Estamos a unos días de que concluya el año 2009, muchos estamos de acuerdo que éste fue el intervalo más difícil de los que hayamos vivido, y no es para menos. La crisis económica aniquiló micro, pequeñas y medianas empresas, sobra decir las consecuencias. Y si a ello añadimos el inesperado brote del virus de la influenza humana AH1N1 que paralizó todas las actividades en nuestro país. Mas la apatía de los ciudadanos para participar en las elecciones federales, donde un pequeño sector anuló su voto como claro mensaje de hartazgo hacia la clase política mexicana por su ineptitud e ineficacia. Mas los embates del crimen organizado y la delincuencia que han provocado miedo y violencia en diversas ciudades de la república mexicana como respuesta a las acciones emprendidas por las instituciones encargadas de mantener la seguridad y el orden. Mas la pérdida de cosechas por la escasez de lluvias gracias en buena medida al cambio climático. Mas el aumento de impuestos y el encarecimiento de los bienes y servicios porque nos estamos quedando sin petróleo para echar mano de otros recursos que permitan poner en marcha el desarrollo de México. En fin, si todo ello trajo este año que agoniza, imagínense cómo viene 2010, no quiero imaginarlo...
Está a punto de anochecer, al embarcadero poco a poco regresan los botes y las lanchas; unas, además del cargamento vacío, tienen la vela desaliñada; otras, están severamente dañadas por navegar en aguas turbulentas y llegan providencialmente al muelle. Los pescadores descienden de sus bastimentos, sus rostros están compungidos, sus cuerpos cansados. Todos se reúnen en el atracadero observando con la vista perdida el mar que por momentos está inquieto y otras veces vuelve a la calma. Se escucha un lacónico “se acabó”. Ninguno de los apiñados se percata que otra persona los observa a lo lejos, serenamente, y con voz firme alienta: “inténtenlo una vez más”. Los lobos de mar buscan a quien los ha retado, se trata de un hombre moreno, barbado, corpulento, de mediana estatura, fumando plácidamente su pipa.
-Les digo que lo intenten una vez más, no pueden darse por vencidos. El desconocido les mostró un precioso pargo fresco, apetitoso envuelto en papel.
-¿Dónde lo conseguiste? Replicó incrédulo uno de los pescadores.
-De ahí, dijo secamente el marinero.
-¡No hay nada! gritó otro pescador con voz impotente.
-Remen nuevamente mar adentro, allí donde el agua es azul profundo, donde el oleaje es suave, pesquen ahí.
-Pero... ¡Es de noche!
-Vayan ahí, echen sus redes y esperen pacientemente a que los peces naden en aguas claras.
Los marinos, entre la mala gana y sus dudas nuevamente se internan al mar. Horas más tarde, en una espléndida mañana, el muelle es una romería. Los pescadores saltan de sus embarcaciones para buscar al desconocido que los guió y agradecerle su ayuda...
Así estamos todos navegando en el mar de la vida con nuestras dudas e incredulidades, con nuestras penas y dolencias, surcando los océanos tratando de encontrar un puerto seguro, un refugio que aliente nuestra existencia. “Remen mar adentro”, pidió el rabí de Galilea al hijo del trueno quien, pese al cansancio, al mal humor y un dejo de perplejidad lanzó sus redes en su nombre. Esa misma arenga resuena en nuestra conciencia para encarar con mejor ánimo el nuevo año, no puede ser tan malo, de cada quien depende que el 2010 sea el mejor de los años vividos, más si acogemos confiadamente las palabras del galileo.
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