sábado, 2 de febrero de 2019

Hace 40 años, una visita memorable

había mucho miedo por la visita del Papa, la Iglesia no podía hacer un trabajo público, las instituciones de aquella época tenían que disfrazar su actividad. La sociedad estaba acostumbrada al disimulo, un obispo no podía dar declaraciones a los medios de comunicación y las revistas de corte católico eran muy marginales…


“Puebla de los Ángeles, el nombre sonoro y expresivo de vuestra ciudad, se encuentra hoy día en millones de labios a lo largo de América Latina y de todo el mundo. Vuestra ciudad se vuelve símbolo y señal para la iglesia latinoamericana”.

Así se manifestó, hace cuatro décadas, Juan Pablo II, en aquel entonces recién electo sucesor de Pedro, reconociendo a nuestra metrópoli, a la Arquidiócesis de Puebla, sede de la Tercera Conferencia del Episcopado Latinoamericano (CELAM), como un referente importante en la futura tarea evangelizadora, un tiempo donde se delinearon las nuevas coordenadas por donde tendría que moverse el catolicismo del “Continente de la Esperanza” frente a los nuevos escenarios que estaban por comparecer.

Después de su breve escala en Santo Domingo, México fue el primer país que visitó, a escasos tres meses de su elección, a pesar de no existir relaciones diplomáticas con el Vaticano desde hace 173 años. Ciertamente Paulo VI realizó una visita a Nueva York de carácter diplomático a la sede de las Naciones Unidas en 1965 y otra más como peregrino a Jerusalén. Sin embargo, con aquel primer viaje del Papa polaco en enero de 1979, inició una nueva era de viajes apostólicos, retomando nuevos bríos la modalidad evangélica que el rabí de Galilea impuso hace más de dos mil años, con aquel “vayan y enseñen a todas las gentes…”

Más allá de la algarabía y el nostálgico recuerdo de la visita del Sumo Pontífice a nuestro país, en especial a la iglesia particular, es importante tener en cuenta el contexto de aquel tiempo.

Antes de Juan Pablo II


El Papa Paulo VI murió el 6 de agosto de 1978, víctima de una crisis cardiaca complicada por un edema pulmonar. Fue sepultado el día 12 en la basílica de San Pedro. En el cónclave, 26 de agosto, el cardenal Albino Luciani, patriarca de Venecia, hijo de un obrero socialista, fue elegido nuevo Papa y eligió el nombre de Juan Pablo I.

Después de 26 días de pontificado (33 después de su elección), mientras dormía, según se informó oficialmente, el Papa Juan Pablo I murió de un infarto al miocardio, sin haber tomado una decisión importante para la Iglesia Católica. Para el 16 de octubre los cardenales eligieron, de manera sorpresiva, a Karol Wojtyla, arzobispo de Cracovia, Polonia, y primer Papa no italiano desde el año 1522. Adoptó el nombre de Juan Pablo II.

El primer acto importante de su pontificado en el agonizante año 1978, fue el anuncio de su primer viaje apostólico a México para participar en la tercera Conferencia Episcopal Latinoamericana, que inició en Puebla el 28 de enero de 1979. A partir de ese día el nuevo Papa marcó el rumbo y el contenido de su pontificado.

Cabe agregar un dato importante del cual se ha dicho muy poco y es polémico. Norberto Treviño Zapata, en aquel entonces embajador de México en el Vaticano, cuenta que Luis Echeverría y dos representantes de los poderes del Estado Mexicano, visitaron a Pablo VI sin permiso del Congreso de la Unión, lo cual constituyó un antecedente que mal harían en censurar, porque el motivo del viaje, además de invitar al Sucesor de Pedro a nuestro país en vísperas de la tercera Conferencia del Episcopado Latinoamericano, de alguna manera buscó un acercamiento para reestablecer relaciones diplomáticas con la Santa Sede y poner fin al triste capítulo de la Cristiada.

La composición de nuestro país en 1979


Por aquellos días, nuestro país se estremeció con las declaraciones del ex presidente Díaz Ordaz al referirse al movimiento de 1968: “en nuestras manos no estuvo evitar que se deteriorara la imagen de la nación”, declaración más que contundente sobre la actuación del ejército. Echeverría empacada maletas rumbo a Australia para ser embajador de ese país y evitar las suspicacias generadas en torno al movimiento estudiantil del 68. Nicaragua seguía sufriendo la dictadura de Somoza que amenazaba con mantenerse en el poder hasta la década de los ochentas y los sandinistas preparaban una nueva ofensiva contra el régimen. James Carter, presidente de los Estados Unidos alistaba su visita a México y el petróleo figuraba en la lista de pendientes.

Económicamente México ya estaba en la carrera de la devaluación que comenzó en 1976, con Luis Echeverría. Una nota de febrero de 1979 confirma que los trabajadores afiliados a la Confederación Revolucionaria de Obreros y Campesinos (CROC) están perdiendo su poder adquisitivo y el Fondo Nacional para el Comercio de los Trabajadores (FONACOT) es creado para paliar el poder de compra. Para esas fechas ya se planea la incursión de nuestro país en el Acuerdo General sobre Aranceles, Aduanas y Comercia (GATT), como una alternativa a la solución de problemas comerciales internacionales.

En lo cultural el cine mexicano navegaba en el tobogán de la mediocridad, el teatro universitario es una alternativa para la difusión del arte, pero le falta planeación y recursos para ofrecer obras de calidad. La ley federal de radio y televisión, así como el derecho a la información son cuestionados por una realidad social que los empezaba a rebasar.

Con respecto al tema religioso, la Iglesia Católica en nuestro país estaba marginada y escondida. En este sentido Manuel Gómez Granados, en su momento director del Instituto de Doctrina Social Cristiana (IMDOSOC) y miembro del comité organizador del primer viaje Juan Pablo II, revela que había mucho miedo por la visita del Papa: “la Iglesia no podía hacer un trabajo público, las instituciones de aquella época tenían que disfrazar su actividad. La sociedad estaba acostumbrada al disimulo, un obispo no podía dar declaraciones a los medios de comunicación y las revistas de corte católico eran muy marginales, todo se manejaba con discreción”.

Los frutos de la visita


40 años después de la primera visita de Juan Pablo II a nuestra tierra, las cosas cambiaron diametralmente. Ahora el clero manifiesta sus consonancias y disonancias respecto a la dinámica regional, nacional e internacional; en las últimas visitas del Obispo de Roma la clase política participó en los actos litúrgicos; los medios y espacios que posee la Iglesia Católica de México ya no se limitan al quehacer parroquial, asumen un papel más crítico frente a las dinámicas del país con fundamento evangelizador más humano y menos dogmático; nacen nuevos apostolados y plantean a los ministros altos grados de dificultad para su desempeño, entre otras tareas.

América Latina también cambió radicalmente su rostro, no es ajena a los súbitos y violentos movimientos económicos, sociales, culturales y religiosos tanto en sus regiones como en el orbe, está dispuesta a ganarse un papel protagónico en el nuevo orden mundial.

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