Escenario 1
Domingo 5 de julio, una mañana inusualmente lluviosa, los funcionarios del Instituto Federal Electoral (IFE) instalan las casillas con buen ánimo en espera de que amaine el aguacero y los ciudadanos participen en los comicios...
Cuatro horas después de montar las urnas y poner en orden la papelería electoral los votantes aún no se presentan, la pertinaz lluvia no cede y tampoco da visos de que disminuya el caudal, los representantes de los partidos políticos están nerviosos y no saben si se ejecutarán las antiquísimas prácticas para hacerse de votos (urnas embarazadas, carrusel, ratón loco, tacos o tamales rellenos)...
Aburridos de tanto esperar, los funcionarios de casilla y comisionados de los partidos emiten su sufragio, confían que Tláloc cierre las compuertas del cielo y la ciudadanía salga a votar. Delegados del blanquiazul y el tricolor, del naranja y del sol azteca hacen llamadas telefónicas para reportar y saber si la situación es la misma en otros frentes. El resultado es desconcertante, únicamente los correligionarios de los institutos políticos han acudido a las urnas, más no así el resto de la población que ha preferido permanecer en sus casas viendo una buena película y de cuando en cuando sintonizar las televisoras...
Es hora de cerrar casillas y la situación se ha vuelto inaudita, la lluvia arrecia e inicia el cómputo de los votos, para sorpresa de todo mundo, ningún partido gana la casilla, hay un sorpresivo empate, y el fenómeno se repite en todos los lugares destinados a la recepción del voto. Al día siguiente los noticiarios informan que las elecciones serán anuladas porque ningún partido alcanza el porcentaje mínimo para adjudicarse el triunfo. Tiempo, dinero y esfuerzos tirados a la basura...
Escenario 2
Domingo 5 de julio, tras varios días lluviosos se asoma una mañana soleada que promete una gran jornada. La gente acude masivamente a las urnas a lo largo del día, se desborda la alegría y optimismo, los partidos políticos se mantienen a la expectativa, los analistas no pueden creer en el poder ciudadano que de última hora decidió hacer valer su condición...
Los comicios transcurren con calma y sin mayores incidentes, la programación habitual de las televisoras y las estaciones de radio de cuando en cuando son interrumpidas con cortes informativos sin mayor novedad que el ejercicio responsable de un derecho como el voto reflejado en una copiosa votación...
Son las seis de la tarde, tiempo para cerrar las casillas y todavía sigue llegando gente para sufragar, las expectativas rebasan lo logrado en las elecciones del año 2000, todo un hito en la vida democrática de este país. Tres horas más tarde, empieza el conteo de votos, las altas expectativas generadas a lo largo del día dan paso a un gran desencanto a medida que los funcionarios de casilla revisan las papeletas, la única y espantosa équis sobresale a lo largo y ancho de la boleta, ¡voto anulado! Y al final el resultado es el mismo que en el escenario anterior, un fabuloso empate entre los sufragios de los delegados políticos que se extrañan y se enojan ya que el presidente, el secretario y los escrutadores de la casilla sonríen irónicamente, también anularon su voto...
A menos de un mes y el dilema ciudadano es: Votar, no votar o anular.
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