A veces pienso que en la Iglesia no queremos aceptar la “noche
obscura” de la historia y la evitamos buscando seguridades dogmáticas,
éticas y rituales que a mi juicio corren el riesgo de estancar el crecimiento
humano y espiritual de la comunidad...
Por María Eugenia Sánchez Díaz de Rivera *
El concepto de “laico” es un tema difícil, delicado y que, con frecuencia, si es tratado a fondo, genera polémicas, dudas, o callejones sin salida. ¿Por qué? Porque detrás del concepto “laico” hay toda una Eclesiología que a muchas colectividades de católicos en el mundo ya no le parece tener suficiente fundamento evangélico. Y, sin embargo, yo me pregunto si es posible que la comunidad eclesial avance en un auténtico seguimiento de Jesús sin enfrentar el desafío de cuestionar esa eclesiología. Repito, se trata de un tema que tan solo tocarlo levanta muros que parecen infranqueables.
Desde que el cristianismo asumió elementos culturales del imperio romano en decadencia hasta el Concilio Vaticano II, el laico fue definido como el cristiano que no era sacerdote, o que no era monje o religioso. Y durante todo ese período histórico, la dicotomía clérigo/laico se fue cristalizando en una especie de dicotomía profano/sagrado.
La sacralización del “sacerdote” significó, de hecho, la “profanización” del laico. El sacerdocio novotestamentario se fue convirtiendo, culturalmente hablando, en un sacerdocio con las características del Antiguo Testamento, en el que se consideraba al sacerdote como mediador entre el ser humano y Dios. Muchos teólogos han tratado este tema con amplitud. Me viene a la mente, por ejemplo, el libro de J. Ignacio González Fauss (1) en el que afirma:
“Deliberadamente, el Nuevo Testamento evita siempre llamar ‘sacerdotes’ a los dirigentes cristianos, comenzando por los mismos apóstoles. La Iglesia ha de tener y tuvo siempre sus dirigentes, pero esos dirigentes no tienen nada que ver con el hecho religioso del ‘sacerdocio’, sino con el hecho existencial de la vida entregada a Jesús.
“La tendencia a sacralizarlos es producto del psiquismo humano. Jesús es el único mediador, y regresar al tipo de sacerdocio sacralizado del Antiguo Testamento es una constante tentación”.
Yo pienso que precisamente esa sacralización se ha convertido en un obstáculo a la maduración humana y de la fe del pueblo de Dios, incluido la del clero. Sin embargo, plantear esta problemática genera mucho temor porque la religiosidad y las identidades eclesiales se han construido históricamente en esa dicotomía de clérigos-laicos (2), y su modificación es dolorosa.
El Concilio Vaticano II empezó a abrir una brecha hacia la profundización de estas realidades. Probablemente las puertas que abrió el Concilio acerca de la prioridad del Bautismo, de la colegialidad en el gobierno de la Iglesia, de pasar de una Iglesia monárquica a una Iglesia Pueblo de Dios, de la conciencia como la última instancia de decisión moral, generaron dinámicas difíciles de manejar y eso explica una especie de retroceso posterior que tal vez fue bueno para algunos, pero que a muchos católicos hizo daño.
La reelaboración de la identidad eclesial indispensable para caminar hacia una Iglesia más fiel a Jesús y a la humanidad habitada por el Espíritu; hacia una Iglesia más comunitaria, más contemplativa, más profética, más comprometida y más ecuménica, no podrá hacerse sin una búsqueda honesta en la que sacerdotes, religiosos y laicos estemos dispuestos a cuestionar nuestras identidades tradicionales y a asumir juntos una búsqueda existencial y de fe más profunda. Y eso supone riesgos que hay que correr.
Las estructuras y determinadas concepciones actuales sobre la Iglesia no favorecen dicha búsqueda. A pesar de ello nuevas formas de vida eclesial están surgiendo de manera silenciosa y humilde en todas las latitudes, en ellas la dicotomía clérigo/laico está siendo superada.
A veces pienso que en la Iglesia no queremos aceptar la “noche obscura” de la historia y que la evitamos buscando seguridades dogmáticas, éticas y rituales que a mi juicio corren el riesgo de estancar el crecimiento humano y espiritual de la comunidad. Como si nos resistiéramos a confiar en la acción del Espíritu y a aceptar humildemente una búsqueda colectiva de lenguajes que nos ayuden a penetrar más en la profundidad de Dios y en el compromiso con el drama y la plenitud humanas.
Notas
(1) González Fauss, José Ignacio. Hombres de la comunidad. Apuntes sobre el ministerio eclesial. Ed. Sal Terrae. Presencia Teológica. Santander 1989.
(2) Parent, Remi. Una Iglesia de bautizados. Para una superación de la oposición clérigos/laicos. Sal Terrae. Santander, 1987.
* La autora es profesora e investigadora en la Universidad Iberoamericana Puebla. Doctora en Sociología por l’Ecole des Hautes Études en Sciences Sociales de Paris, asesora del Programa de Desarrollo Rural de la Fundación Ford para México y Centroamérica. Iniciadora y Directora del Centro de Reflexión y Promoción Social y fundadora de la Cátedra Alain Touraine de la Universidad Iberoamericana Puebla.
El concepto de “laico” es un tema difícil, delicado y que, con frecuencia, si es tratado a fondo, genera polémicas, dudas, o callejones sin salida. ¿Por qué? Porque detrás del concepto “laico” hay toda una Eclesiología que a muchas colectividades de católicos en el mundo ya no le parece tener suficiente fundamento evangélico. Y, sin embargo, yo me pregunto si es posible que la comunidad eclesial avance en un auténtico seguimiento de Jesús sin enfrentar el desafío de cuestionar esa eclesiología. Repito, se trata de un tema que tan solo tocarlo levanta muros que parecen infranqueables.
Desde que el cristianismo asumió elementos culturales del imperio romano en decadencia hasta el Concilio Vaticano II, el laico fue definido como el cristiano que no era sacerdote, o que no era monje o religioso. Y durante todo ese período histórico, la dicotomía clérigo/laico se fue cristalizando en una especie de dicotomía profano/sagrado.
La sacralización del “sacerdote” significó, de hecho, la “profanización” del laico. El sacerdocio novotestamentario se fue convirtiendo, culturalmente hablando, en un sacerdocio con las características del Antiguo Testamento, en el que se consideraba al sacerdote como mediador entre el ser humano y Dios. Muchos teólogos han tratado este tema con amplitud. Me viene a la mente, por ejemplo, el libro de J. Ignacio González Fauss (1) en el que afirma:
“Deliberadamente, el Nuevo Testamento evita siempre llamar ‘sacerdotes’ a los dirigentes cristianos, comenzando por los mismos apóstoles. La Iglesia ha de tener y tuvo siempre sus dirigentes, pero esos dirigentes no tienen nada que ver con el hecho religioso del ‘sacerdocio’, sino con el hecho existencial de la vida entregada a Jesús.
“La tendencia a sacralizarlos es producto del psiquismo humano. Jesús es el único mediador, y regresar al tipo de sacerdocio sacralizado del Antiguo Testamento es una constante tentación”.
Yo pienso que precisamente esa sacralización se ha convertido en un obstáculo a la maduración humana y de la fe del pueblo de Dios, incluido la del clero. Sin embargo, plantear esta problemática genera mucho temor porque la religiosidad y las identidades eclesiales se han construido históricamente en esa dicotomía de clérigos-laicos (2), y su modificación es dolorosa.
El Concilio Vaticano II empezó a abrir una brecha hacia la profundización de estas realidades. Probablemente las puertas que abrió el Concilio acerca de la prioridad del Bautismo, de la colegialidad en el gobierno de la Iglesia, de pasar de una Iglesia monárquica a una Iglesia Pueblo de Dios, de la conciencia como la última instancia de decisión moral, generaron dinámicas difíciles de manejar y eso explica una especie de retroceso posterior que tal vez fue bueno para algunos, pero que a muchos católicos hizo daño.
La reelaboración de la identidad eclesial indispensable para caminar hacia una Iglesia más fiel a Jesús y a la humanidad habitada por el Espíritu; hacia una Iglesia más comunitaria, más contemplativa, más profética, más comprometida y más ecuménica, no podrá hacerse sin una búsqueda honesta en la que sacerdotes, religiosos y laicos estemos dispuestos a cuestionar nuestras identidades tradicionales y a asumir juntos una búsqueda existencial y de fe más profunda. Y eso supone riesgos que hay que correr.
Las estructuras y determinadas concepciones actuales sobre la Iglesia no favorecen dicha búsqueda. A pesar de ello nuevas formas de vida eclesial están surgiendo de manera silenciosa y humilde en todas las latitudes, en ellas la dicotomía clérigo/laico está siendo superada.
A veces pienso que en la Iglesia no queremos aceptar la “noche obscura” de la historia y que la evitamos buscando seguridades dogmáticas, éticas y rituales que a mi juicio corren el riesgo de estancar el crecimiento humano y espiritual de la comunidad. Como si nos resistiéramos a confiar en la acción del Espíritu y a aceptar humildemente una búsqueda colectiva de lenguajes que nos ayuden a penetrar más en la profundidad de Dios y en el compromiso con el drama y la plenitud humanas.
Notas
(1) González Fauss, José Ignacio. Hombres de la comunidad. Apuntes sobre el ministerio eclesial. Ed. Sal Terrae. Presencia Teológica. Santander 1989.
(2) Parent, Remi. Una Iglesia de bautizados. Para una superación de la oposición clérigos/laicos. Sal Terrae. Santander, 1987.
* La autora es profesora e investigadora en la Universidad Iberoamericana Puebla. Doctora en Sociología por l’Ecole des Hautes Études en Sciences Sociales de Paris, asesora del Programa de Desarrollo Rural de la Fundación Ford para México y Centroamérica. Iniciadora y Directora del Centro de Reflexión y Promoción Social y fundadora de la Cátedra Alain Touraine de la Universidad Iberoamericana Puebla.
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