Estoy seguro que, lo menos que quiere recibir en estos días son malas noticias. Con el desempleo, el alza silenciosa de los precios, la ola violenta del crimen organizado y la crisis económica tenemos suficiente. Por si fuera poco no llueve, lo que provoca que se reduzca sensiblemente el agua para el uso agrícola, industrial y humano, los mantos freáticos se secan, las presas están por debajo de sus niveles normales de almacenamiento. Para colmo de males se sigue desperdiciando insensatamente el vital líquido, arrecian las estiajes y no cesa la contaminación de los ríos. Estos factores propician que el oro azul adquiera más valor, paulatina y peligrosamente deja de ser un bien público y no sería raro que en pocos años se vuelvan realidad lo que algunos futurólogos llamaron “guerras por el agua”.
El 25 de febrero de 2005 Naciones Unidas inauguró un Decenio Internacional del Agua con el lema “El agua, fuente de vida”. Todos los países miembros de la ONU se comprometieron a emprender acciones especiales para asegurar la disponibilidad y el uso racional de este recurso. Ese día el Secretario General de la ONU, Kofi Annan dijo: “Estamos ante un asunto urgente de desarrollo humano y de dignidad humana. Juntos podemos proporcionar agua potable y apta para el consumo a todas las personas del mundo. Los recursos hídricos del planeta son nuestro único medio de supervivencia y de desarrollo sostenible en el siglo XXI. Debemos, juntos, ordenarlos mejor.”
Fortalecer la cultura del uso y conservación del agua es el principal factor que permitirá nuestra supervivencia, muchos están confiados de que sí hay suficiente pero no es así. Imaginemos el día que las comunidades rurales ya no quieran que les exploten sus pozos para llevar el líquido vital a los fraccionamientos, los hoteles e industrias que lo demandan (¡hombre!, no les puede faltar) afectando a las colonias populares y unidades habitacionales ya sea por el desabasto, los recortes o fallas en el suministro. Pero no todo para ahí, hectáreas de bosques y selvas desaparecen cada día por la tala indiscriminada, lo que incide en una menor captación del recurso que renueve los mantos freáticos, ni siquiera se reforesta para revertir la degradación del suelo, el agua de lluvia que podría ser captada y aprovechada para darle otros usos se mezcla con las aguas sucias o residuales. Muchos se quejan de que es excesivo el cobro por el servicio de agua (y eso que no pagamos el costo real) pese a ello se paga.
Una persona necesita 5 litros diarios para beber y cocinar y otros 25 para higiene personal; una familia de cinco miembros, 150 litros. Sin embargo, la media de Europa está en 165 litros y la familia canadiense está utilizando 350 litros, mientras la media de África es de 20 litros, en tanto el consumo de agua en México es de 320 litros. A este ritmo, para mediados del siglo XXI, de 2 mil a 7 mil millones de personas (según las diferentes previsiones) sufrirán escasez de agua en más de 70 países...
Algunos sacerdotes en sus homilías comparten con los fieles su preocupación por la falta de lluvias y oran para que el Todopoderoso abra las compuertas del cielo y calme la sed de este mundo. Sin embargo, me inquieta que por más invocaciones que imploremos, ¡no llueve! ¿Castigo divino? Tal vez, no lo sé, lo que sí es cierto es que si cada uno de nosotros no hacemos la parte que nos corresponde para cuidar el preciado recurso, más nos vale no quejarnos después, no se vale que todo se lo dejemos a Dios y que la humanidad insensata y destructora se beneficie de los milagros. Si no llueve, el agua que tengamos mañana, dependerá de la que ahorremos hoy.
Dios ya permitió un diluvió, ojalá no permita una sequía aunque el mismo hombre hace todo lo necesario para propiciarlo. Al tiempo.
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