miércoles, 25 de octubre de 2017

Si hay un enfermo en casa...

...es necesario que nos sintamos obligados a tratar al paciente con caridad; hacerle ver su dignidad, armarnos de mucha paciencia y proporcionarle todo nuestro afecto de tal manera que lo note y aprecie, dándole oportunidad a agradecerlo...


Un enfermo serio, grave y/o crónico, puede poner a prueba a personas o familias enteras, tanto en lo físico, por exceso de trabajo; en lo económico, por los gastos grandes o interminables; y también en lo espiritual, por la incertidumbre que genera, y por lo interminable de los problemas que se nos vienen encima.

Por otro lado, los incesantes avances de la medicina y el trato con el personal médico y sanitario, pueden constituir otro problema y foco de desconcierto, desavenencias y contratiempos. Estos avances han conseguido prolongar la vida de los enfermos, pero no siempre mejorar el nivel de vida de ellos.

Considerando lo anterior, no se debe olvidar que Dios es el Señor de la Vida, y todo recurso médico o quirúrgico, debe someterse al análisis ético y moral antes de decidir si han de aceptarse o rechazarse. Hay que agregar que frecuentemente se debe tomar la opinión del mismo paciente, lo que es adecuado, pero también la de padres de familia, hijos, hermanos y otros familiares. La vida tiene un enorme valor, al igual que el sufrimiento, particularmente la de los pacientes, pero también de las personas que les atienden y acompañan.


Un don que no se debe menospreciar

La vida es un regalo que Dios nos dio a cada uno, regalo que tenemos la obligación de respetar desde el momento de la concepción hasta la muerte natural. Por lo tanto, cualquier manipulación que acorte o disminuya la vida de una persona, antepone el deseo de la persona que lo hizo a la voluntad de Dios. Dicho acto se llama eutanasia o “suicidio asistido” y ha sido invocado por personas y aún organizaciones que lo promueven y piensan que es una solución ante el sufrimiento severo o prolongado. Este crimen es efectuado en personas que habitualmente no tienen la menor posibilidad de impedirlo, como personas en estados de inconsciencia, paralíticos o desnutridos, lo que aumenta la culpabilidad. Ante esto ¿Qué debe hacer un buen cristiano?

El Papa Pío XII precisó ante los Colegios de Médicos en Europa, qué medios deben considerarse como ordinarios y cuáles como extraordinarios. Los primeros son obligatorios de seguirse, no así los extraordinarios. Ordinarios son aquellos que son aceptados en todo el mundo; tales como el oxígeno, los líquidos y transfusiones de sangre, la alimentación por cualquier vía, la radio y quimioterapia entre otras opciones. Los medios extraordinarios son aquellos que no han sido totalmente aprobados o que están fuera de proporción entre el riesgo que se corre y el beneficio que pueda proporcionar, así como la calidad de vida que ha de dejar (consecuencias físicas y mentales o psicológicas).

Es importante preguntarse: ¿Qué se logra con el tratamiento propuesto? ¿Solamente se retrasará la muerte un corto tiempo de horas o días? ¿La calidad de vida mejorará considerablemente o no? ¿Hay otras posibilidades de tratamiento menos riesgoso y con resultados semejantes?

Capítulo muy importante es la administración de analgésicos y/o sedantes para aliviar el dolor u otros componentes que hagan sufrir al paciente. Es necesario que estos temas se traten con el paciente si es posible. Hay enfermedades que acarrean gran sufrimiento, mucho y prolongado dolor, particularmente algunas variedades de cáncer.


¿Cómo afrontar los síntomas de la enfermedad?

Cristo nos redimió mediante su sufrimiento, dolor y muerte, y nos propone que lo imitemos para tratar de conseguir cada quien su propia salvación. Su ejemplo es claro, pero la debilidad humana es mucha y soportar el grado de dolor y sufrimiento que vivió Cristo es prácticamente imposible. Lo que se debe hacer es que el paciente sobrelleve el dolor y el sufrimiento lo mejor posible, ofrecerlo siempre a Dios y tener presente que debe hacerse su voluntad y no la nuestra.

A toda persona en condición grave y con secuelas de su enfermedad o tratamiento, como parálisis, dolor persistente o severo, que permanezca consciente, siempre deben administrarle los Sacramentos, particularmente la Confesión, la Comunión y la Unción de los enfermos. Se le debe hablar de Dios, leer con él la Biblia, rezar con él. También a aquellos que son incrédulos, al enfrentar una enfermedad grave o estar en peligro de muerte, se les hace reflexionar y convertirse al Señor. Llevarles la Unción de los Enfermos es igualmente obligatorio. Este Sacramento no debe buscarse como una última posibilidad de auxilio y con el paciente en condición pre mortem; muchas veces ayuda a superar enfermedades que se han considerado insalvables, es decir, ayudan o consiguen la curación de muchos enfermos graves.

A las personas que acompañan y trabajan con pacientes, sean familiares de éste o no, se les sugiere que no sea solamente un familiar quien lo haga; conviene –por el enfermo y por ellos mismos— que sean varios. Una sola persona rápidamente se cansa, se aburre, pierde responsabilidad y ya no quiere cuidar al paciente. Varias personas, por el contrario, se ayudan, se organizan, alegran y varían el trabajo y panorama del paciente; sobre todo, si su condición se prolonga de forma considerable. De todos modos, es necesario que nos sintamos obligados a tratar al paciente con caridad; hacerle ver su dignidad, valerse de paciencia y proporcionarle mucho afecto de tal manera que lo note y aprecie, dándole oportunidad a agradecerlo. Si todo esto se le ofrece a Dios, será tomado en beneficio de quien lo realizó y quienes lo rodean. Por el contrario, la impaciencia, los malos modos, la falta de caridad, el fastidio y el aburrimiento en el trato de la persona enferma, son actos negativos que se notan por el mismo paciente y pronto sentirá que está estorbando, molestando y dándole trabajo inútil a las personas que lo rodean.

Aprovechemos y hagamos aprovechar la presencia de un enfermo tal y como la presencia de Dios mismo.

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