deben administrarle los Sacramentos,
particularmente la Confesión, la Comunión y la Unción de los enfermos. Se le debe hablar de Dios, leer con él la Biblia, rezar con él. También a aquellos que son incrédulos, al enfrentar una
enfermedad grave o estar en peligro de muerte, se les hace reflexionar y
convertirse al Señor. Llevarles la Unción de los Enfermos es igualmente
obligatorio. Este Sacramento no debe buscarse como una última posibilidad de
auxilio y con el paciente en condición pre mortem; muchas veces ayuda a superar
enfermedades que se han considerado insalvables, es decir, ayudan o consiguen
la curación de muchos enfermos graves.
A las personas que acompañan y trabajan con pacientes, sean
familiares de éste o no, se les sugiere que no sea solamente un familiar quien
lo haga; conviene –por el enfermo y por ellos mismos— que sean varios. Una sola
persona rápidamente se cansa, se aburre, pierde responsabilidad y ya no quiere cuidar al paciente. Varias personas, por el contrario, se ayudan, se organizan, alegran y
varían el trabajo y panorama del paciente; sobre todo, si su condición se prolonga de forma considerable. De todos modos, es necesario que
nos sintamos obligados a tratar al paciente con caridad; hacerle ver su
dignidad, valerse de paciencia y proporcionarle mucho afecto de tal manera que lo note y aprecie, dándole oportunidad a agradecerlo. Si todo esto se le
ofrece a Dios, será tomado en beneficio de quien lo realizó y
quienes lo rodean. Por el contrario, la impaciencia, los malos modos, la falta
de caridad, el fastidio y el aburrimiento en el trato de la persona enferma,
son actos negativos que se notan por el mismo paciente y pronto sentirá que
está estorbando, molestando y dándole trabajo inútil a las personas que lo
rodean.
Aprovechemos y hagamos aprovechar
la presencia de un enfermo tal y como la presencia de Dios mismo.
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