“Un renacimiento religioso y moral pondrá sus destellos sobre las ruinas de la civilización mercantil, que simbolizarán, en la historia, el fracaso del siglo del egoísmo.”
Antonio Caso (1883-1946)
Por Mtro. José Ignacio González Molina, Pbro. ☩
El maestro Caso, rector de la Universidad Nacional
(1921-1923) y filósofo destacado de la mexicanidad, escribió dos libros
intitulados así: La existencia como existencia y como Caridad (1916, primera
edición) y La existencia como Economía, como desinterés y como caridad (1919).
En aquellas páginas menciona la paradoja de la Navidad de Jesucristo, en el
contexto austerísimo de Belén, con los lujos extremos del gran consumidor
moderno. Por esto y más conviene recordar algunas pinceladas de historia
gráfica decembrina, en las glorias del pasado que nos nutren todavía.
BARRA DE NAVIDAD
El puerto y astillero de Navidad (llamado también puerto de
Jalisco, Santo, Cihuatlán, Juan Gallego y Purificación, en épocas distintas)
vio zarpar la expedición marítima que encabezó Miguel López de Legazpi y que
asesoró Fray Andrés de Urdanete, monje agustino y cartógrafo experto. Esto
sucedió en la mañana del 21 de noviembre de 1564. El objetivo pretendido
resultaba entonces un sueño casi imposible: hallar el viaje y torna-viaje para
comunicar a la Nueva España con el sudeste asiático. Sin embargo, el paso de
casi un año se logró por fin: la nao San Pedro, conducida por Fray Andrés llegó
a Filipinas procedente de Cebú, aquél 1 de octubre de 1565. Después de un
descanso y reabasto, la torna-viaje tan buscada fue encontrada y el regreso a
Barra de Navidad se logró el 11 de agosto de 1587 cuando el astillero ya estaba
desmantelado. Sin embargo, las puertas de acceso quedaban francas para iniciar
el comercio ultramarino con Filipinas, China (Catay) y Japón (Cipango). La
tradicional y muy histórica nao de China nacía con aromas de Navidad.
¿Presagios de consumismo y comercio avorazado?
TRATADOS DE COMERCIO
Los productos sumamente apreciados para la gente de entonces
eran los siguientes: rubíes, zafiros y topacios de Tailandia, diamantes de Goa,
alcanfor de Bormeo, bálsamo y marfil de Abada y Cambodia; tapetes, alfombras y
algodones de la India; cofres, mesas de maderas preciosas laqueadas y adornos
curiosos de Japón y vestidos o mantones de Manila. Guardando las proporciones
(mutatis mutandis), se comenzaban a dar una especie de Tratado de Comercio
Libre o NAFTA (North American Free Trade Agreement) con el sudeste asiático,
los “tigres del pacífico” desde entonces.
El siglo XVIII fue la época más importante para los
comerciantes de la Barra de Navidad primero, Acapulco después. Más de 50 mil
pares de medias de seda venían de cada galeón. Resultaban normales y hasta
“corrientes” los artículos comerciales siguientes: Dalmáticas para
eclesiásticos, sobrepellices para clérigos, encajes de roquetas y sedas para el
gusto refinado femenino, lingotes de oro, joyas, piezas religiosas como
crucifijos de marfil, empuñaduras de espadas y vainas con incrustaciones de piedras
preciosas y en ocasiones con dientes de lagarto montados en oro, además de las
famosas especias que servían para conservar alimentos por más tiempo.
Resulta evidente considerar que la nao de China dejó
influencias poderosas en nuestras tradiciones, incluyendo a las navideñas de
hoy en día y a la “China Poblana” (Catarina de San Juan, sepultada en la
Iglesia de La Compañía de Jesús, en nuestra ciudad de Puebla). Lamentablemente
el éxito alcanzado por esas rutas comerciales provocó envidias y resentimientos
entre los comerciantes de los consulados españoles que traían mercaderías de
Europa. Se reforzó entonces el llamado “proteccionismo”, al estilo del ministro
francés Colbert. Por tanto, el servicio de la torna-viaje de Legazpi y Urdanete
duró solamente 163 años (hasta 1734), tiempo suficiente para engrandecer a
nuestra moneda de plata, el peso fuerte mexicano de aquellos tiempos. ¡Aquellas
épocas! ¡Aquel comercio! ¡Aquellas navidades!